Por John Barros

2018/03/13

Águilas con alas fracturadas, tigrillos domesticados y tortugas con caparazones rotos son algunos de los habitantes de este bioparque ubicado en Cota. Más de 2.000 personas los visitan cada mes para conocer sus historias de maltrato y tomar conciencia sobre la importancia de que eso no ocurra nunca más.

Fotos: Tobías Czeikowitz, Mauricio Sánchez y Bioparque La Reserva.

Desde que estaba en el colegio, Iván Lozano siempre sintió una conexión especial con los animales, en especial con aquellos que vivían en las selvas, bosques y sitios ajenos a la ciudad.

En esa época, su gran sueño no era tener una casa repleta de lujos, sino un espacio natural en donde pudiera ayudar a los animales silvestres, además de educar a la gente sobre el cuidado que se les debe dar.

Por esta razón, decidió estudiar zootecnia en la Universidad de la Salle para adquirir los conocimientos necesarios para poder montar un lugar en donde los animales no estuvieran encerrados, sino que caminaran libres y se comportaran como en su hábitat natural, y que los visitantes no los contemplaran a los lejos, sino que se involucraran con ellos.

Mientras trabajaba como profesor y consultor en manejo de fauna y diseño de zoológicos en Europa, Lozano empezó a aterrizar sus pensamientos, catalogados por muchos como descabellados, para así darle forma a lo que sería su proyecto de vida.

“No quería montar un zoológico tradicional, sino una reserva dedicada a la conservación, uso sostenible de los recursos naturales y ciencia del bienestar animal, en donde se educara al público sobre la biodiversidad e interactuara con las demás formas de vida. Un concepto llamado bioparque”.

Pero no fue sino hasta 2005 que alguien le siguió la idea. “Con una compañera montamos el proyecto Bioparque La Reserva. Su familia nos arrendó parte de una finca ganadera de 26 hectáreas que tenían en el municipio de Cota, que hace parte del cerro Majuy”.

Según Lozano, el ideal era transformar un terreno con cerdos y vacas en un bosque que les sirviera de hogar a los animales silvestres, en donde pudieran comportarse de manera natural y al mismo tiempo educar de una forma interactiva y segura a los seres humanos.

“El lugar fue concebido para que los visitantes conocieran las principales representaciones ecosistémicas del país, que se apropiaran, acercaran y aprendieran sobre los tesoros que ofrecen los recursos naturales y que se relacionaran con el comportamiento de los animales. El mensaje era llegarle al corazón de la gente a través de la vida natural”.

En 2007, cuando le habían dado la licencia de construcción, un incendio calcinó 300 hectáreas del cerro, incluidas tres del predio. Pero las voraces llamas no consumieron el sueño de Lozano. Todo lo contrario, le dieron una oportunidad para empezar desde cero.

“Mientras se construían las representaciones de los hábitats para los animales, estudiantes y el gobierno de Suiza nos ayudaron a reforestar con especies nativas como caucho sabanero, cajeto, cerezo, siete cuero y aliso, y a construir los senderos”.

Lozano empezó a buscar los animales de la exhibición. “Me comuniqué con varias entidades ambientales. Logramos conseguir 20 animales que no podían ser liberados y no eran apetecidos por los zoológicos por sus heridas y comportamientos”.

Un hogar para los animales desamparados

En septiembre de 2008, con donaciones de la Agencia Suiza para el Desarrollo, el Bioparque La Reserva abrió sus puertas al público.

La antigua finca se convirtió en un lugar distribuido en cinco representaciones de los principales ecosistemas del país, como los bosques andino, seco tropical, húmedo tropical y alto andino, y algunos humedales, que recrean las condiciones de clima, vegetación y alimentación y las relaciones entre los animales, plantas, suelo, agua y humanos.

En cada representación fueron introducidos los primeros 20 animales silvestres, dependiendo de su sitio de origen y sus características físicas. Por ejemplo, garzas en humedales, águilas en el bosque alto andino y tortugas en el seco tropical.

También se construyeron un centro de conservación de aves rapaces, un auditorio temático de educación ambiental, una huerta, una zona para animales traficados a nivel internacional, una cafetería y áreas para el proceso de rehabilitación.

“Los visitantes pensaban que se encontrarían con un zoológico, pero acá se reúnen los diversos componentes del ambiente en un solo lugar: la parte inerte: suelo, agua y clima, con plantas, animales y personas. Además, se hace una educación ambiental diferente, ya que todos interactúan y caminan entre los ecosistemas, guiados siempre por expertos”.

A la fecha, en el Bioparque habitan cerca de 100 animales silvestres víctimas del tráfico ilegal, catalogado como el tercero más rentable después de la droga y armas, quienes encontraron una nueva oportunidad y son espejo de las consecuencias de esta actividad.

“Ningún animal del bioparque ha sido extraído de su hábitat. Algunos nacieron en cautiverio y en su mayoría son fruto de los decomisos. Por su comportamiento, estado o hábitos alimenticios no pueden ser liberados, por lo cual acá tienen una vida digna cercana a la naturaleza y son la clave para una nueva educación al público”, enfatiza Lozano.

Un recorrido por Colombia

La visita al Bioparque inicia en un auditorio decorado con arbustos, ramas, hojas y telarañas, que lo hacen lucir como la gruta de un bosque denso.

Mientras que alguno de los 20 comunicadores ambientales narra la historia del lugar, desde el techo sale disparado un búho rayado, buscando alimento en los agujeros de la parte alta del auditorio. Los visitantes quedan sorprendidos.

“Ese es el ideal, que la gente interactúe y conozca los comportamientos típicos de los animales y las características de los ecosistemas. Este búho no puede dar vuelos extensos por una fractura en un ala”, relata Lozano.

En el auditorio hay una pared con cuatro divisiones separadas por vidrios. Cada una tiene en su interior una especie oportunista: boas en un tejado; ratones en una habitación; más de 20 ratas en tuberías; y cucarachas en una cocina.

Lozano afirma que el propósito no es sembrar miedo, sino informar cómo estas especies han llegado a estos lugares por culpa del ser humano. “Muchos gritan y otros se esconden. Los niños son más curiosos. A veces sacamos a Chará, una rata educada con la que juegan”.

El recorrido continúa en la sección del tráfico internacional de especies, que exhibe animales como ranas doradas venenosas, tarántulas y un lagarto cola de dragón, el cual habita en el desierto del Sahara y que fue decomisado en Bogotá hace ocho años.

Luego de ver a dos tricolores guacamayas que parecen inmóviles en las copas de los árboles, y que no pueden volar debido a que su musculatura se atrofió al estar encerradas en jaulas, inicia un viaje mágico por Colombia a través de los ecosistemas.

El primero es el bosque seco tropical del Caribe. El sitio, que no tiene rejas ni barrotes, cuenta con una temperatura cálida simulada por un invernadero. A simple vista solo se ven arbustos pequeños y gordos con diminutas flores, pero luego un búho real se deja ver entre la vegetación, el ave nocturna más grande del país.

“Esta rapaz llegó con una de sus garras sin movilidad, lo que le impide cazar”, dice Gabriela Robayo, coordinadora de educación. De la nada, aparecen aves como un alcaraván con problemas de movilidad en sus patas y una lechuza blanca sin ala; decenas de mariposas, como monarca, ojo de búho y tigre, decoran el lugar.

Del Caribe se pasa al clima templado de los valles de los Andes, sitios gobernados por orquídeas y vegetación alta con flores y frutos grandes del bosque andino.

En los árboles se posan aves como el carriquí de montaña, un familiar del cuervo con plumas azules, amarillas y verdosas; el carpintero real, con un pico duro que emite fuertes sonidos al perforar la madera; la lora gavilana, que dispersa semillas; el atrapamoscas, que retiene insectos cuando vuela; el mochilero de plumaje negro y pico de aguja; patos silvestres que picotean los zapatos; y azulejos y loras cabecirrojas que no cesan de cantar.

“Acá la gente pierde el miedo. Cada animal está en lo suyo y no está pendiente del visitante, por lo cual se prohíbe cogerlos. Muchas aves no pueden ser liberadas, ya que dicen frases humanas y están acostumbradas a comer chocolate y pan”, asegura la experta.

En el bosque alto andino, que se ubica en los 2.000 metros sobre el nivel del mar, entre la frondosa vegetación se esconden dos águilas iguaneras. La hembra llegó hace poco luego de ser decomisada en Bogotá; sus plumas cafés indican que podría tratarse de un juvenil.

Otra rapaz de este bosque es el águila solitaria, mucho más grande e imponente, que solo busca compañía para aparearse. “La gente cree que estas aves se roban los niños, perros, gatos y gallinas, por lo cual, cuando las ven volar, les disparan con pistolas de perdigones”.

En los humedales, con juncos y charcos, están la garza real, la segunda más grande de Colombia, y el guaco y el pellar, garzas nocturnas que ponen huevos sobre el suelo.

El águila harpía, uno de los grandes depredadores con garras que soportan el peso de un tigrillo, es la reina de la selva húmeda tropical del Pacífico y Amazonas. Gruesas ramas y enredaderas separan a esta rapaz de los turistas.

“Al abrir sus alas alcanza a medir hasta dos metros. Es la rapaz más grande del país y tiene la segunda garra más fuerte del mundo. Se alimenta de primates como el mono aullador. Esta fue rescatada siendo un pichón, cuando talaron su hogar y cayó al suelo. No conoce lo que es vivir por sí misma, por lo cual no puede ser liberada”, afirma Gabriela.

Un tigrillo, decomisado en Bogotá hace cuatro años, habita en un espacio repleto de verde. “Adaptamos el lugar con una densa vegetación, altos árboles, una laguna y largas ramas. Poco a poco ha ido recuperando sus instintos. Nos ha demostrado que sí se pueden mantener felinos de bajo porte con altos índices de bienestar, con estímulos y desafíos”.

Los fines de semana se realizan exhibiciones de vuelos de rapaces al aire libre, “como un águila de páramo encontrada hace seis años en una jaula en un cultivo de papa en Cota. Por el estrés del encierro se fue desgastando el pico, lo que le dificulta cazar por sí misma. Ya es experta en sobrevuelvos, para los cuales utilizamos un peluche con alimento”, concluye Silvia Rojas, veterinaria que vela por la salud y alimentación de los animales.

Al mes, entre 2.000 y 2.400 personas visitan este lugar, el cual también tiene una exhibición de plantas carnívoras y un reservorio de agua lluvia en inmediaciones del cerro.

Casos emblemáticos

Un búho ciego: fue entregado hace más de ocho años e hizo parte de las actividades de educación ambiental. “Por su discapacidad era un ave muy tranquila, que tenía un fácil contacto con los niños. Murió de viejo hace poco tiempo, pero nos ayudó a que los visitantes comprendieran el sufrimiento de los animales”, recuerda Lozano.

Coatí de montaña: este mamífero carnívoro y endémico de Bogotá se creía extinto; no se tenían fotos de la especie, solo cráneos y pieles en museos. En 2009, Lozano encontró ocho individuos en sitios de rescate, los cuales llevó a La Reserva. “El año pasado, una pareja tuvo la primera cría en el Bioparque, un hecho histórico. Uno de ellos hace parte de la exhibición. Con los demás trabajamos en su reproducción. El ideal es poder liberarlos, pero aún no se cuentan con estudios profundos sobre la especie”.

Águila caracolera: el año pasado, a la CAR le entregaron un águila caracolera con su lado izquierdo fracturado. Cuando llegó al Bioparque, expertos cerraron sus heridas y fracturas. “Esta pequeña rapaz poco sobrevive al cautiverio. Pero con el cuidado logró sobrevivir y en pocos días hará parte de la exhibición para contar su historia. Como no puede volar, por su ala fracturada, no es apta para liberación”.

Águila harpía: fue uno de los primeros animales del Bioparque. La capturaron siendo pichón y no conoce la libertad. Es la única hembra adulta que ha logrado poner huevos en cautiverio. Lo hizo hace seis años, cuando se trató de reproducir con un macho viejo, con cáncer y lleno de perdigones. “Solo con la estimulación del macho, la hembra puso tres huevos, pero salieron infértiles. Este año, gracias a la Fuerza Aérea, un macho joven le hará compañía, con el cual esperamos pueda reproducirse”.

Aves liberadas: tres búhos y un gavilán migratorio, luego de cumplir su rehabilitación en la Reserva, fueron liberados en las tres hectáreas restauradas del cerro Majuy. “Estos animales fueron entregados por las autoridades. Hicieron parte de la exhibición de rapaces, pero por los buenos resultados decidimos devolverlas a su hábitat”

https://sostenibilidad.semana.com/impacto/articulo/bioparque-la-reserva-una-segunda-oportunidad-para-los-animales-victimas-del-trafico-de-fauna/39670

30/10/2020