Son el escudo que hace que el huevo no se pegue a la sartén, que el mantel o la tapicería no se manchen, que la lluvia no traspase ropa o calzado, que la espuma de los extintores atrape el fuego. Los compuestos poli- y perfluoroalquilados (PFAS, por sus siglas en inglés) se utilizan desde hace décadas para la fabricación de infinidad de materiales y productos como el teflón, el Gore-Tex, espumas anti-incendios, prendas y zapatillas deportivas, bolsas de palomitas para el microondas o cajas para pizzas, implantes, refrigerantes, productos electrónicos y todo tipo de material de construcción.

Son un pedazo de invento. Una barrera orgánica y casi irrompible hecha de átomos de carbono en cadena, más o menos larga, amarrados a átomos de flúor que los cubren. El ser humano los sintetizó por primera vez por casualidad en los años treinta del siglo pasado y desde entonces se han aplicado a numerosos usos que han facilitado la vida, han creado una inmensa y lucrativa industria y miles de puestos de trabajo, al tiempo que iban generando un gigantesco riesgo para el medioambiente y para la salud humana. Porque son el químico más persistente conocido y no se biodegradan. Se van acumulando en el medio ambiente, en el agua, el suelo y también en el organismo, incapaz de eliminarlos salvo muy lentamente mientras le llegan desde la comida, el agua de beber, el polvo de los hogares, las superficies de los materiales fabricados con ellos. Y son altamente tóxicos.

Según la propuesta de prohibición que la ECHA (Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas) tiene actualmente en consulta pública, de seguir el ritmo actual de emisión de PFAS, en un periodo de 30 años se habrán sumado 4,5 millones de toneladas, contando solo las que provocan las fases de producción y durante su uso, no las que proceden de vertederos y otros puntos de desecho. “La monitorización de los PFAS ha demostrado su distribución ubicua en el entorno, alcanzando a organismos vivos, fuentes de agua de abastecimiento humano, cosechas, así como en zonas remotas, lo que garantiza que generaciones de hoy y futuras estarán expuestas a sus efectos de forma inevitable e irreversible”, advierte la propuesta.

Hoy la ciencia ya ha probado que a partir de ciertos niveles afectan al sistema inmunológico, llegando a provocar ineficacia de las vacunas en niños; al metabólico, al reproductor, al cardiovascular, actúan como disruptor endocrino y se han relacionado con diferentes tipos de cáncer, con especial efecto en algunos órganos cuando se ha probado en animales. Su presencia aumenta con la edad y lo hace más en hombres que en mujeres durante la etapa fértil de estas, que los eliminan por la menstruación y con la leche materna. Los más conocidos y estudiados, PFOS y PFOA, ya han sido prohibidos pero su persistencia y capacidad de transporte, unida al extendido uso que se ha hecho de ellos hacen que sigan apareciendo en todos los análisis. Junto a ellos, la ECHA calcula que hay otros 10.000 tipos de PFAS y están en todas partes, menos en el debate público.

La industria no ha parado de sintetizar versiones aprovechando que las prohibiciones hasta ahora se han hecho compuesto a compuesto y hay poca información de los efectos y los niveles de seguridad de esas nuevas versiones.

En vista de la falta de datos que mostrasen la magnitud del problema a nivel europeo, esta investigación ha reunido a medios de toda Europa para lograr el mapa más completo elaborado hasta la fecha de los puntos donde se ha detectado presencia de PFAS. No significa ni mucho menos que estén todos los que son, precisamente por la falta de estudios sistemáticos incluso allí donde la presencia de PFAS es más que probable, pero sí son todos los que están.

UNA LARGA HISTORIA DE OCULTACIÓN

El pulso con la industria ahora que Europa se plantea la prohibición promete ser duro, aunque dentro de la propuesta de prohibición vaya ganando fuerza la opción de que sea con amplias moratorias que minimicen el impacto económico. La industria lleva escatimando información sobre PFAS desde hace décadas con la complicidad de la falta de controles públicos y la escasez de estudios. España, por ejemplo, empezará a medir los niveles de PFAS en el agua del grifo el año que viene. Encuentre lo que encuentre, no está obligada a cumplir con los valores límite hasta el año siguiente, 2025. Esta es la historia de un enfrentamiento desigual en cuyos inicios tuvieron un especial protagonismo un solo hombre y su abogado, y que ha llevado a que ahora Europa estudie una propuesta de prohibición total de los PFAS y a que en EEUU las empresas químicas que los producen estén cerrando acuerdos extrajudiciales milmillonarios para evitar procesos que las obliguen a limpiar las aguas y suelos ya contaminados.

Se han encontrado PFAS en zonas remotas como el Ártico.

Esta historia empieza aparentemente muy lejos, en West Virginia (EEUU), a mediados de los años noventa del siglo pasado, en las orillas de un lago cerca del río Ohio donde Earl Tennant, granjero, ve agonizar a una de sus vacas. Una más.

Ya van 100 terneros y 50 vacas. En dos años, su cabaña se ha quedado reducida a la mitad.

Tras ser sintetizado por accidente, aquel elemento inerte, que no reaccionaba a nada, no se fundía ni descomponía, fue el único compuesto capaz de contener y aislar los productos corrosivos necesarios en los procesos de enriquecimiento del plutonio y el elemento ideal para los depósitos de combustible de los aviones.

Siete años después, el panel científico concluyó que existía un vínculo probable entre el PFOA y seis enfermedades humanas: malformaciones de nacimiento, cáncer de riñón, enfermedad de la tiroides, colitis ulcerosa, hipertensión inducida durante el embarazo. DuPont siguió litigando.

Más de 25 años después de que Earl empezase su lucha, en 2023, la ECHA tiene desde marzo en consulta pública una propuesta impulsada por cinco países -Dinamarca, Alemania, Países Bajos, Noruega y Suecia- para prohibir los PFAS. “La principal preocupación (…) es su altísimo nivel de persistencia, que va más allá del criterio definido como muy persistente en la normativa comunitaria. PFAS y sus derivados pueden permanecer en el medio ambiente más que ningún otro compuesto químico conocido sintetizado por el ser humano. La preocupación se incrementa porque los PFAS son bioacumulativos, tienen una alta movilidad y capacidad de transporte (…) y tienen efectos tóxicos en la salud humana”, según el texto de la propuesta de la ECHA para su prohibición.

Todos los estudios amplios de biomonitorización en personas, incluido el único que se ha hecho en España a nivel nacional y con franjas de edad de los 18 a los 65 años, han arrojado cerca de un 100% o un 100% de muestras con alguna variedad de PFAS. Usted que lee este trabajo, es muy probable que tenga PFAS. También otros químicos y metales que ha asimilado con la comida, el agua, por el aire… no necesariamente en unos niveles que vayan a provocar un efecto adverso. La pregunta siempre es cuánto. La respuesta la mayoría de veces no existe. Porque los controles son mínimos y los estudios, escasos, segmentados, regionales.

Los PFAS se liberan al agua, al aire, al medio ambiente en general, tanto a través de los vertidos de los fabricantes, como mientras se usan en los hogares productos que los contienen. “Si estas sustancias y los resultantes de su degradación siguen liberándose en el medio ambiente, la concentración se incrementará porque en PFAS no se produce la mineralización de otros compuestos químicos en condiciones naturales. (…) Una vez liberados en el medioambiente, la eliminación de los PFAS del agua superficial, el agua subterránea, el suelo, los sedimentos y la biota es extremadamente complicada desde un punto de vista técnico y muy costosa desde el punto de vista económico, si es que acaso es posible”, continúa la propuesta.

EN BUSCA DEL MAPA ESPAÑOL Y EUROPEO DE LOS PFAS

Julián Campo, investigador doctor senior del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE, CSIC-UV-GVA) ha participado en varios estudios sobre la presencia de PFAS en aguas superficiales y sedimentos en la última década. En uno de ellos se tomaron, en octubre de 2010, 40 muestras para analizar 21 sustancias PFAS diferentes en agua, sedimentos y biota del río Llobregat y sus afluentes. En todas había PFAS, más cuanto más cerca de fábricas de curtidos de piel o textiles, o de industrias alimentarias, más concentrados también en la salida de las ciudades. Los más habituales: PFOS y PFOA. En otro estudio entre 2010 y 2011, se analizaron aguas de entrada, salida y lodos de 16 plantas de tratamiento de aguas residuales localizadas en los ríos Ebro (6), Guadalquivir (5), Júcar (2) y Llobregat (3). Todas las muestras excepto una tenían PFAS. «Las plantas de tratamiento de aguas residuales parecen no ser efectivas en la eliminación de PFAS y, de acuerdo a los datos de monitorización de estudios de todo el mundo, las aguas residuales urbanas son una de las principales fuentes de emisión de estos compuestos al medio acuático, alcanzando potencialmente a las aguas tratadas para consumo humano», señalan las conclusiones del estudio.

Otro estudio muy amplio realizado para medir la presencia de PFAS en el agua y los peces de los ríos Duero, Tajo, Ebro y en las cuencas de Cantabria Oriental y Cataluña realizado con tomas sistemáticas cuatrimestrales desde 2013 a 2020, arrojó niveles de PFAS en el agua por encima del Estándar de Calidad Ambiental europeo en el 51% de las muestras y las mayores concentraciones en los peces en las aguas de los ríos tras su paso por grandes ciudades como Madrid y Barcelona. Una de sus conclusiones, gracias al largo periodo analizado, fue que cuando hay sequía, los PFAS se concentran en el agua.

En España, esta investigación ha recopilado todos los datos de las muestras provenientes de seis estudios científicos, publicados entre los años 2016 y 2023. Esto ha sido posible gracias a que sus investigadores han compartido la ubicación y las mediciones realizadas en cada punto de muestreo. Asimismo, se han recopilado las mediciones positivas de PFAS realizadas en 2020 y 2021 por las confederaciones hidrográficas en aguas superficiales, sedimentos y biota. En total, se han identificado 400 puntos en toda España con presencia positiva de PFAS.