Un estudio de un periodo de 15 años señala que los agricultores del mundo occidental aumentaron sus producciones en un 34 %. Pero al mismo tiempo sus gastos anuales en tractores se incrementaron en un 63 %, en fertilizantes el 146 %, y sus necesidades totales de pesticidas químicos un 13 %.

  Japón está empleando siete veces más pesticidas que Estados Unidos, pero produce por acre sólo dos veces más. Europa obtiene unas cosechas que son el doble de las que son comunes en África, pero emplea dos veces más pesticidas. Las mismas discrepancias se observan al examinar las cifras para el empleo de fertilizantes.

Todo suelo contiene minúsculos organismos ligados a la condición orgánica del suelo, que a su vez les proporciona su estructura y vigor. Las grandes dosis de fertilizantes químicos disminuyen la fortaleza orgánica, afectan la disponibilidad natural de nutrientes y son de efecto nocivo para los microorganismos del suelo. Por lo tanto, de una parte de los fertilizantes químicos disminuyen la capacidad del suelo para producir nutrientes para sí mismo; y de otra, tienden a descomponer el suelo al reducir su contenido orgánico. Por consiguiente, lo máximo que se podrá conseguir con la fertilización química es ayudar al agricultor, ineficiente, durante un tiempo, a conseguir cosechas, pero sólo durante un tiempo.

Por consiguiente, podemos justificadamente definir a los modernos fertilizantes como potenciales contaminantes. Para que un suelo pudiera considerarse cultivable, solía decirse que su capa superior debía tener un contenido orgánico de un 8 %. Hoy día, muchas zonas no poseen más de un 3 % de contenido orgánico, debido principalmente a que las diversas clases de fertilizantes precipitan su agotamiento.

Se estima, por ejemplo, que los agricultores de América del Norte ayudados, desde luego, por los procesos industriales han hecho “envejecer” el lago Eire 15.000 años antes de su fecha natural.

Por consiguiente, uno de los grandes lagos está efectivamente muerto, tan contaminado, que ni hirviéndola, podría ser agua potable. Algunos pesticidas son extraordinariamente resistentes. Más de una tercera parte del DDT fumigado sobre terrenos se ha encontrado allí después de 17 años. Semejante persistencia poseen otros pesticidas importantes, como el benceno, hexacloruro, dieldrín, endrín y aldrín, paratión, nalatión, azodrín y elfosdrín.

Se debería fomentar el empleo de insecticidas más convenientes, tales como los carbamatosis, o sustancias botánicas como la piretrosina y la rotenoma, obtenidas respectivamente del crisantemo y de las raíces del derris. Estos productos son altamente eficaces, y ecológicamente menos peligrosos que las sustancias químicas artificiales. Si no se usan es porque no se les da publicidad, ya que proporcionan pocos beneficios a la industria química agrícola. Y no lo que es igualmente importante, los gobiernos no subvencionan su uso y, por consiguiente, no apoyan su comercialización.

6/08/2021