En el verano de 1942, en medio del asedio más letal de la historia, que causaría cerca de un millón de muertos por hambre y frío, la Orquesta de la Radio de Leningrado interpretó la séptima sinfonía del compositor Dmitri Shostakóvich, que se convirtió en un símbolo de la voluntad de resistencia soviética.

Texto de Rodrigo Brumori

Izquierda: 9 de agosto de 1942: la Orquesta de la Radio de Leningrado interpretaba la Séptima sinfonía de Shostakóvich, al que vemos a la derecha vestido de bombero, el trabajo de voluntario que desempeñó durante el cerco nazi a la antigua San Petersburgo.

 

El 8 de septiembre de 1941, dos años después del inicio de la Segunda (¡nena Mundial, el ejército alemán torno la localidad de ShlisseIburg. situada en el noreste de Rusia, a orillas del lago de Ládoga, y cerró un círculo alrededor de Leningrado (en la actualidad, San Petersburgo), que quedó aislada del resto de la Unión Soviética. Empezó así el sitio a una ciudad más mortífero de la historia. En los 872 días que transcurrieron entre esa techa y el 27 de enero de 1944, cuando se levantó el cerco, murieron alrededor de un millón de personas, la mayoría de hambre y frío (las estimaciones van de 750.000 a 1.200.000, según las fuentes). Ha habido en la guerra moderna algún asedio más largo -el récord lo tiene el de Sarajevo, que en los noventa, durante la guerra de Bosnia, se prolongó casi cuatro años-, pero ninguno que se acerque ni de lejos a tal número de víctimas.

Estas terribles cifras van en consonancia con la extrema brutalidad de la guerra en el Frente Oriental, mucho mayor que la de los países del oeste europeo. Hitler mantenía un mínimo de respeto por los pueblos de Europa Occidental -especialmente por los nórdicos, con los que veía un cierto parentesco racial-, pero calificaba de subhumanos a los eslavos y pensaba que debían ser exterminados o esclavizados. En el Plan General del Este y el Plan Hambre, elaborados entre 1939 y 1941, se preveía la muerte por inanición de treinta millones de personas, para que los territorios en que vivían fueran ocupados por colonos alemanes. Leningrado entró en estos cálculos: Hitler ordenó que fuera “borrada de la faz de la tierra” (directiva 1.601), que se dejara morir de hambre a toda la población para no tener que alimentarla y que se rechazara cualquier oferta de rendición. Según se demostró, este último punto era innecesario, puesto que la ciudad nunca se planteó capitular e hizo gala de una resistencia inquebrantable.

Una de las manifestaciones más célebres de esa determinación rusa tuvo lugar en agosto de 1942: la interpretación de la Sinfonía n.° 7, Leningrado, del gran compositor petersburgués -o leningradense, como se prefiera- Dmitri Shostakóvich, compuesta en parte durante el sitio y dedicada a la ciudad. Planteado como un desafío al cerco nazi y, a la vez, como una astuta operación de propaganda, el concierto, que corrió a cargo de una orquesta de músicos famélicos que apenas se mantenían en pie, se convirtió en un símbolo de la voluntad de supervivencia de la ciudad y, por extensión, de todo el país.

LA SUERTE HABÍA QUEDADO ECHADA MÁS DE UN AÑO ANTES, EL 22 DE JUNIO DE 1941, CUANDO HITLER TRAICIONÓ A STALIN Y LANZÓ la Operación Barbarroja: la invasión de la Unión Soviética. Ambos países habían firmado en agosto de 1939 el pacto Ribbentrop-Mólotov, por el que, además de garantizar que no se atacarían, se repartían Polonia y establecían zonas de influencia en la Europa Oriental. Con este acuerdo en la mano, Hitler invadió Polonia a los pocos días, el 1 de septiembre, lo que causó el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y al año siguiente pudo atacar Europa Occidental con la tranquilidad de que no se abriría un segundo frente en el este. Stalin también invadió Polonia -dieciséis días más tarde-, y además ocupó parte de Finlandia, en la llamada Guerra de Invierno, y los Estados bálticos. Pero este pacto contra natura entre dos regímenes supuestamente incompatibles tuvo para los soviéticos una nefasta consecuencia: Stalin nunca creyó las muchas informaciones que a lo largo de 1941 le advertían de que Alemania planeaba un ataque inminente contra la URSS. Incluso consideró cualquier refuerzo de la seguridad podía ser interpretado como un  gesto poco amistoso por su aliado nazi, y decidió no hacer nada. Por eso, la Operación Barbarroja pilló a su país desprevenido.

Leningrado, segunda ciudad soviética en cantidad de habitantes e industrias, con numerosas fábricas de armamento, figuraba entre los primeros objetivos nazis. Era también la sede de la potente flota rusa del Báltico, y desde el punto de vista estratégico resultaba crucial para cubrir el flanco norte del avance hacia Moscú. A eso se añadía un claro valor simbólico. No solo había sido la capital del Imperio ruso, superior en majestuosidad a Berlín o Viena, sino también la cuna de la odiada revolución bolchevique, lo cual la convertía en una particular obsesión efe Hitler.

A lo largo del verano de 1941, el Grupo de Ejércitos Norte de la Wehrmacht (las fuerzas armadas alemanas) avanzó como un relámpago por Lituania, Letonia y Estonia en dirección al norte de Rusia. Mientras, la población civil de Leningrado se entregaba a la frenética tarea de construir unas defensas que nadie había previsto: medio millón de personas, en gran parte mujeres y niños, trabajaron sin descanso cavando trincheras y zanjas antitanque que resultarían vitales para la supervivencia de la ciudad. En la empresa de destruir Leningrado, los nazis contaron con ayuda extranjera: una pequeña parte española (la División Azul), una aún más pequeña italiana (la XII Escuadrilla MAS), y otra muy importante, la de Filandia, deseosa de recuperar los territorios que la URSS le había arrebatado en la Guerra de Invierno. A finales de agosto de 1941, Finlandia ocupó como aliada del Tercer Reich las zonas que había perdido y bloqueó la ciudad por el norte (esa posición la mantuvo durante todo el sitio, pero se negó a ir más allá, lo que trastocó la estrategia de Hitler). El 30 de agosto los alemanes cortaron la última línea de ferrocarril, y el 8 de septiembre, con la toma de Shlisselburg, la ciudad quedó aislada por tierra del resto del país.

Hitler ordenó que Leningrado fuera “borrada de la faz de la Tierra” y que se dejara morir de hambre a todos sus habitantes

Ese mismo día, la aviación nazi destruyó con bombas incendiarias los principales almacenes leningradenses de alimentos. Se vio entonces que las reservas de carne y grano durarían poco más de un mes, y las de azúcar, dos. Para entonces habían sido evacuadas unas 600.000 personas hacia el este, pero aún quedaban 2,5 millones de civiles que alimentar con los poco suministros que llegaban por vía aérea y en las gabarras que cruzaban el Ládoga, permanentemente hostigadas por los bombardeos de los aviones Stuka alemanes. El hambre se convirtió en el principal problema de Leningrado, que se hundió en una pesadilla.

Los padres no dejaban salir de casa de noche a los niños, temerosos de que los asesinaran para venderlos como comida

EN OCTUBRE APARECIERON EN LAS CALLES LOS PRIMEROS CADÁVERES DE QUIENES NO HABÍAN PODIDO RESISTIR LA FALTA DE ALIMENTOS. En noviembre, la ración diaria pan, al que se empezó a añadir serrín para que cundiera más, se redujo por quinta vez: 250 gramos para trabajadores y 125 para desempleados, niños y ancianos. Ese año fue particularmente frío: el Ládoga se heló antes de lo habitual, lo que cortó la llegada de las provisiones en barca (aunque pasado un tiempo, permitió el establecimiento de una ruta sobre el hielo, bautizada como el camino de la vida). El hambre llevó enseguida a los habitantes de Leningrado a la desesperación: empezaron a comerse los animales domésticos, los del zoo, las ratas y los cuervos; se hacía caldo o papilla con todo lo que pudiera hervirse: cuero, el pegamento del papel de Ias paredes, los lomos de los libros…En lo peor del invierno, con temperaturas de entre veinte y cuarenta grados bajo cero y sin calefacción, llegó a haber 100.000 muertos mensuales. Gran parte de ellos quedaban en las calles y las casas, congelados y sin que nadie tuviera fuerzas para moverlos; a los que llegaban al cementerio les faltaban muchas veces miembros que habían servido de alimento para alguien. Se extendió el canibalismo -que las autoridades intentaron reprimir y ocultar-, y proliferaron los asesinatos para conseguir cartillas de racionamiento o, directamente, carne humana.

Muchos padres prohibieron a sus hijos salir de noche a la calle para impedir que acabaran vendidos en el mercado negro, pero en otras familias se tomó la decisión de matar a alguno de sus integrantes para dar de comer a los demás. Con la llegada de la primavera y el deshielo, salieron a la luz todos los cuerpos mutilados que permanecían ocultos bajo la nieve: un verdadero retrato del horror.

Los familiares de los muertos estaban tan débiles que no podían llevar los cadáveres a los cementerios. Los cuerpos eran trasladados a las afueras de la ciudad por personas que recibían raciones extra de comida por esta tarea.

Ese invierno de muertes masivas se conoce en la historiografía como el periodo heroico del sitio. Y aunque parezca imposible, las autoridades se esforzaron por mantener una apariencia de normalidad, con bibliotecas abiertas, estrenos teatrales y un mínimo de actividad cultural (también con una implacable represión política que nunca cesó). El 1 de septiembre, Dmitri Shostakovich (34 años), el compositor más famoso de la Unión Soviética, anunció por radio que había terminado los dos primeros movimientos de su séptima sinfonía, y animó a sus conciudadanos a resistir (esa noche los interpretó al piano para un grupo de amigos, bajo un intenso bombardeo). El músico trabajó en el adagio durante todo el mes, y el 1 de octubre fue evacuado a Kúibyshev (actual Samara), donde concluyó la obra, que se estrenó allí en marzo de 1942. Las autoridades soviéticas vieron enseguida el potencial propagandístico de la sinfonía, que salió del país en microfilm, vía Teherán, y se interpretó en Londres y Nueva York. La revista estadounidense Time dedicó una portada a Shostakóvich, que aparecía vestido de bombero -su actividad como voluntario durante el asedio- , y destacó que no se vivía una expectación semejante desde el estreno en Manhattan de la ópera Parifal, de Wagner, en 1903.

El verdadero golpe de efecto, sin embargo, fue la programación del concierto en la ciudad sitiada (en el proyecto tuvo un destacado papel Andréi Zhdánov, comisario político de Leningrado, conocido en años posteriores por ser el mayor represor de artistas e intelectuales soviéticos, Shostakóvich incluido). El problema era el enorme desafío logístico. La principal orquesta de la ciudad, la Filarmónica, había sido evacuada, por lo que el encargo recayó en la Orquesta de la Radio de Leningrado, la mayoría de cuyos miembros habían muerto o estaban en el frente. A la convocatoria acudieron solo quince músicos, y se necesitaban alrededor de un centenar. El primer ensayo, que debía durar tres horas, se suspendió a los quince minutos porque los intérpretes se encontraban tan débiles que apenas podían sostener los instrumentos. El director, Karl Eliasberg, aquejado de distrofia, no estaba mejor. Uno de los presentes lo describió como “un pájaro herido al que se le van a caer las alas en cualquier momento”.

Shostakóvich superó las purgas estalinistas de los años 30 y el régimen soviético lo hizo instrumento de su propaganda

AUN ENFERMO, ELIASBERG IMPUSO UNA FÉRREA DISCIPLINA.  PRIMERO SE BUSCÓ A LOS MIEMBROS DE LA ORQUESTA QUE PERMANECÍAN POSTRADOS en sus casas, y para completar la plantilla se ordenó que se presentaran todos los músicos militares que combatían en Leningrado que hubieron de compaginar el atril con las trincheras. Los ensayos tenían lugar seis veces por semana y se extendieron de marzo a agosto. AIgunos instrumentistas -especialmente los de viento- se encontraban tan débiles que se desmayaban por el esfuerzo- tres murieron durante ese período.

El concierto se celebró el 9 de agosto de 1942 en la Gran Sala de la Filarmónica, y fue considerado un acontecimiento político-militar de primer orden. Se instalaron altavoces en las calles para que  todo el mundo lo pudiera escuchar, y se orientaron hacia las líneas alemanas, en un claro ejemplo de guerra psicológica. El teniente general Góvorov ordenó un ataque de la artillera soviética -la Operación Borrasca- para impedir que un posible bombardeo nazi interrumpiera el evento. Quiso la casualidad que Hitler hubiera previsto, para ese mismo día, un banquete en el hotel Astoria de Leningrado, donde se celebraría la caída de la ciudad. Tenía las invitaciones ya impresas, pero el festejo nunca llegó a producirse.

La interpretación transcurrió con algún que otro tropiezo. La Sinfonía n.° 7, Leningrado, es una obra descomunal –dura al menos 75 minutos- y exige a los músicos unas formidables reservas de energía  A veces algún miembro de la orquesta desfallecía y el público se ponía espontáneamente de pie para darle ánimos. Tras el imponente final, los aplausos se prolongaron durante una hora entera. Una niña subió al escenario con un ramo de flores para Eliasberg, lo que en la ciudad sitiada parecía un milagro.

A lo largo del tiempo, tanto los músicos como quienes ocuparon las butacas de la Gran Sala de la Filarmónica, han hablado de esa experiencia como de algo irrepetible, un momento trascendental en sus vidas. Igual de reveladores han sido los comentarios de los soldados alemanes que estaban al otro lado del frente. Años después, en un encuentro con Eliasberg, vanos de ellos le confesaron que en ese momento pensaron que nunca derrotarían a una gente capaz de hacer algo así.

La interpretación de la Sinfonía Nº 7, Leningrado, se difundió por altavoces para desanimar a los alemanes que sitiaban la ciudad

El SITIO DE LENINGRADO NO TERMINÓ CON LA SINFONÍA DE SHOSTAKÓVICH, PERO LOS DOS INVIERNOS QUE LE QUEDABAN no fueron tan terribles corno el primero. Ese año el Ládoga se heló más tarde, lo que permitió que siguieran llegando gabarras con suministros hasta bien entrado noviernbre, y en todos los parques y jardines de la ciudad se plantaron hortalizas. En enero de 1943, el Ejército Rojo reconquistó Shlisselburg y abrió un corredor de entre ocho y diez kilómetros de ancho que conectaba Leningrado con el resto del país. Por allí se construyó una línea de ferrocarril que permitió el transporte de provisiones. En febrero acató la batalla de Stalingrado con una victoria soviética que cambió el signo de la guerra en el este. En julio, la batalla de Kursk dejó a la Wehrmacht sin la mayoría de sus tanques. A comienzos de 1944, los alemanes se retiraban por todo el Frente Oriental, y el 27 de enero Stalin pudo anunciar el fin del sitio de Leningrado, cuya población, entre muertes y evacuaciones, había quedado reducida a unas 600.000 personas. La ciudad no recuperó los tres millones de habí tantes previos a la guerra hasta los años sesenta.

Shostakóvich superó las purgas estalinistas de los anos 30 y el régimen soviético lo hizo instrumento de su propaganda

Un superviviente en la Rusia de Stalin

La vida de Dmitri Shostakóvich (1906-197 5), uno de los compositores más importantes del pasado siglo -y en nuestros días todavía un gran favorito de los amantes de la música clásica-, estuvo marcada por la necesidad de sobrevivir en el implacable régimen soviético. Tras unos inicios brillantes, la carrera del artista nacido en San Petersburgo (luego Leningrado) se paró en seco en 1936, cuando Stalin decidió ir a ver su ópera Lady Macbeth de Mtsensk, que llevaba representándose con gran éxito un par de años. El dictador la encontró detestable y el periódico oficial Pravda publicó un artículo sin firma -se supone que escrito por el propio líder- que terminaba con una ominosa advertencia: “Este ingenioso juego puede acabar muy mal”.

Normalmente, en ese tiempo y lugar una declaración así equivalía a una sentencia de muerte. Eran los inicios de la Gran Purga, en la que fueron asesinados varios de los mejores amigos del compositor» entre ellos el famoso mariscal Tujachevski y el musicólogo Zhilyayev. Durante meses, Shostakóvich durmió con una maleta preparada junto a la puerta por si la policía secreta iba a buscarle en mitad de la noche. Su rehabilitación llegó en 1937, con su Quinta sinfonía, y luego el compositor fue utilizado con fines propagandísticos en Leningrado. En 1948, sin embargo, fue declarado “enemigo del pueblo» por burgués y formalista.

Con la muerte de Stalin, en 1953. la relación de Shostakóvich con el régimen mejoró tanto que las autoridades lo sometieron a un implacable acoso para conseguir su ingreso en el Partido Comunista, algo a lo que se resistió hasta 1960. Esta claudicación lo llevó al borde del suicidio. En sus últimos años de vida, el maestro se convirtió en una especie de marioneta del régimen soviético, que utilizó sin freno su imagen y publicó con su firma decenas de artículos de exaltación política escritos por oscuros funcionarios del partido Desde entonces, la polémica ha acompañado siempre su figura: ¿quién era en realidad Shostakóvich? ¿Qué pensaba? ¿Qué pretendía? Quizás solo sobrevivir y componer.

Fuente; Revista Muy Nº 488. /46

28/05/2022