Lejía, cal, gasolina, queroseno y cemento se utilizan para un procesamiento intermedio de la planta en la selva, alentado por los narcos, y acaban en los ríos andinos

Los alrededores de Machu Picchu albergan cultivos legales de cocaína para el consumo indígena. Fotos: Cruz Morcillo

25/11/2002

La Amazonia peruana tiene un enemigo tan verde como el resto de su territorio: la planta de coca, sagrada para los pueblos indígenas y letal, por su uso, para el resto. En los últimos 50 años este cultivo ha provocado la deforestación de diez millones de hectáreas. La presión de los narcos, la subida de los precios -el kilo de hoja de coca ha pasado de medio dólar hace cuatro años a más de cuatro en la actualidad- y el aumento del consumo está haciendo lo demás y acarrean la destrucción de 250.000 hectáreas de selva cada año.

«Es depredadora, la más agresiva de todas, no sólo degrada el suelo, sino que acaba con lo que crece a su alrededor», explica Lucio Batallanos, gerente de Medio Ambiente de Devida, el organismo encargado de luchar contra las drogas en el país andino. Pocos cultivos existen que en un año produzcan tres o cuatro cosechas. El alcaloide de la hoja peruana es, además, «el mejor del mundo por la riqueza de la tierra», en palabras de uno de los policías que recorre la selva cada día en busca de los «viveros» de coca que no cesan de crecer. Los narcotraficantes conocen estas virtudes y pelean por hacerse con el maná verde.

Crecimiento incesante

Perú cuenta hoy con 34.000 hectáreas de coca, en la región oriental a la cordillera de los Andes y la selva, frente a las 115.000 que se cultivaban en 1995. El objetivo del Gobierno de Alejandro Toledo es reducir los cultivos a 12.000 hasta el año 2007, aunque expertos de su Gabinete admiten que luchan contra la amenaza de que se disparen hasta las 120.000 hectáreas, con otro agravante directo para el entorno y la población: de alcanzar esas cantidades, la producción se transformaría en clorhidrato de cocaína dentro del territorio nacional.

El crecimiento óptimo de la planta de cara al comercio precisa productos químicos, pero éstos se emplean más allá de la recolección. La hoja, una vez recogida y seca, necesita una serie de precursores básicos (insumos químicos, los denominan los peruanos) para convertirse en estupefaciente, en concreto en pasta básica de coca (sulfato de cocaína).

Se trata de un proceso intermedio de transformación de la planta que requiere sustancias tan letales para el medio ambiente como lejía, cemento, cal, gasolina, carbonatos o queroseno, además de una importante cantidad de agua.

Mezclada en pozos primitivos, supone un ahorro de los costes del traslado para los compradores y mayores beneficios para los agricultores; la gran perjudicada es la selva y, en segundo término los consumidores que se han disparado en todos los países andinos con un nivel de adicción equiparable o superior al de la heroína (el crecimiento de toxicómanos que fuman pasta básica «tabacazo» ha sido del 15 por ciento en los últimos años y ha engendrado un sector de población «los niños verdes» que llevan consumiendo hasta una década).

Cuando la coca no constituía un elemento de supervivencia para miles de indígenas andinos -el desplome de los precios de la fruta y del café le ha conferido esta terrible dependencia-, la hoja se procesaba lejos de las cuencas cocaleras; se producía contaminación de los ríos, aunque «sólo» en la fase inicial. Según Batallanos, en los años en los que Perú era el primer productor de coca (con 200.000 hectáreas), 57 millones de litros de queroseno acabaron en las aguas de la selva, a modo de sumidero.

En la actualidad esa circunstancia ha variado. Los traficantes han enseñado a los campesinos a transformar la materia prima, les han dotado de la tecnología básica y han proliferado auténticas «cocinas» de droga en pleno Amazonas, convirtiendo algunos afluentes del gran río en vertederos líquidos por los que flotan desde las sustancias citadas hasta restos de permanganato o ácido clorhídrico, según el gerente de Desarrollo Alternativo de Devida, Fernando Hurtado.

Autoerradicación y jornales

Este organismo oficial, el equivalente al Plan Nacional contra las Drogas español, cuyo delegado Gonzalo Robles acaba de reunirse con sus colegas peruanos y se ha comprometido a aumentar la ayuda española, ha puesto en marcha un proyecto piloto de autoerradicación de cultivos ilegales. Se trata de llegar a un acuerdo con los campesinos de las regiones cocaleras para que eliminen las plantaciones y las sustituyan por cultivos alternativos, como palmito, cítricos, plátano o palma aceitera, en zonas donde el 62 por ciento de la población subsiste en condiciones de extrema pobreza, según el propio Gobierno, y la mortalidad infantil en los primeros años afecta a la mitad de sus pobladores. Cada agricultor que participa en el proyecto recibe 55 soles diarios hasta cobrar un máximo de 10 jornales por hectárea eliminada, un cesto de comida y la posibilidad de trabajar en el futuro en obras que reviertan en la comunidad.

En Perú no existe la erradicación de coca mediante fumigación aérea con productos químicos como en Colombia, por ejemplo. Cada planta se extrae a mano, una por una, con una herramienta llamada «cococho», para poder arrancarla de raíz. Pero los campesinos que ya se han decidido a participar en el programa -si no lo hacen el cultivo será eliminado igualmente por el Gobierno peruano- tienen otra amenaza sobre sus cabezas, además del brutal empobrecimiento: las presiones que reciben de los narcos y que los obligan a trabajar con protección policial.

No buscan enriquecerse

Plantar coca es rentable, de ahí las dificultades para acabar con su cultivo. Para que un campesino logre los beneficios que le reporta cultivar una hectárea de ésta, debe sembrar ocho de cualquier cultivo lícito. «No buscan una economía de enriquecimiento, sino de supervivencia», resaltan en la organización Devida.

Los policías que recorren cientos de kilómetros de selva en busca de la planta -los narcos dificultan las labores sembrando, cada vez más, al abrigo de árboles en lugar de en extensiones abiertas para que no las localicen desde el aire- confirman la situación mísera en la que viven buena parte de las comunidades indígenas.

Los campesinos nos despejan cualquier atisbo de duda. «Los precios del plátano y del café no nos dan para comer. No queremos plantar hoja, nos han explicado que perjudica a mucha gente, pero necesitamos soluciones», aclara un miembro de la comunidad de Me Banañu, en Aguytía. Los traficantes no hacen sino acrecentar sus dudas sobre las ayudas oficiales.

El Gobierno peruano, como el resto de países productores que han emprendido acciones similares, es consciente de que la erradicación por sí misma no garantiza que se reduzcan los cultivos, aunque la consideran necesaria como postura de firmeza ante los narcos y los propios agricultores.

Vínculos con Sendero Luminoso

Y es que la coca, excepto aquélla que se cultiva de forma lícita y controlada, vinculada al consumo indígena (chachar hoja), que ronda las 12.000 hectáreas, es un persistente foco de conflicto social y lazos terroristas. El presidente del Consejo de Ministros peruano, Luis Solari, admitió en un encuentro con medios de comunicación españoles que conforme aumenta el precio de la cocaína se incrementa el número de hectáreas y la gente armada en la zona cocalera. Las últimas columnas detectadas de Sendero Luminoso (en proceso de reagrupamiento) están, según él, relacionadas sólo con el narcotráfico.

Durante los últimos diez años, el país ha disminuido su área de cultivos para uso ilícito en casi un 80 por ciento, aunque las cifras siguen siendo elevadas. Los programas para contrarrestar esta influencia se dirigen en varios sentidos con especial atención, al menos sobre el papel, al cuidado del medio ambiente y la recuperación de ecosistemas degradados.

Se trata de que la coca dé paso a otras actividades en las 14 cuencas productoras identificadas, de forma que las 75,6 millones de hectáreas que forman la selva peruana acojan cultivos agrícolas competitivos.

Los datos no dejan resquicio a la duda: el 95 por ciento de la coca plantada en Perú se produce en suelo forestal. Los 300 años que tarda en crearse un centímetro de suelo, la planta sagrada, la hoja del dinero, lo destruye en sólo cinco.

https://www.abc.es/natural/abci-plantaciones-coca-arrasan-cada-hectareas-amazonia-peruana-200211250300-145671_noticia.html

3/02/2023