¿Es cierto que el falso relato en torno al coronavirus y la Covid-19 se ha logrado imponer internacionalmente por la manipulación de unos grandes medios de comunicación al servicio de los grupos de poder que dominan el mundo? ¿Es correcto decir que la mayoría de la humanidad es un gran rebaño de borregos ignorantes incapaces de reaccionar ante el abuso y las mentiras? ¿Es cierto que mediante el lenguaje se pueden introducir creencias en la mayoría de la población para conseguir una obediencia total y absoluta? La respuesta a estas preguntas es afirmativa pero esas manipulaciones requieren crear unas condiciones previas que solo pueden imponerse mediante la distorsión de la esencia de lo humano en los comienzos de la vida: embarazo, parto, crianza y primeros años de educación. Lo analizamos.

En el año transcurrido entre marzo de 2020 y marzo de 2021 se ha conseguido que miles de millones de personas crean en la existencia de un nuevo virus mortífero sin prueba alguna de ello, que renuncien a sus derechos fundamentales y a sus libertades, que acepten solo porque lo dicen sus dirigentes políticos las ideas más absurdas, contradictorias, peligrosas y faltas de sentido común y que las integren y asuman comportándose conforme a ellas. Un terror ciego se ha apoderado de la población del planeta hasta el punto de justificar medidas que atentan contra la salud, ponen en peligro la vida de los niños, están hundiendo la economía de los más débiles, han aniquilado a decenas de miles de ancianos y amenazan con continuar provocando trastornos, enfermedades y muertes.

Eso sí, ha sido un descomunal negocio para los fabricantes de todo tipo de artilugios y productos supuestamente protectores o preventivos por no mencionar fármacos y vacunas. Parece claro que quienes perpetraron esta agresión contra la humanidad tenían objetivos ambiciosos y urgentes de reorganización del poder y reforzamiento de los dogmas de la «moderna» Medicina mecanicista, industrial y deshumanizada con funciones básicas de control. Ya hemos dedicado un buen número de artículos a explicar quiénes son así como a desvelar los detalles de esas mentiras y sus consecuencias de modo que la pregunta que tratamos de responder ahora es: ¿cómo han logrado hacerlo?

El gran sociólogo español Jesús Ibáñez decía que «el orden social solo funciona si es inconsciente». Décadas antes, el científico austríaco Wilhelm Reich había escrito: “Todo orden social produce en la masa de sus componentes la estructura de carácter que necesita para alcanzar sus fines». Y mucho después de ambos Casilda Rodrigáñez y Ana Cachafeiro explicaron con todo detalle cómo, por qué y para qué la clave que permite instaurar el estado de sumisión inconsciente se encuentra en la represión del deseo materno.

Pues bien, vamos a apoyarnos en estos y otros autores que de una forma u otra se rebelaron contra ese «orden social» para ponerse del lado de los bebés, analizar el crimen que se comete con ellos desde hace milenios y explicar la función que tiene en nuestras sociedades pobladas de seres deshumanizados -hacen lo que se les ordena creyendo que actúan por voluntad propia- a fin de perpetuar la situación de generación en generación sin que sean conscientes de ello. De hecho algunos llegan al extremo de volverse en contra -a veces de modo violento- de quienes tratan de advertirlos y liberarlos.

Experimentos como el de la cárcel de Stanford o el denominado «experimento de Milgram» llevados a cabo en los años sesenta y setenta del pasado siglo XX demostraron que las personas obedecen incluso órdenes que suponen sufrimiento extremo y peligro de muerte para otras personas si la ideología imperante legitima esa violencia y existe apoyo institucional que fue, en definitiva, lo que ocurrió en la Alemania nazi y llevó a los oficiales juzgados en Núremberg a considerarse «inocentes» porque se habían limitado a «seguir órdenes». Hablamos pues del concepto de «obediencia a la autoridad» y vamos a explicar cómo se logra y con qué objetivos lo que requiere que nos remontemos en el tiempo hasta el comienzo de las relaciones de dominio en las sociedades humanas para, posteriormente, analizar cómo el poder ha creado individuos dóciles y obedientes mediante una agresión biológica llevada a cabo en los comienzos mismos de la vida, durante el embarazo, el parto y los primeros años de crianza.

KALI YUGA: LA EDAD OSCURA

Hace casi dos mil cuatrocientos años Aristóteles escribió esta hermosa declaración: «El bien supremo es el fin de la política y ésta pone el máximo empeño en hacer a los ciudadanos de una cierta cualidad y buenos e inclinados a practicar el bien». Sin embargo un simple vistazo a la historia -antes y después del empeño aristotélico de conjugar política y ética con vistas a un objetivo final que en su visión únicamente podía ser la virtud inspirada por el bien supremo- demuestra que lo sucedido en los últimos milenios es exactamente lo contrario.

Todas las civilizaciones conciben la historia como algo cíclico en el que hay períodos de luz y períodos de oscuridad, fases en las que predomina la espiritualidad, la armonía y el equilibrio y fases en las que predomina lo material, la confrontación y el desequilibrio. Pues bien, la tradición hindú llama a este último Kali Yuga, la edad oscura, en cuyas etapas finales nos hallaríamos actualmente según los estudiosos de la tradición.

¿Y cuándo habría comenzado este período aciago de la historia de la humanidad? No existen datos exactos y precisos pero el antropólogo suizo Johan Jakob Bachofen y la antropóloga lituana Marija Gimbutas dan pistas reveladoras: la destrucción de las culturas matrifocales en las que los grupos humanos se organizaban en torno a las madres y sus crías. Ello supuso una alteración del ecosistema básico en el que se desarrollaban las criaturas, la relación entrañable de la que aquellos grupos humanos, entre finales del Paleolítico y principios de Neolítico extraían su energía nutricia y que no constituía una organización jerárquica sino una fuerza espontánea que representa lo viviente en contraste con el orden que impusieron los invasores, los pueblos nómadas, guerreros y esclavistas que transformaron el mundo inaugurando así la edad oscura (10). Quizás por eso la palabra más antigua conocida para designar la libertad es la sumeria amargi que significa literalmente «volver a madre».

De hecho hasta la llegada de los pueblos indoeuropeos a la Vieja Europa no se conocía arquitectura defensiva, ni señales de casas quemadas, ni motivos militares, ni fabricación de armas. Los asentamientos urbanos estudiados por Gimbutas están en torno a los veinte mil habitantes y presentan escritura, muestras artísticas simbólicas, monumentos megalíticos y evidencia de comercio y navegación, todo ello entre el 7500 y el 5000 antes de Cristo. Una serie de invasiones de pueblos indoeuropeos nómadas, guerreros, de organización patriarcal jerarquizada y adoradores de dioses masculinos, transformó esa forma de vida y provocó el surgimiento de grandes ciudades- estado en las que unas relaciones de poder cada vez más complejas terminarían culminando en los primeros imperios históricos de Egipto, Acad, Asiría o Babilonia.

En esa transformación progresiva de las relaciones de poder desde los jefes o cabecillas de los primeros poblados -estudiados por el antropólogo Marvin Harris– hasta los Amos del Mundo en la sombra de nuestra civilización actual moderna -a un paso del totalitarismo virtual-, el poder se ha ido reciclando, reorganizando y adaptándose a las condiciones en que podía ejercerse en cada momento y lugar o creando él mismo esas condiciones. ¿Cómo? Veámoslo.

ORIGEN HISTÓRICO DE LA SUMISIÓN

En su obra Psicología de masas del fascismo -publicada en 1933- Wilhelm Reich desveló con lucidez las claves para el ejercicio del poder a gran escala: «Todo orden social produce en la masa las estructuras que necesita para alcanzar sus principales fines. Ninguna guerra es posible sin esas estructuras psicológicas de masas». ¿Y cómo se crean, se implantan y funcionan tales estructuras psicológicas? El planteamiento de Reich parte de cuatro descubrimientos de Sigmund Freud: el inconsciente, la sexualidad infantil activa, la represión de esa sexualidad y, finalmente, el papel de las instancias morales en esa represión. Es decir, la moral de nuestra sociedad autoritaria y castradora reprime la sexualidad infantil dejando un trauma en el inconsciente que transforma al individuo en un ser dócil y obediente sin que él mismo lo sepa ni conozca la causa. Lo que nos deja ante una pregunta clave: ¿cuáles son los motivos de esa represión y quién está interesado en ejercerla?

Para responderla Reich fue más allá de lo individual y entró en el terreno social creando una nueva disciplina -en el libro antes mencionado sobre la deriva autoritaria en Alemania- que ampliaría diez años después para extender los mecanismos del fascismo a la Unión Soviética e incluso a Estados Unidos. Nos referimos a la Psicología Social que relaciona la represión de los individuos con los intereses del estado autoritario y demuestra que la institución encargada de ejercer tal represión entre los ciudadanos es la familia patriarcal autoritaria.

Ahora bien, ¿por qué reprimir precisamente la sexualidad? Reich explica que si se reprimen las necesidades materiales primarias se promueve la revolución mientras que la represión de las necesidades sexuales crea unas defensas morales que la impiden: «El resultado -afirma- es el conservadurismo, el miedo a la libertad, una mentalidad reaccionaria».

Los trabajos de dos antropólogos contemporáneos de Reich confirmarían sus hipótesis. Bronislav Malinowski y Margaret Mead constataron -cada uno por su lado- cómo en las sociedades no autoritarias de las islas del Pacífico en las que no se reprime la sexualidad no hay castigos porque no se fuerza el control de los esfínteres y no hay organización familiar patriarcal autoritaria y apenas hay además delitos sexuales, comportamientos destructivos violentos, psiconeurosis, psicosis ni el llamado «complejo de Edipo». Sus trabajos demostraron que todas esas distorsiones no son naturales sino consecuencia de la represión por lo que no tienen origen biológico sino sino cultural.

Añadiremos que los ciudadanos de las polis helenas que inventaron la democracia -modo de organización social en el que el poder lo ostenta el pueblo- llamaban idiotés (idiotas) a aquellos que no aparecían por la asamblea dejando en manos de otros las decisiones que afectaban a todos. La idiotez es pues el paradigma de la dejación y puede decirse que la inmensa mayoría de los idiotas no son tontos ignorantes como se cree, sino personas que «ya saben lo que tienen que saber», es decir, los que a quienes tienen el poder les interesa que sepan ¡y nada más!

En pocas palabras: gran parte de la población actual la integran «idiotas», es decir, personas pasivas, indolentes, acríticas e incapaces de hacerse preguntas, reflexionar y tomar decisiones propias. Son, en definitiva, personas obedientes.

Y tal es el reto que hay que asumir y entender hoy: no se trata de saber por qué mandan «los de arriba» sino por qué obedecen «los de abajo». Y vamos a intentar explicarlo con ayuda de un sencillo esquema que aparece junto a estas líneas en el que partimos de un planteamiento básico. En la columna de la izquierda hemos representado los tres ecosistemas básicos en los que se desarrollan los bebés -el cuerpo de la madre, el entorno familiar y la sociedad-, en la central enumeramos las etapas del desarrollo -en el que las flechas representan la influencia de cada ecosistema y las agresiones que se producen en cada etapa- y en la tercera las consecuencias de cada agresión. Analicémoslo pues cronológicamente deteniéndonos especialmente en el período clave correspondiente al primer ecosistema: el cuerpo de la madre.

PRIMER ECOSISTEMA: EL CUERPO MATERNO

Estas son las potenciales disfunciones durante las siguientes etapas:

En el embarazo: posibles alteraciones energéticas provocadas por bloqueos en la madre gestante.

En el parto: la medicalización y la separación física pueden provocar la llamada «falta básica» (Balint).

En el postparto: la separación y la lactancia artificial pueden dar lugar a «encogimiento biopático» (Reich).

En el período crítico biofísico (hasta 1 año): distorsión del desarrollo, problemas de maduración y no integración de las funciones.

En la crianza (hasta los 3 años): sustitución de deseos por necesidades y «acorazamiento» (Reich).

El ser humano tiene un nacimiento «prematuro» si se le compara con otros mamíferos pues una vez fuera del útero continúa dependiendo de forma casi absoluta de la madre; hasta el punto de que casi se le debería continuar considerando un «feto»: «Si en lugar de fijar el fin del proceso de desarrollo fetal en el parto lo establecemos hacia los diez o doce meses de vida extrauterina, es decir, en el momento en que se reúnen todas las bifurcaciones para constituir un biosistema unitario y coordinado, habremos abarcado el período crítico, decisivo para el futuro funcionamiento bioenergético; condicionando incluso el proceso de formación del psiquismo», diría Reich.

El primer año es clave para integrar las funciones biológicas básicas -incluidas la conexión de lo emocional y lo racional, la maduración del sistema nervioso, el funcionamiento enzimático y la inmunidad- pero es que además es vital el contacto físico continuo para el buen desarrollo del tracto respiratorio, las venas y arterias, las cubiertas de mielina que protegen las células nerviosas, el metabolismo del cerebro, la regulación de las pulsaciones del corazón… Se trata de una serie de procesos cuya evolución debe respetarse en lugar de forzarlos como es habitual. El control de los esfínteres debe ser espontáneo así como el desarrollo del habla, la capacidad para caminar erguido, etc.

El biólogo, etólogo y psicólogo francés Henri Laborit desarrolló el concepto de «inhibición de la acción» para referirse a aquellas situaciones en las que al ser humano le es imposible responder a una agresión ni luchando, ni huyendo. Sabemos que el cerebro humano funciona en dos niveles: el cerebro evolutivamente más reciente lo hace como un ordenador procesando datos y el cerebro primitivo que, conectado con el sistema límbico, regula las respuestas hormonales y tiene vital influencia sobre la inmunidad, la sexualidad e, incluso, sobre lo trascendente. La «inhibición de la acción» que describe Laborit provoca reacciones profundas en el cerebro primitivo y puede dar lugar a trastornos en la inmunidad y la trasmisión nerviosa. Reich la denominaba «encogimiento biopático».

Bueno, pues eso es lo que provocan las medicalizadas condiciones de los partos hospitalarios a las que el bebé reacciona primero con llanto y gritos de protesta, después con desesperación y, finalmente, con un mecanismo de defensa que lo hunde en la indiferencia, en la renuncia al vínculo biológico, lo que puede provocar alteraciones de la energía vital y la respuesta sexual, distorsiones en el desarrollo del sistema nervioso central, malformaciones en la glándula pituitaria y acorazamiento muscular y del carácter que reducirá en el futuro la capacidad para el placer, aumentará la predisposición a la enfermedad y, en definitiva, provocará el estado de dependencia y sumisión que era desde un principio el objetivo de estas agresiones.

Así lo describe la escritora francesa Christiane Rochefort: «La opresión de los niños es la primera y fundamental. Es el molde de todas las demás. Un adulto no es -como creen algunos- un ser acabado sino un estancamiento del desarrollo (…) La operación consiste en saltarle al cuello en cuanto llega aprovechando que no puede defenderse, enseñándole que tiene que vérselas con alguien más fuerte que él,inmovilizándole,aislándole y haciéndole comprender que su vida depende de una voluntad exterior con ¡a que es mejor estar en buenas relaciones. Se aprovechará el tiempo en que se ve reducido a ¡a impotencia para atar sus energías y sus deseos, y se le impondrá un estatuto de dependencia legal, económica e institucional de manera que no salga de la cuna si no es para meterse en el arnés, que se encariñe con él y no lo abandone hasta que consienta ‘libremente’ ser explotado».

El médico gallego Juan Rof Carballo señala tres «inmadureces básicas» en el mamífero humano: la del sistema nervioso, la inmunológica y la enzimática. E indica que para su integración y maduración es imprescindible el contacto epidérmico, la atención constante de la madre y la lactancia natural acompañada de una instintiva interacción entre madre y bebé.

El psicoanalista y bioquímico húngaro Michael Balint llegó tras medio siglo de práctica psicoanalítica a la conclusión de que el sufrimiento y las patologías de sus pacientes provenían de una carencia primaria, una herida en la psique que denominó «falta básica» y consideraba originada en la frustración de un amor primario, del amor maternal.

«El útero -explican Rodrigáñez y Cachafeiro- es un seno donde anidan los óvulos fecundados. No es como los huevos de algunas especies animales de usar y tirar, ni es algo básicamente exterior a la hembra. Es parte del propio cuerpo de la mujer integrado en el mismo sistema nervioso y regado por sus flujos sexuales. El útero, al igual que el estómago o la vagina, desea verse colmado y lleno. Cuando se produce una fecundación la mujer inicia un ciclo sexual distinto. El útero se hincha, crece, se hace pesado y presiona suavemente la vagina y el recto. Durante los nueve meses de gestación compartimos con el feto la comida, el oxígeno y una misma sangre impulsada por un solo corazón que late al unísono en los dos cuerpos, uno totalmente dentro de otro».

Quizás estas autoras hayan sido las que con más precisión -pero también con estremecedora emotividad- han puesto en evidencia la estrategia destructiva del poder sobre el ser humano con el propósito de dominarlo desvelando las íntimas relaciones entre la madre y su criatura, incluyendo la conexión con la sexualidad infantil y la femenina que el poder pretende camuflar,