El intento de los médicos norteamericanos Howard Robbins y Robert J. Rowen de tratar con ozono intravenoso en Sierra Leona al personal sanitario y a los enfermos de ébola -del que dimos cuenta en nuestro último número- fue boicoteado en el último momento a pesar de que se hallaban ya en el país, habían sido recibidos por el propio presidente Ernest Bai Koroma y habían entrenado en la técnica -con la aquiescencia de las autoridades- a más de 50 personas, entre ellas varios médicos que pronto se convencieron de su utilidad. Los intereses económicos de las multinacionales han vuelto a prevalecer.

El pasado 16 de octubre los doctores norteamericanos Howard Robbins y Robert J. Rowen viajaron a Sierra Leona llevando consigo 10 generadores de ozono médico a fin de entrenar a médicos nativos en su administración intravenosa en el que iba a ser el primer ensayo de este tipo con enfermos de ébola. Como nuestros lectores habituales saben el ozono es el más poderoso germicida que existe no habiendo in vitro virus, bacteria u hongo que sobreviva a él. Y lo que se sabe indica que en el interior de organismo tiene efectos parecidos estando constatado que es antiinflamatorio, antioxidante y analgésico, oxigena los tejidos, aumenta la producción de citoquinas y potencia el sistema inmune. Y no se olvide que es siempre éste el que termina acabando con los microbios patógenos. De ahí que muchos expertos consideren el ozono la mejor alternativa terapéutica en el tratamiento del ébola. De hecho tiene la ventaja de que se puede administrar a cualquier paciente sea cual sea su estado. Sin efectos secundarios negativos.

La técnica consiste en mezclar en una jeringuilla un 98’5% de oxígeno y un 1,5% de ozono e inyectarlo en vena, método que también utiliza en España el doctor Juan Carlos Pérez Olmedo y explica detalladamente en un video que puede visualizarse en http://vimeo.eom/109074423 en el que puede verse cómo se autoinyecta muy lentamente una jeringa de 20 cc para demostrar la inocuidad del procedimiento.

El viaje a Sierra Leona de los citados médicos fue una iniciativa privada propia y se efectuó tras una serie de conversaciones mantenidas durante los meses de agosto y septiembre con miembros de ese gobierno africano. Sin embargo lo que empezó como un viaje ilusionante -para ellos y para quiénes esperábamos los resultados de la primera prueba de una alternativa terapéutica barata, eficaz y sin efectos secundarios a los fármacos experimentales en la prevención y tratamiento del ébola- acabó con el amargo sabor de la decepción. Y es que tras una semana de trabajo intenso formando a médicos y a otros sanitarios un minuto antes de comenzar a tratar a quienes debían entrar en contacto directo con los enfermos se recibió en el centro una llamada amenazante que dio al traste con todo. Un episodio que recuerda la novela El jardinero fiel de John LeCarré llevada al cine en la que se denuncian las oscuras relaciones existentes entre las multinacionales farmacéuticas y algunos gobiernos de África para probar en ellos fármacos y vender nuevos medicamentos. Bueno, pues los siete días de Rowen y Robbins bien podrían ser la base argumental de una nueva novela. Resumimos brevemente la historia de este fracaso.

DEL OPTIMISMO DE LOS PRIMEROS DÍAS…

Cuando Robbins y Rowe llegaron a Freetown -la capital de Sierra Leona- se encontraron con una situación de aparente normalidad aunque había señales de advertencia sobre el ébola por todas partes -de hecho antes de entrar en los restaurantes y tiendas de alimentos la gente está obligada a lavarse las manos con cloro, ignorantes de que el ozono destruye los virus diez veces más rápido que el cloro- siendo su anfitrión una de las personas más respetadas y queridas del país: el doctor Kojo Carew. Se trata de un médico que en los peores tiempos de la guerra civil -a finales del pasado siglo XX- decidió abrir las puertas de sus dos clínicas privadas a centenares de personas que habían sido heridas o mutiladas por los grupos rebeldes. De hecho cuando en enero de 1999 los rebeldes atacaron Freetown sus centros llegaron a albergar a más de 300 personas entre enfermos y refugiados. Pues bien, hoy dirige dos hospitales, uno privado y otro para quienes no pueden pagar, siendo la única diferencia entre ambos el nivel del alojamiento pero no la calidad de la asistencia.

El caso es que en los primeros días los médicos estadounidenses entrenaron a más de 50 personas -entre médicos y enfermeras- porque, como bien expresaría Rowen, «ellos son los verdaderos héroes; se colocan en primera la línea del frente para ayudar a sus compatriotas a sabiendas de que en cuatro semanas podrían estar entre los muertos«.

Fueron días de entrenamiento, conferencias y demostraciones en los que todos los participantes recibieron su primer tratamiento directo de ozono por vía intravenosa -20 cc- después de ver cómo el propio doctor Rowen se autoinyectaba 65 cc perdiendo así cualquier reticencia. Es más, el propio doctor Carew constató cómo el ozono inyectado en las articulaciones de su mujer y su suegro acababa con los dolores que sufrían permitiéndoles caminar sin dolor.

Carew conseguiría que ambos médicos pudieran dialogar durante dos horas con el presidente Koroma quien se mostró en todo momento muy preocupado por la protección del personal sanitario recibiendo con satisfacción las explicaciones sobre las posibilidades del ozono. Es más, Koroma no sólo ha sido el primer presidente de un país en pedir el tratamiento con ozono sino también el primero -que sepamos- que decidió recibir una sesión de ozonoterapia. Durante la reunión los médicos norteamericanos solo pidieron al presidente que a cambio de su trabajo -los suministros y generadores los aportaron ellos- pudieran reunirse de nuevo con él una vez Sierra Leona estuviera libre de ébola para celebrarlo. El presidente sonrió ante la petición y respondió: «Es un buen trato».

Todo parecía pues ir bien salvo por una cosa: a pesar de mantener varias reuniones con distintos miembros del Gobierno ni el Ministro de Salud ni ninguno de los altos cargos de su ministerio hizo intento alguno por reunirse con ellos. Y ello a pesar de haber sido invitados a charlar por el propio presidente del país y haber recibido todos ellos invitaciones a las conferencias a las que acabaron acudiendo solo médicos privados. «Problemas de agenda» les impidieron siempre reunirse con ellos.

Según explicarían luego los dos médicos al sexto día se reunieron con el mayor Palo Conteh, el llamado Zar del ébola, quien tras ser informado de las bases científicas y las demostraciones realizadas replicó: «Solo tengo una pregunta. ¿Por qué no se está haciendo ya mientras estamos hablando?»

En suma, Robins y Rowen estaban convencidos de que habían superado todos los obstáculos y su sueño de utilizar el ozono de forma intravenosa para ayudar a combatir el ébola estaba a punto de cumplirse; y al día siguiente, el séptimo de su estancia allí, se dispusieron a usar el ozono en enfermos de ébola internados en el Centro Hastings, a solo 16 millas de la capital.

…A LA FRUSTRACIÓN FINAL

Al día siguiente, tras recoger los aparatos y suministros, Robins y Rowen se desplazarían por pésimas carreteras hasta el Centro Hastings. Solo que antes de partir se produjeron algunas deserciones. Sin razones justificadas médicos comprometidos que unos días antes habían estado en la residencia del presidente y con el Zar del ébola y manifestaron su disposición a utilizar el ozono de forma intravenosa les dijeron que finalmente no irían. Partieron pues sin ellos llegando a mediodía al destino previsto, una antigua sede de entrenamiento de la policía.

«Sin yo saberlo hasta más tarde -escribiría posteriormente Rowen- el responsable del ejército a cargo del campamento recibió una llamada de la Asistente del Ministro de Salud que simplemente le dijo: «Tu trabajo peligra si les permites utilizar la terapia de ozono» (esto incluía al personal así como a los pacientes). Mientras, sin que yo supiera lo que estaba pasando, comenzamos la rutina de las explicaciones a médicos y sanitarios. Y respondimos a preguntas apropiadas lo que indicaba que realmente habían escuchado. Pero como aun mostraban un sano escepticismo decidí mostrarles el video que había hecho con varios médicos prominentes que ellos conocían. Sorprendidos, rápidamente se mostraron dispuestos a aplicar el tratamiento. Así que a continuación el Dr. Carew les enseñó la técnica”.

Fue en ese instante, mientras Carew les hablaba, cuando Rowen fue informado por un médico de las llamadas telefónicas. De la primera antes citada y de otra que hizo poco después el propio Ministro de Salud corroborando lo dicho por su adjunto. El sueño había terminado. Los meses de negociación, las múltiples reuniones y la larga conversación con el presidente no habían servido al final de nada. Lo mismo que todo el dinero que había salido de sus propios bolsillos.

«Me cuesta bastante enfadarme -escribiría en su explicación Rowen- pero cuando lo hago estallo. Localicé al responsable del centro y le dije: ‘Mire, soy judío y seis millones de judíos fueron asesinados por los nazis ‘siguiendo órdenes’. Y agregué que esos nazis que siguieron órdenes fueron posteriormente condenados por genocidio y crímenes de guerra. Luego establecí la analogía con el ébola-. «El ébola no es un enemigo humano pero está provocando un genocidio en la población; y si uno lo permite a sabiendas de que va a producirse una masacre pudiendo hacer algo para detenerlo, ¿no es un cómplice criminal?’ –le pregunté. Es decir, le sugerí con severidad que su ‘orden’ podía ser considerada ilegal y un crimen contra la humanidad. Me respondió que las leyes de Sierra Leona eran diferentes de las de Estados Unidos. A lo que repliqué: “¡Evitar la muerte de personas es una ley universal!’ De vuelta a la sala en la que permanecía Carew junto a 40 personas que reclamaban el tratamiento conté al personal lo que había pasado. Se quedaron estupefactos. Y denuncié que se verían privados de tan extraordinario método de prevención y tratamiento a causa de ministros corruptos. Y aunque aun así hubo médicos y sanitarios dispuestos a recibir el tratamiento sabíamos que a los pacientes no se les permitiría recibirlo”.

Cabe agregar que a partir de ese momento a los médicos norteamericanos les fue imposible hablar con ningún alto cargo; ni siquiera con el asesor del presidente al que había tratado. No obstante un indignado Rowen consiguió, a través de Kojo Carew, ser invitado a un programa de la televisión nacional –El show de Val– que precisamente aquella noche dedicaba una hora al problema del ébola. El médico contó lo sucedido y tras escuchar su relato el presentador le preguntó: « ¿Piensa usted que la situación del ébola en este país está bajo control y se gestiona adecuadamente?». A lo que el médico norteamericano contestó: “Esta nación se encamina hacia una calamidad porque tiene funcionarios de alto rango en el Gobierno que prefieren hacer hincapié en la quema de cuerpos y procedimientos adecuados de enterramiento en lugar de eliminar el virus en los vivos y salvar a la gente del sepulturero». El debate que siguió fue acalorado y no faltó quien le acusó de querer «experimentar con los africanos».

El 28 de octubre Rowen enviaría una dolida carta al presidente Koroma sobre lo acaecido en la que diría: «El Sr. Stephen Ngaugah acudió al programa a contar cómo el Gobierno está ganando la guerra al ébola. Y alabó los esfuerzos hechos para quemar los cuerpos y efectuar entierros apropiados. Pero no dijo ni una palabra sobre cómo evitar las muertes de los enfermos. Y a continuación pasó a atacarme, a un invitado de Su Excelencia, por venir a salvar vidas con el ozono. Me dijo que debería haber permanecido en Estados Unidos para tratar a nuestros pacientes de ébola en vez de ir a Sierra Leona a ‘experimentar con los africanos como conejillos de indias’. Sr. Presidente: le diré que estuve muy sobrio y medido en mi respuesta a tan horrible insulto dirigido no sólo a mí sino también a usted que me invitó. Ese hombre egoísta y autocomplaciente no tuvo la dignidad suficiente para decirle a su gente que está ganando unos 120.000 dólares -es lo que gana por su trabajo- sin tener preparación médica alguna. ¡Gana más de lo que yo gano actualmente! Solo que su riqueza depende de continuar excavando tumbas, de la muerte de sus compatriotas. Es decir, que si se encuentra una cura se queda sin negocio”.

Y es que quizás no sepamos quiénes mueven los hilos pero está claro quiénes son las marionetas y por qué se dejan manejar.

NOTAS A PIE DE PÁGINA

¡Y hay que ver lo que son las cosas! A las 8:30 de la mañana del día siguiente, tras haberse negado el tratamiento a los enfermos de ébola, el doctor Carew recibió una llamada de la Canciller del Gobierno que estaba preocupada porque su madre vive en un área asolada por el virus y quería un tratamiento profiláctico con ozono ¡para ella y toda su familia! Rowen se lo contaría en su carta al presidente de Sierra Leona: «Así que en su país hay un sistema a dos niveles. Los ministros solicitan un tratamiento protector con ozono para ellos mientras las órdenes que su gobierno emite niega la terapia a los enfermos y a los más propensos a morir. Tiene usted gente en el Gobierno que, en mi opinión, ¡está dispuesta a permitir la muerte por dinero! Y eso es un crimen contra la humanidad que ha transformado su nación de ‘tierra de los diamantes de sangre’ en ‘tierra del dinero por la sangre del ébola’».

Tal es la situación. El doctor Carew cuenta ya sin embargo con personal formado y ha iniciado gestiones con el presidente de Liberia, a quien también conoce, para intentar trasladar la terapia a ese país.

Terminamos indicando que una vez en Estados Unidos el doctor Robins escribiría por su parte «Detrás de todo esto hay mucho dinero para personas en posiciones de poder en Sierra Leona. Sin sonar melodramático podemos haber participado inocentemente en un docudrama político desagradable y, literalmente, haber puesto nuestras vidas en peligro. Puede sonar ridículo o extraño pero, por favor, crean en mi palabra de honor».

Elena Santos

 

Fuente; Revista Discovery Salud. Número 177 – Diciembre 2014

19/09/2022