Antonio Brú: “Hemos demostrado que el cáncer se puede superar potenciando el sistema inmune”
–También se ha esgrimido que uno de los laboratorios cuyos productos precisamente han utilizado rechazó participar oficialmente en los ensayos ¿Cómo lo explica?
-Pues porque no somos un grupo de relevancia social con posiciones profesionales de prestigio y porque estamos presentando una concepción absolutamente diferente de lo que es el crecimiento tumoral y su relación con el sistema inmune. Creo que se ha tratado de una cuestión de dificultad para entender los resultados pero también puede deberse a que el tratamiento es tan simple que desconcierta. Si hubiéramos presentado un tratamiento cuya administración fuera muchísimo más compleja igual tendríamos mayor credibilidad.
-Terminemos con las críticas vertidas. Se ha argumentado también en contra de su investigación que se ha trabajado durante mucho tiempo con factores de crecimiento de colonias y jamás se han notado resultados tan prometedores como los que ustedes afirman conseguir. A ese respecto, el doctor Ricardo Cubedo, miembro del Servicio de Oncología Médica de la Clínica Puerta de Hierro de Madrid, afirmó según cita el diario ya citado: «Si alguien hubiese observado, ya no sólo que los pacientes se curan, sino simplemente que mejoran, habría salido a la luz de otra manera«.
-Esa crítica es totalmente acientífica y anticientífica. Es muy fácil hablar sin aportar evidencias. En primer lugar, se podría decir que aunque todo el mundo mire no todos ven lo mismo. En segundo lugar, ellos no han estado mirando eso porque han estado buscando otras cosas y no el mecanismo que nosotros hemos definido con lo que el árbol les ha impedido ver el bosque. Desde luego, en la dosis, intensidad y duración con la que nosotros hemos trabajado nunca antes se había probado.
También quiero responder a quienes han afirmado que el tratamiento puede acabar con la médula ósea. Veremos qué pasa después de un tiempo largo, pero lo que sí podemos afirmar hoy con seguridad, porque lo hemos verificado, es que un año después del tratamiento sigue sin haber ningún efecto nocivo en la médula ósea. Y teniendo en cuenta además, que estamos hablando de pacientes a los que se les dice que les quedan dos meses con mala calidad de vida habría que saber qué opinan ellos de que se les ofreciera un año, cinco o diez con muy buena calidad de vida… aunque existiera la posibilidad de que aparecieran esos posibles efectos. Que, insisto, nadie puede afirmar que vayan a producirse; antes bien, lo que sabemos hoy indica justo lo contrario. No existe en la bibliografía científica referencia alguna que apoye esa afirmación, absolutamente gratuita y sin fundamento.
–En cualquier caso parece evidente que si hasta ahora esos fármacos se han utilizado en dosis inferiores y como recuperador del sistema inmune tras los ciclos de quimioterapia es obvio deducir, siendo inocuos, que a mayor cantidad mayor será la eficacia…
-Se han estado utilizando a dosis inferiores y en duraciones inferiores. Además, cuando se han utilizado postquimioterápicamente se ha hecho para recuperar los valores normales y combatir la neutropenia pero ¡nunca para producir una cantidad de neutrófilos suficiente como para combatir un tumor! Y para eso hace falta un factor 10. Aunque debemos continuar los estudios para ver si vale con una cantidad menor.
–Volvamos a los resultados porque son realmente llamativos. Porque hablamos de ¡un melanoma en fase IV y un hepatocarcinoma terminal! Dos enfermos pues que, según toda la bibliografía existente, tenían una expectativa de vida muy corta. ¿Cuándo se dieron cuenta de que el tratamiento funcionaba?
-En el caso del melanoma, al no contar con marcadores tumorales, al ver que la calidad de vida era muy buena y las lesiones no sólo no progresaban sino que al pasar el tiempo desaparecían. En el caso del hepatocarcinoma todo resultó mucho más excitante porque la calidad de vida mejoró inmediatamente y los marcadores tumorales comenzaron a bajar también rápidamente. Para apreciar una clara mejora de la calidad de vida estamos hablando de un mes.
El melanoma lo tenía una joven de 34 años que, a pesar del mal pronóstico, no tenía mala calidad de vida pero no era así en el del hepatocarcinoma cuya calidad de vida sí era mala. Permanecía en cama, padecía insuficiencia renal y sufría fuertes dolores. Ahí si comprobamos una mejoría tremenda en su calidad de vida.
–¿Cuánto tiempo duró el tratamiento hasta que desaparecieron los signos de presencia cancerígena?
-El tratamiento se realizó por medio de inyección subcutánea. En ambas ocasiones durante 8 semanas. En el caso del hepatocarcinoma al ver que los resultados eran tan buenos uno de nuestros clínicos sugirió repetir a las pocas semanas un segundo ciclo pero no se consiguió mejorar lo obtenido con el primero. Es decir, que como ve los ciclos de tratamiento son muy cortos.
–Y una vez alcanzados los resultados ¿hace falta volver a inyectar a los pacientes más adelante?
-No, en principio no. Nosotros, antes de publicar los resultados conseguidos en el tratamiento del hepatocarcinoma, esperamos seis meses desde que se le administró al enfermo la última inyección para ver la evolución. Conviene esperar algún tiempo porque hemos constatado que mediante las técnicas de imagen… ¡aunque no haya tumor se sigue apreciando la misma imagen, como si el tumor continuase allí! Probablemente los granulocitos se marcan con el gadolinio de la misma manera que las células tumorales así que aunque no haya tumor parece como si lo hubiera durante un tiempo hasta que el organismo empieza a «eliminar» esa masa pero, en cualquier caso, es un fenómeno que tenemos que seguir estudiando. Por eso conviene esperar a que el organismo vaya eliminado esa masa que, como hemos comprobado, se va convirtiendo en algo displásico, desde luego no tumoral.
–Díganos, ¿se arrepiente de que se hayan hecho públicos los resultados sobre su experiencia con el hepatocarcinoma en los medios de comunicación, más allá de la mera difusión en una publicación científica?
-No, en absoluto. Dimos el paso que todo equipo científico debe dar: difundir los resultados a medida que se obtienen. Tal es -o debería ser- a nuestro juicio el «modus operandi» de un científico. Porque era importante que, no ya nosotros sino cualquier otro grupo en el mundo, supiera que nuestra teoría derivaba en esos resultados. De esa forma nos asegurábamos además de que a partir de ese momento se podrían dar los siguientes pasos, si no en España, en cualquier otro lugar del mundo.
–¿Los siguientes ensayos seguirán en la misma línea de casos que los dos anteriores?
-Aunque se está hablando y trabajando con rapidez eso no está aún decidido pero, viendo la reacción tan desesperada de la gente, todas las instituciones parecen haber entendido la necesidad de dar una respuesta rápida dentro de la línea científica.
–Suponemos que empezarán al menos en fase II…
-En principio sí, porque los efectos del medicamento no tenemos ya que probarlos. Se conocen, por eso están aprobados. Aunque es algo que hay que plantearse todavía.
–¿Pediría algo a la Administración para que se pudiera acelerar el proceso?
-Bueno, en ese sentido hemos tenido suerte porque a las pocas horas de la publicación mi propia universidad me preguntó qué necesitaba. Cuento pues, con la financiación de la Universidad y ahora estamos estableciendo qué cauces administrativos son mejores para avanzar rápidamente. Yo estoy muy satisfecho de la cautela con lo que lo han recibido, la misma con que lo he dado a conocer yo. En ningún momento he dicho «curo el cáncer» sino que se trata de un resultado muy importante que viene avalado por una teoría muy elaborada. Debo decir que todas las señales que yo he recibido -obviando esas críticas que han ido más a la descalificación personal y profesional que al contenido de la investigación y a las que no doy ningún valor- son muy esperanzadoras.
–Entonces, ¿piensa que el proceso no va ya a detenerse?
-No, no se va a detener el proceso en ningún momento.
Y allí lo dejamos. Él es quien cierra la puerta de la facultad en los últimos días. La Complutense le ha propuesto exponer los resultados ante el mundo científico en los recintos de la propia universidad y en ello se está trabajando. Está convencido de que si consigue demostrar en un estudio controlado con 20 o 30 pacientes que el tratamiento funciona se habrá dado el paso definitivo. Eso sí, no se ha planteado de momento la posibilidad de que le exijan realizar estudios a doble ciego en donde haya pacientes que reciban su tratamiento y otros que no.
Con la puerta cerrada y Antonio Brú dentro de su despacho trato de encajar algunas ideas que resuenan como campanillas llamando mi atención. Si el tratamiento se realiza con fármacos que ya están en el mercado, han pasado los estudios preclínicos de toxicología y se utilizan para lo mismo -reforzar el sistema inmune-, si existe quien puede coordinar un protocolo con pacientes terminales en distintos tipos de cáncer y en distintos centros -Antonio Brú-, si el tratamiento es económico, si hay enfermos voluntarios más que suficientes y si el mismo dura sólo dos meses viéndose los resultados de calidad de vida ya al primer mes, ¿qué impide al Ministerio de Sanidad apostar por un macroensayo multicéntrico para saber en menos de un año si estamos ante una esperanza frustrada o ante la mayor aportación de la ciencia española a la historia de la Medicina? Sólo la voluntad política.
Tampoco está de más recordar a pacientes y médicos que el artículo 38 de la Ley del Medicamento contempla que los fármacos en investigación que hayan pasado «las pruebas preclínicas necesarias para establecer el perfil farmacológico y toxicológico del producto que garanticen su aptitud para la investigación clínica» -que es el caso de los productos utilizados por Antonio Brú- pueden ser requeridos por los médicos de los enfermos. Porque el apartado número 5 de ese artículo dice textualmente: «Excepcionalmente, el Ministerio de Sanidad y Consumo podrá conceder autorización, con las condiciones que en ella se expresen, para la prescripción y la aplicación de medicamentos en investigación a pacientes no incluidos en un ensayo clínico cuando el médico, bajo su exclusiva responsabilidad y con el consentimiento expreso del paciente, considere indispensable tratarles con ellos y justifique ante la autoridad sanitaria los motivos por los que decide tal tratamiento«. Y eso mismo es lo que están solicitando los pacientes en la actualidad. Además, cada caso podría articularse en un macroensayo. Claro que eso mismo pidieron los consumidores de Bio-Bac y nadie les hizo caso.
Por otra parte, que nadie nos venga con cuentos sobre posibles efectos secundarios negativos… porque hablamos de pacientes terminales. Además, resulta paradójico constatar que la Talidomida -el medicamento maldito por excelencia que produjo a principios de los 60 terribles malformaciones en cerca de 3.000 casos sólo en España, se utiliza en la actualidad como ¡medicamento anticancerígeno! según declaró el pasado 12 de junio al diario «El Mundo» el doctor Pedro Pérez Segura, secretario científico de la Sociedad Española de Oncología Médica. Su uso está autorizado para algunos tipos de cáncer (leucemia, mieloma o tumores cerebrales) “en casos de fracaso de tratamientos previos«. Y eso que en todos los casos “el paciente tiene que firmar un consentimiento y se le informa exhaustivamente de los efectos del medicamento, de su teratogeneidad”.
Traducido para quien no lo entienda: un paciente con cáncer terminal puede pedirle a su médico que le administren Talidomida bajo su responsabilidad… pero no G-CSF o Bio-Bac. ¿Por qué?
Antonio F. Muro
Recuadro:
Una teoría revolucionaria
La teoría de Antonio Brú contradice básicamente las ideas convencionales mantenidas hasta el momento sobre el crecimiento de los tumores ya que, según sus investigaciones, éste se caracteriza por tres cosas:
- Que las células cancerosas se agrupan en los huecos rugosos del tumor.
- Que el tumor se expande mediante la alimentación de las células cancerosas que están en sus bordes. Y,
- Que el crecimiento de la colonia cancerosa es más o menos constante en el tiempo. Que la proliferación esté restringida al borde de la colonia de células tumorales significa además, que las células del interior de la colonia no proliferan al mismo ritmo que las de fuera.
Su teoría consigue explicar por qué mientras los tiempos de duplicación celular son de 48, 72 horas, etc., los de duplicación tumoral se extienden en algunos casos a más de cien días. Y es que al parecer lo que ocurre, simplemente, es que no crece todo el tumor sino sólo su borde. Dicho de otra manera: para tener un tumor de un centímetro cúbico a partir de una célula de la cual todas las duplicaciones pudieran a su vez duplicarse con normalidad habría que esperar 32 duplicaciones mientras que si la proliferación se produce más o menos en el borde deberían esperarse 800. Esto explicaría también por qué tumores de un centímetro cúbico son tan malignos. Tras 32 duplicaciones no parece lógico que las células acumulen tantas aberraciones cromosómicas pero, en cambio, tras ochocientas duplicaciones sí es posible. Esta teoría ayuda además a explicar otra infinidad de hechos. Por ejemplo, que una metástasis sea mucho más maligna que el tumor original, ya que las metástasis siempre vienen generadas por células del borde que emigran a otro punto y la célula del borde siempre es mucho más maligna que la célula del tumor primario.
Este proceso se repite -según la teoría de Brú- de forma igual en todos los tumores sólidos, y por eso aquello que sirva para parar el crecimiento de un tipo de tumor sirve para detener el crecimiento de todos ellos.
El papel de los neutrófilos para combatir el cáncer
Para explorar su nueva teoría sobre el crecimiento del cáncer y analizar los efectos de la presión en la frontera del tumor Antonio Brú incrementó la respuesta inmune para ver si la dinámica universal del crecimiento tumoral podía modificarse. Su efecto inmediato fue ¡el movimiento masivo de neutrófilos hacia los alrededores del tumor!
Tras estudiar todo tipo de terapias había llegado a la conclusión de que la clave estaba en los neutrófilos. Había observado que cuando intervenían ellos, aunque fuera de manera involuntaria, se producían buenos resultados. Y cuando no había buenos resultados en el tratamiento… los neutrófilos no estaban apenas presentes.
Los neutrófilos, elementos fundamentales de nuestro sistema inmune, poseen determinadas características que les convierten en fundamentales para enfrentarse al crecimiento tumoral: pueden aguantar el entorno ácido del tumor permaneciendo en contacto íntimo con las células tumorales, tienen bastante masa y aparecen siempre en todos los procesos tumorales, tanto si existe terapia como si no.
El siguiente paso seguido por el equipo de Brú fue constatar si la neutrofilia -es decir, una presencia masiva de neutrófilos- permitía «luchar» en las concavidades del tumor con las células tumorales y detener su replicación. Y vieron que sí. Después llegaron a la conclusión de que la fórmula más sencilla para lograr la neutrofilia era que la generara el propio organismo estimulando la médula ósea. Se probó en experimentos con ratones, se constató que efectivamente se generaba neutrofilia y que el propio organismo, al igual que cuando nos hacemos una herida, se encargaba de llevar los neutrófilos a la zona del tumor. Una vez allí se posicionan en torno a él recubriéndolo y logrando así dos objetivos importantes: el primero, disminuir el mecanismo de desplazamiento en el borde de las células tumorales impidiéndolas llegar a «posiciones cómodas» para su duplicación al dificultar que se alimenten; y segundo, aumentar la presión en el interior del tumor provocando la desaparición del oxígeno, elemento imprescindible para el crecimiento tumoral. En suma, los neutrófilos encapsulan el tumor impidiendo que se alimente y le quitan el oxígeno que precisa para crecer. Con lo que, con el tiempo, se necrosa y muere. Luego el organismo puede decidir fagocitarlo lentamente y hacerlo desaparecer o ahorrarse energía y dejarlo inerte si no provoca molestias.
Fuente; Revista Discovery Salud. Número 74-Julio-Agosto 2005
17/05/2024