El origen del 1 de mayo

 

Conocidos como «los mártires de Haymarket», el 11 de noviembre de 1887 ocho sindicalistas anarquistas, que reivindicaban una jornada laboral de ocho horas, fueron encarcelados y condenados a muerte por los hechos acaecidos el 4 de mayo de 1886 en la plaza de Haymarket, en Chicago.

  M. Sadurní. Colaborador

 

Actualizado a 30 de abril de 2021 · 09:04 · Lectura: 7 min

«Ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para la casa», ésta era la reivindicación que miles de obreros solicitaban el 1 de mayo de 1886, cuando iniciaron una huelga en todas las fábricas de Chicago para exigir a los empresarios una jornada laboral de ocho horas. Pedían que su gremio fuera incluido en la Ley Ingersoll firmada por el presidente Andrew Johnson en 1868 y que establecía una jornada de ocho horas para todos aquellos empleados de oficinas federales y trabajadores de obras públicas, salvo excepciones y en «casos absolutamente urgentes». Pero esta ley no contemplaba a los obreros industriales cuyas extenuantes jornadas eran de más de once horas diarias.

El punto culminante de aquellas manifestaciones llegaría tres días más tarde, el 4 de mayo, en la conocida como revuelta de Haymarket (también llamada masacre de Haymarket), cuando en mitad de una de las manifestaciones un artefacto explosivo fue lanzado contra la policía. Aquel suceso desató una violencia que acabó en un juicio que condenó a muerte a cinco trabajadores y a penas de cárcel a otros tres. Tan sólo unos días más tarde, varios sectores de la patronal accedieron a reconocer esa jornada más justa.

¡Nadie debe hacer huelga!

Los obreros estadounidenses de finales del siglo XIX estaban organizados en torno a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, una especie de sindicato con influencias anarquistas que compartía escenario social con la Federación Americana del Trabajo, una federación nacional de sindicatos. Tras la celebración de su cuarto congreso en octubre de 1884, esta última anunció que reclamaría una jornada de ocho horas y que, en caso de no reconocerse ese derecho, sus afiliados irían a huelga.

Sin embargo, la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo ordenó por carta a todas las organizaciones que aglutinaba que «ningún trabajador adherido a esta central debe hacer huelga el 1 de mayo, ya que no hemos dado ninguna instrucción al respecto». Los trabajadores, al no sentirse representados, tacharon al sindicato de «traidores al movimiento obrero» y siguieron adelante con sus reivindicaciones. La prensa calificó sus demandas de «indignantes e irrespetuosas» y de «delirio de lunáticos poco patriotas», y las compararon con «pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo». El periódico The New York Times recogía el 29 de abril de 1886, en las jornadas previas a aquella huelga, que «además de las ocho horas, los trabajadores van a exigir todo lo que puedan sugerir los más locos anarquistas».

Esquiroles y piquetes

El 1 de mayo de 1886, unos 200.000 trabajadores se declararon en huelga. En Chicago, donde las condiciones laborales eran aún peores que en otras ciudades, las movilizaciones no cesaron y continuaron durante los días 2 y 3. La empresa de maquinaria agrícola McCormick siguió con su producción gracias a los empleados que no se habían adherido a la huelga y que popularmente se conocen como esquiroles. El resto de obreros, alrededor de 50.000, habían sido disueltos de forma violenta por la policía mientras participaban en una concentración el 2 de mayo. Al día siguiente celebraron una nueva manifestación, y cuando sonó la sirena y los esquiroles salieron se inició una batalla campal que terminó con seis obreros muertos y varias decenas de heridos a manos de la policía. Tras el suceso, el periodista Adolph Fischer, redactor del Asbeiter Zeitung, también conocido como el Chicagoer Arbeiter-Zeitung, un periódico anarquista escrito en alemán, se apresuró a imprimir 25.000 octavillas llamando «a las armas» y convocando una protesta para el día 4 a las 16,00 h. en Haymarket Square.

El texto de las octavillas decía lo siguiente: «Al terror blanco respondamos con terror rojo. Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costoso y se bebía a la salud de los bandidos del orden… ¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís! ¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!«.

Finalmente, los manifestantes consiguieron un permiso del alcalde Carter Harrison para celebrar un acto a las 19,30 h. Harrison acudió y estuvo en la plaza hasta las 21:30 h. para garantizar la seguridad. Durante el discurso de Samuel Fielden, un pastor metodista socialista, anarquista y laboralista, alguien escondido entre la multitud arrojó una bomba contra la policía matando a seis agentes e hiriendo a otros sesenta. En ese momento se desató el caos y los agentes cargaron contra la multitud abriendo fuego indiscriminadamente. El balance fue de 38 obreros muertos y 115 heridos. Los líderes de la manifestación fueron rápidamente detenidos y ocho de ellos sometidos a un cuestionado proceso judicial.

La prensa

Aquel fue el punto de partida para iniciar una auténtica caza de brujas contra el movimiento obrero estadounidense. Una tras otra se sucedieron las redadas policiales y las detenciones se contaron por centenares. Mientras esto sucedía, la prensa, encabezada por el Indianapolis Journal, el Chicago Tribune e incluso el The New York Times, definieron a los huelguistas como «truhanes y malhechores», y calificaron sus protestas de «locura» al reclamar una jornada laboral de ocho horas atacándoles sin piedad: «¡A la horca los brutos asesinos, rufianes rojos comunistas, monstruos sanguinarios, fabricantes de bombas, gentuza que no son otra cosa que el rezago de Europa que buscó nuestras costas para abusar de nuestra hospitalidad y desafiar a la autoridad de nuestra nación, y que en todos estos años no han hecho otra cosa que proclamar doctrinas sediciosas y peligrosas!».

Todo ello se convirtió en el caldo de cultivo idóneo para que el sistema judicial escenificara un juicio que en realidad no tuvo ninguna garantía. Tras más de un mes para poder formar un jurado (para ello fueron entrevistadas 981 personas), el 21 de junio de 1886 empezó un proceso del que nadie dudaba que estaba más motivado por las cuestiones políticas derivadas de enjuiciar a un grupo de anarquistas que por la implicación directa que éstos hubieran podido tener en la explosión. En palabras del anarquista lituano Alexander Berkman, «el juicio de aquellos hombres fue la conspiración más infernal del capital contra los trabajadores que conoce la historia de América».

Condenados por reclamar derechos

El juicio se inició contra 31 acusados, cifra que finalmente se redujo a ocho, que serían conocidos como «los mártires de Haymarket»: Oscar Neebe fue condenado a 15 años de trabajos forzados; Samuel Fielden y Michael Schwab, a cadena perpetua, y George Engel y Adolf Fischer, condenados a pena de muerte. Albert Parsons, que a pesar de no estar presente en el lugar de los hechos se entregó voluntariamente para estar con sus compañeros, fue ahorcado; August Spies y Louis Lingg fueron asimismo condenados a la pena capital. Este último se suicidó en su celda el 10 de noviembre de 1887, un día antes de la ejecución.

En 1889, el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional declaró el 1 de mayo como el Día Internacional de los Trabajadores en memoria de «los mártires de Haymarket».

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/revuelta-haymarket-y-derechos-laborales_15292

18/08/2022