«EL DÍA DE LA TIERRA»

Veamos ahora cómo estos poderosos grupos han controlado los principales organismos, eventos e iniciativas internacionales en relación con el medio ambiente desde los años setenta y, especialmente, a partir de los ochenta cuando el discurso ambientalista se convirtió en parte fundamental del ejercicio del poder al hacerlo suyo los principales jefes de estado y gobierno. En palabras del periodista francés Thierry Meyssan -autor de; El pretexto climático (Red Voltaire, 2010/ «a lo largo de 40 años las cuestiones vinculadas al medio ambiente han sido manipuladas con los más diversos fines políticos por Richard Nixon, Henry Kissinger, Margaret Thatcher, Jacques Chirac y Barack Obama«.

En 1969 John McConnell, militante pacifista estadounidense, propuso a la UNESCO que se celebrara un Día de la Tierra para concienciar de la necesidad de unión de todos los seres humanos para afrontar problemas globales, idea que obtuvo el apoyo del entonces Secretario General de la ONU U-Thant pero no de otros mandatarios así que la ceremonia en la que se hizo sonar en la sede de la ONU la campaña japonesa de la paz pasó sin pena ni gloria.

Al año siguiente el senador estadounidense por Wisconsin del Partido Demócrata Gaylord Nelson se apropiaría de la idea de McConnell y proclamaría el 22 de abril de 1970 como Día de la Tierra encontrando un eco en los grandes medios de comunicación que aprovecharía el presidente republicano Richard Nixon para desviar las energías del movimiento antibelicista; de hecho el senador Nelson llamó a «declarar la guerra por el medio ambiente». Tras lo cual la Administración republicana aprobó varias leyes sobre calidad del agua y del aire y creó la Agencia Federal de Protección del Medio Ambiente (US EPA por sus siglas en inglés).

LAS CUMBRES DE LA TIERRA

Pero sigamos: en 1972 se celebraría en Estocolmo (Suecia) la Primera Cumbre de la Tierra organizada por la ONU en la que participaron 113 estados y marcaría un hito en la conciencia ecológica de las naciones y, en particular, en el desarrollo del movimiento ambientalista. Pues bien, a fin de valorar adecuadamente su significado debe saberse que el Secretario General de la misma fue el canadiense Maurice Strong, personaje que había dirigido la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional -conectada, al igual que la estadounidense, con la CIA– y además ¡administrador de la Fundación Rockefeller! Siendo quien elaboró el documento central de la conferencia titulado Only One Earth. The care and maintenance of a small planet (Una sola Tierra. Cuidado y preservación de un pequeño planeta) que, en definitiva, viene a decir que los recursos del planeta son limitados y es pues imposible que el nivel de desarrollo del mundo occidental pueda extenderse al resto del mundo. Falaz interpretación que no compartirían los dos únicos jefes de estado presentes en la cumbre, Olof Palme e Indira Ghandi, para quienes el fallo está en el modelo de desarrollo occidental. Dicho de otro modo, que quienes ponen el planeta en peligro no son los pobres sino los ricos. Así que para reconducir la situación y evitar que la cumbre se les escapara de las manos los organizadores de la conferencia propusieron la creación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA)… asegurándose de que el máximo responsable del mismo fuera Maurice Strong.

Ese mismo año -1972- se publicaría otro documento clave, un estudio titulado The limits of Growth (Los límites del crecimiento) elaborado por miembros del Instituto de Tecnología de Masachussetts a instancias del Club de Roma-otro organismo financiado por la Fundación Rockefeller– que venía a poner al día las ideas de Thomas Malthus sobre el problema de la superpoblación del planeta, antecedente del famoso informe sobre seguridad nacional encargado luego por Henry Kissinger y conocido como Memorándum 200 o Informe Kissinger en el que se planteaba directamente la urgente necesidad de reducir la población aconsejando establecer programas de esterilización para el tercer mundo. Condicionando las ayudas al desarrollo para imponerlos.

LA GUERRA CLIMÁTICA

A partir de 1975 el mundo asistiría a otro cínico espectáculo conectado con las preocupaciones medioambientales. Nada más acabar la Guerra de Vietnam comenzaron a conocerse algunas de las muchas tropelías perpetradas en ella por Estados Unidos. Entre ellas el aberrante uso del conocido como «agente naranja” y otros venenos fabricados por las multinacionales Dow Chemical y Monsanto que se rociaron masivamente destruyendo selvas y arrozales y sembrando el pánico entre la población. Y yoduro de plata para provocar lluvias torrenciales y dificultar el aprovisionamiento. Acabada la guerra, el mundo estaba consternado, consideró importante renunciar al empleo de armas ambientales y climáticas pero el acuerdo fue redactado por Washington y Moscú sin consultar al resto de los gobiernos siendo posteriormente asumido por la Asamblea General de la ONU. Texto por el que Rusia y Estados Unidos se aseguraron de que a ellos no les afectara la prohibición que se imponía a los demás. La estrategia en los años siguientes sería desvincular los temas bélicos de la ecología desviando la atención hacia otras cuestiones como el calentamiento global.

La Segunda Cumbre de la Tierra celebrada en Nairobi en 1982 sería un fracaso total desplazándose la iniciativa medioambiental a compañías transnacionales financiadas por el World Resources Institute (WRI), organismo fundado por James Gus Speth, antiguo consejero de medio ambiente de Jimmy Cárter y de Jessica Mathews, administradora de la Rockefeller Foundation. ¿La idea? Impedir que los problemas medioambientales los gestionase la ONU y que de los mismos se ocuparan instituciones controladas por ellos.

Cuatro años después -en 1986- el transbordador espacial Challenger se desintegraba en pleno vuelo situando a la NASA en una difícil posición que puso en peligro su presupuesto, así que para salvarlo el director del Instituto de Climatología propondría colaborar con el movimiento ecologista y hacer a la NASA observadora de los cambios climáticos. Para lo cual se reactivaría la teoría del calentamiento global y el efecto invernadero postulada 90 años antes -en 1896– por el físico sueco Svante Arrhenius que hizo que la entonces Primera Ministra británica Margaret Tatcher y el Primer Ministro de Canadá Brian Mulroney convencieran a las demás grandes potencias de la necesidad de financiar un Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) tras unas sonadas y dramáticas intervenciones ante la Royal Society y la Asamblea General de la ONU. Tatcher anunciaría que su gobierno modernizaría la industria y apoyaría iniciativas para el estudio del clima con la ambición de liderar una nueva revolución industrial, algo que sin embargo se frustraría por la oposición de sus colegas del Partido Conservador que finalmente la obligaron a dimitir.

CAPITALISMO VERDE

La Tercera Cumbre de la Tierra se celebraría en 1992 en Río de Janeiro y estuvo de nuevo controlada por la Fundación Rockefeller y sus socios asumiendo nuevamente la Secretaría General de la conferencia Maurice Strong -que por entonces se había convertido en presidente de la Federación Mundial de Asociaciones de las Naciones Unidas– cuya mano derecha era Jim MacNeill, miembro de la Comisión Triláteral fundada por David Rockefeller y Zbigniew Brzezinski -politólogo estadounidense nacido en Polonia que fue Consejero de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Cárter- redactando éstos el informe preparatorio de la misma con el título Beyond Interdependence (Más allá de la interdependencia)-, de hecho el propio Strong firma el prólogo. Siendo esa vez la línea ideológica que ecologistas y empresarios deben unirse porque la ecología puede ser un negocio lucrativo.

La estrategia se desarrollaría invitando a participar en un mismo foro a las asociaciones ecologistas más representativas junto a las principales transnacionales y nombrando consejero para la preparación de la cumbre a Stephan Schmidheiny, personaje que se había hecho rico mediante una empresa de materiales de construcción que con el tiempo le llevaría ante un tribunal de Turín (Italia) acusado de provocar la muerte de 2.900 personas y dañar gravemente a otras 3.000 con el amianto de sus fábricas.

El caso es que Strong y Schmidheiny contratarían a Burson-Marsteller, empresa especializada según el periodista Thierry Meyssan en «identificar los sectores de población que pueden ser utilizados a favor de una causa, organizados en asociaciones y utilizarlas para que defiendan sin saberlo los intereses de sus clientes«. Por ejemplo, creando asociaciones de enfermos que reivindiquen el acceso a los medicamentos fabricados por quienes les financian. El discurso lanzado al mundo consistía en culpar de los males del planeta a la ignorancia y el bien de la humanidad al progreso que se logra con la ciencia, la tecnología y la industria. Una estrategia sencilla que les permitiera continuar saqueando los recursos del planeta desplazando las consecuencias medioambientales a los países pobres mientras paralelamente se desviaba la atención de las iniciativas bélicas de Estados Unidos e Israel.

Se llegaría así a la pantomima del llamado Protocolo de Kyoto -fruto de las reuniones mantenidas por diversas organizaciones a iniciativa del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático– que no fue sino un compromiso para reducir las emisiones de gases con efecto invernadero -en particular la de dióxido de carbono- que terminaría convirtiéndose en un impresentable negocio por el que los países industrializados compraron a los no industrializados el derecho a contaminar. Y, por cierto, los estatutos que regularon ese derecho fueron redactados por un entonces desconocido abogado llamado Barack Obama. Sin comentarios.

La Cuarta Cumbre de La Tierra se celebraría en 2002 en Johannesburgo (Sudáfrica) y estuvo marcada por las condiciones que George Bush (hijo) impuso a todos sus compromisos: ser apoyado en la «guerra contra el terrorismo» que acababa de declarar tras la destrucción de las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Solo que la visión francesa era muy diferente pues al presidente Jacques Chirac no le parecía prioritaria la búsqueda de Bin Laden y de ahí que dijera: «La humanidad está sufriendo: está enferma de maldesarrollo, tanto en el norte como en el sur, mientras nosotros nos mantenemos indiferentes«. Sus aparentes buenas intenciones no se recogerían sin embargo en ningún documento ni se materializarían en iniciativa alguna. Es más, los objetivos fundamentales de la cumbre siguieron siendo los mismos: mantener el avance industrializador, continuar controlando la ONU para que el derecho internacional no sea un obstáculo y controlar los movimientos sociales; en particular, al movimiento ecologista.

LOS DERECHOS DE LA MADRE TIERRA

Tal era el contexto en el que decidió crearse un nuevo «referente del ecologismo»… principalmente para evitar que surgiera otro no controlable. Y el elegido fue el ex Vicepresidente estadounidense Al Gore, flamante consejero de la Corona británica que sería incluso premiado con el Premio Nobel de la Paz de 2007 tras el estreno de «su» documental Una verdad incómoda al que seguirían varias películas de ficción catastrofistas. Puede de hecho afirmarse que tanto la Conferencia sobre el cambio climático de la ONU celebrada en diciembre de 2009 como la V Cumbre de la Tierra constituyeron el refinamiento de UNA COMPLETA FARSA internacional en la que cientos de dirigentes se reunieron unos días para llenar de actos la agenda, hacer declaraciones mitad catastróficas mitad grandilocuentes, hacer propósitos de enmienda y promesas sabedores de que nunca se cumplirán y, si acaso, firmar algún documento con el que llenar de titulares la prensa de todo el mundo. Todo ello mientras los grupos ecologistas ejercían su papel de presuntos «agitadores»… perfectamente controlados. Cumbre que, como en las anteriores, no se tomó ni una sola medida seria para afrontar los verdaderos problemas medioambientales que asolan a la humanidad. Una farsa que solo se atrevió a denunciar el entonces presidente venezolano Hugo Chávez aseverando que «el modelo de desarrollo destructivo está acabando con la vida y amenaza con acabar definitivamente con la especie humana» y tres años después el presidente boliviano Evo Morales en uno de sus discursos: «La economía verde es el nuevo colonialismo de sometimiento a nuestros pueblos (…) Es un colonialismo de la naturaleza y de los países del sur (…) Cada producto natural es traducido a dinero». Añadiendo: «Pretenden quitarnos la soberanía sobre nuestros propios recursos naturales limitando y controlando su uso y aprovechamiento. Nos quieren crear mecanismos de intromisión para elevar, monitorear, juzgar y controlar nuestras políticas nacionales. Pretenden juzgar y castigar el uso de nuestros recursos naturales con argumentos ambientalistas«. Claro que dos años antes Morales había organizado en Cochabamba una Conferencia mundial de los pueblos sobre el cambio climático y los derechos de la Madre Tierra con la intención de devolver a los pueblos autóctonos el control sobre sus tierras y exigir que las corporaciones transnacionales respondan de sus crímenes ante un tribunal internacional.

En definitiva, el movimiento ecologista está hoy mayoritariamente al servicio de los grupos de poder que controlan el mundo y los verdaderos y graves problemas del planeta y de la humanidad no solo no se han solucionado en las últimas décadas sino que se les ha ocultado a la población. El antes citado profesional de la comunicación Thierry Meyssan es claro al respecto: «Tras cuarenta años de discusiones en la ONU las cosas no han mejorado; todo lo contrario. Lo que se ha producido es un increíble acto de prestidigitación que resalta la responsabilidad individual mientras pasa por alto las responsabilidades de los estados y oculta la de las transnacionales. En las cumbres internacionales nadie trata de evaluar el costo energético de las guerras desatadas contra Afganistán e Irak, nadie se preocupa por medir la superficie habitada contaminada por las municiones de uranio enriquecido desde los Balcanes hasta Somalia pasando por el Medio Oriente. Nadie habla de las áreas agrícolas destruidas por fumigaciones en el marco de la guerra contra la droga en América Latina o Asia central; ni de las áreas esterilizadas por el uso del agente naranja, desde la jungla vietnamita hasta los palmares iraquíes. Hasta la celebración de la conferencia de Cochabamba la conciencia colectiva olvidó las evidencias existentes de que los principales ataques contra el medio ambiente no son consecuencia de comportamientos individuales ni de la industria civil sino de guerras desatadas para que las transnacionales puedan explotar los recursos naturales y de la explotación sin escrúpulos de esos mismos recursos por parte de las transnacionales que alimentan los ejércitos imperiales«.

Jesús García Blanca

Fuente; Revista Discovery Salud. Número 179-Febrero 2015

11/09/2022