Alrededor de 500 chavales pasan los días esperando para salir de las naves del polígono del Tarajal. Cinco días después del inicio de la crisis, el Gobierno ceutí no ha encontrado espacios donde trasladar a los menores. Muchos se escapan por falta de comida, aseos y el trato recibido, mientras los furgones de Cruz Roja recorren las calles para recoger a los chicos reticentes a ir allí.
Tres niños marroquíes llegados a Ceuta durante los últimos días escapan de la nave del Tarajal donde llevan días hacinados por falta de otros espacios. — Jairo Vargas
Ceuta
Actualizado: 11/06/2021
Jairo Vargas Martín@JairoExtre
En las páginas del cuaderno de notas ya no caben más nombres de niños marroquíes ni sus cortas edades ni sus lugares de procedencia. Los espacios en blanco acaban siendo socorridos lugares donde apuntar uno más, porque acaba de caer de un salto desde los tres metros de altura de la nave donde se están apelotonando hace ya tres o cuatro días, y desde la que escapan en pequeños grupos. O porque de repente llega un coche con dos o tres a bordo, recogidos por lástima en la calle, o una ambulancia de Cruz Roja con seis o siete que andaban por un parque, o alguno que venía del hospital, herido en una agresión de autores desconocidos, con más miedo a ser devuelto a Marruecos que a quienes les han hecho esas rajas en los brazos.
Las historias de uno acaban tan pegadas a los renglones de las otras que apenas puede distinguirse quién es de dónde ni cuándo ni cómo ni por qué se lanzó al mar durante los días en los que Marruecos les dijo que podían hacerlo. Tampoco importa demasiado, porque todas son parecidas, porque todas dejan claro una vez más que el país vecino y ahora rival en la frontera sur no es tierra de futuro, pero sí de un áspero y, muchas veces, mísero presente.
Aunque ahora, Ceuta les concede un paréntesis que parece, de momento, muy poco apetecible. Tiene forma de nave, de almacén de niños que antes era almacén de mercancías para el porteo en la frontera del Tarajal. «Control de mercancías», dice la señal de uno de sus accesos, por donde ahora pasan policías y migrantes. Desde el martes está funcionando como centro de recepción; primero de todo el mundo, después de niños y mujeres y ahora solo de menores, aunque algún adulto también anda por allí y la Policía de Extranjería se afana en descubrirlo para proceder a devolverlo en cuanto sea posible.
A los barrotes metálicos del portón de entrada se acercan Oussama y sus dos amigos. Aún no es mediodía. La noche del jueves cargaban unas cajas de cartón que serían sus catres, bajo las moreras de los Jardines de la Argentina de Ceuta, donde ya no se veía a ningún joven marroquí. Habían empezado las redadas policiales para expulsar a Marruecos a los adultos. Allí se los podía encontrar la mañana del viernes, sin levantar más de metro veinte, cansados ya de tantos días de calle.
Oussama y sus tres amigos entran al polígono del Tarajal donde se agrupan los menores marroquíes entrados durante la crisis con Marruecos, este viernes, en Ceuta. — Jairo Vargas
«Centro, centro», repiten. Quieren ir a un centro de acogida de menores, entrar en el sistema de protección de la infancia de la ciudad autónoma —que ahora ha implosionado—, cumplir algunos sueños en España, cualquiera de los muchos que todavía tienen. Han escuchado y a veces han sabido que aquí se puede conseguir. Por eso van sonrientes hacia los dos policías que vigilan el acceso. Pasan despacio y sus cuerpos se pierden en la distancia hasta que giran a la derecha, donde espera la multitud entre cintas policiales, como de escena de un crimen. Acordonados allí, no los volveremos a ver o, al menos, a reconocer entre la muchedumbre de críos y adolescentes que pasan la mañana sentados en el suelo. Ya no saben ni a lo que están esperando. Algunos llevan cuatro días sin salir de este trozo de polígono industrial en desuso.
Hasta las 14.00 horas es tiempo de llegadas voluntarias. Las noches son duras y al despertar se suele pensar que la anterior será la última que se duerme sobre el suelo. Pero las rejas del Tarajal no cambian ese detalle. Hay tantos niños allí que ninguna autoridad se atreve a dar una cifra. Hubo más de 800 identificados de los más de 2.000 que se cree que entraron desde el pasado lunes. Tras 250 traslados a otro lugar que ya no admite a más, deberían de quedar 550, sin contar los nuevos que llegan solos o llevados por vecinos de Ceuta.
Cientos de niños marroquíes esperan sentados en el suelo entre las naves del Tarajal de Ceuta este viernes. — Jairo Vargas
También son acercados por familiares lejanos que los han acogido unos días y que ni pueden ni quieren tener la responsabilidad de criar a un adolescente casi desconocido e indocumentado. Eso dice Yamal, de 47 años, que acaba de dejar allí a un sobrino de su mujer, que vino nadando desde la vecina Castillejos. El crío tiene 13 años y su familia apenas puede mantenerlo. Saben que está en Ceuta y, aunque el niño quisiera volver a casa, su familia le dice que no, que es mejor quedarse en este antiguo trocito colonial de España en África. «Sé que aquí no va a estar bien, pero le servirá de experiencia. Si tiene que enfrentarse a alguno más mayor, así se va curtiendo. Aquí podrá decidir si se queda en España o si se vuelve a casa», argumenta el hombre antes de irse en su furgoneta. Yamal, ingeniero y con un máster, dice que pasó su infancia en un hospicio de Marruecos, que de ahí le viene ese carácter de hielo.
Los que se escapan, entre la gamberrada, la aventura y el hartazgo, no dicen nada bueno del interior de la nave. Reduán, de 14 años, se siente «humillado» por las condiciones que tiene que soportar. No ha cruzado dos veces los espigones del Tarajal nadando (fue expulsado en caliente y volvió a cruzar dos días después) para que ahora le digan que no puede siquiera ponerse de pie si se cansa de estar sentado en el cemento. Afirma que no les dan más que zumos, magdalenas y galletas; algún bocadillo, que duermen en el suelo porque casi no hay camas, que comen en el suelo porque no hay meses ni sillas, que solo hay dos cuartos de baño y que no funcionan ya, que hay peleas y que a lo mejor… «a lo mejor me vuelvo a Marruecos», dice, aunque para eso debería quedarse en el sitio del que acaba de escapar junto a dos compinches.
Un chaval marroquí llevado por la Cruz Roja a la nave del Tarajal, tras recogerlo en el hospital al sufrir una agresión, trata de zafarse el policía por miedo a ser devuelto a Marruecos. — Jairo Vargas
No es su primera fuga ni tampoco la primera de la jornada. Desde que los policías del portón acabaron su turno, no ha vuelto ningún relevo, algo que no se ha visto en los días anteriores. Algunos escapan andando rápido por la puerta o corriendo si ven que hay movimiento de algún coche. El trasiego es mucho más intenso que ayer. Por la mañana llegó Jaila, de 15 años, a preguntar por su prima, de 16. En realidad, es su amiga, pero muy muy cercana, enfatiza. Sus padres, de Castillejos, imaginaban que había cruzado, hasta que vieron en TVE el rostro de su niña saliendo del agua hacia la orilla. «Les ha dicho a sus padres que aquí está bien atendida», comenta, aunque ella no parece convencida al ver desde la barrera esa marabunta de hormonas, hambre y aburrimiento. Un coctel que se vuelve efervescente a media tarde. El policía la escucha y la despacha rápido: «Con este volumen de niños es imposible localizar a nadie. Hay que tener paciencia». Seguro que a los padres les sirve esta respuesta. Casi 4.500 llamadas ha recibido hoy el teléfono habilitado para que los familiares pregunten por sus pequeños.
De vez en cuando estalla la algarabía bajo el toldo militar de la explanada. Cuando los voluntarios de Cruz Roja reparten las bolsas verdes con la comida de hoy o cuando llega un policía al que no le habían visto aún la cara, los chavales entonan a coro el «Viva España». Cuando hay un roce, un robo de zapatillas, o unas palabras más altas que otras entre la muchachada, se oyen tonos más amenazantes. Ya con el sol cayendo, algunos de los fugados empiezan a aparecer de nuevo por las inmediaciones. Desde lejos, algunos animan a sus compañeros a escapar también. Mientras, los furgones de Cruz Roja no dejan de ir y venir con más chicos recogidos por la calle, después de explicarles que no serán expulsados a Marruecos. Aunque si les prometen que serán trasladados a un centro, por el momento les están diciendo una mentira. Hasta las 19.00 horas de este viernes, del Tarajal solo han salido 17 niñas hacia los barracones de obra instalados en el albergue improvisado de Piniers.
Mohsin asoma su cabecita por el muro exterior del polígono. Se había fugado hacía unas horas, pero ha vuelto a ver qué se cocía. Cuando se sienta sobre la tapia, muestra una camiseta del Betis que le llega a las rodillas. «No pienso entrar otra vez», chilla para responder a los periodistas. Solo tiene 13 años, pero dice que prefiere dormir en un coche abandonado que en el suelo lleno de piernas y brazos de los compañeros de hacinamiento. Tres días ha aguantado, sin salir de ahí, «sin ducharme ni nada». Dice que está mejor en la calle, que al menos come caliente. Hoy, una mujer del cercano y marginal barrio del Príncipe, donde se refugian ahora decenas de niños y jóvenes llegados estos días, le ha dado unos macarrones con tomate. Suficiente para pasar lo que queda de jornada dando vueltas con los siete colegas que van apareciendo en lo alto de la tapia. Todos se han escapado este viernes porque ven que no se mueven de allí, de esos 80 metros cuadrados de cemento pulido entre naves industriales.
Varios menores marroquíes que han escapado de la nave del Tarajal animan a gritos a varios amigos que siguen dentro a acompañarles en su huida por las calles de Ceuta. — Jairo Vargas
Desde que estalló la crisis diplomática que ha devenido a la fuerza en crisis humanitaria, el Gobierno ceutí no ha encontrado más lugares donde colocar a estos chicos. Además de las 250 plazas del albergue de Piniers, que están completas, se espera el traslado a Península de los 200 chicos que están acogidos en los centros habituales, para hacer sitio. El Gobierno ha aprobado destinar cinco millones de euros adicionales para las regiones que los reciben.
En algunos espacios se están preparando carpas, como los campamentos de migrantes que el Gobierno ha montado en Canarias. También se trabaja en acondicionar un campo de fútbol para despejar el Tarajal, porque siguen quedando por las calles de Ceuta decenas de críos solos, y no son pocos los relatos de agresiones, peleas y robos con violencia que están sufriendo.
La improvisación ante una nueva crisis migratoria —patrocinada por Marruecos o no— viene siendo la tónica general desde que el flujo migratorio hacia España empezó a repuntar con fuerza en 2017. La última gran crisis había sido la de los cayucos en Canarias en 2005 y 2006. Las imágenes del polígono del Tarajal no difieren mucho de las de los migrantes hacinados en el puerto y los polideportivos de Algeciras durante la crisis de las pateras de 2018. O de las naves de la vergüenza del pasado verano en Gran Canaria, junto al colapso del muelle de Arguineguín el pasado agosto, con miles de migrantes llegados en pocas semanas también a Gran Canaria. Recuerda a la Plaza de Toros de Melilla durante el confinamiento por la covid, o a los CETI de las ciudades autónomas en los que no cabe ya más diáspora africana.
Todas llevan el sustantivo «crisis» delante de un adjetivo diferente que denota siempre el mismo fenómeno: las personas se mueven. Quizás haya llegado el momento de pensar que una crisis tras otra es la normalidad de un mundo globalizado a la fuerza, que las zonas de frontera, terrestre o marítima, requieren de infraestructuras apropiadas y estables capaces de garantizar la dignidad más básica de las personas más vulnerables. Ahora hablamos de niños. ¿Hay alguien más vulnerable que ellos?
*Actualización: este sábado se ha conocido que el Gobierno de Ceuta ha trasladado a un grupo de 250 menores marroquíes al polideportivo cubierto local Santa Amelia, que ha sido acondicionado para acoger a los niños y poder descongestionar la nave industrial del Tarajal, a la que fueron conducidos en un primer momento, informa Efe.
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Rubén Torres
2 años agoEse problema tiene fácil solución; devolverlos inmediatamente a Marruecos. España no tiene por qué pagar los errores que han cometido los padres de esos niños que no pueden mantener. Nunca debieron engendrarlos.