Las maestras no variaron sus métodos ni el material docente para instruir a estos alumnos excepcionales y, sin embargo, al final de curso, cuando volvió a pasarse el test, los alumnos de primer y segundo grado elegidos en tiempos de la primera prueba habían ganado el doble de puntos de CI que los demás niños.

En los grados tercero a sexto la diferencia de progreso en el CI fue mucho menos espectacular.

Los experimentadores suponen que los más pequeños eran más maleables y al mismo tiempo gozaban de una reputación menos sólida, lo cual hacía que las maestras asimilaran nuevas ideas en relación con su capacidad.

Sin embargo, ¿cómo se explica la gran diferencia de progresos logrados en el CI entre el grupo seleccionado y sus compañeros?.

Los experimentadores citan otro experimento para el cual se catalogó a dos grupos idénticos de ratas como rápidas y lentas en aprender, pasándolas a continuación a unos ayudantes de laboratorio para que las hicieran trabajar en un laberinto.

Las ratas que los ayudantes de laboratorio suponían que iban a desempeñarse mejor, lo hicieron efectivamente. Tales resultados parecen a primera vista increíbles, dado que las ratas eran verdaderamente idénticas en cuanto a inteligencia.

Sin embargo, al interrogar a los que trabajaban en el laboratorio, resultó que se habían mostrado más pacientes con las que aprendían «más aprisa», las habían sometido a mayor número de pruebas y las habían tratado con más habilidad.

Este mismo fenómeno se dio con los alumnos que habían sido seleccionados. Rindieron más porque se les prestó más atención.

Las maestras les exigían más porque esperaban más de ellos, y apoyaron de manera positiva cada uno de sus aciertos.

La conducta y el rendimiento de una persona pueden verse realmente afectados por las esperanzas que otra deposita en ella.

EXPERIMENTO 4-LA EUFORIA, LA IRA Y LA QUÍMICA CORPORAL

Muchos psicólogos sostienen que, aun cuando el ambiente y los colaboradores que uno tenga constituyen influencias importantes en la propia conducta, la química del cuerpo es en realidad el factor aislado más importante de la misma.

Stanley Schachter y Jerome E. Singer, de la Universidad de Columbia y de la Universidad Estatal de Pennsylvania, resolvieron averiguar hasta qué punto es posible modificar la conducta modificando la química corporal de un ser humano.

Los sujetos sometidos a la prueba fueron  informados de que iban a participar en un experimento que pondría a prueba los efectos sobre la visión de un producto químico llamado epinefrina.

Dichos sujetos recibieron una inyección de epinefrina, que en realidad es otro nombre para designar la adrenalina.

Algunos de los sujetos recibieron, en realidad, una inyección de un placebo para así poder formar un grupo de control que permitiera la comparación.

Se les dijo a todos que el medicamento tardaría unos quince minutos en llegar al torrente sanguíneo y que entonces se harían las pruebas de visión.

Entretanto se dispuso la situación que pondría a prueba su receptividad frente a dos emociones: la euforia y la ira.

En la situación de euforia, un actor, presentado como un sujeto más, permaneció en la sala junto con el primer sujeto.

Se puso a disposición de ambos una cantidad de papel, lápices y gomas elásticas y se les comunicó que podían hacer garabatos y entretenerse hasta que el medicamento comenzara a hacer efecto.

El actor comenzó a jugar con el papel y las gomas, fabricando aviones de papel, haciendo que jugaba a basket con pelotas de papel, etc.

El actor invitó a su compañero a unirse al juego y comenzó a calificarse a este último de acuerdo con su respuesta a esta sugerencia.

En el segundo experimento, o experimento de la ira, se pidió tanto al sujeto como al actor que rellenaran un largo cuestionario, personal y a veces embarazoso, mientras aguardaban a que el medicamento hiciera efecto.

El actor comenzó quejándose de las primeras preguntas y, finalmente, se enfureció con las últimas por lo embarazosas.

Se puntuó a los sujetos de acuerdo con lo que se indignaban, primero, al observar al actor y, después, teniendo que contestar a las mismas preguntas.

Hubo un factor más a tener en cuenta.

Un tercio de los sujetos del primer experimento fueron enterados informados de que el medicamento les provocaría un ritmo cardíaco y un pulso más rápidos, efectos secundarios reales de la adrenalina.

Se comunicó a otro tercio del grupo que se producirían en ellos efectos secundarios tales como entumecimiento y prurito, síntomas que en realidad no aparecen con la adrenalina.

Al tercer grupo no se le hizo ningún comentario.

En el experimento de la euforia, los sujetos que habían sido mal informados fueron los que exteriorizaron mayor reacción, seguidos por aquellos a quienes nada se les había comentado en relación con los efectos secundarios.

Finalmente seguían los que habían sido correctamente informados sobre lo que cabía esperar como reacción y aquellos a quienes se había administrado un placebo.

En el experimento que ponía a prueba la ira no se dio información errónea a ninguno de los sujetos, pero a los que nada se les dijo sobre los efectos secundarios se indignaron mucho más que aquellos a quienes se había explicado qué cabía esperar o que aquellos a los que se había administrado un placebo.

Los experimentadores llegaron a la conclusión de que, cuando en una persona se da una manifestación fisiológica inexplicable, dicha persona experimenta una reacción mayor ante el ambiente que la rodea.

Cuando cuenta con la explicación correcta de la manifestación que ha de producirse, es improbable que el individuo responda con igual energía a los estímulos externos. Una persona se sentirá más «centrada».

La persona que se encuentra en posesión de unos datos falsos con respecto a una determinada manifestación responde de manera aproximadamente igual a la persona que carece de información, dado que lo que espera son otros síntomas diferentes.

Finalmente, a iguales estímulos externos, una persona reaccionará tanto más ante ellos cuanto más se haya manifestado desde un punto de vista fisiológico.

A partir de este experimento se observa que los factores fisiológicos tienen importancia para determinar hasta qué punto es susceptible una persona al ambiente que la rodea (abarcando en éste las presiones sociales), aunque el experimento no intenta explicar por qué determinadas personas descargan espontáneamente adrenalina en ciertas situaciones y otras no.

Nos quedamos frente a la misma pregunta: ¿Qué hace que ciertos individuos sean más sensibles que otros a determinadas funciones y objetivos sociales?.

El experimento final que se analiza a continuación se ocupa de esta pregunta.

5-LA OBEDIENCIA A LA AUTORIDAD:

El quinto experimento es el notable trabajo realizado por Stanley Milgram en torno a la obediencia a la autoridad.

Una parte del mismo fue llevado a cabo en la Universidad de Yale y otra en un almacén de Bridgeport, Conn.

Posteriormente hubo que repetir el experimento en cincuenta lugares distintos debido a que nadie quería creerlo.

Este experimento se ocupa de la situación específicamente conflictiva entre las instrucciones dadas por un experimentador y la conciencia de un sujeto.

Al igual que todos los experimentos discutidos hasta aquí, trata de saber hasta qué punto un individuo está dispuesto u obligado por algún aspecto de su constitución interna a someterse a una definición arbitraria y ajena a lo que él es realmente.

El experimento fue realizado a la manera de una prueba de aprendizaje. Dos sujetos entraban juntos en el laboratorio.

En realidad, uno de ellos era actor. Se les decía que iban a tomar parte en un test de memoria de acuerdo con el cual uno de ellos haría las veces de maestro y el otro de alumno.

La situación estaba preparada de manera que el actor hiciera siempre el papel de alumno, mientras que el sujeto real se convertía en maestro.

El experimentador a continuación les explicaba el procedimiento.

El maestro leería pares de palabras y el alumno debía memorizarlas.

Después el maestro repetía la primera palabra del par y presentaba diferentes alternativas para la segunda.

Cuando el alumno no contestaba correctamente, el maestro le propinaba una sacudida eléctrica. La suma de equivocaciones hacía que aumentase el voltaje de la sacudida.

Aunque los niveles superiores de la sacudida eran dolorosos, el experimentador explicó con todo tipo de detalles que no producían lesión permanente en los tejidos.

El propósito aparente del experimento era determinar el efecto del castigo sobre la memoria y la asimilación.

Se puso en marcha el experimento.

En los niveles inferior y bajo el actor profirió manifestaciones de dolor y pidió que se le dispensase del resto del experimento.

En muchas pruebas, el actor dijo que tenía miedo de participar porque estaba algo delicado del corazón; en los niveles medios de la sacudida se quejó de que el corazón comenzaba a molestarlo.

En los niveles superiores de la sacudida el actor profirió quejidos de dolor y, finalmente, en los máximos niveles, enmudeció.

Como el actor no se encontraba en sitio visible sino en la sala contigua, hubo muchos sujetos que pensaron que había muerto.

La mayoría de «maestros» protestaron y discutieron con el experimentador sobre el hecho de inferir dolor a otra persona, aunque la mayor parte también siguió dispensando sacudidas eléctricas cuando el experimentador se negó a variar su postura alegando que «el experimento debe proseguir» y «el experimento exige que ustedes prosigan».

Hubo un 65 % de los maestros que siguieron administrando un nivel máximo de sacudida a pesar de las protestas de dolor del actor-víctima. Ni siquiera el hecho de considerar que la víctima podía padecer complicaciones cardíacas modificó la firme obediencia de los maestros.

A lo largo de variaciones del mismo experimento, Milgram comprobó que, cuanto más cerca se encontraba la víctima del maestro en el sentido físico, mayor era el número de maestros que desobedecían.

Cuando la administración de la sacudida exigía tomar la mano del alumno para ponerla en contacto con la plancha emisora de las sacudidas, sólo obedecía un 30 % de los maestros (lo cual seguía representando una cifra sorprendente).

Aparte de esto, la mayoría de maestros «hacían trampas» cuando podían; por ejemplo cuando el experimentador salía de la sala, momento que aprovechaban para administrar una sacudida mínima al actor.

Este hecho parecía indicar que los maestros participantes de estas pruebas no eran realmente crueles sino simplemente obedientes. Además, en una de las variaciones en que el experimentador era objeto de las sacudidas, no hubo ni un solo sujeto que insistiese en seguir adelante después de las protestas y requerimientos por parte del experimentador conminando a dar por terminado el experimento, a pesar de que al iniciarse el mismo se había, acordado que se seguiría hasta el final.

Está claro que aquello a lo cual se prestaba obediencia era a la figura de la autoridad más que a un tipo de exigencia de carácter científico.

Las implicaciones del trabajo de Milgram son sobrecogedoras. Pocos son los seres capaces de defender algo que reconocen como ético incluso cuando se ven desafiados por una autoridad auto-elegida y sin dotes de mando.

Pocos son los que sopesan las palabras de otra persona que consideran de su mismo nivel con la misma escala de valores con que sopesan las de aquella a quien tienen por «superior».

La mayoría de seres humanos ignoran los dictados de su propia conciencia cuando se ven acuciados por la opinión de alguien que está «por encima» de ellos y que se ha formado una determinada idea con respecto a su reacción o a su conducta.

Milgram observa que la mayor parte de sujetos obedientes se caracterizan por la tensión a que se encuentran sometidos, manifestada a través del rubor, el sudor, el aumento de las palpitaciones y demás signos propios de la alteración fisiológica.

Los más resueltos a no administrar las sacudidas eran los que se mostraban más tranquilos.

Estos individuos eran gente «centrada», al igual que aquellos que recibieron explicaciones exactas con respecto a los efectos secundarios de la epinefrina en el trabajo de Schachter.

Experimentaban escasa tensión y sus cuerpos reflejaban su equilibrio emotivo. ¿Por qué aparecían tan centrados estos individuos cuando eran tantos los que revelaban el agobiante conflicto en que se hallaban sumidos?.

Milgram atribuye la obediencia a la estructura jerárquica existente en la sangre de la raza humana, a la tendencia a pasar la responsabilidad de un determinado acto por parte de la persona que lo lleva a efecto, al miembro más alto de una jerarquía involucrada en el mismo, así como a las influencias sociales que fomentan en uno la tendencia a amoldarse a las circunstancias.

No explica por qué un 35 % de los sujetos se mostraron capaces de superar todos estos factores y de pronunciar un no.

Pocos hubieran predicho los resultados de este experimento. Y menos todavía hubieran predicho que ellos militarían en las filas de la mayoría obediente, pese a que dicho experimento se ha repetido en muchas ocasiones y siempre con los mismos resultados.

Todos hemos de sopesar estos resultados y observar en qué situaciones eludimos la responsabilidad personal en los actos que realizamos.

Muchos de los obedientes de Milgram, como muchos de los criminales nazis de guerra juzgados en Nuremberg o de los que tomaron parte en la matanza de My Lai, afirmaron que eran inocentes, alegando: «No hice sino que cumplir órdenes».

La respuesta a la pregunta: ¿dónde se situaría al entrar en conflicto la autoridad y la conciencia? se revela trágica y pasa inadvertida en nuestra conducta normal y cotidiana.

Fuente Consultada: Psicología General Davini – Gellon de Salluizzi – Rossi

La Conducta Humana Conceptos Básicos y Experimentos Psicologicos (historiaybiografias.com)

7/03/2021