Los mayas, en cambio, lo mantuvieron como un tributo humano por algo que se esperaba de esos dioses.

Interpretaciones más terrenas sostienen que la práctica fue una norma, por ejemplo, de regular el crecimiento demográfico y de poder político.

Las poblaciones del valle de México habían aumentado tanto que los alimentos eran insuficientes.

Con las «guerras floridas» y los sacrificios, la tasa de mortalidad aumentó casi un 25 por ciento. Los mayas no fueron presionados por excesos demográficos y no debieron, como los aztecas, alentar los sacrificios humanos y el canibalismo.

La validez de estas teorías sólo depende de las numerosas muertes, y las crónicas no las niegan: alrededor de 15.000 anuales. Esta cantidad también explica a los sacrificios como un medio de control político.

Para comprender la situación política hay que señalar que mayas y aztecas tenían élites sacerdotales y guerreras que gobernaban sobre la población campesina

Con una religión esotérica y compleja, los sacerdotes se convirtieron en los únicos conocedores de la palabra de los dioses, que invariablemente debía cumplirse.

Sabían -decían saber- cómo hacer para que el Sol continuara su camino y las fechas propicias para que las cosechas fueran exitosas.

El campesino –respeto y miedo- asistía a los ritos y creía que el orden del universo no se alteraba.

Todo el campesinado aceptaba el dominio de las clases dirigentes. Para que no quedaran dudas, muchos asistían en Tenochtitlán a los sacrificios.

Era una advertencia de lo que podía ocurrir si no pagaban los tributos o se oponían al ejército azteca.

• ►AMPLIACIÓN DEL TEMA:

Los reyes y sus sacerdotes lo arriesgaban todos en sus esfuerzos por complacer a los dioses y garantizar la suficiente lluvia para sus cosechas. Los extremos terroríficos a los que llegaban han salido a la luz en una serie de excavaciones que empezaron en 1895.

Aquel año, el arqueólogo y diplomático americio: Edward Thompson compró, por 75 dólares, una plantación mexicana sabiendo que incluía las ruinas de la ciudad sagrada maya de Chichen Itzá.

Al igual que Arthur Evans, famoso por Cnosos, Thompson se pasó gran parte del resto su vida desvelando los secretos de este antiguo emplazamiento perdido para el mundo en plena selva mexicana. Llevado por su pasión arqueológica, fue cazado por los indígenas y estuvo a punto de morir: a causa de un cepo envenenado, y perdió la sensibilidad en una de sus piernas.

El centro de su atención era el Sagrado Cenote una depresión de agua para sacrificios de noventa metros de largo que, según los mayas, era la puerta de acceso al mundo de los espíritus, posiblemente porque la península del Yucatán es de caliza porosa, lo cual hace que los lagos o cuencas naturales sean extremadamente raros.

Thompson encontró un plato de oro fechado 900 d.C. donde muestra un guerrero tolteca que porta un tocado con un águila y que está sacrificando a un cautivo maya.

Su atuendo representa un ave de presa descendiendo.

En su mano izquierda sostiene el cuchillo de sacrificios, mientras que con la derecha sujeta el recién arrancado corazón de su víctima.

Pueden verse cuatro ayudantes que tienden a la víctima sobre la losa de piedra para sacrificios. Uno mira directamente hacia fuera, hacia ti, testigo.

Thompson encontró los huesos de más de 42 víctimas en aquel pequeño lago. Se calcula que la mitad no llegaban a los veinte años cuando fueron sacrificados, y catorce tenían menos de doce.

Los mayas creían que, cuanto más joven fuese la víctima, más complacidos se sentirían los dioses, porque consideraban que las almas jóvenes eran más puras.

En tiempos del dominio azteca (c. 1248-1521 d. C.), los sacrificios de niños eran especialmente corrientes en épocas de sequía. Si no se ofrecían sacrificios a Tlaloc, el dios azteca del agua, las lluvias no vendrían y las cosechas no crecerían.

Tlaloc necesitaba las lágrimas de los jóvenes para mojar la tierra y contribuir a la aparición de la lluvia.

Por consiguiente, se dice que los sacerdotes hacían llorar a los niños antes de someterlos al sacrificio ritual, a veces arrancándoles las uñas.

La desesperación de los mayas por la llegada de la lluvia constituye el motivo principal por el que, en torno a 900 d. C., su civilización entró en decadencia.

Las sequías cada vez más extremas, exacerbadas por los efectos de la deforestación, la erosión del suelo y el cultivo intensivo, provocaron hambrunas, invasiones y violentas contiendas con los pueblos vecinos por los escasos recursos naturales. (Fuente Consultada: Todo Sobre Nuestro Mundo Christopher Lloyd)

CEREMONIA DEL FUEGO NUEVO:

Una de las celebraciones aztecas más importantes era la Ceremonia del Fuego Nuevo.

El calendario azteca se componía de un ciclo de 52 años.

En realidad creían que el mundo se acabaría cada 52 años a menos que ellos celebraran la Ceremonia del Fuego Nuevo. Todas las familias participaban en la celebración sacando a la calle el fuego del hogar y rompiendo los utensilios domésticos.

Luego, mientras la gente observaba desde los tejados de las casas, los sacerdotes salían de la ciudad y se dirigían a una colina distante.

Cuando la estrella sagrada alcanzaba un punto determinado del firmamento, el sumo sacerdote encendía un fuego nuevo y quemaba el corazón de una víctima de un sacrificio humano.

Los sacerdotes volvían al templo transportando antorchas y los hogares de todas las casas de Tenochtitlán volvían a encenderse con este fuego.

Los aztecas celebraban el hecho de que el mundo no se terminara con grandes festejos.

LOS INCAS: entre los incas los Sacrificios Humanos eran raros y representaban ofrendas especiales para los dioses.

Los niños eran considerados más puros que los adultos; ser sacrificados era un honor tal que se les deificaba convirtiéndolos en representantes directos del pueblo, para vivir eternamente al lado de los dioses.

Serían adorados después de muertos.

Es probable que en Llullaillaco los sacrificios se realizaran en diciembre, durante el verano suramericano, cuando las temperaturas son más altas y hay menos nieve.

El centro administrativo inca más cercano de cierta importancia se encontraba en Catarpe, cerca de lo que hoy es San Pedro de Atacama, al norte de Chile, a unos 190 kilómetros. Pero los estilos de las telas, las estatuas y la cerámica indican que se produjeron en Cuzco, Perú, a unos 1.300 kilómetros al norte.

Los pueblos que vivían cerca de Llullaillaco debieron haber creído que las montañas controlaban el clima, así como la fertilidad de los animales y la abundancia de las cosechas en la región, razón por la que los habitantes actuales siguen rindiendo culto a las montañas.

Las autoridades incas en Cuzco, sede del imperio, sabían que hacer ofrendas a las montañas sagradas era la forma de incorporar a esas deidades a la religión del Estado, lo que les daba mayor control sobre los pueblos distantes que subyugaban.

Los relatos escritos tras la Conquista Española describen peregrinaciones que duraban meses y mencionan los nombres de los niños sacrificados.

En algunos casos, un niño era ofrecido por sus padres, que podrían haberlo acompañado en el viaje.

Los residentes de la localidad también ayudarían a los sacerdotes en las ceremonias, quizás con bailes y pócimas religiosas, hasta que la procesión llegara a su destino.

Más ceremonias se celebrarían durante el largo ascenso a la cumbre, que podía tomar hasta tres días.

Según los relatos, los incas sacrificados morían al ser enterrados vivos, por estrangulamiento o por un golpe en la cabeza -que es como murió la Dama de Hielo-.

Sin embargo, los niños de Llullaillaco tienen expresiones afables y no muestran cicatrices, lo que sugiere que murieron estando inconscientes o semiconscientes, quizá bajo la influencia de la combinación de bebidas alcohólicas rituales y la altitud.

El olor a carne quemada aún persiste como consecuencia del rayo que le calcinara la oreja, el hombro y el pecho, pero el resto del cuerpo de la niña está en condiciones excelentes.

Aún en la cima, la tela que la envolvía se zafó y quedó a la vista su rostro.

Aunque los órganos están intactos, el rayo expuso tejidos profundos, lo que facilitó la toma de muestras.

La extracción de dos docenas de artefactos encontrados cerca del cuerpo fue tarea difícil en la estrecha tumba; la posición de cada pieza tuvo que ser registrada meticulosamente.

«La excavación implica un esfuerzo titánico, aun tomar notas es difícil a 22 mil pies de altura (6.700 metros), Pero es importante porque para los incas había mucho simbolismo en la forma en que disponían las ofrendas.»

Entre los artefactos se encontraron estatuas, cerámica, bolsas de comida y esta bolsa de coca echa con plumas, quizá de aves de la región amazónica. La coca era sagrada para los incas, y los pueblos andinos la siguen usando en sus ofrendas.

LA PACÍFICA MUERTE DE LOS MAYAS:

El desciframiento de los jeroglíficos mayas (pueblo dirigido por reyes-sacerdotes) indica que esta pacífica civilización tampoco evitaba los sacrificios humanos.

Los mayas se desarrollaron en los estados mexicanos de Chiapas y Campeche, Honduras, la península del Yucatán y las tierras bajas del Petón guatemalteco.

En la época clásica de esta cultura (entre el 300 y 900) no hubo sacrificios, que sí se produjeron desde el siglo X hasta la llegada de los españoles.

La ceremonia habitual era similar a la de los aztecas, sólo que el corazón se colocaba en un plato y se lo acercaba al sacerdote (el chilan), que embadurnaba con sangre el rostro de la imagen del dios.

Otros sacerdotes desollaban el cuerpo de la víctima, se vestían con la piel y bailaban.

Si era un guerrero o una figura importante, el cuerpo se repartía entre las élites guerreras o sacerdotales.

Otro de los modos de muerte consistía en flechar el corazón, según testimonian las paredes del templo II de Tikal en un graffito anónimo.

Se señalaba el corazón con una marca blanca y se pasaba danzando hasta que, por orden, comenzaban a flechar el corazón.

Por la escasez de lluvias, los mayas arrojaban a las víctimas a los cenotes, pozos naturales a través de los extensos ríos subterráneos que afloran a la superficie. Así, imploraban a los dioses que habitaban en las corrientes de agua.

El Cenote de los Sacrificios de Chichen Itzá es un pozo natural ovalado, de 60 metros de ancho y unos 20 de altura entre el nivel del agua y la superficie.

Se arrojaban allí pequeños niños o esclavas por sus padres o amos, con un doble carácter:

1) para ayudar a los dioses de la lluvia;

2) para adivinar el futuro.

Las víctimas que no morían en la prueba eran sacadas para que «transmitieran» lo que habían escuchado en el «inframundo».

Esta ceremonia tenía lugar al amanecer.

Fuente Consultada: Historia Universal Tomo 14 Civilizaciones precolombinas Pensar La Historia 3° Ciclo EGB Moglia – Sislián – Alabart El Libro Negro de la Humanidad Matthew White Enciclopedia Popular Magazine N°22 Año 2 Los Sacrificios de los Aztecas.

 

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27/10/2021