2 Abril 2018
Hablemos de una historia que tiene todos los ingredientes para terminar convertida en un manga de ciencia ficción japonés: una ciudad abandonada tras un apocalipsis nuclear, una fauna salvaje que toma por derecho propio el espacio dejado atrás por los humanos y la lucha final, repleta de radioactividad, entre los animales mutantes contaminados y las autoridades japonesas. Sólo puede quedar uno, la distopía definitiva.
Nada de esto es imaginación: está sucediendo ahora mismo en Japón. En concreto, en los alrededores de la ciudad de Fukushima, evacuada en su mayor parte tras el tsunami, el accidente y la posterior fatalidad en forma de fugas radioactivas a la que la región se ha visto sometida durante seis años. Tomada poco después por la fauna, al igual que la zona de exclusión de Chernóbil, un vivero animal radioactivo, los antiguos habitantes de la urbe se encuentran en problemas: tienen que volver.
Pero tendrán que pasar por encima del cadáver de los jabalíes.
Yup, jabalíes. Al parecer, la región de Fukushima es rica en ellos, y el estado catastrófico y de evacuación forzosa al que obligó el gobierno de Japón tras el segundo accidente nuclear más importante de la historia promovió que muchos de ellos se desplazaran a la ciudad. Allí había refugio, alimento y una carencia absoluta de humanos. El paraíso jabalí. Seis años después, su población se ha disparado. Sólo la ciudad cuenta 13.000.
Dado que los suburbios de la ciudad comienzan a ser habitables, las autoridades, ante las incesantes presiones de muchos vecinos que tenían sus vidas allí antes de que el tsunami provocara el apagón nuclear japonés, han promovido planes de repoblación. A finales de marzo es el turno de Namie, cuyos niveles de radiación ya son similares a los de otros puntos de Japón no afectados por la tragedia. Pero, claro, a los jabalíes eso les da igual.
Volverás a casa por encima de mi cadáver, humano
El problema es mayúsculo no sólo por la plaga de los graciosos cerdos peludos, sino por su carácter. Desde su llegada y dominio de la ciudad se han convertido en auténticos sheriffs que protegen su territorio sin miedo a los humanos, absolutamente habituados a su residual presencia, y agresivos en cuanto ven amenazadas sus posesiones. Vote yourserlf a farm, vote yourself a tariff, jabalíes en modo Clint Eastwood en Sin perdón.
Japón llevaba siendo consciente del pequeño problema faunístico-radiactivo unos cuantos años. En este reportaje de The Washington Post del año pasado explicaban que los daños que los bichos mutantes habían causado a la agricultura y a las posesiones locales alcanzaban el millón de euros (un jabalí radioactivo no se frena ante nada ni ante nadie). De modo que las autoridades locales habían organizado y subvencionado a grupos de cazadores para ir en su búsqueda. Cerdo vs. hombre, el combate final.
«Matar o morir, hijos míos, matar o morir». (GTRES)
Sucedió, sin embargo, que los jabalíes son bichos bastante grandes y pesados, con una masa corporal de impacto. De modo que por más que las cifras de abatimiento fueran altas, alguien tenía que hacerse cargo de los cadáveres. Ciudades como Nihonmatsu cavaron fosas comunes capaces de almacenar hasta 600 suidos, pero se quedaron sin terreno municipal pronto, por lo que tuvieron que lanzarse a por tierras privadas. Tierras que ahora, con la repoblación, serán más complicadas de conseguir.
A nadie le gustan los jabalíes radioactivos, pero tampoco es de buen gusto tener una fosa común en tu jardín.
«Si no nos deshacemos de ellos y hacemos de esta ciudad una dominada por el ser humano, la situación se hará más salvaje e inhabitable», explica a Reuters Tamotsu Baba, alcalde de
Namie. Según él, ya no está claro quién es el dueño de la ciudad, si el jabalí o el hombre, de modo que la guerra ha de ser total. Así, grupos de trece cazadores pasean por Namie rifle en mano colocando trampas dos veces por semana y en busca de cerdos que llevarse a la tumba.
«¿Y por qué no nos los comem… Oook»
El problema, además, se complementa con la naturaleza radioactiva de los jabalíes, lo que hace inviable que se dé una salida gastronómica al asunto (la carne de jabalí está muy rica excepto cuando está contaminada con uranio).
La situación es similar, pero con diferencias, a la de Chernóbil. Mientras en Japón la gente quiere volver a sus casas, en Ucrania y Bielorrusia la mayor parte de la población ha desistido de regresar. Treinta años después, son pocas las familias que continúan allí (algunas resistieron, como explica Svetlana Alexievich en Voces de Chernóbil, lidiando con fauna local y con la propia radiación remota en las montañas bielorrusas), y la zona de exclusión es un paraíso de lobos, osos, caballos y ciervos, todos ellos radioactivos.
Los jabalíes defendiendo Fukushima, dramatización.
La situación, de hecho, ha provocado el interés de numerosos científicos y biólogos que quieren estudiar qué sucede a los espacios naturales cuando el ser humano se marcha. En esencia, que la fauna los recupera, aunque con consecuencias: algunos estudios entomológicos han mostrado graves mutaciones genéticas en diversos insectos naturales de Chernóbil. Es la naturaleza en su máximo esplendor nuclear.
Fukushima es un caso menos grave, y de ahí que las familias quieran regresar al escenario post-apocalíptico, digno de Akira, de Fukushima. Pero si quieren vivir en sus antiguas casas, tendrán que lidiar y luchar contra los jabalíes que las han tomado por derecho propio, en otro alucinante capítulo de la alucinante historia del alucinante Japón.
14/02/2021