esconder, desviar y manipular: «El parto -escriben- es un acto sexual en el que toman parte una pareja de seres. La excitación sexual de la mujer inducida por el feto que ha llegado a término, si no estuviese bloqueada por el miedo y la cultura milenaria que pesa sobre ella, produciría una relajación, el abandono al deseo y los flujos maternos necesarios para que el parto y el nacimiento fueran acontecimientos gozosos y placenteros para ella y para la criatura; y también para que las criaturas, una vez fuera del útero materno, encontrasen un regazo, un vientre y unos pechos palpitantes de deseo dispuestos a satisfacer los propios anhelos de calor, de contacto físico, de nutrición, higiene y protección».

Las autoras oponen el concepto de «madre entrañable» al de «madre patriarcal» considerando que ésta última es una especie de sucedáneo que funciona al servicio del orden social y no según sus deseos. Existe pues una necesidad para el poder de destruir a la madre entrañable con el fin de hacer de las criaturas seres sumisos al orden establecido. Las autoras añaden que el deseo maternal es peligroso para el orden puesto que se opone al sufrimiento de las criaturas y, por tanto, a su domesticación. Y concluyen: «El parto violento y la separación de la madre inmediatamente después del parto es una cuestión clave para el asentamiento del principio de autoridad en el inconsciente colectivo». Y es que la criatura reprimida deja de moverse impulsada por sus deseos y lo hace para llenar una necesidad que se le ha creado sometiéndose a la autoridad que se le presenta como la única capaz de protegerla y satisfacer esas necesidades.

«La criatura aprende a vivir humillada en un mundo en donde impera el miedo y la carencia -agregan-. De ahí el por qué la sublimación arraiga con tanta fuerza. Tiene que neutralizar el dolor de la herida y la angustia del miedo y detener la fuerza del deseo». Una triple tarea que se lleva a cabo mediante la sublimación, término que en psicoanálisis significa sustituir los impulsos instintivos por actos aprobados o aceptados por la moralidad social vigente. La sublimación equivale pues a sumisión: «Aceptar que lo que deseamos no cuenta y que lo que cuenta es lo que manda la autoridad».

El pediatra neonatólogo sudafricano Nils Bergman explica  por su parte que en el rombencéfalo -que reúne el cerebelo, el puente tromboencefálico y el bulbo raquídeo funcionando conjuntamente como soporte de procesos orgánicos vitales- hay tres programas neurológicos de los cuales solo puede funcionar uno en cada momento: el de defensa, el de nutrición y el de reproducción. Pues bien, cuando se separa a la criatura de la madre se abre el programa de defensa y, por tanto, se cierra el de nutrición. La criatura ha entrado en estado de alerta v llora para que le devuelvan a su hábitat. Mientras tanto, su temperatura corporal baja, sus ritmos respiratorio y cardíaco disminuyen y se disparan las hormonas del estrés. Si la separación se prolonga pasará de la alerta a la angustia y las hormonas del estrés provocarán una toxicidad bioquímica que puede perjudicar enormemente la formación del sistema neurológico dañando células cerebrales así como dar lugar a una desregulación duradera de la bioquímica cerebral.

Las investigaciones de Bergman se extienden también a la lactancia y explican que el biberón no puede sustituir a la lactancia materna porque ¡mamar no es solo alimentarse! El ejercicio que hace el bebé al mamar es muy diferente al que hace tomando el biberón: al succionar la leche del pezón emplea un músculo de la cabeza que le permite mantener el ritmo de la respiración y la oxigenación pero al tomar el biberón utiliza los mismos músculos de la garganta que necesita para respirar y eso altera su ritmo respiratorio y el cardíaco provocándole estrés. Además, mamar implica un movimiento de la mandíbula que estimula el paladar e induce la segregación de hormonas tranquilizantes y del placer, algo que no sucede al tomar el biberón.

Por otra parte, la estimulación del paladar y el contacto piel con piel hijo/madre proporciona el tono vagal necesario -es decir, la modulación adecuada del sistema nervioso- para mantener abierto el programa de nutrición y cerrado el de defensa.

Según Bergman la importancia vital de mantener juntas a madre y criatura viene dada por la necesidad de maduración del humano que nace en unas condiciones muy inferiores a las de otros mamíferos que en el momento de nacer tienen ya el 80% del desarrollo cerebral que tendrán de adultos mientras el humano tiene al nacer solo un 25% y no llega hasta el 80% hasta doce meses después de haber nacido. De hecho el bebé dispone de más sinapsis en su cerebro que en ningún otro momento de su vida y durante el proceso de desarrollo se suprimen ciertas sinapsis y se desarrollan otras en función de las sensaciones y experiencias que viva en ese tiempo.

SEGUNDO ECOSISTEMA: EL ENTORNO FAMILIAR

Potenciales disfunciones debidas al entorno familiar:

Crianza (hasta los 3 años): separación y escolarización antes de la etapa de socialización.

Educación infantil (hasta los 5 años): educación represiva y distorsión del desarrollo sexual.

En todo el período: retraso o distorsión de las funcionalidades psicofísica y motriz y de la verbalización.

Reich consideraba la familia «la institución clave del poder» a la hora de reproducir y perpetuar los mecanismos de represión que transforman los deseos del individuo en carencias y necesidades. Por su parte, Rochefort lo explica de este modo: “Definida en términos de Empresa, la familia -institución bajo control- es una pequeña unidad que produce por medios artesanales no precisamente niños sino un determinado modelo de humano adecuado para asegurar, como explotado en general y como explotador en el caso de algunos ejemplares seleccionados, la continuación y la expansión del Negocio. La función de los padres es elaborar a partir del material en bruto ‘niño’ el modelo domesticado que satisface la demanda».

El psicólogo clínico especializado en terapia reichiana Xavier Serrano, que viene realizando una larga investigación sobre el desarrollo infantil, considera por su lado que «a partir de la alteración de nuestro ecosistema biosocial más próximo, es decir, la estructura familiar incapaz de satisfacer las necesidades del mamífero humano, éste se ve sometido a un distrés en su período de integración de las funciones básicas biopsicosomáticas, período que comprende fundamentalmente los 6 primeros años de vida. La estratificación de mecanismos defensivos, tanto somáticos como psíquicos, fue definido por Reich como una ‘coraza caracteromuscular’ que produce la pérdida de contacto con nuestros procesos intrapsíquicos y un marcado bloqueo emocional”.

Es decir, la «coraza» es una rigidez de la musculatura que impide el flujo de energía vital ya que la persona neurótica percibe esa energía como desagradable, negativa o angustiosa. Esa especie de armadura desarrollada como protección en realidad bloquea las emociones y dificulta o impide el contacto con el exterior; facilitando incluso una visión mecanicista de lo vivo que, a su vez, promueve una visión reduccionista y rígida de la salud predisponiendo a la aceptación de los dogmas de la Medicina industrial farmacológica y su planteamiento belicista de la salud y la enfermedad.

TERCER ECOSISTEMA: LA SOCIEDAD

Potenciales disfunciones debidas al entorno social:

Dependencia legal. La infancia, estado de sitio.

Educación primaria y secundaria obligatoria (6-16 años).

Mantenimiento de adultos: Enseñanza superior / Programas de educación permanente. Medios de comunicación de masas e ingeniería lingüística. Centros disciplinarios y de reclusión. Psicofármacos y psicoterapias normalizadoras.

La verdad es que podría decirse que la infancia es, en sí misma, como un estado de sitio para un adulto ya que el niño carece de libertad, tiene limitado el espacio en el que puede moverse y no se le permite expresarse libremente, ni reunirse con quien quiera. Sus derechos quedan a la discreción -o capricho- de los adultos que se constituyen en sus «responsables» y «protectores». Pues bien, esa agresión primordial perpetrada en los primeros años establece las condiciones idóneas para que el resto de herramientas de manipulación funcionen con éxito y ayuda a convertirlos en «idiotas». Algo que se consigue cuando a continuación se le adoctrina en el mismo comportamiento en la escuela, el instituto, la universidad y la empresa. Por eso los «fracasados», quienes no han tenido oportunidad o no han podido asistir a clases en el sistema educativo, no han podido aprender a ser «buenos ciudadanos» y son, en general, «díscolos».

El caso es que todo ello se complementa luego con la manipulación y adoctrinamiento de la ciudadanía a través de los grandes medios de comunicación de masas cuyos propietarios son los grandes grupos de poder así como de las estrategias de ingeniería lingüística de las que ya se ha hablado en esta misma revista. Y cuando todo ello no es suficiente se recurre a otra herramienta básica de «integración» que es la constituida por los psicólogos y psiquiatras que reciclan a quienes se desmadran, tienen la tentación de abandonar el rebaño o, simplemente, reaccionan a tanta presión con un mínimo de expansión vital que hay que reconducir de inmediato por lo que los casos extremos se llevan a variados centros de reclusión, encierro y castigo.

La Psicología y la Psiquiatría académicas -dominantes en este sistema- complementan pues este modelo domesticador del ser humano aportando justificación para medicalizar todas aquellas conductas que se aparten de lo establecido así como para justificar intervenciones manipuladoras y represivas que alteran el desarrollo natural e imponen las definiciones de «normalidad» en el terreno educativo, laboral, clínico y social. Todo ello tomando como base el famoso Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales (conocido como DSM por las siglas de Diagnostic and Statiostical Manual of Mental Disorders) que impone una clasificación simplista del sufrimiento humano escondiendo las verdaderas causas y criminalizando las conductas y comportamientos que no respondan a los intereses del poder. Especialmente en el caso de niños y adolescentes que reaccionan con rechazo a situaciones traumáticas o normas aberrantes, reacciones sanas que son etiquetadas como «trastornos» y tratadas con peligrosos psicofármacos. El grado de corrupción en la elaboración de ese manual quedó en evidencia en su última edición (2013) al saberse que la gran mayoría de los asesores que conforman sus comités de elaboración estaban relacionados con la industria farmacéutica.

Como decía Erich Fromm, «La salud mental es la adaptación a las formas de vida de una sociedad determinada, sin importar para nada si esa sociedad está cuerda o loca. Lo único que importa es si uno se ha adaptado».

LA AUTORREGULACIÓN: UNA ESPERANZA

En definitiva, ¿se entiende ahora por qué la mayoría de la población obedece todas las «órdenes» que recibe? Pues porque ¡no puede dejar de hacerlo! Se les ha condicionado mentalmente desde bebés a obedecer a la autoridad. Cuestionar órdenes supondría para la mayoría un auténtico descenso a los infiernos. Se encontrarían con los traumas y terrores más primitivos, los que permanecen enterrados en sus mentes. Por eso es tan fácil condicionarles desde la sombra hasta en sus decisiones más trascendentes. El poder lo logra con sencillez y sin apenas hacerse notar. La pregunta que cabe pues hacerse es si es posible cambiar este estado de cosas ahora que sabemos que no es natural sino creado. Reich así lo creía: «El futuro destino de la raza humana lo creará la estructura caracterial de los niños del futuro. En sus manos y corazones estará esta gran decisión. Tendrán que limpiar el caos del siglo XX. Y esto nos concierne a nosotros, a los que vivimos en medio de este caos». Lamentablemente nadie le hizo caso y ahora, casi setenta años después, las consecuencias arrasan el planeta. Los «niños del futuro» se hicieron adultos modelados por las herramientas de poder que el propio Reich denunció y otras mucho más terribles y perversas que vinieron después. Solo unos pocos sobrevivieron, los pocos que ahora gritan aquí y allá sin que nadie los escuche o los entienda.

Sin embargo, quizás aún no sea tarde y podamos recuperar nuestra parte «animal», la que nos conecta con los ritmos naturales, con los flujos de energía, con la espontaneidad y lo vivo. Solo habría que redescubrir lo que Reich denominaba «autorregulación» que no es un conjunto de normas, un proceso intelectual o una técnica artificial sino exactamente lo opuesto. Supone potenciar la intuición, la conexión con lo espontáneo, con la energía que sustenta la vida y la organiza, con las fuerzas que palpitan en nuestro interior y nos conectan con el Universo. Posibilitar la autorregulación implica buscar las grietas en nuestra coraza para comunicarnos con nuestros bebés y entender que deben seguir su propio camino. Supone pues un doble sufrimiento: el de abrir nuestras heridas -que tanto nos costó cicatrizar- y el de aprender a soportar la libertad y capacidad de nuestros hijos para decidir por sí mismos, esos que quisiéramos tener para siempre pero que como dijo el poeta libanes Jalil Yibran «son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma».

Terminamos sugiriendo tres medidas concretas y sencillas que pueden producir enormes cambios:

1)           Devolver a las mujeres el control del embarazo y el parto dejando a los médicos el justo papel de colaboración que deben tener.

2)           Dar información veraz a las futuras madres y a los profesionales de la salud y de la educación sobre los fundamentos de la vida, en especial sobre los descubrimientos que han puesto de relieve la importancia de la autorregulación en el animal humano.

3)           Iniciar una reforma radical de las instituciones sanitarias y educativas sobre el proceso vital embarazo-parto-crianza, humanizar los paritorios y las consultas, poner en evidencia las mentiras urdidas para insensibilizar a las madres («el llanto es normal», «los bebés no sienten ni entienden», la tiranía del chupete…) y dar un no rotundo a las guarderías antes de los doce meses estableciendo bajas maternales de un año.

Jesús García Blanca

Referencias y fuentes

  • Ibáñez, J. El regreso del sujeto. Amerindia, 1991.
  • Reich, W. Psicología de masas del fascismo. Roca, 1973.
  • Rodriqáñez, C. y Cachafeiro, A. La represión del deseo materno v la Génesis del estado de

Revista Discovery Salud. Número 247 – Abril 2021