El periodista e historiador Juan Ignacio Codina, autor de ‘Pan y toros’ analiza a raíz de la polémica taurina en Gijón de dónde viene la larga tradición contra las corridas
Se han documentado manifestaciones contra la tauromaquia desde hace 500 años y varios estudios indagan en este costado más desconocido de la historia: “Ya sea desde la moral o desde la compasión con el animal, hay sectores desde el minuto uno que no aceptan el espectáculo”, dice un historiador
Paseíllo en la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla. Emilio Beauchy (1885-1890) AGA
Por Marta Medina
26/08/2021
España: sol, paella y toros. Emblemas de nuestro país – estos últimos tan arraigados que inspiraron el sobrenombre de «piel de toro», como denominó el filósofo griego Estrabón a la Península Ibérica- tan idiosincrásicos como el rojo y el gualda. Desde la Edad de Bronce -cuando se piensa que apareció una suerte de prototauromaquia- hasta hoy, la fiesta ha sido protagonista de un tira y afloja recurrente y visceral, en el que, más allá de la oposición costumbre frente animalismo, por arte de la metonimia, entra el valor simbólico de la españolidad, de lo español, de España en sí misma.
Tras la polémica corrida en Gijón la semana pasada -dos de los toros se llamaban Nigeriano y Feminista– que ha llevado al Ayuntamiento a suspender la concesión del uso de la plaza de toros municipal para la celebración de espectáculos taurinos, el sector taurino ha iniciado una campaña para reivindicar el «arte del toreo» y criticar el «acoso» al que se ven sometidos, a pesar de contar con el apoyo de partidos como el PP, que en estos últimos años ha legislado a favor de las corridas. «Me parece de vergüenza que [la alcaldesa de Gijón] quiera bañar la tauromaquia con tintes políticos e ideológicos», se ha quejado ‘El Juli’ en un vídeo. «Desde aquí quiero pedirle respeto por la tauromaquia, por toda la gente que nos jugamos la vida en esta profesión y por toda la gente que vive gracias a esta profesión».
El sector taurino siempre ha defendido las corridas como una costumbre indisoluble de la identidad española, alegando además que sin la tauromaquia el toro acabaría extinguiéndose. También han tildado las críticas como producto de una la moda buenista de una sociedad meliflua más ocupada en reivindicar los derechos de los animales que el de los trabajadores -según el informe de Estadísticas de Asuntos Taurinos del Ministerio de Cultura 2016-2020, hay 10.049 inscritos en el Registro de Profesionales Taurinos, es decir, puestos directos-. El mismo informe calcula que un 8% de la población española acuden al menos una vez al año a un espectáculo taurino -también se contabilizan festejos como los de «los toreros cómicos»-. Si bien es verdad que, más allá de las corridas de toros al otro lado del charco, «la fiesta» está íntimamente ligada con la tradición española, ¿es el «pensamiento antitaurino» una nueva moda de la izquierda? La respuesta es: no. En su libro ‘Pan y toros’ (Plaza y Valdés), el periodista e historiador Juan Ignacio Codina -autor de la tesis doctoral ‘El pensamiento antitaurino en España, de la Ilustración del XVIII hasta la actualidad’, hace un repaso del movimiento antitaurino al que califica de «casi tan antiguo como la propia tauromaquia».
Portada de ‘Pan y toros’, de Juan Ignacio Codina. (Plaza y Valdés)
Recuerda el autor que las corridas de toros no se circunscriben exclusivamente a la Península Ibérica. Entre los ejemplos de corridas mal avenidas más allá de los Pirineos, Codina alude a la que tuvo lugar en 1332 en el Coliseo Romano, en la que murieron 11 toros y 18 toreros. En Inglaterra, por otro lado, eran muy populares los espectáculos de peleas de perros contra toros, perros contra osos e, incluso, de codornices contra codornices. El estudioso jesuita Pedro de Guzmán describió en sus escritos que en la Irlanda de comienzos del XVIII «se tenía como gran entretenimiento atar a un toro a un poste con una maroma». «Una vez bien sujeto, se le echaban perros de presa para que atacaran al indefenso rumiante, que se defendía como podía».
Sin embargo, todas estas prácticas fueron desapareciendo de suelo europeo durante el siglo XVIII, cuando la ola reformista de la Era de la Razón culminó en las revoluciones burguesas. «El antitaurinismo español es anterior a la Ilustración. Pero es en esta época cuando, no sólo en España, la corriente reformista -aunque hay autores que afirman que en España no hubo Ilustración propiamente dicha, sino una ‘ilustracioncita’- supuso un antes y un después en el Continente Europeo. En el Siglo de las luces se pasa de una época oscura y medieval, en la que la superstición tenía más fuerza que la ciencia y el fervor religioso era más importante que el conocimiento, a la revolución y la razón». Poco a poco, las prácticas que daban muerte a los animales para el disfrute del público quedaron arrinconadas y desaparecieron, salvo en España. ¿Por qué?
Según las investigaciones de Codina, esta diferenciación con el resto de Europa tuvo que ver con la Guerra de la Independencia, el papel que tuvo el pueblo en la expulsión del ejército francés y la restauración del Antiguo Régimen de mano de Fernando VII. «A pesar de que había un ejército es el pueblo quien se organiza y repele al ejército francés», explica el historiador. «Una vez ganada la guerra, a ese pueblo victorioso, que es el mismo que va a las corridas, no se le puede llevar la contraria. A esto se le suma un interés político de convertir la tauromaquia en un símbolo español por parte de Fernando VII. ‘El deseado’ llega a España después de la Guerra de la Independencia y lo que hace es convertirse en un rey absolutista y retrotrae a España muchos años atrás, poniendo en marcha políticas de represión contra los progresistas -incluso ajusticiándolos públicamente-, cierra los periódicos, trae de nuevo la censura, cierra las universidades, restaura la Inquisición y, al mismo tiempo, abre una escuela de tauromaquia en Sevilla y convierte los toros y el catolicismo en símbolos y señas de identidad de España. Y lo hace por interés propio, por supervivencia de su régimen. Frente a la Ilustración europea, Fernando VII se encerró en sí mismo». Antes, en el siglo XVI, el papa Pío V ya había ordenado al Gobernador de Roma que prohibiera en toda la ciudad las corridas, por considerarlas, literalmente, «una práctica brutal y peligrosa».
Al margen de los meses que logró reinar antes de la llegada de José Bonaparte en 1808, Fernando VII se mantuvo en el trono desde 1814 hasta 1833. Pero antes de él fueron Carlos III (1734-1759) y Carlos IV (1788-1808) los cabezas del Reino de España y en ambos periodos las corridas de toros estuvieron prohibidas. «La tauromaquia se ha prohibido en España muchas veces. De hecho, los gobiernos de Carlos III y Carlos IV, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, que fueron gobiernos de corte ilustrado -con comillas, siempre-, prohibieron la tauromaquia en España. La prohibición más fuerte fue en 1805 con Carlos IV, cuando se prohibieron en toda la Corte las corridas de toros y de novillos». Antes, incluso, Alfonso X ‘El sabio’ -que reinó en Castilla entre 1252 y 1284- y que en sus ‘Leyes de Partida’ califica a los toreros, «a aquellos que lidian reses por dinero, como infames».
Enrique López y Miguel Abellán durante la reunión del Consejo de Asuntos Taurinos, este martes 24 de agosto, en Las Ventas. (Efe)
Desde entonces no ha habido muchas iniciativas parlamentarias que hayan salido a debate, pero sí que en la sociedad civil ha rebullido una corriente contraria al toreo. En 1978 el senador Alejandro Oliván y Borruel, natural de Huesca, presentó en el Senado una Proposición de Ley antitaurina. «En 1872 en Cádiz se fundó la primera sociedad protectora de animales que hizo llegar una petición al Gobierno para que prohibiesen las corridas. También lo pedían las asociaciones de Amigos del País de Cádiz y de Madrid», afirma. «Es muy importante que haya un debate político, social y mediático. Pero tiene que ser la propia sociedad la que pida a sus gobernantes, si no medidas para prohibir, medidas para limitar y eliminar las subvenciones. Los políticos tienen que darse cuenta de lo que supone la tauromaquia en el siglo XXI, del daño que hace a nuestra imagen internacional. Y socialmente a España, donde es una polémica que se sigue alimentando y utilizando de manera partidista».
En ‘Pan y toros’, el autor recuerda los numerosos intelectuales que, a lo largo de la historia, se han manifestado en contra de la corrida. Quevedo, Larra, Cecilia Böhl de Faber, Santiago Ramón y Cajal, Pardo Bazán y Pío Baroja, entre muchos otros. También es verdad que la tauromaquia también ha tenido en la intelectualidad sus defensores: Picasso, Dalí, Hemingway y Lorca también demostraron su afición a «la fiesta». De Goya, defiende, siempre se ha dicho que era taurino, pero en realidad no. El libro recoge declaraciones como las de Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964) o Böhl de Faber. El primero escribió, recordando una visita a un refugio de animales: «Cuando me invitaron a visitarlo fui alegremente, llevando conmigo al periodista portugués señor Ferreira, con la patriótica intención de que hubiese ante Europa un testigo imparcial que España no es tan solo el país de los caballos despanzurrados cruelmente [en las corridas de toros]». La escritora, por su parte, publicó en 1852 en ‘El Heraldo’: «¡Qué asombrados se quedarían los aficionados a toros, cultos, literatos y liberales, si supiesen que la ilustrada Alemania que tantas simpatías tiene por la patria de Calderón y de Lope, echa en cara a la España simultáneamente las corridas de toros y la Inquisición!».
Codina también ha buceado en los archivos para encontrar las críticas seculares sobre la financiación pública de la tauromaquia. Ya en el siglo XVIII se debatía la inoportunidad de que hubiese partidas estatales destinadas a la plaza de toros. «La tauromaquia la financian hoy ayuntamientos, diputaciones, de comunidades autónomas y del Gobierno central. Hablamos de subvenciones directas: hace pocos años la Diputación de Badajoz donó un millón de euros a actividades taurinas. La Junta de Andalucía, en sus presupuestos del año pasado, les dio más de 300.000 euros. Y así sucesivamente. Pero no sólo es financiación directa, la que engloban esos 600 millones anuales. Sino que hay muchas ayudas indirectas: el Gobierno de Mariano Rajoy bajó el IVA de los espectáculos taurinos del 21% al 10%. Ahora la comunidad de Madrid está pidiendo que se rebaje al 4%. Y mientras, en España, los servicios de Atención Primaria de los animales de compañías están gravados con un 21%».
Sin embargo, desde el sector taurino se quejan de la exigua partida que reciben de unos presupuestos que limitan a los 35.000 euros para la Fundación Toro de Lidia y 30.000 del Premio Nacional de Tauromaquia. «A raíz de la pandemia la Fundación Toro de Lidia sacó un estudio que exigía un montón de ayudas para los profesionales del sector taurino. Considero que, si la tauromaquia deja de recibir cualquier tipo de ayuda pública, ya sea como subvención directa, incentivo fiscal o cesión de espacios públicos para este tipo de actividades, no creo que desapareciera, pero sí veríamos cómo poco a poco los espectáculos tauromáquicos -que no sólo son las plazas de primera línea, sino los toros embolados, los recortes, etc- quedarían reducidos a algunas ferias muy conocidas y poco más. Para mí sería un primer paso. Carmena, por ejemplo, cerró la Escuela de Tauromaquia de Madrid, pero Almeida la ha vuelto a abrir. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, hay un Centro de Asuntos Taurinos que está pagado con dinero público y sirve para promocionar la tauromaquia».
Según Codina, la afluencia de público a la plaza de toros es cada vez menor. Los datos del Ministerio de Cultura indican que el 8% de la población española que acudió entre 2018 y 2019 a una corrida de toros es una cifra casi dos puntos porcentuales por debajo de los datos de 2006, frente a los 46,7% que visitaron un museo, el 24,5% que acudieron al teatro o el 57,8% que asistieron al cine.
Por otro lado, Codina también lamenta que cada vez haya una mayor protección legislativa de la tauromaquia. «El Gobierno del Partido Popular de Mariano Rajoy promulgó una Ley por la cual se consideró la tauromaquia como Bien de Interés Cultural en España, que era un afán muy perseguido por los taurinos. Antes dependía del Ministerio de Interior como espectáculo público y ahora se enmarca dentro del Ministerio de Cultura, por lo que la tauromaquia queda salvaguardada por la Constitución Española, que establece que los poderes públicos deberán fomentar, promover y proteger la cultura. En el momento que la tauromaquia se considera por ley, los poderes públicos tienen el deber de promover y proteger la tauromaquia. Pero esto es una foto fija de un momento político; esto no quiere decir que en un futuro pueda haber otros equilibrios políticos y esta ley se derogue».
Sin embargo, como apunta el columnista de El Confidencial Rubén Amón en su artículo ‘La obscena cacicada de Gijón’, la decisión de cerrar o no cerrar la plaza de toros asturiana a los espectáculos taurinos la ha tomado la alcaldesa Ana González sin una votación previa. ¿Puede depender el futuro de la corrida de la decisión de una persona? ¿Puede una sola persona cargar con la responsabilidad de esta decisión? ¿No debería debatirse la cuestión en los organismos designados para ellos? «Lo que ha pasado en Gijón no es que se hayan prohibido las corridas de toros, porque no se pueden prohibir, porque la Constitución lo ampara. Lo que se ha hecho es decir que, en tanto en cuanto la Plaza de toros de Gijón es de propiedad municipal y, entonces, toman la decisión de que no se va a utilizar para espectáculos taurinos, lo que es una decisión legal, pero parte de una voluntad política. La alcaldesa de Gijón ha recibido ataques furibundos por parte del sector de la tauromaquia, y a muchos se les habrán quitado las ganas de remover este avispero. Al final la convicción política es un factor determinante.«.
1 Comment
Rubén Torres
2 meses agoAl leer este artículo podemos comprobar cómo la TV es un medio de desinformación masiva, pues casi a diario sale un anuncio dirigido a los niños; “puedes ser lo que quieras” cuando es una tremenda patraña. Cada persona tiene sus propias limitaciones. Además está el factor suerte, pues por mucho que te hayas preparado y no te den la oportunidad de demostrar tu valía, pues tendrás que dedicarte a otra cosa. Marta Medina (la autora de este artículo) es la antagonista de lo corrompido que está la sociedad. Le han dado el puesto sin merecerlo. Pues la gente que escribe artículos supuestamente debe dominar la semántica y saber construir frases con sentido, pero decir; “más allá de la oposición costumbre frente animalismo” o “apareció una suerte de prototauromaquia” esta señorita utiliza palabros
Es un bulo decir “sin la tauromaquia el toro acabaría extinguiéndose” ya lo he explicado en varias ocasiones. El toro de lidia no puede extinguirse si desparecen las corridas de toros porque ese animal debe criarse en libertad juntos a bisontes y varias especies de antílopes. Y además, e puede seguir ofreciendo espectáculos con recortadores.
También es un bulo decir; “una sociedad meliflua más ocupada en reivindicar los derechos de los animales que el de los trabajadores” pues ya existen leyes que defienden los derechos de los trabajadores. Que por otra parte la sociedad debería estar concienciada en pedir que se instaure el Nuevo Orden Mundial en vez de seguir con su vida de borreguismo.