Las vacunas ARN ni protegen ni salvan vidas

El colectivo español Biólogos por la Verdad se reunió del 19 al 21 de noviembre pasados en el municipio toledano de El Real de San Vicente para intercambiar informaciones, opiniones y documentos así como para plantearse cuál puede ser la mejor forma de hacer llegar a la sociedad su parecer sobre la farsa de la Covid-19  y hacerla entender que la actual Biología está obsoleta, que los virus no son patógenos y que las vacunas ARN desarrolladas para afrontar el presunto SARS- CoV-2 no solo son ineficaces sino que se trata de un experimento genético que puede tener devastadoras consecuencias para la humanidad. Pues bien, ante la imposibilidad de hacernos eco de sus conclusiones ya que este número entraba en máquinas el día 23 nuestro compañero Jesús García Blanca pudo hablar con dos de las biólogas participantes y pasarnos un resumen de sus principales afirmaciones. Nos referimos a Almudena Zaragoza -bióloga y administradora de la web del profesor Máximo Sandín– y a Nayra Txasko -bióloga especializada en investigación genética- y lo que explicamos a continuación es un breve resumen de lo que nos contaron.

Para la Biología clásica el ácido ribonucleico (ARN) es una entidad de información definida y cerrada con funciones muy determinadas siendo la básica la traducción en proteínas de la información que porta. Parte de la base de que en el genoma lo importante es el ADN funcional y de que entre el 75% y el 90% puede considerarse «ADN basura». Hoy día, sin embargo, los conocimientos en Biología Molecular han dejado ese concepto obsoleto. Actualmente se sabe que existen transcritos que son producto de la expresión génica, moléculas de ARN que viajan de célula a célula portando mensajes embebidos en cápsulas proteicas que se expresan en todos los tejidos del cuerpo. Y son esas cápsulas de información las que han sido malinterpretadas porque se las ha confundido con virus patógenos.

Según explican ambas biólogas para la Biología tradicional la función principal del ARN es la copia, transcripción y traducción del código presente en el ADN para la síntesis proteica pero la Nueva Biología cuestiona ese dogma y entiende que el ARN está implicado en muchos más procesos metabólicos y que los transcritos (pequeños fragmentos de ARN) son transmisores de información entre células (se llama transcrito de ARN al proceso mediante el cual una célula elabora una copia de ARN de una pieza de ADN a la que se denomina ARN mensajero (ARNm) porque transporta la información genética que se necesita para elaborar las proteínas en una célula).

El ARN forma parte del transcriptoma humano, conjunto de complejos mensajes que tienen un emisor y un receptor y ponen en marcha o finalizan procesos de gran importancia al regular funciones fisiológicas vitales: los procesos metabólicos y de regulación de genes y los que controlan la apoptosis celular. Se sabe asimismo que el 55% del genoma contiene secuencias de ADN que están preparadas para transcribirse en ARN y formar parte del transcriptoma humano por lo que estas secuencias reguladoras de procesos biológicos son vitales para el mantenimiento de los seres vivos. Y aunque casi todas las células contienen los mismos genes se expresan de manera distinta en los diferentes tipos de células siendo esos diferentes patrones de expresión lo que marca las diferencias y son responsables de las distintas propiedades y comportamientos de células y tejidos.

Ambas biólogas añaden que existen estudios documentando que los llamados microARN podrían servir como agentes de comunicación entre las plantas y los animales -incluidos los humanos- pues traspasan su información sobre todo a través de los alimentos.

En los años sesenta Cleve Backster postuló que las plantas poseen un sistema nervioso propio al demostrar mediante experimentos que reaccionan al dolor y al estrés pero estudios posteriores indican que lo que sucede es que las plantas tienen la capacidad de intercambiar información genética de forma bidireccional con otras plantas y con animales a través de los microARN o los ARNm. Hoy está constatado que los mamíferos tenemos receptores capaces de captar y descifrar mensajes provenientes de las plantas, información que nos ayuda a adaptarnos al entorno en el que vivimos. Es más, según la Nueva Biología todos los seres vivos estamos conectados a través de una red compleja de información basada en moléculas de ARN. Y a ello hay que añadir que todos los seres vivos somos una fusión de virus y lo que hace el ARN es transmitir informaciones que activan las expresiones génicas en el receptor.

En cuanto a la posibilidad de que un ARN pueda integrarse en el genoma de una célula huésped nos recuerdan que los llamados virus endógenos pueden activarse en momentos de grandes catástrofes ambientales y generar cambios en el plan embrionario de las especies para adaptarse a nuevas condiciones y que si eso es así se debe a que son parte integrante del transcriptoma humano.

Cabe agregar que para Zaragoza y Txasko el SARS-CoV-2 no es un peligroso coronavirus infeccioso sino parte de nuestro transcriptoma humano por lo que lo que se ha «secuenciado» es en realidad parte de nuestro propio material genético. Y de ahí que entiendan que las «vacunas Covid» basadas en inocular en nuestras células moléculas de ARN envueltas en cápsulas lipídicas sintéticas para generar masivamente proteínas spike a fin de estimular nuestra inmunidad sea aberrante y afirmen que estamos ante un experimento de ingeniería genética en el que se está usando a los ciudadanos de cobayas humanas.

Para estas dos biólogas estudiar el código genético de los seres vivos con fines científicos es sin duda oportuno y fascinante pero hacerlo para patentarlo o modificarlo es un crimen. El problema de la ciencia hoy es que es un negocio más y si algo no tiene rentabilidad no se estudia. Además no se busca el conocimiento, se busca la aplicación. Por tanto, el actual proyecto de ingeniería genética que supone la inoculación masiva de vacunas ARN es funesto y de hecho nos está enseñando que la vida es mucho más compleja de lo que cabía esperar y no deberíamos manipular algo que aún no hemos terminado de comprender.

Las dos biólogas añaden que tras comparar las secuencias publicadas todo indica que los fragmentos genéticos que se consideran propios del SARS-CoV-2 son en realidad fragmentos de ARN humano y eso explica que las enfermedades autoinmunes sean el principal efecto de esas vacunas. Además alteran y decodifican nuestro sistema inmune natural, están produciendo abortos espontáneos al reaccionar con proteínas de vital importancia en la formación del trofoblasto en la placenta humana y son incluso la razón de trastornos mentales -como las psicosis graves- y la desregulación de los interferones que controlan los tumores. Además la proteína Spike o espiga tiene como receptor el ACE2, regulador de la sustancia que estrecha los vasos sanguíneos por lo que está provocando infartos e ictus.

Gracias al denominado Proyecto ENCODE que en su día financió el National Human Genome Research Instituto (NHGRI) de Estados Unidos con el objetivo de identificar todas las regiones de transcripción, asociación a factores de transcripción, estructuras de cromatina y modificaciones de histonas en la secuencia del genoma humano hoy puede accederse a las secuencias de muchas especies en sus bases de datos. Y esa comparativa lleva a la conclusión de que la secuencia achacada al SARS-CoV-2 no es natural sino sintética. Pues bien, aseveran que aun así es posible sintetizarlas como productos biológicos, que hoy se pueden sintetizar virus y cultivarlos en células animales, embrionarias e incluso cancerígenas donde se pueden recombinar con otros virus endógenos y provocar aberraciones genéticas. Se logra así la llamada «ganancia de función» que estuvo prohibida en Estados Unidos hasta 2017.

Finalmente, nos explicaron que la cepa comercial de SARS-CoV-2 que tienen disponible los Centros para el Control de las Enfermedades de Estados Unidos y el Charité-Universitátsmedizin -hospital público universitario alemán que forma parte de la Facultad de Medicina de la Universidad Libre y la Universidad Humboldt, ambas en Berlín- se cultivó en células de mono verde o células VERO y sólo laboratorios de bioseguridad pueden utilizarlas en investigación.

En suma, estamos en guerra contra nuestra propia información genética y contra los microorganismos del microbioma que hacen posible la vida. Es pues una lucha autodestructiva.

 

Fuente; Revista Discovery Salud. Número 254 – Diciembre 2021

27/09/2022