4 Junio 2020
Javier Jiménez @dronte
«¿De dónde diantres ha salido esto?» En Europa hay cada año alrededor de 300 alertas alimentarias y detrás de cada una de ellas hay un complejísimo proceso de trazado que nos puede llevar desde una remota granja del sur de Pomerania hasta una fábrica a orillas del Rin. Por suerte, los sistemas europeos están muy engrasados e incluso en mitad del despropósito más grande que podamos imaginar, como pudimos ver en directo con la crisis de la listeria, la situación puede controlarse moderadamente bien.
Pero Europa no es el mundo entero y la alimentación no es el único sector que tiene problemas de rastreo. Muchas cosas (desde productos sin medidas de seguridad a artículos de lujo) sufren los problemas propios de cadenas de distribución cada vez más y más largas. Un fenómeno que hace que rastrear la procedencia de un objeto sea muchas veces una misión imposible.
Frente a ello, las actuales (y cada vez más complejas) tecnologías de etiquetado requieren una gran inversión y mucha mano de obra, pero son relativamente fáciles de falsificar. Así que la pregunta persiste encima de la mesa, ¿cómo podemos encontrar una aguja en el pajar de la distribución mundial de productos y alimentos?
¡Sigan a esos microbios!
Roman Romashov
Muchos investigadores han propuesto que podemos usar un hecho incontestable: que la Tierra está infectada de microbios. No solo eso. Está infectada de microbios que tienen particularidades genéticas capaces de dar a los objetos físicos una composición única. Esto es lo que podemos llamar una firma microbiana y, bien usada, puede ayudar a determinar la procedencia de cualquier objeto. El problema es que no es sencillo. Para empezar, porque se necesitaría un exhaustivo y costoso mapeo ambiental que no tenemos y que no parece que nadie esté dispuesto a financiar.
Ahora un grupo de investigadores de Harvard y de la Universidad de Boston ha decidido darle la vuelta al asunto y, a la voz de «si no podemos usar los microbios naturales los hacemos nosotros», están proponiendo el uso de esporas sintéticas programadas con «códigos de barras de ADN» únicos que proporcionen un sistema de elevada flexibilidad y alta resolución para etiquetar y rastrear la procedencia de cualquier objeto.
Para probarlo, el equipo coordinado por Jason Qian creó cepas sintéticas no viables de la bacteria Bacillus subtilis y la levadura Saccharomyces cerevisiae que albergaban secuencias de «código de barras» de ADN únicas. Este tipo de «códigos» pueden identificarse rápidamente utilizando herramientas como SHERLOCK (un dispositivo portátil de detección in situ de ADN basado en CRISPR). Luego aplicaron diversos procesos para ver si esas cepas era un sistema viable.
La idea es aprovechar su capacidad para persistir durante meses en las superficies de tal forma que resulte muy fácil determinar la procedencia de los alimentos y rastrearlos rápidamente hasta su origen. Y la noticia es que funcionan bastante bien. En concreto, la B. thuringiensis modificada permaneció detectable incluso después de someter los productos sobre los que estaba a lavado y cocción. El trabajo aún es seminal y queda mucho por recorrer, pero abre la puerta a convertir a los microbios en pasaportes que nos permitan construir sistemas de rastreo a nivel internacional. Para lo bueno y para lo malo. ¿Estamos a las puertas de que los problemas de privacidad microbiótica se hagan mainstream?
Imagen | Elena Mozhvilo