Torturas, asesinatos y secretismo: así respondió el «Estado profundo» tras el tiranicidio de Carrero Blanco
Este miércoles se cumplen 50 años del atentado de ETA contra uno de los máximos responsables de la dictadura franquista. Ya en democracia, el Estado le concedió los mismos reconocimientos que ha negado a Lasa y Zabala, asesinados por el GAL.El dictador Francisco Franco junto al almirante Luis Carrero Blanco. — EFE
20/12/2023
DANILO ALBIN@DANIALRI
Después de la tormenta llegaron tornados. Cuando cesó el humo no hubo sólo cenizas, sino también fuego, ráfagas de disparos y torturas. Cuando ETA mató al almirante Luis Carrero Blanco, la máquina franquista sacó los dientes y mordió con fuerza. Cincuenta años después del atentado que acabó con su vida, la democracia sigue lidiando con los secretos y la doble vara de medir que aún rodean a aquel caso.
«No fue un magnicidio, sino un tiranicidio. No olvidemos que se trataba del presidente de un gobierno dictatorial», apunta a Público el historiador vasco Iñaki Egaña, quien acaba de publicar un libro sobre esta historia. Su título es Operación Ogro. Hechos y construcción del mito (Editorial Txalaparta).
Los hechos. Sobre las 9.30 de la mañana del 20 de diciembre de 1973, el coche oficial que utilizaba Carrero Blanco voló, literalmente, por los aires. El vehículo de la marca Dodge explotó en la calle Claudio Coello de Madrid y cayó en el patio interior de la iglesia de los Jesuitas, donde el almirante había acudido poco antes a misa. En el interior del coche se encontraba el dirigente franquista junto al inspector de Policía Juan Antonio Bueno Fernández y el chofer José Luis Pérez Mogena.
Detrás de la voladura estaba el comando Txikia de ETA, que construyó un túnel y colocó los explosivos destinados a acabar con la vida del «presidente del Gobierno», un eufemismo en toda regla en el marco de una dictadura que llevaba cuatro décadas al frente del Estado.
Inicialmente se pensó secuestrarlo, pero tras abortar ese plan la organización armada vasca decidió dar un golpe significativo sobre la mesa y acabar con la vida de uno de los principales responsables del franquismo.
«En noviembre de 1973, luego de que el franquismo matara a varios militantes en los meses previos, ETA decidió dar un gran golpe. Entonces recuperó la infraestructura y preparó el atentado. Conocieron sobre todo lo que había ocurrido con un intento fallido en Portugal para matar al dictador António de Oliveira Salazar«, relata Egaña. La ejecución del atentado en Madrid estuvo a cargo de los militantes de ETA José Miguel Beñaran, Argala; Jesús Zugarramurdi y Javier María Llarreategi.
La elección de Carrero Blanco no fue casual. «La víctima del acto violento era una figura clave del régimen franquista, responsable de la represión y, por lo tanto, a su vez, un victimario del régimen», destacan Patrick Eser y Stefan Peters, profesores de la Universidad de Kassel de Alemania, en uno de los capítulos del libro titulado El atentado contra Carrero Blanco como lugar de (no-)memoria. Narraciones históricas y representaciones culturales (La Casa de la Riqueza).
«En 1973, frente a la debilidad del estado de salud del Caudillo y en el contexto de la agonía general del régimen, para muchos, Carrero Blanco era visto como garantía de continuidad del franquismo sin Franco», continúan los investigadores, quienes estuvieron a cargo de la edición de ese trabajo publicado en 2016 y en el que participaron distintos historiadores y expertos.
El atentado fue reivindicado por ETA en un comunicado y mediante una rueda de prensa ofrecida en Burdeos (Francia). Egaña destaca que «la intención de ETA era darse a conocer y decirle al Estado que si había matado a unos cuantos militantes, ellos estaban dispuestos a dar una respuesta en la misma dirección».
«En una coyuntura internacional de violencia política, de surgimiento de grupos armados de izquierda radical en Europa y América Latina, la noticia del atentado despertó el reconocimiento y la simpatía de amplias partes de la izquierda internacional», subrayan Eser y Peters.
«Hasta hubo quienes lo festejaron eufóricamente como una importante acción antifascista y el atentado más importante en la historia europea de la posguerra –añaden–. En consecuencia, el atentado motivó una nueva ola de solidaridad con ETA».
Los investigadores describen además el «estado de conmoción festivo» que aquello despertó en sectores de izquierda y progresistas ante lo que podía significar el fin del régimen. «Este estado de conmoción festivo puede ejemplificarse con una simple anécdota cuya certeza está controvertida: en aquellos días se agotó el cava en los supermercados españoles», apuntan.
La respuesta de la dictadura no tardó en llegar. «La represión que se desató fue brutal. Es mentira que no hubo una ‘Operación Jaula’: en Madrid se registraron centenares de detenidos«, subraya Egaña.
Prácticamente todos los vascos que estudiaban o hacían el servicio militar en esa ciudad fueron interrogados, mientras que al otro lado de la frontera se desencadenó «una de las mayores razias desde la Segunda Guerra Mundial en el Estado francés», con decenas de detenciones de refugiados políticos vascos y varias expulsiones, apunta el historiador.
La sed de venganza llegó lejos. Cinco años después, un comando del Batallón Vasco Español asesinó a Argala en la localidad de Anglet, situada en Iparralde (País Vasco Norte, bajo jurisdicción francesa).
«En total, hubo al menos cinco personas que participaron en el atentado contra Carrero Blanco sufrieron atentados de los aparatos del Estado en los años siguientes», apunta Egaña, quien cita otros hechos significativos a modo de respuesta por parte del Estado: las ejecuciones del anarquista Salvador Puig Antich tres meses después y de tres militantes del FRAP y dos de ETA dos años más tarde, ya en plena «agonía de Franco».
No sólo hubo garrote vil y fusilamientos. En su afán de vengar el nombre de Carrero Blanco, el régimen amplió el radio de acción. «Algunos de los que les dieron cobijo (a los miembros del comando que cometió el atentado) fueron detenidos algunos años después y sufrieron torturas terribles«, relata Egaña.
Fantasmas y silencios
La construcción del mito. En este terreno hubo tiempo para teorías conspiranoicas de todo tipo, varias de las cuales apuntaban a una especie de contubernio entre ETA y el Gobierno de EEUU. «Los fantasmas habituales», subraya Egaña.
El investigador incide además sobre otro punto: «Con el tiempo ese mito se ha ido edulcorando, creando un falso relato de la historia según el cual Carrero era un hombre liberal, cuando en realidad se trataba de todo lo contrario».
El Estado también puso su grano de arena para alimentar versiones interesadas o falsos rumores: hasta ahora, la Ley de Secretos Oficiales de la dictadura –aún vigente– se ha encargado de bloquear el acceso a los informes oficiales sobre este caso. De esa manera no sólo tapó datos sobre el atentado, sino también en torno a la salvaje respuesta del franquismo y de la transición a través de la guerra sucia contra ETA.
Reconocimientos
Luego llegaron las medallas, los reconocimientos. Las dobles varas de medir. Al margen de las distinciones post-mortem entregadas por la dictadura, la democracia se encargó en 2001 de incluir a Carrero Blanco en el listado de víctimas del terrorismo indemnizadas por el Estado.
El Gobierno de José María Aznar incluyó su nombre en esa nómina al mismo tiempo que declinaba considerar a otras víctimas del terrorismo que volvían a quedar excluidas de esa consideración.
Es el caso de Josean Lasa y Joxi Zabala, torturados y asesinados por el GAL. El Estado se ha negado reiteradamente a reconocerles como víctimas del terrorismo, alegando que fueron miembros de ETA.
28/08/2024
1 Comment
Rubén Torres
3 meses agoNuestro gobierno nos tiene acostumbrados a mentirnos en centenares de ocasiones, por lo tanto desde varias décadas siempre me causa escepticismo las narrativas oficiales. Y más cuando llaman conspiranoicos sin aportar pruebas que lo desmienta.
Por no hablar que ETA nunca utilizó C4 para cometer actos terroristas y ese es el explosivo que se utilizó contra Carrero. Por lo que poco tiene de conspiranoicos los que aseveran que el gobierno de EE.UU tuvo mucho que ver con su muerte.