La censura se siente c o m o una humillación, como una falta de respeto a la población adulta, que se encuentra infantilizada, considerada menor de edad. Es un abuso de autoridad, inaceptable en una sociedad civilizada, ya que atenta contra el derecho a la libertad de expresión y, por lo tanto, es un obstáculo para la convivencia pacífica. En general, suele ser utilizada por una fracción de la población para dominar a la totalidad imponiendo una determinada ideología. El ejercicio prolongado de la censura provoca la autocensura, la castración intelectual y destruye potenciales vocaciones, al mismo tiempo que priva a los ciudadanos de los elementos necesarios para su formación cultural. Dando por supuesto que la censura no es un fenómeno peculiarmente español sino que ha existido en todas las épocas y, en mayor o menor grado, en todos los países como mecanismo de defensa de la clase dirigente para permanecer en el Poder, aquí nos limitare­mos a comentar los estragos que ha ocasionado durante los últimos cuarenta años en la cultura española. Nuestro país tiene, desgraciadamente, una larga tradición censorial que remonta a la época de los Reyes Católicos1 y que se ha mantenido, con breves paréntesis, hasta nuestros días. La Iglesia y el Estado, formando un solo cuerpo, han intentado a lo largo de más de cuatrocientos años uniformizar política, religiosa y culturalmente al país por la violencia y el terror. Pero han fracasado, y una corriente liberal —en su sentido más noble, de respeto del pluralismo ideológico— que empezó a organizarse el siglo pasado y en la que se entronca la Institución Libre de Enseñanza y la breve experiencia de la II República, va ganando adeptos y neutralizando la agresividad y la intransigencia que ha caracterizado a buena parte de nuestros conciudadanos. La censura no se puede considerar aisladamente, sino integrada en un sistema represivo que, en el caso de la España franquista, tenía como finalidad la aniquilación total de toda la obra cultural creada durante la II República, y velar por la pureza ideológica del nuevo Estado totalitario. Con la Ley de Prensa de 1938 —que » con carácter provisional» ha estado vigente hasta 1966— quedaba bajo control gubernativo todo tipo de publicaciones, así como cualquier otra manifestación cultural (conferencias, películas, obras de teatro, etc.); y una larga serie de escritores —catalogados como antifranquistas o simplemente indiferentes al » Movimiento Nacional»— no podían mencionarse en los órganos informativos . La censura se ejercía desde la Delegación Nacional de Propaganda » q u e intervendría en los planes editoriales que todos los editores deben enviar, cuidando, fundamentalmente, de tres aspectos: ortodoxia, moral y rigor político”. En este control oficial colaboraba activamente la jerarquía eclesiástica que, además, se ocupaba de la ortodoxia en la enseñanza a todos los niveles.

Durante ese largo período de posguerra se exigía la presentación a censura de todo lo que se pensara publicar o representar y, por lo que se refiere a la Prensa, se daban, además, consignas para silenciar o exaltar ciertos acontecimientos y se enviaban a los diferentes órganos informativos textos oficiales » de inserción obligatoria». La actuación censora no se ejercía con un criterio claro y coherente sino de una manera arbitraria, sin normas jurídicas,
y en función de la personalidad del autor, de la editorial, del periódico o… del estado de ánimo del funcionario censor. En 1966, con la promulgación de la Ley de Prensa e Imprenta, desapareció la censura previa y se mantuvo la consulta voluntaria y, para los libros, el depósito legal. Pero la nueva ley —llamada «ley Fraga»— disponía de un famoso artículo segundo, en el que se especificaban las limitaciones de la proclamada libertad de expresión, que se prestaba a todo tipo de interpretaciones por parte de las autoridades; por ello, muchos escritores y periodis­tas sometían sus obras a la consulta » voluntaria » para evitar secuestros, multas y procesos.
Con relación a la situación anterior esta ley supuso un progreso pero seguía manteniendo la ambigüedad y la arbitrariedad, dejando al criterio de las autoridades la interpretación del citado artículo 2. Resultado: un sinfín de secuestros, suspensiones y multas, como veremos más abajo. Por si faltaba algo, en agosto de 1975 se promulgó el decreto-ley de represión del terrorismo, que prevé sanciones para los que, a juicio de las autoridades,  justifiquen o
minimicen las acciones terroristas. Esta ley trajo consigo, entre otras cosas, un recrudeci­miento de las medidas represivas, pero unos meses después fallecía Franco y con la instauración de la Monarquía empezaba un período de transición de la democracia en el que poco a poco se va normalizando la situación. Es incalculable el daño causado por la actuación de la censura en el desarrollo cultural de España durante estos últimos cuarenta años. Sería interminable la lista de películas, obras de teatro, obras literarias y otras manifestaciones culturales prohibidas durante dicho período.

Es increíble que en pleno siglo 21 todavía exista la censura. No solo con las partes íntimas de las personas, sino con sus rostros.

Tampoco se libran los dibujos animados. Un ejemplo lo tenemos en Maic e Iris. Nunca se les ve los genitales porque nunca se los añadieron. La censura llega hasta el léxico. Siempre se evita, palabras como culo, el verbo follar o tetas.

 

Nota; La mayor parte de este texto ha sido recogido de este enlace. (Queda más información sobre el tema)

https://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/aepe/pdf/boletin_17_10_77/boletin_17_10_77_03.pdf

25/09/2021