Actualizado 15 Octubre 2022

 Carlos Prego @CarlosPrego

Que llevamos unas cuantas décadas alterando la biodiversidad de este nuestro planeta es algo que sabemos desde hace ya bastante tiempo. Sobre el particular han corrido ríos de tinta, se han lanzado sonoras y profusas promesas y alcanzado incluso alguna que otra victoria. Eso no quita que aún hoy sigamos sorprendiéndonos con los porcentajes que nos ayudan a visualizar cómo de grave es el zarpazo que hemos asestado a nuestro entorno. Del dicho al dato, ya se sabe, va un trecho.

Y el Informe Planeta Vivo de la WWF y la Sociedad Zoológica de Londres aporta datos de calado.

Casi un 70% menos de vertebrados silvestres. Esa es grosso modo la fotografía que deja el estudio y la idea que desde hace algunos días circula por la Red: la Tierra ha perdido el 69% de las poblaciones de vertebrados desde 1970. El porcentaje es demoledor, pero como ocurre a menudo viene acompañado de una letra pequeña sin la que difícilmente puede entenderse bien.

¿Y qué dice en este caso? Que la cosa pinta mal, básicamente. Aunque para llegar a esa conclusión los técnicos de WWF utilizan una metodología que conviene tener presente. Para su ambicioso, completo y consolidado estudio, los autores de Planeta Vivo no analizan —ni especulan siquiera— con toda la vida silvestre del planeta. Lo que hacen es centrarse en una muestra: 31.821 poblaciones de 5.230 especies de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces.

Cuando los autores aportan un porcentaje, como el del retroceso del 69% en este caso, lo hacen basándose en los datos que manejan entre 1970 y 2018 para esa amplia muestra. Amplia, amplísima, pero no global. La aclaración no le resta impacto, pero ayuda a entenderlo.

Un nuevo toque de atención (el enésimo). Eso es en definitiva lo que deja el último informe de WWF, que en la antesala de la conferencia de líderes CBD COP15 incide en que afrontamos “una emergencia planetaria” que exige medidas contundentes. “Sirve para ver tendencias. Nos indica que la biodiversidad sigue cayendo y hay poblaciones que de media disminuyen mucho más rápido que otras”, señala Enrique Segovia, de WWF España, a El País. A modo de ejemplo apunta la población de delfín rosado en Brasil analizada: si se compara con los datos de 1970, cayó un 65%.

La fotografía en detalle. El estudio no se limita a una visión general. A lo largo de sus páginas los expertos bosquejan diferencias entre regiones del planeta y alguna que otra tendencia que conviene tener presente. Quizás la más alarmante sea la disminución registrada en América Latina y el Caribe, lo que incluye la Amazonía. Allí los expertos han anotado un desplome del 94% en las poblaciones analizadas, la mayor caída de lejos, muy por encima de las anotadas en otras partes del globo.

Como señala The Guardian, en África el retroceso fue del 66%, en Asia y el Pacífico del 55% y en Norteamérica del 20%. En Europa y Asia central el pinchazo es del 18%. ¿Supone eso un dato para el optimismo? Probablemente, apunta WWF, se explique porque aquí o en EEUU las poblaciones ya estaban muy esquilmadas en los años 70 tras décadas de polución. Otra idea igual de curiosa es que la caída parece ensancharse pese a la concienciación: el informe anterior —bianual, es importante matizarlo— señalaba un retroceso del 68% y el publicado en 2018 habla de un 60%.

¿Cuáles son las causas? No hay grandes sorpresas. Al analizar lo ocurrido en la Amazonía, los responsables de WWF señalan la deriva de la deforestación y su impacto en la vida silvestre. Otros factores que explican ese retroceso del 69% serían la sobreexplotación —en los animales de agua dulce se constató un descenso especialmente preocupante—, la polución, los efectos del cambio climático o el impacto de las especies invasoras que, a menudo, introducimos en los hábitats.

“Un millón de especies de plantas y animales están en peligro de extinción, hemos perdido la mitad de los corales del mundo y cada minuto se destruyen áreas forestales del tamaño de 27 campos de fútbol”, recalca WWF, que incide: “Cada año perdemos bosques del tamaño de Portugal” y nuestro sistema para producir alimentos causa el 70% de la pérdida de biodiversidad, consume el 50% del agua dulce y genera el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero.

#COVID19 es un llamado de atención de la naturaleza. En promedio, las poblaciones de animales🐾 se han reducido en un 60% en los últimos 50 años.

La pandemia es una oportunidad única para cambiar nuestra relación con la #biodiversidad del planeta🍀: https://t.co/JZASySBu6k pic.twitter.com/xe6CBEPjha

— ONU Desarrollo (@pnud) December 29, 2020

Cuestión de retos y consecuencias. He ahí la pregunta clave. Más allá de los porcentajes, ¿qué puede suponer para nosotros la pérdida de biodiversidad? “Resulta vital para nuestra salud, bienestar y progreso económico”, advierte el colectivo. Los expertos alertan de que, entre otras consecuencias, la degradación de los ecosistemas incrementa el riesgo de pandemias y puede favorecer la aparición de plagas que acaben dañando las cosechas; eso sin contar con que los bosques son clave para estabilizar el clima. Sin ellos se calcula que las temperaturas serían un 0,5ºC más cálidas.

Para evitar esos efectos los gobiernos y empresas han adoptado compromisos de descarbonización y control de emisiones y políticas encaminadas a frenar la deforestación y recuperar y preservar las especies autóctonas. Los últimos datos de WWF muestran sin embargo la necesidad de adoptar “acciones transformadoras” que impliquen tanto a las autoridades, como la economía y hogares.

¿Y en España? A finales de 2020 Ecologistas en Acción alertaba que, lejos de frenarse, la destrucción de la biodiversidad en España “continúa acelerándose” y hablaba directamente del “fracaso” en el propósito de frenar la degradación. Más o menos por las mismas fechas trascendía un estudio que concluye que el solo el 9% de los hábitats más valiosos del país están bien conservados. Es más, un aplastante 75% se consideraba directamente en mal estado de preservación.

“Pese a los esfuerzos realizados es necesario seguir actuando para reducir las presiones sobre la biodiversidad, que se han acrecentado en el último sexenio. Los cambios en la ocupación del suelo, la sobreexplotación de especies, la proliferación de especies invasoras y la contaminación son algunas de las principales amenazas a la biodiversidad, sobre las que también incide, directa o indirectamente, el cambio climático”, señala el Ministerio para la Transición Ecológica.

No todo son malos datos. No. También los hay para el óptimos, algunos aportados por el propio Ejecutivo. Hace un año el departamento de Teresa Ribera recordaba que si en la década de los 70 se registraba apenas unas decenas de parejas de águila imperial ibérica, en 2017 había censadas ya 520. Evoluciones similares se habían logrado con el quebrantahuesos —de 22 parejas en 1982 a 133 en 2018—, el oso pardo o lince ibérico. Y el Ejecutivo no es el único en desgranar datos positivos.

Un informe elaborado por la Sociedad Zoológica de Londres y Birdlife International, entre otros organismos, muestra el efecto de las políticas de conservación y protección bien encaminadas. En el caso del lobo gris, que sufrió un severo retroceso en Europa a lo largo del siglo XX, se consiguió una recuperación asombrosa: su población creció un 1.871% desde mediados de los 60. Como muestra este gráfico de Our World in Data, no es el único que ha experimentado un alza positiva.

*Imagen de portada: David Clode (Unsplash)*

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4/02/2023