Río Bogotá: un guerrero ancestral que espera su renacer
Por Jhon Barros
En 2019, según el Observatorio Ambiental de la Secretaría de Ambiente, los ríos Fucha, Salitre y Tunjuelo que, también nacen limpios y puros en sitios como los cerros orientales y el páramo de Sumapaz, desembocaron 118.561 toneladas de sólidos suspendidos en el Bogotá, superando con creces las 86.685 toneladas registradas en 2018.
En la cuenca media, el río Bogotá pierde todo rastro de pureza debido a los vertimientos y residuos de los habitantes de la capital y Soacha. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Estos certeros golpes elevan al máximo sus grados de su contaminación. En su paso por Bogotá, el río pasa de 4 a 8 en su nivel de contaminación, el máximo, que se mantiene a lo largo de toda la cuenca media.
Lo que fue un cuerpo de agua cristalino, puro y sagrado para los muiscas, queda reducido a una densa nata negra que emana olores nauseabundos. Todo tipo de basura es arrojado a su lecho, como muebles, sanitarios, neveras, partes de carros y motocicletas y hasta cadáveres. La población le dio la espalda, nadie lo mira de frente y es conocido como una cloaca.
La cuenca media albera a los 15 sitios declarados como humedales en Bogotá. Córdoba, ubicado en Suba, es uno de los menos contaminados. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Inicia su renacer
La cara del río Bogotá en su cuenca media empezó a cambiar en 2012, cuando la CAR dio inicio a una serie de obras de adecuación hidráulica en 68 kilómetros, desde las compuertas de Alicachín en Soacha y hasta el Puente de la Virgen en Cota, con el fin de evitar inundaciones.
Durante cuatro años, decenas de máquinas retiraron más de ocho millones de metros cúbicos de residuos que dormitaban en el lecho del río. Su cauce pasó de 30 a 60 metros, ampliación que arrojó una duplicación de la capacidad de transporte de 100 a 200 metros cúbicos por segundo.
Obras de adecuación hidráulica de la CAR en la cuenca media del río Bogotá entre 2012 y 2016. Foto: CAR.
Para esto, la CAR adquirió 198 predios en más de 600 hectáreas, de las cuales 230 hectáreas fueron destinadas para construir seis humedales, meandros artificiales y zonas de amortiguación. En las zonas de ronda fueron sembrados 120.000 árboles de 20 especies nativas.
“Sacamos del lecho muebles, chasises de carros y motos, neveras, computadores y hasta cadáveres. Al quitarle ese peso, las aguas del Bogotá empezaron a moverse y los olores mermaron”, dijo Aníbal Acosta, Aníbal Acosta, director del Fondo para las Inversiones Ambientales de la cuenca del río Bogotá de la CAR.
En el barrio El Porvenir del municipio de Mosquera, 186 familias de recicladores que habitaban en 124 tugurios en la zona de ronda del río, fueron reubicados en un conjunto residencial de 125 casas. “La zona fue recuperada, al igual que un potrero destinado al consumo de droga y delincuencia en el barrio San Nicolás en Soacha, donde construimos un parque con canchas múltiples y senderos”, anotó Acosta.
La zona de ronda en Mosquera, agobiada por un barrio de invasión, fue recuperada. Fotos: CAR.
En toda la cuenca media, la CAR construye un Parque Lineal de 68 kilómetros que contará con senderos peatonales, embarcaderos para realizar navegación y puntos de avistamiento de aves, el cual será uno de los más largos de Latinoamérica.
“El embarcadero de la calle 80 está casi listo, sitio donde instalamos una estatua de un sauce llorón, especie representativa de la sabana de Bogotá, elaborada con llaves y candados donados por la ciudadanía. Las obras de adecuación hidráulica son realizadas actualmente en 48 kilómetros de la cuenca alta”, complementó Acosta.
Con estas obras, las aves han regresado al río Bogotá. Más de 5.600 aves de 53 especies han sido registradas en la cuenca media, un ramillete que incluye tinguas como la bogotana, cercana a la extinción, rapaces, búhos y alcaravanes.
La tingua bogotana, una especie al borde de la extinción, ha sido vista en los humedales artificiales del río Bogotá. Foto: Oswaldo Cortés, Fundación Humedales.
Dos salvavidas
El renacer del alma de la sabana tiene su principal motor en dos plantas de tratamiento de aguas residuales: Salitre y Canoas, megaobras que tratarán las aguas residuales que recibe el río Bogotá en su paso por la capital y Soacha.
La ampliación y optimización de la PTAR Salitre, encargada de tratar los vertimientos de los habitantes del norte y occidente de Bogotá, está cada vez más cerca. La obra, que tratará 605 millones de litros de agua diarios e impedirá que 450 toneladas mensuales de basura ingresen a colmatar el río, presenta un avance del 82,9 por ciento y entrará en funcionamiento en 2021.
“Esta PTAR, que recibe 30 por ciento de los vertimientos de Bogotá, hará un tratamiento secundario por desinfección, que quitará basuras, sólidos, carga orgánica y desinfectará las aguas entre un 95 y 98 por ciento. Usará la tecnología de lodos activos con desinfección, lo que permitirá que el agua sirva para las actividades agropecuarias”, dijo Acosta.
En 31 hectáreas vecinas a la PTAR Salitre, la CAR construye un Parque Metropolitano que contará con zonas recreativas, senderos, canchas y áreas para la conservación ambiental.
En 2021 empezará a funcionar la ampliación de la PTAR Salitre, que tratará las descargas del norte y occidente de Bogotá. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Por su parte, la PTAR Canoas, que será construida en el municipio de Soacha, realizará el saneamiento al 70 por ciento de los vertimientos que recibe el río Bogotá en su cuenca media, aportado por más de 7,3 millones de personas del sur de la ciudad y Soacha.
Con una inversión de 4,5 billones de pesos, aportados por la CAR, Gobernación de Cundinamarca y el Distrito Capital, Canoas tratará 16.000 litros de agua residual por segundo y generará 690 toneladas de biosólidos diarios.
“Canoas será 2,2 veces más grande que Salitre. También contará con un tratamiento secundario por desinfección, con producción de lodos y generación de energía. Estimamos que las obras duren cinco años, hasta 2025, para empezar a funcionar totalmente hacia 2028”, informó Acosta.
Así será la futura PTAR Canoas, que saneará los vertimientos del sur de Bogotá y Soacha. Render: Empresa de Acueducto.
En seis años, cuando ambas plantas funcionen al mismo tiempo, se espera que el río Bogotá deje atrás su etiqueta de cloaca. Sus aguas podrían ser utilizadas para riego de cultivos y navegadas por embarcaciones turísticas.
Uno de los mayores beneficiarios del renacer del río será el embalse del Muña, ubicado en Sibaté, que utiliza las aguas del Bogotá para brindarle energía a 2,4 millones de bogotanos. Cuando Canoas y Salitre traten todas las aguas residuales, los olores nauseabundos de este sitio quedarán en el pasado.
Único lugar turístico
Luego de recibir los desechos de la capital y Soacha, el río Bogotá sigue su curso hacia la cuenca baja, 120 kilómetros que abarcan terrenos de 14 municipios de Cundinamarca como La Mesa, El Colegio, Viotá, Anapoima, Apulo, Tocaima, Agua de Dios, Ricaurte y Girardot.
Así luce el río Bogotá después de su paso fatídico por la capital del país. La cuenca baja recibe ese cuadro de contaminación. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Luce sin vida, lleno de espumas y olores insoportables. Pero al llegar al Salto del Tequendama, una caída de 157 metros de altura le inyecta algo de vida. Antes de este cañón biodiverso, el Bogotá tiene un grado de contaminación tipo 8, el peor de todos. La cascada le inyecta algo de oxígeno y disminuye a grado 7.
El descenso del río es majestuoso. A pesar del olor, cientos de turistas visitan el sitio para contemplar el paisaje, degustar platos típicos como fritanga y arepas campesinas o recorrer la Casa Museo Salto del Tequendama, una casa colonial y antigua que en el pasado fue epicentro de reuniones de la aristocracia nacional.
La caída por el Salto del Tequendama le inyecta algo de oxígeno a las contaminadas aguas del río Bogotá. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
A inicios del siglo XX, este castillo era un antiguo hotel de 1.470 metros cuadrados llamado El Refugio del Salto, que hacía parte de la estación del Ferrocarril del Sur. Allí llegaban encopetadas mujeres vestidas con abrigos de pieles y trajes tejidos a mano, acompañadas de sus esposos de traje y sombrero negro, para hospedarse.
En la década de los 50, el hotel se convirtió en un restaurante. Pero el incremento de la contaminación del río, sumado a cuentos de espantos y fantasmas, pusieron fin al negocio. A partir de los 80 quedó abandonado, hasta que en 2011, María Victoria Blanco, por medio de la Fundación Granja Ecológica El Porvenir, logró comprar el predio con aportes de la Unión Europea.
“Reconstruimos el lugar y lo convertimos en un museo con fotografías de 1940 y figuras de la época antigua. Cerca de 400 turistas visitan la Casa Museo los fines de semana”, dice Blanco