Foto: Cosmopolita.(cc)Flickr
Texto: Jordi Jiménez Aragón
Hace tiempo que “le debo” a mí-nuestro coordinador-dinamizador un artículo. Él tampoco me ha apretado, ha sido muy atento y considerado, al esperarme todos estos meses en los que no he escrito nada con la (¿pobre?) excusa de estar preparando exámenes. Y digo pobre porque hace ya tres semanas que superé tan fatídico momento. Una nueva excusa podría ser que estoy en ese “terrible” impasse que significa esperar las calificaciones, y los nervios me poseen al modo de los malos espíritus, esos que toman posesión de los cuerpos y las mentes y dominan la voluntad de los poseídos. ¡Huy, lo que me he dicho! ¿Me he llamado a mí mismo poseído? ¿Ven ahora por qué dicen que la cárcel sienta mal? Seguro que esto es un infame efecto secundario.
Pero si hablamos de estar poseídos por alguna locura insana, la espera de las calificaciones de unos exámenes es algo inofensivo en comparación con según qué otras cosas. Por ejemplo, los comportamientos dudosamente inteligentes de determinados grupos escasamente humanos (no se les puede atribuir cualidades totalmente humanas a semejantes energúmenos, aunque en el fondo pertenezcan al mismo género que usted o que yo), disfrazados de ideologías, colores deportivos, o lo que es peor, ambas cosas a la vez.
Exacto, avispado e inteligente lector (o lectora, en cuyo caso debería haber escrito “avispada”, dicho sea en el más elogioso sentido de la palabra, por supuesto), me estoy refiriendo a los sucesos del pasado derby futbolístico entre los equipos del RCD Español y el FCB Barcelona. Pero el título de este artículo-reflexión-lo-que-sea no está escogido al azar, ni siquiera es un homenaje al gran film de Griffith, hace un porrón de años, tantos que ni me acuerdo. Pero sí recuerdo el título, y algo del argumento, que prácticamente se podría resumir en el título.
Hace tiempo que siento la necesidad de decir algunas cosas tan claramente como me sea posible. Y me he dado cuenta de que existe un denominador común, desgraciadamente, en esas cosas, y no es otro que la intolerancia. De modo que pensé que estaría bien hablar (quiero decir, escribir) de lo más reciente, y más adelante, en sucesivos capítulos, ir ampliando el espectro de la intolerancia, tal y como yo la veo.
No pretendo aportar soluciones, no estoy ni en el lugar ni con la disposición para hacerlo, ni siquiera tengo nada parecido a “medios” para hacerlo. Sólo puedo poner negro sobre blanco algunas de mis ideas y mis sentimientos, pedirle a Álvaro (nuestro profesor de informática) que lo cuelgue en Internet, y tener la esperanza de que alguien lea mis escritos y que su lectura invite a ese alguien a reflexionar, a plantearse sus propias preguntas y encontrar sus propias respuestas. Aunque sería un milagro pequeñito, casi insignificante, seguiría siendo un milagro, un milagrito, y sólo por eso merece la pena intentarlo.
Por tanto, vayamos al turrón. Cualquier estudiante de primero de antropología aprende que, Darwin mediante (que no Dios), el hombre desciende del mono. En términos más correctos, diríamos que la especie humana pertenece al orden de los primates, de la clase de los mamíferos. Existe un orden en esa clasificación. Clase (mamíferos), orden (primates), especie (humana). Cada orden puede subdividirse en subórdenes. Los primates se subdividen en el suborden de los prosimios y en el suborden de los antropoideos. Dentro de este último suborden existen distintas especies, como los monos, los simios y los humanos. Llamamos “antropoideos” a ese suborden, del que la especie humana es una ramita que cuelga, porque todos los grupos pertenecientes a ese suborden comparten algunas características comunes.
No pretendo entrar en las similitudes biológicas, pero me gustaría llamar la atención en algunos rasgos comunes en el comportamiento social. Porque, señoras y señores, los monos y los simios son tan sociales como los humanos, si no más. Es propio de los antropoideos vivir en grupos sociales, es decir, de varios individuos. Con ello se propician y potencian aspectos de interés para todo el grupo, como mayor protección ante los depredadores (más ojos, mayor vigilancia), mayores posibilidades de conseguir comida, y, en definitiva y como resumen, mayores probabilidades de supervivencia, que es lo que nos interesa a todos, qué narices…
Mi opinión (bueno, una de ellas, tengo más…) es que la civilización es una mezcla de una característica animal, que compartimos con el resto de antropoideos (monos y simios), como es la vida en grupos sociales, y de dos características puramente humanas, como son la inteligencia abstracta y la capacidad del lenguaje. Mézclense todos esos ingredientes (grupo social, inteligencia abstracta y lenguaje), y tenemos un germen de civilización, que sólo necesita ser regado y alimentado convenientemente. Aunque eso no garantiza que el crecimiento sea el adecuado, claro, pero qué se le va a hacer. Nadie es perfecto, ni siquiera Dios, ya que si su obra (este mundo y este universo) va de la manera que va, uno tiene serias dudas sobre la perfección y la omnipotencia divinas. Pero ese es otro tema que, como diría el expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, hoy no toca…
¿Cómo relaciono a los Boixos Nois con todo lo antedicho? Bueno, es más que evidente que el comportamiento de los miembros de los Boixos es social (van siempre en manada), y por tanto, dicho grupo cumple con una de las principales características de los antropoideos. De su capacidad para el lenguaje, rasgo intrínsecamente humano, tampoco cabe duda, al menos por el volumen de sus gritos, que aunque gritos (los chimpancés y los monos aulladores son un buen ejemplo de gritos no humanos), son plenamente articulados, y aunque con ellos expresan ideas más bien pobres en cuanto a contenido, no cabe negarles precisamente eso, un contenido. Aún es hora que un simio o un mono articule un simple “buenos días” con sonidos surgidos de su garganta. Por tanto, cabe reconocerles rasgos humanos en lo tocante a su capacidad de hablar.
Pero… ¿qué me dicen acerca de su capacidad para la inteligencia? Espero que estarán de acuerdo que es más que dudosa, aunque tampoco se les puede negar de forma absoluta. Me explico. Poseen una inteligencia de tipo primitivo, aunque abstracta. Verán. Uno solo de estos individuos adopta generalmente un comportamiento típicamente animal: huir ante el peligro. Entre algunos seres humanos se califica tal comportamiento como cobardía, pero reconozcan conmigo que todo animal, incluso el más fiero, por ejemplo el león, cuando se encuentra en inferioridad, huye, salvo que se le acorrale y no tenga más escapatoria que atacar. Pero incluso en ese caso, el animal no ataca como acto de valor y gallardía, sino porque no tiene más remedio. Algo parecido le pasa a un individuo de este tipo de grupúsculos cuando se encuentra aislado.
Cuando se reúnen en número reducido, entre dos y cuatro o cinco, adquieren algo de valor, pero sin ser realmente peligrosos. Se les podría calificar de simplemente “graciosos”, aunque maldita la gracia que le hace a usted o a mi ser blanco de sus burlas y sus risas. Pero, amigo, cuando superan ese número, cuando son más de cinco, su valor crece de manera exponencial, y se atreven con lo que haga falta. Y por descontado, no actúan igual cuando son 10 (ahí son bastante valientes) que cuando son 500, donde son prácticamente imparables, una fuerza de la naturaleza.
En este sentido, el comportamiento social de estos individuos recuerda grandemente al de las manadas ¿no les parece? Toda capacidad de raciocinio individual se elimina, salvo la del líder, no existiendo más voluntad que la suya. Cualquiera puede ser líder, pero generalmente no será el más inteligente, sino el más brutal de ellos. Todas las pautas de su comportamiento social obedecen más a patrones animales que humanos. Uno de esos patrones es el de la intolerancia con otros miembros de su misma especie. Un chimpancé puede admitir en su hábitat a otros animales no peligrosos (pájaros, elefantes, gacelas, cebras, etc.), pero será muy difícil que admita a otros chimpancés de grupos distintos al suyo. Los documentales nos enseñan con frecuencia como un grupo de chimpancés son capaces de matar a otro chimpancé sólo por no pertenecer a su propio grupo.
¡Coño! Como los aficionados ultras de los equipos de fútbol. Son lo mismito, lo mismito. Intolerantes para todo que no sea su propio submundo. Sus colores. Sus ideas. Sus amigos. Todo lo demás es territorio hostil y enemigo, y todo aquel ser humano que no pertenezca a su propio grupo es un enemigo en potencia. Me da igual si la etiqueta pone “Boixos Nois”, “Brigadas Blanquiazules”, “Ultra Sur”, “Frente Atlético” o “Nos hemos quedado sin cerebro”. En el fondo es lo mismo. ¿O acaso usted es capaz de distinguir entre dos chimpancés de distintos grupos?
En el fondo, creo que estamos ante las puertas de un descubrimiento científico de la mayor importancia. Si los aficionados ultras comparten características animales y humanas, pero sin desarrollar las humanas en el grado que sería deseable (tolerancia y respeto hacia los demás), ¿es acaso posible que nos hallemos frente al tan buscado, y nunca hallado, “eslabón perdido”?
Voy a ponerme serio por un momento. Si usted, que me está leyendo, es un ultra-aficionado al fútbol, seguramente estará muy enfadado conmigo, y probablemente tenga sus motivos. Se puede sentir usted insultado por mis palabras. Pero le invito a que haga un uso un poco más intensivo de su mejor capacidad humana, de su inteligencia abstracta. Cuando yo estaba en libertad, acostumbraba a llevar a mi hijo, de vez en cuando, a ver un buen partido de fútbol. A veces nuestro equipo perdía, otras ganaba, pero siempre nos lo pasábamos bastante bien con el ambiente y todo lo que rodea a un partido de fútbol, desde el desplazamiento hasta el bocadillo del descanso. Usted, aficionado ultra que se siente ofendido por mis palabras, y que tal vez, si pudiera, haría que me las tragara, ¿cómo cree que se siente un padre que no puede llevar a su hijo a un partido de fútbol por miedo a lo que les puede ocurrir si se encuentran con ustedes, o que simplemente, no desea que su hijo aprenda determinados valores, los de ustedes? ¿Es usted capaz de entender que su comportamiento me agrede a mi tanto como es posible que mis palabras le agredan a usted? Yo puedo retirar mis palabras, y reconocer que me he equivocado. ¿Puede usted, pueden ustedes, cambiar su comportamiento, y dejar de tirar bengalas? ¿Pueden dejar de insultar a otras aficiones tan respetables, o más, que la suya? ¿Pueden aceptar la diversidad como algo bueno y deseable? ¡Joder! ¿no se dan cuenta que si todo el mundo fuera de su mismo equipo (Barça, Espanyol, Real Madrid, el que sea), el fútbol sería algo muy, muy, muy aburrido?
Un poco más de tolerancia nunca ha matado a nadie, que yo sepa. Las bengalas y los cohetes en los campos de fútbol, sí. Ese es uno de los aspectos de la intolerancia. Fin del capítulo primero.
PeatoNet, Una red de personas: INTOLERANCIA (Capítulo I)
12/08/2021