Stephen Bates *

Revista BBC History

28 septiembre 2019

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El evento se conoce como la Masacre de Peterloo: la parte ‘Peter’ del nombre proviene de la ubicación del evento en St Peter’s Fields, y la parte ‘loo’, de la Batalla de Waterloo, que enfrentó a Reino Unido contra Francia en 1815.

Hace 200 años, en una mañana veraniega de agosto, miles de tejedores y comerciantes y sus familias acudieron a una marcha en la ciudad de Manchester, Inglaterra, que terminó en tragedia.

Había sido convocada para considerar -no para exigir- «la conveniencia de adoptar los medios más legales y efectivos para obtener una reforma».

Los asistentes acudieron a pie desde los suburbios y pueblos y aldeas circundantes, vestidos con sus trajes domingueros, llevando a sus hijos de la mano, marchando en columnas disciplinadas detrás de pancartas y banderas, con bandas tocando canciones patrióticas, para pasar un día entretenido y escuchar algunos discursos.

La reunión era absolutamente legal y pacífica. A los manifestantes se les había advertido que no se dejaran provocar por lo que seguramente sería una fuerte presencia de milicias locales. No debían traer «ningún arma que no fuera una conciencia justa».

«Llegaban multitudes de personas de todas las direcciones, llenas de alegría, buen humor, riendo y divirtiéndose», recordó John Benjamin Smith, un empresario de 25 años que presenció la reunión.

Lo que menos esperaban era una masacre.

«A Henry Hunt, presidente de la reunión en St. Peter’s Field, Manchester, el 16 de agosto de 1819, y a las mujeres reformadoras de Manchester y las ciudades adyacentes que estuvieron expuestas y sufrieron por los desenfrenados y diabólicos ataques realizados contra ellos por esa brutal fuerza armada, la Yeomanry, esta placa está dedicada por su compañero de trabajo, Richard Carlile». Grabado en color que representa la Masacre de Peterloo.

 

Ese 16 de agosto de 1819 se produjo el peor incidente violento jamás ocurrido en una reunión política en Reino Unido.

Antes de que la reunión pudiera siquiera empezar, las fuerzas enviadas por las autoridades dispersaron brutalmente a la multitud.

Dejaron «varios montículos de seres humanos que permanecían donde habían caído, aplastados y sofocados. Algunos todavía estaban gimiendo… otros, con los ojos fijos, estaban sin aliento, y otros no volverían a respirar nunca más (…) una escena horrible y aborrecible».

Así lo describió Samuel Bamford, un tejedor, escritor y defensor del sufragio universal que fue testigo de lo que la historia llegó a conocer como la masacre de Peterloo.

Entre la prosperidad y la miseria

Lo que impulsó a las decenas de miles de personas a reunirse en un espacio abierto de tres acres en las afueras de Manchester, que en ese entonces se llamaba St Peter’s Field, fue la esperanza de mejorar sus condiciones de vida.

En esa época, Manchester estaba creciendo rápidamente, pues se había convertido en un centro de la industria del algodón.

La ciudad tenía los recursos necesarios para mantener las fábricas en funcionamiento, como arroyos que corrían por las colinas alrededor de la ciudad y minas de carbón cercanas.

Getty Images. Familias enteras trabajaban en la industria del algodón, aunque no en buenas condiciones.

 

Como resultado de la Revolución Industrial, Manchester se había cuadruplicado en tamaño en los 50 años anteriores, así que para 1819, la población era de más de 100.000 personas.

Aunque los dueños de fábricas se beneficiaban enormemente, los hombres, mujeres y niños que trabajan en ellas, no.

No solo tenían que trabajar en condiciones difíciles, sino que vivían en la pobreza en barrios marginales que carecían de acceso a agua limpia y alcantarillas, y sus empleadores no les proporcionaban ningún tipo de apoyo.

En tales condiciones, las enfermedades se propagaban fácilmente y muchos morían a una edad temprana.

Aumento del precio del pan

Encima, los salarios de los trabajadores se estaban reduciendo drásticamente debido a la depresión económica que sufría el país desde el fin de las Guerras Napoleónicas, en 1815.

Además, una sucesión de malas cosechas (parcialmente causadas, aunque no lo sabían, por los cambios climáticos resultantes de una erupción volcánica en Indonesia) aumentaba el precio de los alimentos, sobre todo del pan.

Y la mecanización en las fábricas estaba convirtiendo a los tejedores en una fuerza laboral en declive.

People’s History Museum. Los obreros estaban desesperados y buscaban la manera de que hubiera un cambio.

 

La clase obrera de Manchester estaba desesperada por que las cosas cambiaran, pero no tenía vías para lograrlo.

Manchester ni siquiera elegía parlamentarios, a pesar de haberse convertido en la más grande e importante de las nuevas ciudades del norte.

Sin voz ni voto

La división de clases era marcada y sólo los hombres poderosos -la gran mayoría, terratenientes- tenían derecho a votar.

La única solución, concluyeron, era luchar por un sistema político más justo en el que tuvieran voz y voto.

Era lo único que obligaría a los legisladores a ser más receptivos a las necesidades de los ciudadanos, y aseguraría una representación más justa en el Parlamento para que su situación no pudiera seguir siendo ignorada.

Los manifestantes que acudieron a la plaza mancuniana ese día veraniego hace dos siglos querían ampliar el derecho al voto a todos los hombres; muy pocos pensaban que las mujeres merecían tal privilegio, aunque las ligas de sufragio femenino comenzaban a surgir.

Una masa pacífica

Pero los ricos le tenían pavor a las masas, el espectro de la Revolución francesa estaba aún fresco.

Getty Images. El recuerdo de la Revolución Francesa aún estaba fresco, y para los aristócratas -como más tarde advirtió el duque de Wellington- «El comienzo de la reforma es el comienzo de la revolución».

 

De hecho, el primer ministro Robert Banks Jenkinson, segundo conde de Liverpool, y su secretario de Relaciones Exteriores, el vizconde Castlereagh, la habían visto en persona pues habían estado en París como estudiantes 30 años antes, por lo que temían que cualquier concesión condujera a algo similar en Reino Unido.

Además, Inglaterra en particular estaba muy lejos de ser el pacífico lugar representado en las novelas de Jane Austen.

Antes de terminar la guerra, los luditas habían estado destruyendo la nueva maquinaria que amenazaba con reemplazarlos.

En 1817, los Blanketeers (llamados así por las mantas –blankets– que llevaban) habían intentado marchar de Manchester a Londres para pedirle comida al rey, pero las tropas montadas lo impidieron.

En Derbyshire a finales de ese año, un intento de levantamiento armado fracasó y las autoridades castigaron duramente a los cabecillas, tres de los cuales fueron ahorcados y luego decapitados.