Como respuesta a la queja de Núria Calafell, de Barcelona, publicado en La Vanguardia el 23 de abril del 2010 (La semilla del maltrato). Yo me siento un poco identificado, pues en un momento de ira golpeaba  la mesa o daba puñetazos en las puertas. Eso lo hice en  momentos puntuales, pues no acostumbro a hacerlo, pero si la rabia acumulada sale a flor de piel, hay que desembarazarse de ella para evitar dar esos golpes a tus seres queridos. Siempre será mejor que lo pague un objeto que una persona ¿no les parece? En 17 años de matrimonio la empujé una vez porque previamente mi esposa me “tocó” la cara, y eso no se lo permito a nadie.  Hizo las maletas entre sollozos y lágrimas, pero lo hablamos y se quedó conmigo.
Todo eso ocurrió al inicio de vivir juntos, desde ese día todo fue armonía entre nosotros. Quedó claro que si a mí se me respeta yo haría lo mismo. Tampoco nos hemos insultado ni hemos recibido broncas por parte de ninguno.

Referente al entorno familiar que usted aduce, le diré que era mi madre la que maltrataba a mi padre, por cierto, lo sigue haciendo, y estamos en el 2013. Y como le he explicado, los hijos no tenemos por qué seguir el ejemplo de nuestros padres, éramos 4 hermanos y no tengo constancia que hayan maltratado en sus respectivas parejas.


  Rubén Marco