Osos, lobos, zorros y linces: el estigma de los grandes depredadores como pretexto para su caza

Las grandes especies depredadoras que habitan en la península ibérica son esenciales para la regulación de los ecosistemas. Algunas, como el oso o el lince, se encuentran protegidas, lo cual no impide que sean cazadas, atropelladas o envenenadas.

Dos osos pardos en una imagen de archivo. — Alberto Morante / EFE

Madrid

02/12/2020

Alejandro Tena

Hace un año, tiroteaban a un cachorro de lobo que participaba en un programa de protección de la Comunidad de Madrid. El pasado mes de septiembre apareció en el asfalto de una carretera de Sevilla el cadáver de un lince que había sido arrollado por un coche. También son tiroteados cientos de zorros cada año en torneos de caza autorizados por la Administración. Este fin de semana, sin ir más lejos, dos osas en peligro de extinción fueron abatidas por cazadores en diferentes partes del mapa. La lista de especies depredadoras que mueren en España es demasiado larga como para afirmar que se trata de casos aislados. Detrás de cada vida arrebatada se esconde un problema estructural que España lleva arrastrando consigo varias décadas. Desde la falta de protección a la impunidad de las penas, todo desemboca en el estigma de estos animales que, desde el punto de vista ambiental y biológico, son capitales para la conservación y la regulación de los ecosistemas.

Su condición carnívora –en el caso de los osos, omnívora– sirve en muchas ocasiones como elemento crucial para tejer un relato que justifique la caza como acción de protección al ganado.  «Nos encontramos en una situación de vuelta de tuerca. Estamos en un escenario en el que el equilibrio de la naturaleza se ha roto por la acción del hombre y eso nos lleva a justificar determinadas actividades» como la caza, explica Gema Rodríguez, responsable de Especies del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés).

El caso más llamativo es, quizá, el del lobo ibérico –uno de los principales objetivos de los lobbies cinegéticos– al que se le acusa de ser una amenaza para el ganado. Si bien es cierto que este mamífero puede acercarse a zonas agropecuarias, el número de ataques no llegan a afectar al 1% de la cabaña ganadera española. Según la Agrupación de Entidades Aseguradoras de Seguros Agrarios Combinados (Agroseguro), el conjunto de depredadores silvestres generó 4.636 ataques al ganado español en 2018. Todas las pérdidas ocasionadas fueron reparadas con un coste total de 985.809 euros en indemnizaciones.

Pese a ello, el relato del depredador como elemento generador de caos sigue imponiéndose ante la realidad biológica de estas especies. «Son especies capitales», argumenta Rodríguez. Lo son porque se encargan de regular el crecimiento de las poblaciones de otros animales que pueden generar daños en las actividades agroganaderas. El zorro, por ejemplo, es un mamífero importante para garantizar que no haya un elevado número de conejos que echen a perder las cosechas. «Es llamativo que en la prensa no se relacionen determinados problemas causados por estos animales en la agricultura con el hecho de que se estén aniquilando a los zorros que controlan a los conejos», expone la conservacionista.

Cuanto mayor es el tamaño de los animales, más elevado es su grado de vulnerabilidad. Así lo desprende un estudio de la revista Science que señala cómo el ser humano ha ido contribuyendo a la extinción de las especies más grandes. Para Marta Tafalla, profesora de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona, esta podría ser una de las razones que expliquen el ensañamiento que algunos sectores cinegéticos tienen con los depredadores que habitan en la península ibérica. «El ser humano ha tendido a matar o a cazar a estos animales desde que salió de África. Posiblemente, porque eran más visibles. Pero ahora mismo se puede explicar por ese deseo de querer dominar el territorio y los ecosistemas, porque, en cierto modo, vemos a estas especies como unos competidores», expone la pensadora especializada en ética y estética animalista.

«Hay un odio contra la vida silvestre, el ser humano es proclive a odiar lo que no puede dominar. Por ejemplo, estigmatizamos a los lobos, pero amamos a los perros, que son la misma especie. Esto es porque el primero es salvaje y el segundo está domesticado. Nos gusta una naturaleza sometida y a la que podamos sacar un rédito económico», agrega.

Una legislación que no ayuda

Nuria Menéndez de Llano, abogada del Observatorio de Justicia y Defensa Animal, pone el foco en el «vacío legal» que contribuye a que muchos de los asesinatos de estos depredadores terminen en impunidad. «Lo más llamativo es que el delito de maltrato animal excluye a las especies salvajes. Es decir, toda acción que termine con la muerte de un animal silvestre y que no sea dentro de una actividad de caza legal queda excluido de cualquier sanción penal. Esta situación da pie a que muchas veces nadie tenga miedo a las consecuencias de sus actos», denuncia.

En febrero de 2019, la Justicia archivaba la causa contra un cazador que, en un vídeo que se hizo viral, arrojaba por los aires a un zorro y lo pateaba hasta provocarle la muerte. Aunque el maltrato animal era evidente, la magistrada no pudo corroborarlo ya que no se trataba de un animal doméstico. Este suceso es quizá un elemento definitorio de la impunidad en la que se mueven muchos de estos actos. Por otra parte, las sentencias por matar lobos de manera ilegal –su caza está permitida desde el río Duero hacia el norte peninsular– son escasas, en tanto que la primera condena de la historia es de este mismo 2020 y supuso una multa de 57.000 euros a repartir entre los dos furtivos que dispararon, tal y como adelantaba La Vanguardia.

En ese sentido, la catalogación de determinadas especies como protegidas o en riesgo de extinción da ciertas garantías jurídicas, siendo el caso de los osos o los linces. «Si el animal entra dentro del catálogo de protección, su caza puede considerarse delito contra la fauna y habría una sanción penal, en lugar de administrativa», argumenta la jurista especializada en derecho animal.

El caso de las osas abatidas este fin de semana, las autoridades achacaron los sucesos a una confusión de uno de los cazadores, que habría confundido al animal con un jabalí, y a una situación de defensa ante el supuesto ataque del mamífero. Las razones que llevan a una persona a disparar o atropellar a un de depredador de estas características tiene una gran importancia desde el punto de vista jurídico y a veces, es imposible demostrar una intencionalidad o un caso de furtivismo. «No siempre son muertes accidentales. Se pone esa excusa y nunca sabemos si es real o no. Por ejemplo, a la hora de recopilar datos sobre accidentes de lobos, resulta imposible conocer las causas. Cuando es un oso o un lince, vemos que al ser especies protegidas se consigue investigar y esclarecer más los hechos, pero en el caso de los lobos o los zorros apenas se dan sentencias», sostiene Rodríguez.

Falsa confrontación entre lo rural y lo urbano

El debate sobre la necesidad de cazar a estos animales o no,  genera una polarización evidente y abre una falsa dicotomía entre lo rural y lo urbano. Así lo entiende Menéndez de Llano, que señala que en determinados medios de comunicación se contribuye a esta idea a través de noticias que dibujan a los colectivos conservacionistas como grupos contrarios a la defensa del entorno rural por el mero hecho de querer proteger especies que, desde el punto de vista biológico, son cruciales para la biodiversidad. «Es una confrontación falaz, los que defendemos la naturaleza defendemos el bien común», sostiene.

«Nunca se contrapone el daño económico que puede suponer la transmisión de enfermedades originada por la falta de depredadores a las noticias de ataques a ganado», argumenta la experta del Fondo Mundial para la Naturaleza. Y es que muchos de estos depredadores no sólo contribuyen a que no haya sobrepoblación de herbívoros, sino que se pueden presentar como una suerte de barrera biológica que canalice la llegada de bacterias y virus al ganado. Tanto es así, que en algunas zonas de Andalucía, Extremadura o Castilla-La Mancha –donde ya no hay presencia de lobos– se ha llegado a registrar prevalencia de tuberculosis en más del 90% de la población de jabalíes silvestres que podrían propagar esta afección a vacas, ovejas o cabras, según datos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.

La falta de comunicación, ausencia de educación ambiental, la confrontación  o las carencias en la legislación encargada de la protección de estos animales resumen la situación de vulnerabilidad en la que viven estas especies capitales. «En cierta medida los medios conservacionistas no hemos sido capaces de articular una contrapartida. No hemos sabido difundir esa idea de cuidado e interacción con la naturaleza, esa idea de convivencia desde la admiración. Hay muchas causas juntas que explican la estigmatización y que se han ido retroalimentando. Vivimos de espaldas al mundo natural«, reflexiona Tafalla.

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