Río Bogotá: un guerrero ancestral que espera su renacer

Por Jhon Barros

 

Recientemente, el Ministerio de Ambiente designó al área de la cascada del Salto del Tequendama como patrimonio natural de Colombia, un terreno gobernado por bosques de selva andina con alta presencia de especies como oso perezoso, armadillo, murciélago frutero, zorro, ardilla, borugo, conejo de monte y soches.

La Casa Museo Salto del Tequendama es visitada los fines de semana por 400 turistas. Foto: Javier Tobar.

Huellas ancestrales

El río Bogotá sigue su curso por la cuenca baja con altos grados de contaminación, lo que evita que los pobladores utilicen sus aguas o interactúen con él. Sin embargo, en su tramo final sobreviven huellas de la época Precolombina, de la Conquista y la Colonia.

Este territorio fue habitado por los panches, indígenas guerreros que intercambiaban oro por sal con los muiscas. Entre las montañas, esta etnia abrió senderos que luego fueron empedrados por los españoles en la Conquista y recorridos por personajes como Gonzalo Jiménez de Quesada, Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander y el sabio botánico José Celestino Mutis.

Los caminos reales abundan por la cuenca baja del río Bogotá. Estas trochas fueron abiertas por los panches y luego empedradas por los españoles. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Aunque muchas de estas trochas desaparecieron con la llegada de las carreteras y desarrollos urbanos, algunas lograron sobrevivir y son protegidas y utilizadas para el ecoturismo. Ahora les llaman caminos reales, y están presentes en toda la cuenca; hay mínimo tres en cada municipio.

En Tocaima, por ejemplo, aún luce intacto un sendero que utilizó Simón Bolívar para reunirse con Francisco de Paula Santander. “Fue a finales de 1826. Por este camino real, construido por los panches, llegó Bolívar luego de liberar a los países del sur. Acá lo esperaba Santander para evitar un rompimiento total. En Tocaima firmaron un acuerdo histórico”, dice Miguel Ángel Rico, un historiador empírico.

El Puente de los Suspiros servía para ingresar a los enfermos con lepra en el lazareto de Agua de Dios. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Además de las trochas ancestrales, la cuenca baja cuenta con construcciones que evocan el pasado del país, como el Puente de los Suspiros de Agua de Dios, construido en 1862 sobre el río Bogotá para ingresar a los enfermos de lepra al lazareto, y el Museo Paleontológico y Arqueológico de Pubenza en Tocaima, donde hay fósiles de mastodontes de más de 15.000 años, tortugas y cocodrilos.

En uno de los caminos reales de La Mesa, aún están en pie la antigua hacienda Las Monjas, habitada en una época por el Presidente de la República Alfonso López Pumarejo, y la hacienda El Refugio, una de las mayores productoras de plátano bocadillo de exportación en la región.

Anapoima, sitio de trueque entre los muiscas y panches, cuenta con tres caminos reales, Santa Ana, río Bogotá y las Delicias, que hoy son aprovechados por sus pobladores para realizar caminatas ecológicas con la historia del pueblo.

En Tocaima hay un museo con fósiles de mastodontes de más de 15.000 años. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Hervidero de biodiversidad

La naturaleza se impone con fuerza en los territorios aledaños al río Bogotá en la cuenca baja. Lagunas místicas, bosques secos tropicales, cascadas y reservorios de fauna son tan solo unas muestras de su sobredosis biodiversa.

En las montañas de Tena está la laguna de Pedro Palo, un cuerpo de agua de 21,5 hectáreas bañado en mitos y leyendas por haber sido un sitio de pagamento para los muiscas, paso de la campaña libertadora y parte de la expedición Botánica.

La laguna de Pedro Palo en Tena es el cuerpo de agua más conservado de la cuenca baja del río Bogotá. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Ocho reservas naturales de la sociedad civil protegen a la laguna, cuyos dueños evitan que los turistas lleguen a bañarse en sus aguas o adentrarse en su espesa vegetación.

Pedro Palo cuenta con 341 especies de aves y es hogar de osos perezosos, ñeques, lapas, cusumbos, osos de anteojos, cuchas y un tigrillo carmelito. Entre sus bosques hay cedro, amarillo, encenillo, caucho, aliso, laurel, yarumo, cucharo y nogal”, dice Roberto Sáenz, propietario de la reserva Tenasucá.

Cuevas donde habitan miles de murciélagos de 19 especies, son unos de los atractivos de la reserva Mana Dulce en Agua de Dios. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

En el caluroso municipio de Agua de Dios, Constanza Mendoza lleva 17 años protegiendo el bosque seco. Mana Dulce, una reserva natural, es un relicto de este ecosistema con 90 hectáreas repletas de árboles como ceibas y palmas, cuevas con 19 especies de murciélagos, un imponente mirador y senderos abiertos por los animales que pueden ser visitados por los amantes de la naturaleza.

Tenemos identificadas cerca de 220 especies de aves, en su mayoría endémicas. Al mes vienen en promedio 300 personas, quienes salen mojadas, llenas de barro, sudadas, pero felices después de vivir esta experiencia ambiental”, dice Constanza.

El bosque seco es uno de los ecosistemas más amenazados en Colombia. En Agua de Dios, una reserva natural se dedica a protegerlo. Foto: Jhon Barros.

El Parque Natural Chicaque, una mancha verde de 312 hectáreas incrustada en los bosques andinos de San Antonio del Tequendama, cuenta con 18 kilómetros de senderos empedrados, siete tipos de bosque, tres quebradas de aguas cristalinas y 3.000 especies vegetales y 200 de aves.

“Cada árbol de Chicaque es como un jardín botánico pequeño, lleno de helechos, musgos y bromelias. Los robles habitan en el bosque de niebla, uno de los más vulnerables a desaparecer en Colombia. Este sitio está abierto al público, cuenta con zonas de camping, un hostal ecológico y nidos en árboles con alturas superiores a los 25 metros de altura”, asegura Nelly Maldonado, ingeniera forestal del parque.

Centenares de turistas, amantes de la naturaleza, visitan cada semana el Parque Natural Chicaque. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

En Cachipay, Luis Neftalí Leguízamo es el gran defensor del río Bogotá. Todos lo llaman Mac Gyver, porque de joven tenía un enorme parecido con el protagonista de la serie norteamericana.

“Desde 2009 soy veedor del río Bogotá, es decir que denuncio los impactos que atenten contra ese río que tanto amo. Llevo cuatro años como primer guardabosque del municipio, la profesión más linda del mundo. Me encargo de sembrar conciencia ambiental entre los pobladores, les digo que no boten basura ni colillas al piso y que cuiden los árboles y ríos”.

Mac Guiver es el defensor del río Bogotá en el municipio de Cachipay. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

La natureza reina

Luego de recorrer 380 kilómetros de Cundinamarca, el río Bogotá le entrega sus afectadas aguas al río Grande de la Magdalena en Girardot, un paisaje que contrasta por la contaminación hídrica y la majestuosidad de la biodiversidad.

Una tortuga chaparra saca su cabeza del agua en busca de un sitio donde pueda asolearse. En menos de un minuto ya está sobre el montículo y mira hacia el cielo. Encuentra cientos de aves sobrevolando a la espera de cazar algún pez.

El encuentro del Bogotá y el Magdalena está lleno de animales como tortugas charapas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Garzas y patos entran y salen del agua con nicuros en los picos. En las orillas, otras charapas asolean sus caparazones. Una babilla está al acecho, pero prefiere darse un chapuzón. Los pescadores sacan sus anzuelos para atrapar bagres, bocachicos o mojarras.

Así es la unión de estos dos guerreros afectados por el hombre, una sobredosis de naturaleza entre los colores negros y carmelitos de ambos ríos. El Bogotá termina con un grado de contaminación tipo 7, es decir malo.

Las aves son las dueñas absolutas en la desembocadura del río Bogotá. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Ninguno de los lancheros de Girardot toma el riesgo de meter embarcaciones por el río Bogotá. Aseguran que navegarlo es imposible por la carga de sedimentos y residuos.

Cuando las PTAR Salitre y Canoas traten todos los vertimientos de la cuenca media, el alma de la sabana podría llegar a su tan anhelado renacer. Sin embargo, este hito necesita del apoyo incondicional de todos los ciudadanos, quienes deben dejar de darle la espalda.

Las aguas negras del río Bogotá podrían llegar a su fin en 2028, cuando las PTAR Canoas y Salitre traten los vertimientos de la capital del país. Foto: Jhon Barros.

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4/11/2020