No hace falta tener una motosierra en la mano y liarse a talar árboles en la selva para ser cómplice de atentar contra la selva. Uno puede estar a miles de kilómetros y ser tan culpable como el que tala y prende fuego a la selva. Basta con haber votado a Jair Bolsonaro, ser cliente del Banco Santander, comprar galletas Oreo o cualquier alimento que contenga soja, alimentarse de carne de vaca o beber leche de vaca. Por culpa de hacer algunas de esas cosas, la Amazonia agoniza cada día más.

Perder la Amazonía sería un gran perjuicio para la humanidad, especialmente para las comunidades locales. No solo porque se alterarían los ciclos de lluvias. También porque se perdería un servicio ecosistémico fundamental como la regulación del ciclo del carbono, ante lo cual aumentarían las emisiones de dióxido de carbono y esto repercute en el calentamiento global. Sin olvidar que la destrucción de los ecosistemas conlleva a un desequilibrio de las dinámicas naturales, la extinción de miles de especies únicas en el mundo. Así como perder la posibilidad de encontrar sustancias que nos podrían ayudar a combatir enfermedades.

A todos los canallas que han destrozado una parte de la selva se les debería sancionar con una cuantía equivalente al sueldo medio de lo que gana un operario en un año por cada hectárea arrasada. Si no dispone de ese monto, pues que todos los familiares contribuyan a pagarla. Además, deberían ser  obligados a restaurar todo el daño causado. Quizá alguien piense que es injusto que los familiares deban pagar. Pues lo cierto es que seguramente ellos estarían enterados de a qué se dedican los involucrados, por lo que se convierten en cómplices.

Una forma de reforestar es comenzar por hacer fotos aéreas del ecosistema más cercano, averiguar qué especies vegetales hay en esa zona para después intentar recrearlas. Para ello se debe hacer un mapa a escala sobre un gran papel. Después se clavan unas estacas numeradas en el terreno arrasado. En cada estaca corresponde a una especie de árbol o planta. A continuación se va a la zona verde y se intenta arrancar con su cepellón correspondiente las plantas o arbolitos, para no dañar demasiado la zona, se debe dejar 10 – 15 metros de las plantas arrancadas. Cuando se tienen unas cuantas se trasplantan en el sitio donde está la estaca correspondiente. Por supuesto, deberán preocuparse de regarlas y de protegerlas contra el ataque de animales o de plagas. Con esto se consigue un buen escarmiento a todo aquel que atente contra la Naturaleza. Pues sabe que no solo será su ruina, sino, la de todos sus familiares.

11/11/2020