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Algunas de las principales creencias de la Medicina son erróneas; es más, pueden considerarse auténticas falacias. No se sostiene por ejemplo la convicción de que las grasas son malas para la salud y su consumo lleva a un mayor riesgo de obesidad, patologías cardiovasculares, osteoporosis o cáncer. De hecho todo indica que tener altos los niveles de colesterol y triglicéridos reduce el riesgo de padecer problemas neurológicos -especialmente parkinson- y aumenta la longevidad; en cambio las estatinas pueden provocar problemas cerebrales e incrementar los riesgos de sufrir patologías cardiacas, diabetes y muerte prematura. Lo que en cambio sí es preocupante es la ingesta excesiva de azúcares y carbohidratos refinados, los lácteos, el gluten, los metales pesados y el sedentarismo. Es pues hora de que los profesionales de la salud lo tengan en cuenta.

Los médicos llevamos décadas recibiendo información contradictoria apoyada en estudios que chocan con lo que se dice en otros trabajos no menos creíbles. La diferencia es que algunos de esos mensajes se imponen porque los apoyan los organismos sanitarios internacionales y los gobiernos por razones que no tienen nada que ver con la ciencia sino con la posición de dominio que en ellos posee la gran industria farmacéutica. Algo especialmente grave en el ámbito de la nutrición, disciplina sobre la que la mayoría de mis colegas médicos apenas saben nada porque no se enseña en las facultades de Medicina a pesar de su trascendental importancia para la salud.

Es el caso -entre otros muchos falsos dogmas- de lo que se postula para proteger la salud cardiovascular. De hecho el mensaje que la mayoría hemos recibido -y por eso muchos lo transmiten acríticamente- es que lo mejor es seguir una dieta rica en carbohidratos y baja en grasa. Y es falso. Los azúcares y carbohidratos refinados, además de producir hiperinsulinismo y síndrome metabólico, acidifican el organismo y pueden ser causa de numerosas intolerancias y alergias y la grasa no es que sea mala sino absolutamente necesaria; especialmente la vegetal de primera presión en frío pero también la procedente del marisco, el pescado y la carne (no así las grasas hidrogenadas y las «trans»). Y si lo duda sepa que en 2010 se publicó en American Journal of Clinical Nutrition un metaanálisis según el cual, tras seguirse a más de 340.000 personas entre 5 y 23 años, la principal conclusión fue que «la ingesta de grasas saturadas no se asocia con un mayor riesgo de cardiopatía coronaria, apoplejía o enfermedad cardiovascular».

Publicando luego otro grupo de investigadores en la misma revista un nuevo artículo en el que se afirmaba: «Hasta el momento no se han encontrado vínculos claros entre la ingesta de grasas saturadas y patologías como la obesidad, la enfermedad cardiovascular, la incidencia de cáncer y la osteoporosis». Añadiendo que a su juicio la ciencia debería centrarse en las interacciones biológicas entre la resistencia a la insulina -reflejada en la obesidad y la inactividad física- y en la cantidad y calidad de los carbohidratos que se consumen».

Estudios que explican otros anteriores de significativas conclusiones. De hecho en 2006 se publicó en American Journal of Epidemiology un trabajo en el que se concluyó que «los niveles elevados de colesterol total en suero se asocian con una disminución significativa de riesgo de desarrollar parkinson habiendo evidencia de una relación dosis-efecto». Un año después -en 2007- se publicaría en Neurology un nuevo trabajo según el cual tras seguirse durante 4 años a unas 8.000 personas de más de 65 años con función cerebral normal se comprobó que 280 desarrollaron alzheimer y que el número de casos era menor entre quienes consumían a diario pescado e ingerían aceites saludables como los de oliva, lino y nuez. Pero es que incluso los consumidores habituales de mantequilla no presentaban mayor riesgo a pesar de tratarse de una grasa saturada. Al año siguiente otro trabajo, esa vez publicado en Movement Disorders, concluía que el riesgo de parkinson es un 350% mayor entre quienes tienen niveles muy bajos del llamado colesterol «malo» o LDL. Y un equipo de investigadores holandeses publicó recientemente en The Lancet, tras seguir durante diez años a 724 ancianos con una edad media de 89 años, que cada incremento de 39 puntos en el colesterol total se asocia a una disminución de un 15% del riesgo de mortalidad por cáncer e infección.

LA CRUEL IRONÍA DE LAS ESTATINAS

Todo lo cual indica que el consumo de estatinas para bajar los niveles de colesterol no se justifica. Es más, investigaciones recientes apuntan que afectan negativamente a la función cerebral e incrementan el riesgo de padecer una enfermedad cardiaca. Y es que su consumo puede provocar una disminución de los niveles de la coenzima Q10 y ello dar lugar a daño hepático y muscular… y no está de más recordar que el corazón es un músculo. Es más, en febrero de 2012 la FDA emitió un comunicado reconociendo que las estatinas pueden tener efectos secundarios cognitivos, entre ellos pérdida de memoria y confusión. Además, se sabe que las mujeres que ingieren estatinas tienen un riesgo de desarrollar diabetes un 49% mayor.

Por si lo dicho fuera poco en 2010 un artículo publicado en American Journal of Cardiology aseguraba ya directamente que ¡las estatinas aumentan el riesgo de muerte! Lo que corroboraría un trabajo aparecido en 2012 en Archives of Internal Medicine con más de 300 adultos que padecían insuficiencia cardiaca al constatarse que entre quienes tomaban estatinas y tenían niveles bajos de LDL la tasa de mortalidad era más alta y, por el contrario, los que presentaban niveles más altos de colesterol tenían menos probabilidades de sufrir una muerte prematura.

Agregaremos finalmente respecto a este apartado que entre los estudios de mayor prestigio de investigación sobre patologías cardiovasculares se encuentra El estudio del corazón de Framinghan. Hablamos de una pequeña población estadounidense en la que en 1948 se reclutó a 5.209 personas de ambos sexos de entre 30 y 62 años a los que se ha estudiado hasta la tercera generación y según uno de sus investigadores, el Dr. George Mann, «el estudio ha demostrado que la hipótesis de que una ingesta alta de grasa y colesterol causa enfermedad cardiaca es errónea». Añadiendo: «A pesar de lo cual por diversas razones complejas -como cuestiones de orgullo, ganancias económicas y prejuicios- los científicos, los recaudadores de fondos, la industria alimentaria y hasta los organismos gubernamentales siguen explotándolas. El público sigue siendo víctima del mayor fraude sanitario del siglo».

UN PELIGROSO ENEMIGO: EL GLUTEN

Otro de los principales enemigos de la salud en la actualidad es el gluten -conjunto de dos proteínas: la gliadina y la glutenina- presente en la harina de los cereales de secano. Fundamentalmente en el trigo pero también en la cebada, el centeno, la avena y cualquiera de sus variedades e híbridos como la espelta y el kamut. De hecho representa el 80% de las proteínas del trigo moderno que contiene hasta 40 veces más gluten del que se cultivaba hace apenas un siglo. Y es que si bien el gluten confiere a los alimentos características organolépticas agradables puede pegarse a la mucosa intestinal -provocando celiaquía- y a las neuronas -produciendo inflamación y daño cerebral-. De hecho se sabe que puede ser causa de múltiples patologías neurológicas como explica el alergólogo y gastroenterólogo infantil Rodney Ford: «El problema fundamental del gluten es su interferencia con las redes neuronales. Se le vincula con daño neurológico tanto en pacientes con celiaquía como en pacientes que no muestran señales de padecer la enfermedad».

El neurólogo estadounidense David Perlmutter recuerda por su parte que el núcleo de casi cualquier trastorno o enfermedad es la inflamación pudiendo ésta dar lugar desde padecimientos cotidianos crónicos como la cefalea hasta problemas graves como la depresión y el alzheimer. Es más, según la doctora Natasha Campbell el gluten podría estar detrás de otros trastornos cerebrales como la epilepsia, el autismo, la esquizofrenia y el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).

Solo que sus conclusiones no son novedosas pues ya en 1996 el Dr. Hallamshire afirmó en un artículo publicado en The Lancet lo siguiente: «Nuestros datos sugieren que la intolerancia al gluten es común en las enfermedades neurológicas de origen desconocido, algo sin duda de relevancia etiológica».

A lo anterior cabe añadir que cuando hay alteración de la permeabilidad intestinal los péptidos del gluten se transforman en gluteomorfmas que pueden llegar hasta el cerebro atravesando la barrera hematoencefálica y conectarse con los receptores opiáceos cerebrales desencadenando un importante efecto adictivo. Dicho de otro modo: el gluten actúa como una droga opiácea y de ahí la dificultad para desengancharse y dejar los productos fabricados con cereales. Por eso a quienes se ponen a dieta dejando los carbohidratos refinados les resulta tan difícil y les atrae tanto el pan: ¡buscar superar el «mono»!

Y algo similar ocurre con la caseína de la leche que se transforma en caseomorfmas con efecto similar sobre el cerebro.

GLUCOSA Y CEREBRO

Que la glucosa es la principal fuente de energía del cerebro no se discute pero que su exceso es perjudicial tampoco; a nivel bioquímico disminuye el nivel del pH -acidifica-, genera radicales libres -oxida- y favorece la inflamación tisular, nexo común de todas las patologías degenerativas incluidas las cerebrales.

Se sabe asimismo que la glucosa reacciona con las proteínas caramelizándolas, proceso conocido como «glicación de las proteínas»; destacando las betaamiloides, consideradas responsables del daño neuronal en el alzheimer y otras patologías. De hecho son ya muchos los estudios que confirman la relación entre el exceso de glucosa y el daño cerebral destacando uno realizado en Australia con 249 personas de entre 60 y 64 años a los que se siguió durante 4 años constatándose que quienes tienen niveles elevados de glucosa y/o resistencia a la insulina presentan entre un 6 y un 10% de reducción de masa cerebral; algo que se comprobó con resonancias magnéticas nucleares.

Cabe igualmente destacar otro estudio realizado en Japón, publicado en 2011 y efectuado con 1.000 personas de más de 60 años que descubrió que los diabéticos tienen dos veces más probabilidades de desarrollar alzheimer en los 15 años posteriores a iniciarse la patología.

Agregaremos que los pacientes con Hemoglobina glicada (proteína caramelizada) elevada duplican a lo largo de 6 años el daño cerebral en comparación con los que presentan valores de entre 4,4 y 5,2; por tanto el análisis de Hemoglobina glicada puede considerarse no sólo un marcador de control diabético sino también un marcador de riesgo cerebral.

Lo cual da la razón a Abrahan Hoffer -uno de los pioneros de la Medicina Ortomolecular- cuando afirmaba: «El azúcar blanco no es apto para el consumo humano; envenena el organismo y se infiltra en el corazón y la mente de las personas. Debería ser pues obligatorio que los paquetes de azúcar llevaran una etiqueta con la frase El consumo de este producto puede ser muy perjudicial para la salud’».

METALES PESADOS Y CEREBRO

Las enfermedades neurodegenerativas -incluidas las infantiles- pueden estar también provocadas -o agravadas- por la contaminación de metales pesados; son numerosos los estudios que así lo indican. De hecho en noviembre de 2006 la prestigiosa revista The Lancet llegaba a afirmar: «La evidencia combinada sugiere que los trastornos del desarrollo neurológico causados por productos químicos industriales han creado una pandemia silenciosa en la sociedad moderna». Y en 2011 podía leerse en el número de abril de la revista norteamericana Discover lo siguiente: «Mercurio, sulfatos, ozono, carbono negro, polvo del desierto con el virus de la gripe… A pesar de que América presiona sobre las normas de emisión las economías asiáticas de rápido crecimiento están llenando el aire de componentes peligrosos que dan la vuelta al mundo. Se estima que Asia emite al año 1.400 toneladas de mercurio que apenas tardan cuatro días en llegar a Norteamérica».

El mercurio multiplica de hecho el riesgo de padecer alzheimer por cuatro (el aluminio por dos). Y su presencia en la grasa aumenta el nivel de fosfolipasa A2 lo que desencadena la cascada del ácido araquidónico con el consiguiente aumento de alergias y cuadros inflamatorios. Hoy las principales fuentes de mercurio son las amalgamas dentales, el pescado y el timerosal de las vacunas.

Y quien dice el mercurio, dice el plomo pues la acumulación en el organismo de este metal puede dar lugar -especialmente en las personas de más de 55 años- a problemas cognitivos significativos que afectan a la capacidad espacial, el aprendizaje y la memoria. ¿La razón? Varios estudios científicos han demostrado que daña especialmente el hipocampo y la corteza frontal que es donde se asientan esas capacidades. También está constatado que puede provocar hipertensión.

LA NEUROGÉNESIS

Pero sigamos. Hoy se sabe que la neurogénesis -la formación de nuevas neuronas- está controlada por un gen del cromosoma 11 que codifica la producción de una proteína llamada Factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF) y que tanto los pacientes con alzheimer como los de epilepsia, anorexia nerviosa, trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), depresión y esquizofrenia presentan niveles bajos de BDNF. Asimismo sabemos por los estudios de Peter Erikson publicados en 1998 en Nature Medicine que en el interior del cerebro hay toda una población de células troncales que se repone de forma continua y pueden diferenciarse en neuronas. Y que según constató en 2003 Fred Gage -lo publicó en Investigación y Ciencia– esas nuevas neuronas se forman en los ventrículos, en el hipocampo y en el bulbo olfatorio. Por eso en la actualidad se recurre al Factor de crecimiento epidérmico (EGF) y al Factor de crecimiento de fibroblastos (FGF) para estimular el proceso de reparación neuronal tras un ictus (con resultados esperanzadores). El problema es que ninguna de ambas macromoléculas es capaz de atravesar la barrera hematoencefálica. Claro que tampoco es necesario porque hoy sabemos que el gen que controla el Factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF) se activa sencillamente…

…haciendo ejercicio.

…siguiendo una dieta hipocalórica y/o cetogénica (sin carbohidratos refinados), e

…ingiriendo cúrcuma y un ácido graso esencial poliinsaturado de la serie omega-3: el ácido docosahexaenoico (DHA).

LA IMPORTANCIA DEL SEGUNDO CEREBRO

Que el intestino -también conocido como «el segundo cerebro»- tiene relación directa con la salud cerebral es igualmente sabido y se debe fundamentalmente a dos motivos:

1) En los plexos nerviosos de Auerbach y Meissner que recubren las paredes intestinales se sintetiza más del 80% de la serotonina, neurotransmisor responsable entre otras funciones del estado de ánimo y clave como factor etiológico de las depresiones.

2) Cuando se sufren alteraciones intestinales se pierde la capacidad de absorción de nutrientes cerebrales básicos como el zinc, el triptófano y las vitaminas del complejo B.

La ya citada doctora Natasha Campbell -quien acuñó la expresión Síndrome de patologías asociadas al intestino (GAPS por sus siglas en inglés)- asevera que patologías como el autismo, la dislexia, el Trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la depresión, la esquizofrenia y la epilepsia están siempre provocadas por alteraciones intestinales y, por tanto, que para solucionar todas estas patologías es fundamental tratar las alteraciones intestinales de esos enfermos.

HORMONAS Y CEREBRO

Agregaremos que según el profesor Jesús Fernández Tresguerres -catedrático y experto en Medicina Antienvejecimiento- el efecto neuroprotector de la hormona de crecimiento sugiere que su disminución con la edad u otras circunstancias puede afectar al cerebro y contribuir a su deterioro. Y que procede pues dar hormona de crecimiento para restaurar los niveles de IGF I plasmáticos y alcanzar los que presentan los adultos jóvenes a fin de evitar la disminución del número de neuronas con la edad. Ahora bien, el tratamiento con hormona del crecimiento ayuda a evitar que disminuya el número de neuronas pero no aumenta la neurogénesis por lo que parece actuar exclusivamente disminuyendo la apoptosis. Es pues capaz de ralentizar el envejecimiento bloqueando los mecanismos moleculares de inducción de estrés oxidativo y apoptosis. En cambio la melatonina sí estimula por sí misma la neurogénesis y procede pues ingerirla a partir de la madurez ya que el organismo tiene dificultad para sintetizarla al envejecer.

TRATAMIENTO DE LAS ENFERMEDADES NEURODEGENERATIVAS

Obviamente lo ideal, por todo lo expuesto, es actuar de forma preventiva para evitar la aparición de patologías crónicas y neurodegenerativas. Lamentablemente pocas personas asumen esta máxima y de ahí el alto grado de morbilidad y mortalidad actuales y su aparición a edades cada vez más tempranas. Y una vez la enfermedad se manifiesta solo hay dos opciones: tratar los síntomas con fármacos alopáticos -con lo que solo conseguiremos cronificar el problema y ver cómo se produce un deterioro lento y progresivo de nuestro organismo- o actuar sobre las causas desde un enfoque integral, biológico y natural -con lo que podremos frenar la evolución de la enfermedad e incluso, recuperar funciones ya perdidas-. En suma, toda patología neurodegenerativa puede afrontarse de una manera similar que puede resumirse en siete cuestiones básicas que son las que postulamos en la Clínica Integrare que dirijo en Murcia.

1) Seguir una dieta hipocalórica –de unas 1.500 calorías- y cetogénica. Haciendo 4 ayunos de entre 1 y 3 días al año. Hacer eso disminuye el nivel de amiloides en el cerebro, aumenta el de glutatión y se estimula la multiplicación de mitocondrias mejorando la eficiencia metabólica. Deben eliminarse todos los alimentos con gluten, la leche animal y sus derivados, los azúcares e hidratos de carbono refinados, las margarinas, las grasas hidrogenadas y  «trans» y todos los alimentos procesados industrialmente. Son en cambio especialmente recomendables los aceites vegetales de primera presión en frío -incluidos los aceites de oliva, lino, nuez y coco-, los pescados salvajes, los huevos enteros, las aves de corral, los mariscos, las frutas bajas en azúcar -no los zumos- y las verduras. Pudiéndose comer con moderación carne, legumbres, granos sin gluten, zanahorias, yogur, kéfir y crema de leche.

2) Hacer ejercicio físico aeróbico. Aumenta la síntesis natural de hormonas del crecimiento y del factor neurotrófico derivado del cerebro o BDNF.

3) Dormir adecuada y suficientemente. El insomnio crónico conlleva confusión, niebla cerebral, baja inmunidad, obesidad, enfermedades cardiovasculares, diabetes y depresión. De ahí que si es necesario convenga tomar melatonina antes de acostarse.

4) Corregir posibles alteraciones digestivas. Sometiéndose a una hidroterapia de colon, acción a la que debe seguir la ingesta de probióticos y glutamina.

5) Someterse a una quelación. Se trata de inyectar en sangre mediante goteo una sustancia llamada Acido Etilen Diamino Tetracético (EDTA) que permite mejorar el flujo sanguíneo y la oxigenación cerebral, eliminar radicales libres, deshacerse de los metales tóxicos bivalentes y de los depósitos patológicos de calcio en las arterias, reinstaurar la actividad enzimática de la pared arterial y disminuir la agregación plaquetaria, factor importante en la formación de coágulos y trombos.

6) Proporcionar factores de crecimiento. La infiltración de factores de crecimiento o PRP intrarraquídeo ha demostrado su eficacia en el estímulo regenerativo del cerebro. Y es que dada la dificultad para atravesar la barrera hematoencefálica las dos únicas vías para hacerlos llegar a las zonas donde residen las células madre -ventrículos en el hipocampo y bulbo olfatorio- es aplicarlos directamente a nivel intrarraquídeo o de forma liposomada mediante spray nasales.

7) Ingerir suplementos ortomoleculares. Siendo especialmente útiles:

El ácido graso de la serie omega-3 DHA, componente fundamental de las membranas neuronales que bloquea la síntesis de eicosanoides inflamatorios y estimula la producción de BDNF.

Resveratrol. Potente antioxidante..

Cúrcuma. Antioxidante, antiinflamatoria, antibacteriana y fungicida estimula también la producción de BDNF.

Aceite de coco. Potente antioxidante que aumenta el número de mitocondrias y estimula la neurogénesis. El 60% del aceite de coco se compone de triglicéridos de cadena media que van directamente al hígado -donde se convierten en moléculas de adenosín trifosfato (ATP)- sin necesidad de que el organismo las trasporte a través de la sangre por lo que no aumenta en ella los niveles de colesterol y triglicéridos. Es más, mejora la absorción de las vitaminas del complejo B así como las de las vitaminas A, D, E, K, el betacaroteno, la coenzima Q10, el calcio, el magnesio y varios aminoácidos.

Acido alfa lipoico. Antioxidante cerebral y activador de la detoxificación hepática.

Vitamina D. Estimula la regeneración nerviosa.

Acetil L-carnitina. Estimula el metabolismo lipídico de las mitocondrias favoreciendo la actividad energética celular.

Fosfatidii serina. Componente de las membranas neuronales.

2-Etilaminofosfato de calcio (EAP). Imprescindible para la síntesis de fosfolípidos y la integridad de la membrana celular.

Ashwagandha. Reduce los niveles de cortisol y favorece la regeneración de los axones y dendritas además de la reconstrucción de pre-y post-sinapsis en las neuronas. Y,

Vitaminas del grupo B. Favorecen la síntesis y regeneración de las membranas neuronales.

Melatonina. A la dosis adecuada para cada persona e ingerida antes de acostarse por la noche.

 

Dr. José Rodríguez Fernández

Fuente; Revista Discovery Salud. Número 180 – Marzo 2015

7/10/2022