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¿Puede curarse la diabetes mellitus tipo 2 siguiendo simplemente una restrictiva dieta hipocalórica -menos de 800 Kcal diarias- durante unas semanas? Así lo afirma al menos el profesor Roy Taylor -de la Universidad de Newcastle (Inglaterra)- en un trabajo según el cual eso hace que disminuya a nivel intracelular en hígado y páncreas la concentración de grasa que sería -según afirma- lo que impide el correcto funcionamiento de las células beta pancreáticas. ¿El resultado? La normalización de la función insulínica y, por ende, una adecuada regulación en sangre de la glucosa. Eso sí, hay que seguirla a rajatabla.
Médicamente se llama diabetes mellitus tipo 2 -conocida hasta hace poco como diabetes no- insulino dependiente– al hecho de tener en sangre un alto nivel de glucosa, bien porque el páncreas no segrega suficiente insulina para metabolizarla, bien porque las células del cuerpo no logran obtener la glucosa que necesitan asegurándose que ello se debe a que «se resisten» (y a ello se llama «resistencia a la insulina»). Y diabetes mellitus tipo 1 cuando hay ya que proporcionar insulina artificialmente porque el organismo no la produce o lo hace en cantidad ínfima. Considerándose ambas situaciones irreversibles -es decir, que no tienen cura- y, absurdamente, de origen ¡autoinmune! En otras palabras, la sangre se dedica a trasportar glucosa (azúcar) sin que su nivel baje por falta de insulina. Exceso de azúcar que puede dar lugar a numerosísimas patologías: desde problemas en los riñones, el páncreas, el bazo y el hígado hasta la ceguera pasando por accidentes cardiovasculares y la amputación de las extremidades. Cabe añadir que la insulina es una hormona polipeptídica -formada por 51 aminoácidos- producida y secretada por las células beta de los llamados Islotes de Langerhans del páncreas.
Ahora bien, ¿y por qué en un momento determinado deja esa zona del páncreas de producir insulina? A los médicos se les ha dicho que porque el cuerpo se «auto-ataca»; tal es el «principio» de lo que ha dado en llamarse «enfermedad autoinmune», peregrino postulado que pasa por aceptar que nuestro organismo es «estúpido», algo sin sentido alguno que sin embargo los médicos han aceptado sin más. Aceptando asimismo que se trata de una enfermedad «crónica”, “degenerativa» e «incurable».
Pues bien, Roy Taylor -profesor de Medicina y Metabolismo que dirige el Centro de Resonancia Magnética de la británica Universidad de Newcastle, trabaja asimismo en el Royal Victoria Infirmary & Freeman Hospital de Newcastle y es revisor de artículos en diversas publicaciones científicas de su especialidad- sostiene que la causa de que esos islotes no funcionen -o lo hagan deficientemente- está en la acumulación de grasa en el hígado y en el páncreas. Infiriendo pues que deshacerse de esa grasa en ambos órganos quizás pudiera revertir la situación. Así que decidió comprobar si era así sometiendo a varios diabéticos a una dieta hipocalórica muy restrictiva -dándoles solo entre 600 y 800 calorías diarias- a fin de obligar al organismo a obtener energía quemando la grasa acumulada (algo por cierto que se logra igualmente siguiendo simplemente una dieta cetogénica como en esta revista hemos explicado varias veces por lo que podría inferirse que una baja en grasas y proteínas podría funcionar igualmente).
«Todo el mundo ha asumido durante mucho tiempo que la diabetes tipo 2 es una enfermedad de por vida que tiende a empeorar -explica Taylor- pero yo tengo claro que se puede revertir completamente y con suma sencillez; de ahí que en 2008 planificara un proyecto de investigación con la idea de convencer a una serie de enfermos de que durante 8 semanas siguieran una dieta muy baja en calorías. Preparando paralelamente una serie de pruebas con resonancias magnéticas para valorar el progreso en varias líneas diferentes de trabajo. Así que ayudado por otro gran investigador, el doctor Ee Lin Lim, convencimos a varias personas de que siguieran una dieta con balance energético negativo (es decir, hipocalórica). ¿El resultado? A las 8 semanas habían perdido de media de 15 kilos ¡y su diabetes había desaparecido! Es más, hemos sido capaces de demostrar que a medida que disminuye el nivel de grasa en el páncreas la secreción de insulina mejora poco a poco hasta llegar a ser completamente normal«.
La investigación de la que hablamos quedó plasmada en el trabajo Reversal of type 2 diabetes: normalisation of beta cell function in association with decreased pancreas and liver triacylglycerol (Reversión de la diabetes tipo 2: normalización de la función de las células beta en asociación con el decrecimiento de triacylglycerol en el páncreas y el hígado) que se publicó en 2011 en Diabetology y los resultados obtenidos han permitido de hecho, que la organización Diabetes UK de Gran Bretaña financie con casi tres millones de euros un nuevo ensayo -que durará hasta 2018 y se hará en Inglaterra y Escocia- a fin de confirmar si la situación se mantiene siguiendo la dieta largo tiempo.
Se trata en suma de una alternativa sencilla y aparentemente inocua que haría innecesaria las actuales apuestas por el trasplante de islotes pancreáticos -células productoras de insulina-, la implantación en ellos de células-madre o la combinación de ambas técnicas. Algo que por otra parte no está produciendo buenos resultados y se trata además de métodos de alto coste y efectos secundarios negativos tan desconocidos como potencialmente graves. Apuestas que, por cierto, se han hecho sin haberse siquiera valorado otras alternativas (lea en nuestra web –www.dsalud.com– los artículos Cómo tratar ortomolecularmente la diabetes, El tratamiento de la diabetes con productos naturales, Diamel: nuevas investigaciones confirman su papel en la prevención de la diabetes, ¿Se ha encontrado la solución a la diabetes? y Sorprendente eficacia de la Acupuntura y la Fitoterapia en la diabetes y las úlceras diabéticas aparecieron en los números 64, 77, 97,103 y 119, respectivamente).
Ahora bien, ¿cómo se les ocurrió a esos médicos que la causa de la diabetes podía estar en un exceso de grasa en hígado y páncreas? Pues al comprobar que el nivel de glucosa en sangre disminuye entre las personas con obesidad mórbida a las que se ha sometido a intervenciones quirúrgicas para extraer o circunvalar parte del aparato digestivo (lo que se conoce como cirugía bariátrica). De hecho, eso haría que empezaran a usarse en diabéticos no obesos dos operaciones hasta entonces reservadas para tratar la obesidad mórbida: el bypass gástrico -para reducir el tamaño del estómago- y el bypass duodeno-yeyunal -que consiste en excluir los primeros segmentos del intestino delgado del paso de los alimentos-. Y es que a los pocos días de realizarse ambas operaciones es habitual que baje espectacularmente en sangre el nivel de glucosa –incluso antes de que se aprecie pérdida de peso en el paciente- y posteriormente mejore toda la sintomatología asociada al Síndrome Metabólico. Creyéndose que ello se debía a los cambios hormonales que la intervención quirúrgica provoca; sobre todo en las incretinas (un tipo de hormonas intestinales). Lo cierto sin embargo, es que además de caras e invasivas estas intervenciones conllevan el riesgo de graves complicaciones y solo funcionan en algunos casos. Lo explica el propio Roy Taylor en un reciente trabajo publicado en 2013 en Diabetes con el título Care a Mechanism of Metabolic Advantages After Bariatric Surgery: It’s all gastrointestinal factors versus it’s all food restriction (Mecanismo de las ventajas metabólicas tras la cirugía bariátrica: factores gastrointestinales frente a restricción dietética):»EI principal mecanismo de la disminución de glucosa en el plasma tras una cirugía bariátrica o una dieta hipocalórica no está en duda: todo lo que se necesita para revertir la diabetes tipo 2 es una disminución drástica de calorías’’. Y añade: “Suele olvidarse una observación de Walter Pories, el padre de la cirugía bariátrica, quien hace ya décadas explicó cómo una vez tuvo que suspender una operación de bypass gástrico porque cuando abrió la cavidad abdominal se encontró con que el estómago contenía alimentos… y aun así se constató que en los días siguientes hubo una disminución de glucosa en sangre similar a la que se produce tras la cirugía de bypass gástrico. Lo que se debió a que a pesar de suspenderse la cirugía la ingesta de alimentos también se restringió drásticamente”.
Por otra parte Taylor contaba con investigaciones previas que le dieron pistas. Es el caso del trabajo efectuado por un equipo dirigido por S. Kashyap -se publicó en 2003 en Diabetes con el título A sustained increase in plasma free fatty acids impairs insulin secretion in nondiabetic subjects genetically predisposed to develop tipe 2 diabetes (El aumento sostenido de ácidos grasos libres en el plasma altera la secreción de insulina en personas no diabéticas con predisposición genética a desarrollar diabetes tipo 2)- en el que se afirma: “En resumen, en las personas genéticamente predispuestas a la diabetes tipo 2 un aumento fisiológico sostenido en plasma de ácidos grasos libres deteriora la secreción de insulina en respuesta a la mezcla de comidas y a la glucosa intravenosa, lo que sugiere que entre las personas con alto riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 la lipotoxicidad de las células beta puede desempeñar un papel importante en la progresión desde la tolerancia normal a la glucosa a la hiperglucemia«.
Y M. Tushuizen agregaría en su trabajo Pancreatic fat content and beta-cell function in men with and without type 2 diabetes (El contenido de grasa pancreática y la función de las células beta en hombres con y sin diabetes tipo 2) publicado en 2007 en Diabetes Care lo siguiente: «El contenido de lípidos del páncreas puede contribuir a la disfunción de las células beta y posiblemente, al posterior desarrollo de la diabetes tipo 2 en personas especialmente sensibles«.
LA RESPUESTA ESTÁ EN COMER MENOS
Lo cierto es que para el Dr. Roy Taylor no parece haber ya duda: la menor concentración de ácidos grasos en el hígado da lugar a una menor presencia de los mismos en el páncreas siendo eso lo que permite que las células beta empiecen a desarrollar normalmente sus funciones y a segregar insulina. Algo que se consigue porque cuando el organismo no puede obtener toda la energía que necesita de los alimentos que consume a diario -es decir, de moléculas de Adenosín Trifosfato (ATP)- lo hace quemando la grasa almacenada; comenzando por el glucógeno de los músculos y luego por la grasa del interior de los órganos. Y que es así lo constató Taylor sometiendo a sus pacientes a resonancias magnéticas que desvelaron que en todos los casos disminuyó al menos la concentración de grasa -triglicéridos- en el hígado y en páncreas.
Es más, a los participantes en el protocolo experimental -a los que se pidió que mantuvieran su patrón habitual de comidas hasta el comienzo del ensayo- se les midió antes del cambio dietético la función de las células beta, la sensibilidad a la insulina y los contenidos de grasa en hígado y páncreas así como la grasa corporal total. Evaluación que se repetiría a la primera, cuarta y octava semanas de seguimiento.
En cuanto a la dieta, ingirieron unos batidos que contenían un 46,4 % de carbohidratos, un 32,5% de proteínas y un 20,1% de grasa que se complementaron con vitaminas, minerales y oligoelementos -fórmula que les proporcionó 510 Kcal/día- y tres raciones de verduras -sin almidón- que llevaron la ingesta total a 800 Kcal diarias. Debiendo beber al menos 2 litros de agua al día -u otras bebidas bajas en calorías- y mantener su nivel habitual de actividad física (al final del estudio de 8 semanas los participantes volvieron a su alimentación normal, aunque el equipo investigador les proporcionó directrices para mantener una alimentación saludable). El resultado lo explícita claramente el trabajo: «Este estudio demuestra que los defectos de las células beta y la resistencia a la insulina que subyacen en la diabetes tipo 2 se pueden revertir exclusivamente con un balance calórico negativo extremo. Observándose que primero mejora la sensibilidad a la insulina en el hígado y luego -el cambio es más lento- la función de las células beta«.
Roy Taylor explica que de hecho, a los 7 días la glucosa en sangre y la sensibilidad hepática a la insulina eran ya normales disminuyendo el nivel de grasa en el hígado ¡un 30%! Siendo normal a las 8 semanas la cantidad de grasa del páncreas cuyas células beta recuperaron su funcionalidad.
Y lo más importante: cuatro semanas después de finalizar el ensayo los participantes, con una alimentación ya normal, ganaron peso, su nivel de hemoglobina glucosilada, HbA1c -forma de hemoglobina que se mide para identificar la concentración de glucosa en plasma- se había mantenido estable y ni el contenido de grasa del páncreas ni del hígado habían aumentado. «Los datos -se asevera en el estudio- son consistentes con la hipótesis de que las alteraciones de la secreción de insulina y la resistencia a la insulina que subyacen en la diabetes tipo 2 tienen una única etiología común: la acumulación de excesivos lípidos en el hígado y el páncreas (…) Se trata de la primera evidencia directa de que en los seres humanos el defecto de las células beta en la diabetes tipo 2 es reversible a través de un balance energético negativo sostenido«. En suma, si el equipo de Taylor tiene razón la diabetes tipo 2 puede curarse de forma sencilla; si no en todos los casos sí en la mayoría.
Resta solo por confirmar si el resultado se mantiene en el tiempo, algo que Taylor espera saber con un nuevo estudio titulado DiRECT (Diabetes Remisión Clinical Trial) que gracias a la organización Diabetes UK va a iniciarse en breve y efectuará en colaboración con el profesor de la Universidad de Glasgow Mike Lean. «Estamos explorando un territorio desconocido y en el camino habrá desafíos, detalles que desentrañar y otras preguntas que hacer, pero creo que este estudio dará lugar a un salto cuántico en nuestra comprensión de la mejor manera de controlar la diabetes tipo 2», declararía al respecto Taylor aclarando que el estudio tendrá una duración de entre 8 y 20 semanas.
FUERZA DE VOLUNTAD
En definitiva, todo indica que en muy poco tiempo sabremos si la propuesta de Taylor funciona a largo plazo -al menos en la diabetes mellitus tipo 2- aunque el sentido común indica que así será. De hecho, son ya muchas las personas que han dado su testimonio en Internet confirmando los resultados, aunque la mayoría se «queje» de que seguir una dieta tan restrictiva requiere de mucha fuerza de voluntad porque se pasa hambre.
De hecho Richard Doughty, periodista del diario británico The Guardian, publicaría su experiencia en mayo de 2013 bajo el concluyente título de La diabetes tipo 2 y la dieta que me curó. Doughty no era obeso cuando le diagnosticaron la patología, tenía 59 años, pesaba 67 kilos, medía cerca de 1’70, jugaba al criquet con regularidad y no bebía alcohol en exceso; sin embargo en un chequeo de rutina le dijeron que la padecía estando su nivel de glucosa en sangre en 9 mml/l (milimoles por litro) cuando lo normal es entre 4 y 6. Así que primero intentó controlar el nivel de azúcar con una dieta estándar y consiguió reducirlo a 7 mmol/l; demasiado alto aún. Fue entonces cuando encontró en Internet información sobre el trabajo de Taylor y decidió -tras consultar con su médico- iniciar una dieta similar muy estricta: tres complementos alimenticios de 200 calorías (sopas y batidos), otras 200 calorías a base de vegetales verdes y tres litros de agua al día. La dieta no le resultó fácil y pasaba hambre lo que afrontaría bebiendo más agua. Al cuarto día, tras ayunar 10 horas por la noche, comprobaría que el nivel de glucosa había bajado a 4,6. Pero… «Al sexto día -explicaría- sentía mucho frío. Estábamos a mediados de julio pero por la mañana mis dedos estaban blancos y tuve que ponerme camiseta, camisa, jersey y chaqueta para ir a trabajar. Tenía hambre y el simple hecho de caminar por la oficina era agotador. Mi familia estaba preocupada porque mi delgadez era cada vez mayor y, sobre todo, por mis bruscos cambios de humor. Al octavo día mis compañeros se referían a mí como ‘el hombre que de tanto encoger iba a desaparecer’ y empecé a sentirme un poco desplazado«. No obstante, a los once días su nivel de glucosa era ya de 4,1 y su peso de 57 kg así que la dejó pasando a una dieta integral saludable con muchas frutas y verduras, pollo, pescado y alimentos no grasos que acompañó con la práctica de ejercicio físico para fortalecer los músculos sabedor de que el desarrollo muscular absorbe mucha glucosa. Dos meses después se hizo una nueva analítica y su médico se lo confirmó: ya no era diabético. Y siete meses después nada había cambiado. Doughty cita además en The Guardian otros testimonios. Como el del estadounidense Carlos Cervantes -de 53 años- que cuando decidió comenzar la dieta había estado a punto de morir; pesaba 120 kg, había sufrido un ataque al corazón en la primavera de 2011, su vista y los riñones estaban ya fallando y había sufrido la amputación de un dedo del pie. Incluso tenía hongos que crecían fuera de sus oídos y se alimentaban de sus niveles ultra-elevados de azúcar. El caso es que vio un reportaje en televisión sobre la investigación que comentamos, decidió seguir una dieta de sólo 600 Kcal diarias pero reemplazando los suplementos con verduras, frutas, carne magra de pollo y pavo, pan integral de vez en cuando y un batido todos los días… y dos meses después había perdido 40 kg y su diabetes tipo 2 había desaparecido. Una situación que 18 meses después igualmente se mantenía.
Y los testimonios siguen aumentando; de hecho el St. Johns Hospital de Livingston -perteneciente al sistema nacional de salud británico- ha editado un folleto en el que explica a sus pacientes diabéticos cuál es la dieta de Taylor animándoles a seguirla (el lector la tiene en www.nhslothian.scot.nhs.uk). «Mucha gente -afirma el especialista en Diabetología de ese hospital James Walker– piensa, de forma quizás demasiado simplista, que una vez el páncreas comienza a fallar y deja de producir insulina el declive es inevitable pero esta dieta desafía tal planteamiento. Y lo genial es que funciona rápido”.
Antonio F. Muro
Fuente; Revista Discovery Salud. Número 171 – Mayo 2014
15/05/2024