24 de marzo 2017    /    por Virginia Mendoza

Cuando Cortés y los suyos llegaron a México en 1519 y presenciaron sacrificios humanos se quedaron boquiabiertos y asqueados. No les era ajena esa violencia, pero sí su finalidad: los reyes aztecas comían corazones y bebían sangre humana en rituales multitudinarios para aplacar la ira de las deidades. Los españoles, invitados a los templos de Moctezuma, ascendieron por más de cien escalones por los que se despeñaban con cierta frecuencia cuerpos humanos. Mientras tres corazones ardían a su lado, descubrieron el templo lleno de sangre, invadido por un hedor que no podían soportar.

Varios acompañantes de Cortés describieron escenas de canibalismo en idénticos términos: Bernal Díaz, Fray Bernardino de Sahagún y Diego Durán delinearon con todo detalle el ritual por el que, desde las alturas, se despedazaba a los prisioneros, se les arrancaba el corazón, se les lanzaba por las escaleras y se celebraba un banquete con sus cuerpos.

Hablaban de la antropofagia y del sacrificio humano como si nunca hubieran visto la muerte violenta y como si nunca hubieran oído que un humano pudiera comerse a otro. Y no lo sabían, pero en España, miles de años antes, varias personas fueron alimento de otras en una cueva de lo que hoy es Alicante.

Los aztecas no fueron los primeros ni los únicos antropófagos, pero nadie como ellos elevó el canibalismo a espectáculo multitudinario y estatal. «Entre las sociedades del nivel de las bandas y aldeas», escribió Marvin Harris en Caníbales y reyes, «el sacrificio ritual de prisioneros de guerra solía ir acompañado de la ingestión de la totalidad o de una parte del cuerpo de la víctima».

Fuera de Mesoamérica, el surgimiento de estados e imperios fue eliminando prácticas como el canibalismo. En Europa la antropofagia fue declarada tabú y sólo se relacionaba con vampiros y brujas.

Los que han teorizado sobre el canibalismo antes que Harris hablaron de impulsos innatos y, los que fueron más lejos, veían en la antropofagia una mezcla de amor y agresividad. De ahí, pensaban, que al prisionero que se iba a sacrificar se le mimara y se le alimentara como nunca. No se plantearon que le estuvieran cebando para disfrutar del posterior banquete al máximo. A estas teorías sentimentaloides se enfrentó Sherburne Cook, para quien los sacrificios aztecas respondían a una motivación inspirada por la regulación del crecimiento demográfico.

Para Marvin Harris, todas estas teorías hacen aguas. En el incremento de rumiantes disponibles y un mayor acceso a las llamas y camellos, el antropólogo encuentra la razón del tabú caníbal y, por tanto, la escasez de esos animales antes de la prohibición habría sido la principal impulsora de los sacrificios humanos y del canibalismo: «La lección parece clara: la carne de los rumiantes contuvo el apetito de los dioses y tornó misericordiosos a los “grandes proveedores”», concluye.

Escribe Marvin Harris: «Lo que destaca en este rápido examen del sacrificio humano y ritual en las regiones nucleares de la formación estatal del Viejo Mundo es la falta de una relación estrecha entre sacrificio humano e ingestión de carne humana. En ninguna parte aparecen vestigios de un sistema en el cual la redistribución de carne humana constituyera una de las preocupaciones principales del Estado o de sus ramas eclesiástica y militar».

Que hace 10.000 años varios humanos fueran cocidos y comidos en una cueva de Alicante no tendría que extrañarnos tanto: comer humanos en Europa era entonces más habitual de lo que estaríamos dispuestos a creer. Hoy sólo entenderíamos, haciendo un gran esfuerzo, el canibalismo como un recurso extremo para la supervivencia. Por ejemplo, cuando un equipo de rugby sufre un accidente aéreo y se queda incomunicado en los Andes y los supervivientes van alimentándose de sus compañeros muertos con la esperanza de que alguien los encuentre con vida.

Caníbales españoles

Un grupo de investigadores de la Universidad de Valencia, encabezado por Juan V. Morales, ha encontrado en una cueva alicantina huesos con marcas de haber sido cocinados y comidos. El estudio, publicado por Journal of Anthropological Archaeology, expone el descubrimiento de varios huesos pertenecientes a dos personas, posiblemente más, que habrían servido de alimento en dos ocasiones tan distanciadas que alejan sustancialmente el canibalismo de la gastronomía local, aunque hayan aparecido en la misma cueva: hace 10.000 y 9.000 años.

Los investigadores han partido de las señales de antropofagia que estableció el investigador de la Universidad de Burdeos Bruno Bulestin. Estos son algunos de los criterios de Bulestin que encontraron los investigadores de la Universidad de Valencia: huesos mordidos, marcas de herramientas para despellejar, huesos quemados o enterrados al lado de animales en las mismas circunstancias. «Habían sido ligeramente expuestos al fuego antes de ser fracturados y las quemaduras podrían ser parte constituyente de un proceso de sacrificio», escriben.

No queda claro si solían alimentarse de carne humana o si lo hacían con una finalidad religiosa o por pura desesperación. No obstante, los investigadores creen que pudo tratarse de un consumo de carne humana ocasional y que se habría debido a una eventual falta de recursos.

Aunque se ha dicho que es la primera prueba de canibalismo en España, en Atapuerca ya se habían encontrado evidencias de que hace 800.000 años se practicaba la antropofagia en Europa. Es el caso de canibalismo más antiguo que se conoce. El profesor de Arqueología de la Universitat Rovira i Virgili, Eudald Carbonell, encontró fósiles de seis individuos con señales muy parecidas.

Los levantinos mesolíticos

Para hacernos una idea de cómo vivían aquellos mesolíticos levantinos que se comieron a sus vecinos, Julio Caro Baroja nos da una idea en Los pueblos de España I. Parte de las pinturas rupestres levantinas que se han ido descubriendo desde 1903. Caro Baroja cree que, aunque la gente aparece desnuda, no debía de hacer tanto calor como para practicar el nudismo. Fue un momento de aumento de las temperaturas en Europa, tras la última glaciación, aunque le parece que todavía hacía un frío que quitaba las ganas de andar desnudo. En las pinturas levantinas, hombres y mujeres comparten espacio con animales entre los que destacan los perros, que se alían con el hombre para atacar a los ciervos.

«Los pintores de Levante son hombres que viven en las rocas y no en las fértiles llanuras próximas al mar», escribe el antropólogo vasco. Entre ellos, que vivían en comunidad con varias familias, había también una jerarquía muy marcada. A pesar de que iban casi desnudos, tanto hombres como mujeres muestran un gusto por los complementos de plumas y cuero que podrían estar relacionados con la caza, la guerra y los logros. Las escenas son bélicas, salvo alguna que representa la recolección de miel. Era gente con prisa: «El culto a la velocidad es rasgo característico de los hombres mesolíticos del Levante español».

Sus pinturas guardan una estrecha conexión con las de los bosquimanos africanos. Caro Baroja fue muy incrédulo con los que difundieron la idea de los paralelos etnográficos, especialmente con quienes vieron rasgos africanos en los cazadores y guerreros levantinos del Mesolítico.

Si les gustaba comer carne humana, si lo hacían de forma ritual o sólo ocasional, es algo que no sabremos todavía. Ni siquiera los investigadores de la Universidad de Valencia tienen claro que los restos hallados en la cueva alicantina respondan a rituales funerarios o a la innovación culinaria de la época, aunque aseguran que «la complejidad ritual estaba aumentando claramente con respecto a épocas previas».

Imágenes: Journal of Anthropological Archaeology y Pixabay