Tiempo de lectura: 16 minutos

El organismo de los seres humanos no ha evolucionado a la misma velocidad que su entorno social. A nivel funcional el hombre sigue siendo muy parecido al Homo sapiens del Paleolítico porque nuestras estructuras no han cambiado y por eso cuando afrontamos una situación de miedo, ansiedad o estrés se produce un desequilibrio del sistema nervioso autónomo que lleva a un predominio del sistema simpático -que regula nuestra actividad- y a una hipofunción del sistema parasimpático -encargado de la creación o anabolismo del cuerpo y de la relajación- que termina produciendo trastornos digestivos y del sueño, incremento de las hormonas del estrés y una disminución de las hormonas anabolizantes, aumento de la producción de energía en la mitocondrias, mayor estrés oxidativo y daño celular por especies reactivas de oxígeno y de nitrógeno. Todo ello es el comienzo de problemas de salud muy serios según explica el Dr. Andoni Jauregi en su último libro Comer y que no te coman. C’est la vie, auténtico tratado de Fisiología que se autodefine como «texto básico y ordenado del funcionamiento de los seres humanos desde los aspectos más básicos de la vida para ayudar al lector a poder entender las cosas más complicadas”; y añade que se trata de «una visión integral del funcionamiento humano» que valora al cuerpo como un todo y explica cómo los problemas de la vida se convierten en enfermedades. De todo ello hemos hablado con él.

Doctorado en Medicina y Cirugía por la Universidad del País Vasco -en la que se licenció en 1983- el Dr. Andoni Jauregi dirige desde hace más de 25 años la CMM-Clinic de Bilbao siendo responsable de las áreas sobre problemas musculoesqueléticos, dolores de espalda, traumatismos y lesiones deportivas, de las afecciones propias que aquejan a las personas mayores y de asesorar sobre alimentación y nutrición. Todo ello compaginándolo con la docencia, primero como profesor asociado y honorífico del Departamento de Neurociencias de la Universidad del País Vasco -en la que asimismo impartió cursos de posgrado, dirigió cursos de verano y continúa participando en sus «Aulas de la Experiencia«- y luego como profesor de Fisiología del Esfuerzo Físico en la Universidad de Deusto (hasta este mismo año de 2022 en el que oficialmente se jubiló aunque en realidad sigue activo), disciplina que se imparte en el grado de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte.

Miembro en la actualidad de varias asociaciones de Medicina Ortopédica y de Osteopatía, director de la Escuela Internacional de Osteopatía durante 20 años, es también especialista en Medicina de la Educación Física y el Deporte habiendo estado estrechamente vinculado al equipo ciclista profesional Euskadi (ahora Euskaltel-Euskadi), la Selección Española Olímpica de Voleibol masculina, el equipo Gas-Gas de motociclismo en el Rally Dakar de 2018, el equipo HRC HONDA en el Rally Dakar de 2019 y el Campeonato del Mundo de Rally de la Federación Internacional de Motociclismo. Una dilatada actividad profesional que sin embargo no le ha impedido participar en diferentes trabajos de investigación, publicar artículos, impartir cursos, dar conferencias y escribir varios libros como coautor o autor; tal es de hecho el caso de su último título: Comer y que no te coman. C’est la vie.

Y sin más preámbulos pasamos a plasmar la conversación que mantuvimos con él:

Hay que reconocer, doctor, que el título de su última obra, Comer y que no te coman; C’est la vie es, desde luego, original y descriptivo: denota supervivencia, lucha y equilibrio. Dice usted además en el subtítulo que pretende ser “una visión integral del funcionamiento humano”. ¿Qué le ha llevado a escribirlo?

-Anteriormente había escrito libros técnicos enfocados al diagnóstico y tratamiento de las lesiones en el deporte, así como sobre técnicas de Medicina Osteopática pero cuando dirigía la Escuela Internacional de Osteopatía dos de nuestros profesores, el catalán Esteban Dalmau el belga Damien Glorieux, murieron de cáncer siendo aún jóvenes. Eso me llevó a reflexionar sobre la vida que muchos llevamos -enormemente activa, en ocasiones frenética- y a preguntarme por qué enfermamos llegando a la certeza de que son factores muy importantes, los tóxicos, la mala alimentación, la falta de descanso y sueño, las preocupaciones y, sobre todo, el estrés. Y como experto en Fisiología comencé a tener cada vez más claro que éste y sus inevitables consecuencias nos enferman y se «comen» nuestro cuerpo. De ahí el título.

Fue cuando decidí divulgar por escrito mis convicciones sobre la enfermedad y la salud pero en ese momento tuve una oferta de la editorial Panamericana para escribir un libro de Medicina Osteopática -que finalmente aparecería en 2016- y aplacé momentáneamente el proyecto. Sin embargo, durante esos años seguí impartiendo clases en la universidad y se fue afianzando en mí la necesidad de publicar un texto sencillo, fácil de entender y con una visión integral y global del funcionamiento del cuerpo humano y contarlo tal y como yo se lo explicaba a mis alumnos.

El resultado ha sido Comer y que no te coman. C’est la vie. La idea era hacer un texto básico y ordenado del funcionamiento de los seres humanos, empezando desde los aspectos más básicos de la vida, a fin de ayudar al lector a entender las cuestiones que suelen contarse en los libros de texto de forma desordenada. Y de este modo, por ejemplo, explicar por qué hoy tantas personas que sufren inflamación crónica sistémica que suele ser casi siempre el preludio de muy diversas enfermedades, incluidas las autoinmunes y el cáncer.

Otra cuestión importante es entender que el entorno social de los humanos actuales ha evolucionado de forma espectacular y nuestros organismos no han tenido tiempo para adaptare en consonancia. No están preparados para el fuerte estrés actual al que estamos sometidos. En general, los antropólogos calculan que nuestro cuerpo necesita entre 10.000 y 15.000 años para crear estructuras nuevas de adaptación a las nuevas circunstancias. Los seres humanos no podemos pasar del Homo sapiens al Homo Tecnológicus en tan poco tiempo; de hecho aún somos bastante parecidos a los del Paleolítico…

Es decir, que a su juicio nuestros organismos no están preparados para la estresante y tecnológica vida actual…

-Exacto. A nivel genético nuestro organismo necesita más tiempo para adaptarse. Hoy aún tenemos un 40 o 45 por ciento de masa muscular porque seguimos preparados para salvar nuestra vida en situaciones de peligro extremo. No hace tanto tiempo todos teníamos que pescar, cazar o librarnos de los depredadores, sobre todo del más peligroso: el propio ser humano. Por eso contamos en el cerebro con la amígdala, un núcleo cerebral que analiza rápidamente los posibles peligros que nos acechan y provoca una inmediata descarga de neurotransmisores, hormonas y señales que nos permiten entrar de inmediato en acción. Sin embargo, hoy los peligros son muchos más variados e, incluso, en ocasiones mayores. De hecho, cada vez más personas sufren estrés. Hoy afrontamos los peligros propios de la naturaleza -terremotos, maremotos, incendios, volcanes, huracanes, tornados, tifones, tormentas, etc.- y otros muchos: guerras, terrorismo, accidentes -de moto, coche, autobús, tren, metro, barco o avión-, químicos industriales, drogas, fármacos, plaguicidas, aditivos alimentarios tóxicos, radiaciones electromagnéticas, contaminación de todo tipo, escasez de sueño… La lista es interminable y muchos de ellos no tuvieron que sufrirlos nuestros antepasados.

Dicen que es el precio a pagar por una vida más moderna, segura y confortable para todos.

-Y así es… pero solo hasta cierto punto. La vida que llevamos hoy está llena de situaciones incómodas -problemas laborales, familiares, políticos, etc.- que no nos matan a corto plazo pero sí en el discurrir de nuestra vida cuando nos producen ansiedad, angustia, estrés crónico e, incluso, depresión. ¿Por qué? Pues porque no tenemos estructuras preparadas para gestionar ese estrés crónico, ya que aún no hemos evolucionado y creado, por ejemplo, otro núcleo de neuronas que analicen estas situaciones -aun consideradas banales por muchos- y no les den la importancia que realmente tienen. Además, en muchos casos las situaciones de verdad banales -como un simple disgusto- son afrontadas por la amígdala como si se tratara de un peligro real y la respuesta orgánica es muy exagerada. Eso explica el por qué mucha gente reaccione a veces hoy como un basilisco ante un mero problema de tráfico o de trabajo. Se trata de una reacción exagerada e injustificada de la amígdala cuyo exceso de producción de energía nos afecta posteriormente a nivel celular internamente, que es lo fundamental.

Es decir, si no respondemos con un acto motor -correr, trepar, saltar, morder, etc.- ante un peligro o situación de malestar la amígdala supone que el peligro procede del exterior y nuestro sistema inmunitario comienza a busca de inmediato el problema en el interior y se produce una respuesta inflamatoria inespecífica con todo lo que eso conlleva. Esto explica, por ejemplo, que durante la noche muchas personas mordamos sin necesidad y tengamos bruxismo; y es que no olvidemos que morder es aún el principal mecanismo de defensa y ataque del ser humano.

Además, la prevención que tanto nos ayudó en muchos casos en el pasado puede volverse también en contra de nosotros si nos ponemos a pensar en posibles sucesos o en cosas que pudieran dañarnos en el futuro pero que es poco probable que vayan a ocurrir ya que le damos vueltas y vueltas a ello y eso nos impide relajarnos, descansar y dormir.

Eso no se explica bien en muchos libros de Fisiología; en ellos se habla de cada órgano y sistema como si estuvieran separados y no hubiera estrechas conexiones entre ellos. ¿Es eso lo que intenta usted explicar sobre todo a sus alumnos de Medicina y a los que lean su libro?

-Ese es el objetivo fundamental: explicar que el organismo es un todo en el que rige un orden global y nada está separado. Hay libros estupendos de Fisiología que ya han intentado dar esa visión integral pero, a mi juicio, apenas lo consiguen porque terminan siempre parcelando el organismo en sistemas y órganos sin aparente conexión. Y eso es volver a caer en el error. En nuestro cuerpo todo está conexionado con todo. Somos el producto de cientos de millones de años de evolución y es nuestro organismo el que de verdad sabe lo que tiene que hacer en cada momento. Sabe mucho más que cualquier catedrático de Fisiología del mundo. Tenemos, por tanto, que empezar a confiar más en la tremenda capacidad sanadora y sabiduría innata de nuestro cuerpo.

En Medicina se postula que hacer un diagnóstico correcto es esencial para poder afrontar el problema o problemas de una persona enferma. Sin embargo, hoy hay muchos más métodos de diagnóstico que antes -muchos de ellos enormemente complejos y sofisticados (análisis clínicos, microscopios, ecografías, resonancias magnéticas, escáneres, TACs…)- pero también es cuando más errores de diagnóstico se producen. El médico atiende a lo que aparece en sus resultados y se ha olvidado de la importancia que tiene hablar con el paciente, escucharle, auscultarle, palparle manualmente y conocer sus problemas psicoemocionales. ¡Hasta se han olvidado de pedirle al enfermo que saque simplemente la lengua como hacían los galenos antes a pesar de que eso da muchas pistas que los actuales médicos desconocen por completo! ¿A su juicio puede identificarse un problema funcional sin escuchar y reconocer a fondo al paciente? ¿No será esa la causa fundamental de que a menudo no se encuentre el origen de la dolencia y el médico termine prescribiendo un mero tratamiento sintomático? Claro que hoy día al médico se le dan 5 o 10 minutos por paciente y eso es imposible, al menos en la Sanidad pública.

-Cuando yo estudié la carrera de Medicina los profesores nos recomendaban en la universidad libros ¡y los leíamos! En mi época el crack de la Patología española era el profesor Sisinio de Castro del Pozo y recuerdo que en el primer volumen de su tratado de Patología General decía: «No todas las enfermedades tienen anatomía patológica pues es posible que, temporal o definitivamente, las causas morbosas solo produzcan una enfermedad funcional y entonces, a diferencia de lo que ocurre con las causas orgánicas, no hay lesiones apreciables en el cadáver«.

Pues bien, si eso es así, si no siempre hay lesiones apreciables, incluso realizando detallados análisis microscópicos, ¿cómo un problema funcional vamos a poder diagnosticarlo con una analítica de sangre u orina, un microscopio, una ecografía, una resonancia magnética, un escáner o un TAC? El objetivo de cualquier buen médico es hacer un diagnóstico correcto porque sin él no podemos ofrecer un tratamiento adecuado y eficaz y como eso no es posible hoy por falta de tiempo y porque no se hace lo que bien ha planteado usted en su pregunta la mayoría de los enfermos salen de las consultas con meras recetas farmacológicas de carácter paliativo o sintomático. Esa es la cruda realidad.

Supongo que esa y el hecho de que desde hace años en las universidades no se forma a los médicos para que lo entiendan y sepan hacer lo que usted sugiere.

-Cierto. Y, además, no basta con educar a los futuros médicos en el ámbito de los trastornos funcionales sino que es necesario ahondar en los problemas orgánicos volviendo a enseñar la exploración clínica básica y clásica que se está perdiendo. Lamentablemente, la llamada Medicina Basada en la Evidencia actual despreció los conocimientos anteriores, la experiencia de nuestros antecesores y los resultados que muchos obtuvieron demostrando tener una incontestable eficacia. Todo ese bagaje, conocimiento y experiencia se les ha ocultado a los médicos jóvenes. Muchas de las cosas que explico sobre ello en las conferencias, seminarios, congresos y reuniones científicas en las que participo sorprenden a los médicos más jóvenes que acuden porque las desconocen por completo. Deberíamos potenciar más la Medicina Basada en el Paciente o, aún mejor, en la Medicina Basada en mi paciente.

Por lo que hemos leído, de lo que usted propone para conservar la salud o para recuperarla si se ha perdido, es vital que nuestras células puedan, ante todo -así lo describe usted-, «dialogar entre ellas«. Y de ello se infiere que el organismo debe estar «limpio”, libre de tóxicos y desechos que interfieran esa intercomunicación; y, por consiguiente, la resolución de cualquier enfermedad pasa por desintoxicarse antes a fondo. Sin embargo, a los médicos no se les enseña a hacer eso; es más, en las facultades de Medicina no se les forma adecuadamente ni siquiera en alimentación y nutrición. Nos parece inaudito.

-Eso es verdad y vengo diciéndolo desde hace muchos años; de hecho hay que cambiar la idea de que estar o volver a estar sano es complicado, difícil de lograr. Los médicos no curamos nada; es nuestro organismo el que lo hace porque tiene una capacidad natural de autocuración extraordinaria. Nuestra labor es averiguar qué tiene el paciente, qué hace o está haciendo mal, cuál es la causa o causas de su problema o problemas, orientarle y ayudar al cuerpo a que sane. Sin embargo, desde hace unas décadas no se enseña en la universidad a los futuros médicos a hacer eso, no se les enseña a mantener la salud y recuperarla si alguien la pierde sino a tratar con fármacos meramente paliativos y sintomáticos -además de iatrogénicos- las llamadas «enfermedades». Obviando vergonzosamente el axioma de que no existen enfermedades sino enfermos.

Si elegí el título del libro Comer y que no te coman C’est la vi es porque para estar sanos es fundamental lo que comemos. Es vital asimismo beber suficiente agua al día -no otras bebidas- a fin de estar adecuadamente hidratados e ingerir suficiente fruta fresca entera, legumbres, verduras de temporada y cereales integrales. Y si no se es ovolactovegetariano huevos, pescados, mariscos y carne blanca o de ave. Sin embargo, actualmente se comen demasiados cereales refinados y sus derivados e introducimos en nuestro organismo multitud de químicos tóxicos. La verdad es que la alimentación globalizada e industrializada es ya un problema importante.

Usted afirma, por cierto, que los problemas musculoesqueléticos se deben en realidad muchas veces a alteraciones de las vísceras.

-Así es. Muchos de los dolores que padecemos en nuestra estructura musculoesquelética tienen su origen en problemas o trastornos viscerales; de hecho, basta leer a los autores clásicos para comprobar que eso se sabe desde hace siglos. Incluso están descritos y topográficamente cartografiados en diferentes dibujos. Los dolores más estudiados fueron los basados en los reflejos viscero-cutáneos y viscero-motores; es decir, los que se reflejan en la piel y en los músculos.

¿Y cómo se pueden tratar las disfunciones viscerales que se manifiestan con dolor de espalda, por ejemplo, sea muscular o articular?

-Como dije antes, contamos desde hace tiempo con «mapas» que relacionan todas las vísceras con las distintas zonas del cuerpo, incluidos los nervios, músculos y huesos; así que según donde duela podemos inferir dónde está el problema interno. Un dolor en la zona del trapecio superior derecho, por ejemplo, suele deberse a un problema en la vesícula o en el hígado. Y un dolor y fuerte opresión en la zona del pecho -y esto sí es sabido popularmente- a un problema en el sistema cardiaco.

Leyendo su obra nos ha llamado la atención la importancia que da usted al nervio vago. ¿Tan vital es su papel en la salud?

-El nervio vago es un nervio craneal que surge en el bulbo raquídeo y avanza hacia el foramen

-El nervio vago es un nervio craneal que surge en el bulbo raquídeo y avanza hacia el foramen yugular pasando entre los nervios glosofaríngeos y espinales (con los que se relaciona) y se compone de dos ganglios superpuestos verticalmente siendo el responsable de llevar parte de las fibras parasimpáticas a las vísceras torácicas y abdominales. Entre otras cosas, se encarga de transmitir la información relacionada con la actividad sensorial y motora. Hay autores que describen un nervio vago ventral y otro dorsal -más ancestral- que se encarga de la zona intestinal siendo, al parecer, el protagonista de ese tan nombrado «eje intestino-cerebro«.

Todo esto es conocido pero, además, también es en buena medida responsable del correcto equilibrio en el organismo de los mecanismos de activación y relajación. Pues bien, cuando estamos en una situación de estrés crónico y hay una hiperactividad del sistema simpático produciéndose, como consecuencia, una hipofunción del sistema parasimpático -lo que conlleva entre otras cosas ansiedad, irritabilidad, malas digestiones, alteración de la permeabilidad intestinal y otras disfunciones- es el nervio vago el que se encarga de relajar el cuerpo para lograr de nuevo el equilibrio entre el simpático y el parasimpático.

¿Y puede hacerse algo preventivo que nos permita tener habitualmente ese equilibrio?

-Como especialista en Medicina del Deporte recomiendo un tipo de ejercicio parecido a una persecución de policías y ladrones: se trata de hacer cambios de ritmo al andar, correr, saltar, trepar, etc. Hacer eso provoca un cambio brusco de las pulsaciones que puede controlarse midiendo la Variabilidad de Frecuencia Cardíaca (VFC). Eso fuerza al nervio vago a trabajar. Al tratarse de un ejercicio natural conseguimos mejoras rápidas y de ahí, posiblemente, que se hayan puesto de moda los llamados entrenamientos de alta intensidad o HIIT.

¿Y en la vida corriente es habitual que el simpático y el parasimpático estén desequilibrados?

-Sí, porque hoy casi todos vivimos a lo largo del día situaciones que llevan a ese desbalance especialmente por estrés psíquico que terminan afectando a nuestros sistemas nervioso, endocrino e inmunitario. Cuando afrontamos situaciones de miedo, ansiedad o estrés -algo más o menos habitual- se produce un desbalance del sistema autónomo al haber predominio del sistema simpático. Y la hipofunción del parasimpático conduce, entre otras cosas, a trastornos digestivos y del sueño, así como a un aumento de hormonas del estrés como el cortisol. También provoca una disminución de las hormonas anabolizantes (DHA, testosterona, estrógenos…) y un aumento de la producción de energía en las mitocondrias así como de la oxidación y, por tanto, del estrés oxidativo, de las especies reactivas de oxígeno y de nitrógeno y causa, en definitiva, daño celular. Y a partir de ahí puede haber problemas serios para el funcionamiento del organismo.

Hemos leído que para usted es de especial importancia para la salud la gestión del estrés, el distrés (estrés negativo) y el eustrés (estrés positivo).

-Ciertamente. Porque hoy día la amígdala reacciona casi con la misma intensidad ante algo que de verdad pone en peligro nuestra vida que ante una situación de menor importancia. A veces responde de forma exagerada desequilibrando el necesario balance entre el simpático y el parasimpático y ya he explicado a todo lo que eso puede conllevar. Hay que aprender pues, a controlarlo psicoemocionalmente porque si no lleva a situaciones de estrés crónico, a la angustia, a la desesperación y a que enfermemos.

Usted es de los escasos médicos que realmente son conscientes de la importancia para la salud tanto del ejercicio físico como de la alimentación y de la utilidad terapéutica de los nutrientes. Según explica la mejor manera de evitar caer enfermo es hacer regularmente ejercicio físico y comer y beber adecuadamente, de prevenir y no de tener que «curar».

-Efectivamente. Los médicos deberían dedicar mucho más tiempo a explicar eso a los pacientes que a recetarles fármacos que por sí mismos no van a resolver sus dolencias. Lo más importante y saludable es estar en buena forma física. Especialmente a nivel muscular -pero no solo- a fin de mantener la fuerza cuando nos hagamos mayores porque la cantidad de masa muscular está muy relacionada con el tiempo de supervivencia. Una buena forma física exige el mantenimiento de la fuerza, la velocidad, la agilidad y la flexibilidad. El sedentarismo, en cambio, enferma y acorta la vida.

En cuanto a la alimentación su importancia es obvia ya para cualquier persona medianamente bien informada. Tenemos que comer sobre todo alimentos vegetales frescos de temporada y preparados de la forma más natural posible evitando al máximo -o eliminar por completo- los alimentos procesados que están plagados de todo tipo de aditivos alimentarios: colorantes, conservantes, potenciadores del sabor… Tampoco recomiendo en general, debido al tipo de alimentación que suelen recibir, el consumo de animales criados masivamente en granjas y piscifactorías industriales. En cuanto a la suplementación nutricional me parece bien pero siempre tomada siguiendo los consejos de un profesional experto porque el hecho de que un producto sea natural no significa que esté exento de interacciones y contraindicaciones.

¿Por cierto, ¿a qué cree usted que se debe el actual crecimiento de las llamadas enfermedades autoinmunes?

-Existen múltiples factores que afectan al sistema inmunitario que van desde nuestra genética a nuestro desarrollo intrauterino, el parto natural o con cesárea, la lactancia materna o no, la toma frecuente de antibióticos, nuestro microbioma, el ambiente en el que vivimos y trabajamos, los procesos mentales, el estrés, el descanso, etc. Todo tiene que ver.

Dígame: a su juicio ¿está modificando nuestro cerebro la tecnología informática? ¿Está el ser humano preparado para afrontar un cambio tan radical? Llega usted a apuntar que puede llegar a crear “grupos cerebrales humanos diferentes”.

-Nuestro cerebro es tremendamente plástico y modifica sus conexiones diariamente dependiendo de las actividades que realizamos. La omnipresencia tecnológica actual está haciendo que pasemos mucho tiempo, cada vez más, en una vida virtual. Esta interacción cuasi permanente ha modificado ya nuestro comportamiento y nuestra forma de pensar y de entender la vida. Aún es pronto para sacar conclusiones definitivas pero, aun así, es fácilmente constatadle que son cada vez más las voces que alertan de las consecuencias del abuso digital.

Permítame una última pregunta: ¿qué se puede hacer para que sus compañeros aborden los problemas funcionales de sus pacientes desde un punto de vista integral?

-Yo llegué a interesarme por el mundo funcional cuando no llegaba a diagnósticos concluyentes y veía que a mis pacientes les sucedía algo que desconocía. El latiguillo de «mire usted: los análisis son normales, las pruebas radiológicas también y lo mismo pasa con el resto de las pruebas, luego no tiene usted nada; será psicológico o un virus o fibromialgia» no es ni cierto ni admisible. Nadie inteligente puede creerse que media sociedad sea hipocondriaca. La gente no se queja porque sí. Si las pruebas habituales que utilizamos hoy no detectan la razón de sus dolencias y sufrimientos lo que hay que hacer no es negar que la persona esté enferma si no seguir buscando la causa o causas. Hay que volver pues, a hacer diagnósticos integrales diferenciales y eso requiere tiempo y una mejor y exhaustiva formación de los médicos. A fin de cuentas, es ya muy frecuente que los signos y síntomas no concuerden con cuadros patológicos determinados y que la exploración clínica y complementaria no sea concluyente.

Carmen Quintana

Fuente; Revista Discovery Salud. 02 diciembre 2022

 

17/05/2024