Actualizado 19 Mayo 2017, 12:25

Mohorte 

«We’ve golden soil and wealth for toil», reza el himno de Australia, orgulloso no sólo de sus gentes, herederas de una población constituida a base de reclusos, sino también de sus tierras, gigantescas, abruptas, salvajes y aún románticas, prácticamente deshabitadas. Por desgracia, la historia cuenta un relato diferente: Australia tiende a pasar más tiempo en guerra que en armonía con su entorno. Y no, el término «guerra» no es gratuito. No para los pobres emús.

El emú es un simpático pájaro no volador que, al igual que el avestruz, vive y se reproduce a ras de suelo. Es endémico de Australia, lo que haría de él un raro objeto de deseo y orgullo para los australianos, similar al del canguro o el del koala. Sin embargo, en 1932, los australianos literalmente querían aniquilarlos.

Granjero busca terreno (libre de emús)

Contextualicemos: antes de la Segunda Guerra Mundial, Australia aún era una dependencia del Imperio Británico. Con su cierto grado de autonomía, pero parte del Imperio. Eso conllevaba algunas responsabilidades. Para muchos australianos, en concreto, su relación con Reino Unido implicó su participación en la Primera Guerra Mundial. Victoria obtenida, a su regreso muchos de ellos, como en Europa, se vieron sin oficio ni beneficio. El gobierno australiano los utilizó como colonos-granjeros en la Australia Occidental.

Australia Occidental es la nada. La más exagerada nada, el lugar donde las carreteras y las vías férreas más rectas del mundo pueden existir gracias a un terreno plano y carente de poblaciones de interés. Así que el gobierno de Canberra tenía interés en utilizar a buenas gentes australianas para sacar algo de provecho de ellas.

Dos peligrosos emús tomando un descanso tras una dura jornada en la guerrilla.

Provecho = cultivos de trigo. Australia y sus granjeros-veteranos se lanzaron a producir tan preciado cereal. Para finales de la década de los veinte, los problemas eran acuciantes, sin embargo: la Gran Depresión había provocado no pocas penurias entre los granjeros australianos, que encontraron pocos apoyos en los subsidios gubernamentales. La presión para producir más y generar mayores beneficios se trasladó en mayores áreas destinadas tanto a la agricultura como al ganado.

Sin saberlo, entre todos estaban acabando con el hábitat de los emús. De modo que, enfrentados a la tesitura de desplazarse o tratar de sobrevivir en sus habituales tierras, los bichos alados hicieron lo segundo y colonizaron los campos de trigo.

Problema para los agricultores: los emus eran incompatibles con mantener las cosechas vivas y productivas. Dadas las dificultades económicas que ya atravesaban, interpretaban como una pesada carga tener que, además, luchar contra el emú. El gobierno, compuesto parcialmente por otros veteranos de guerra simpáticos a las demandas de los agricultores del oeste, entendieron que entre sus ciudadanos y los emús, debían prevalecer los intereses de sus ciudadanos. Y así nacieron las «Guerras Emú«.

Un destacado miembro del Ejército de Liberación del Emú.

Si el episodio parece surrealista es sólo porque hablamos de Australia. El país no es ajeno al exterminio en masa de animalitos de toda condición. Primero tuvieron problemas con los conejos: especie exótica e invasiva en Australia, cuyo hábitat es extraordinario y fuera de lo común, no tenían predadores que les impidieran arrasar con todo campo que se les antojara. Más tarde, los koalas, tan bobalicones que estaban acabando con su propio alimento, lo que llevó al gobierno a matar a centenares de ellos.

El último caso ha sido el de los gatos ferales: gatos domésticos abandonados que, en libertad, han prosperado como predadores. Al no tener competencia o cazadores, se han convertido en bichos peligrosos que acaban con especies autóctonas de la isla. El gobierno tiene previsto matar a dos millones de ellos.

Si tienes un problema con los emús, envía tanques

Y en 1932, eran los emús los que se encontraban en el ojo del huracán. Así que Australia hizo lo que mejor sabe hacer: matar.

El gobierno, abrumado por la dimensión de la tarea, optó por enviar al ejército. Una declaración de guerra en toda regla. Fue el mayor G.P.W. Meredith, del séptimo batallón de infantería de la Royal Australian Artillery, quien se encargó de comandar sobre el terreno las operaciones, acompañado por un puñado de soldados. El objetivo: rodear a los emús y dispararles con dos ametralladoras Lewis y unas 10.000 reservas de munición. De forma paralela, se estableció un modelo de recompensas para todo aquel granjero que deseara abatir un emú.

Valientes soldados australianos, herederos de los no menos valientes soldados que protagonizaron la guerra emú.

La tarea a priori era sencilla: disparar, matar, irse a casa. Los emús son aves que no vuelan. Pero resultó una tarea compleja. Primero, las lluvias enfangaron el terreno y retrasaron las operaciones. Posteriormente, en las primeras intentonas, los soldados sólo fueron capaces de abatir a una decena de emús cada día, insuficientes para solucionar de facto el problema. Rápidos y difíciles de pastorear, las armas no tenían el suficiente alcance como para dispararles desde lejos. Y desde cerca, huían.

Al cabo de una semana, apenas unos cuantos emús habían caído. Dado que se dividían en pequeños grupos, el efecto de las ametralladoras era insatisfactorio y caro. El gobierno, frustrado, replegó posiciones.

Pero volvió a la carga. Las posteriores invasiones de emús denunciadas por los granjeros una vez el despliegue militar finalizó provocaron que las autoridades australianas interpretaran el problema en clave de crisis nacional. Una segunda intentona militar, más amplia y con las lecciones aprendidas, permitió a Meredith cobrarse más piezas: entre 900 y 2.500 aves habían sido aniquilados por las ametralladoras del ejército australiano. A principios de diciembre, la operación se terminaba, pero en términos generales había fracasado.

El glorioso emú, victorioso en su guerra.

Australia había perdido contra el emú, un poderoso enemigo alabado por la inteligencia militar ante el que las pobres tácticas australianas habían conseguido un éxito tan inútil e irrelevante como ridículo.

El ave, claro, sobrevivió a la táctica empleada por el gobierno australiano, sólo entendible en un contexto, el de 1932, en el que los derechos de los animales y la sensibilización pública para con los mismos quedaba lejos de nuestros estándares contemporáneos. Y quizá por ello, Australia desarrolló su guerra contra los emús. No la más noble, quizá tampoco la más importante, pero sí la más extravagante e ignominiosa.

Ah, la batalla no terminó ahí. En años sucesivos, el gobierno habilitó sistemas de recompensas para que los ciudadanos de a pie se cobraran las cabezas de los emús. Resultó más efectivo, con alrededor de 57.000 recompensas reclamadas en 1934. Los problemas se alargaron hasta los 50.

ImagenMathias AppelEd Dunensblathleantanaka_juuyoh

Aquella loca ocasión en la que Australia le declaró la guerra a los emus (literalmente) (xataka.com)

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