Las historiadoras apuntan a que la Sección Femenina, la rama de mujeres de Falange, no fue tan monolítica: buscaban adoctrinar a las españolas en el hogar, el recato o la abnegación, pero al mismo tiempo sus líderes eran mujeres políticas, independientes y sin hijos ni marido
La Sección Femenina de Falange Española, en la plaza de la Villa de Madrid, con motivo de la festividad de Santa Teresa. Octubre de 1944. EFE/Vidal
Marta Borraz
11 de junio de 2025
“¡Cobarde!”. La regidora central de Educación Física de la Sección Femenina (SF), María de Miranda, le espetó ese calificativo a su superior en Falange, Fernando de Coca, en pleno acto público. Era octubre de 1948 y Coca se había negado a que se cantara el Cara al sol, brazo en alto, en una entrega de premios. Semejante atrevimiento provocó la petición de Coca de una “medida ejemplar” contra ella, que el vicesecretario general del Movimiento trasladó a Pilar Primo de Rivera. La delegada nacional de la SF se negó y le dio la razón a Miranda. Pero Coca no iba a rendirse: exigió la inmediata destitución de la mujer que había osado insultarlo en público. Seis años después, Miranda seguía en su cargo.
Para el historiador de la Universidad de Valencia, Antonio Morant, el episodio no es un mero caso aislado, sino que revela cómo muchas falangistas llegaron a desafiar el discurso dominante desde dentro de la organización y cruzaron –a su manera– sus límites. La Sección Femenina tuvo la misión clara de adoctrinar y controlar a las españolas bajo la sombra del franquismo, pero para el experto nada fue tan lineal, y a menudo sus dirigentes “intentaron reinterpretar y renegociar” los mandatos impuestos: defendían el hogar y los hijos como destinos ineludibles para las mujeres, pero al mismo tiempo sus prácticas acababan a veces contradiciendo esos patrones.
La tesis de Morant se inscribe en un debate que divide a los historiadores desde hace años: ¿qué papel jugaron las falangistas en la construcción identitaria de las mujeres durante la dictadura? Las respuestas no son unánimes: unas apuntan a que fueron algo más que transmisoras de sumisión y sometimiento mientras otras ponen el acento en cómo reforzaron los roles tradicionales de género.
El resultado es un mapa lleno de matices. “Las dos aproximaciones están fundadas. Es muy difícil sintetizar en pocas palabras cuál era su ideal femenino. La Sección Femenina es compleja y a veces contradictoria, son 40 años de actividad y hay elementos cambiantes con el tiempo”, explica Ángela Cenarro, catedrática de Historia de la Universidad de Zaragoza.
Chicas confeccionan muñecas en una Escuela Taller de la Sección Femenina en Madrid. Abril de 1948. EFE/Vidal
La organización nació como rama femenina de Falange, pero a partir de 1937 –con la unificación en FET y de las JONS– se convertiría prácticamente en el único órgano de encuadramiento y control de las mujeres. A través de la vasta red de escuelas, colegios y talleres que levantó durante la dictadura, además del Servicio Social obligatorio para todas las españolas, buscó preservar un modelo de mujer que tenía mucho que ver con “la disciplina, el servicio, la abnegación y la alegría”. Rasgos que las militantes decían portar orgullosamente y reclamaban al resto de mujeres, a las que exigían sacrificarse por un supuesto bien mayor: la edificación de la Nueva España.
“Las mujeres eran llamadas a esa misión. En la primera etapa de la dictadura fundamentalmente en el espacio doméstico y a partir de los 50, al albur de las transformaciones sociales que vienen del extranjero, empiezan a admitir la formación y el trabajo fuera de casa. Eso sí, siempre que no pongan en riesgo sus obligaciones domésticas. Para ellas, lo primero es España y la noción de familia como entidad vertebradora y desde ahí la mujer tiene una prioridad absoluta que es dedicarse al hogar. Otra cosa es que lo pueda compatibilizar…”, esgrime Cenarro.
Mandos autónomas y uniformadas
“Hogar, matrimonio e hijos, sí, pero a la vez la profesora de Educación Física podía ser admirada porque no estaba casada y era independiente”, reflexiona Morant, que reconoce que el modelo promovido para la mayoría de las españolas en los mensajes y discursos de las falangistas era el doméstico y el de la “obediencia y subordinación absoluta”. Sin embargo, el experto incide en cómo sus líderes –que eran políticas, autónomas, en muchos casos solteras y sin hijos, que llevaban uniforme, hablaban de sus “camaradas”– reivindicaron a sus “caídas” en la Guerra Civil y trabajaban fuera de casa. “Ofrecían con su ejemplo otro modelo de mujer muy diferente”, resalta Morant.
El historiador menciona los “múltiples viajes” que con el objetivo de tejer redes e inspirarse hicieron las dirigentes a la Italia de Mussolini y la Alemania nazi, a donde Pilar Primo de Rivera “fue más veces que cualquier ministro franquista”. Era un momento, el inicio de la dictadura, en el que la rama femenina de Falange estaba convirtiéndose en una organización de masas, pero desde su fundación en 1934, Morant ha encontrado ejemplos de líderes que, más allá de sus funciones habituales –tejer uniformes, visitar presos…–, recorrían España en coche “sin acompañamiento masculino” para repartir propaganda e intentar captar a otras mujeres para la causa, una imagen “nada habitual para la época”.
Pilar Primo de Rivera, delegada Nacional de la Sección Femenina, en un homenaje a Franco en Burgos. 1938. Biblioteca Nacional de España
Frente a la imagen que reduce a las falangistas a ser ‘hijas, mujeres o hermanas de’ militantes sometidas a los designios de los hombres del partido, cada vez más estudios ponen el foco en su “agencia” y capacidad de decisión para levantar una organización clave durante la dictadura.
Ellas ya estaban presentes el día de octubre de 1933 en el que José Antonio Primo de Rivera dio el pistoletazo de salida a Falange en el madrileño Teatro de la Comedia, pero a pesar de que intentaron afiliarse, los falangistas lo impidieron. Decidieron entonces integrarse en el sindicato estudiantil SEU y menos de un año después la Sección Femenina ya era una realidad.
Morant explica que, aunque muchas dieron el paso “impulsadas por la militancia” de hombres de su entorno, no fueron pocas las ocasiones en las que tuvieron que “enfrentarse a sus reticencias” –fundamentalmente de sus padres– al tratarse de un grupo violento. La historiadora Begoña Barrera coincide en que estas negativas a su afiliación “existieron”, pero cree que las propias falangistas “han podido exagerarlas” debido a la “construcción idealizada que hicieron de su pasado”. Aun así, añade: “Lo que no se puede es minusvalorar su identificación o compromiso ideológico porque caeríamos en una visión misógina, como si fueran incapaces de pensar por sí mismas y ser fascistas”.
Ideal de mujer falangista, ideal falangista de mujer
La tensión entre los discursos y las prácticas de sus dirigentes lleva años manteniendo ocupadas a las estudiosas de la Sección Femenina. “La primera tesis se leyó en 1977 por una hispanista francesa, Marie Aline Barrachina, y ella ya apuntó una de las claves interpretativas desde entonces: una cosa era el ideal de mujer falangista, y otra el ideal falangista de mujer”, explica la historiadora Sofía Rodríguez sobre la dicotomía existente entre el paradigma de feminidad que simbolizaban algunos mandos y el ideal que el partido imponía a las españolas y que ha pasado a la historia en forma de discursos, programas de radio, revistas o libros para niñas. Uno, de 1965, asegura que “la principal misión de la mujer es servir” y que su principal servicio “es la maternidad”.
Para Barrera, sin embargo, la contradicción no fue tal: “A nuestros ojos puede resultar una paradoja, pero para ellas no lo era. Veían absolutamente coherente que una élite y una vanguardia femenina liderase al resto de la masa con unos patrones que no iban a cumplir. Sentían que se ponían al servicio y que se sacrificaban para guiar al resto de mujeres por el camino correcto. Hay que entenderlo desde el concepto falangista de la jerarquía”, explica la investigadora, que apunta a que, aun así, su participación pública “nunca fue como la de los hombres” y recalca que su objetivo fue “instruir a las mujeres” para “restaurar un orden de género que había alterado la República”.
Equipo de Hockey de la Sección Femenina de Barcelona. Biblioteca Nacional de España
Morant pone sobre la mesa otros elementos y hace referencia a la “tensión” que la presencia de dirigentes de Falange en el espacio público “generó en el seno de sectores conservadores” e incluso dentro del propio partido. Patria, hogar y Dios fueron según el experto los ejes que vehiculizaron la formación de las mujeres, pero al mismo tiempo destaca “la especificidad” del discurso falangista, diferente al de otros grupos que integraban el régimen franquista. “Las mujeres de Acción Católica se caracterizaban por la defensa de la religión y el ámbito privado y justificaban su movilización por intereses puramente religiosos. En cambio, las falangistas lo hacían por razones políticas. Se sentían revolucionarias”, sostiene.
El investigador opina que, desde ahí, los mandos de Sección Femenina llegaron a “reinterpretar los límites del espacio público y privado”. “El encuadramiento femenino, así como la práctica generalizada del deporte o las excursiones, que tanto criticó la jerarquía católica, eran, sí, para formarlas como madres, pero como madres sanas que dieran hijos a la Patria para poder alcanzar el Imperio”. Todo ello, además, se hacía “fuera de la tan loada familia” y de la Iglesia: “Era el partido el que se encargaba y eso no tiene nada de tradicional. Era moderno, que no quiere decir positivo”. El Servicio Social, por ejemplo, enseñaba tareas domésticas y religión a las mujeres, pero también formación política falangista.
Nada que ver con la igualdad
Morant insiste en que por mucho que las falangistas intentaran a veces “desafiar el discurso masculino dominante” eso no significó “que pretendieran la igualdad entre mujeres y hombres ni avance democrático alguno”. Al contrario: “Al igual que sus compañeros de partido, si alguna relación tenía con la democracia era su deseo de destruirla”, afirma. Pero sí cree que la Sección Femenina representó “una tercera vía” en clave de género: “Solemos pensar en ellas en términos de progreso o reacción, pero, aunque tuvieran puntos en común con este último sector, también divergencias. Eran fascistas y eso las diferenciaba”.
Y es que las falangistas incorporaron a su modelo de feminidad diferentes rasgos esenciales del fascismo, entre ellos la abnegación, la disciplina, el sacrificio o la entrega. “Ellas buscaban preservar un modelo de mujer muy marcado por estas ideas. Una mujer abnegada, alegre y disciplinada”, explica Ángela Cenarro. La historiadora Zira Box, que ha analizado el discurso de género de Falange, sostiene que el partido “no puede deslindarse de determinados atributos vinculados a la virilidad” como la fuerza, el arrojo, la sobriedad, la decisión, la compostura o el autocontrol. “Estos rasgos atraviesan la nueva España y a los hombres, pero también a las mujeres, de las que se espera este comportamiento independientemente de lo que estén haciendo, ya sea viajando a Alemania o criando hijos”.
El contramodelo, explican las expertas, es el del “ángel del hogar”: “Rechazaban la frivolidad, lo ñoño, la indisciplina y lo superficial. El ideal de ama de casa no es pasivo para las falangistas, es un ideal activo en esa labor, que deben tomarse sin remilgos”, remacha Cenarro, que pone el foco en cómo la Sección Femenina “siempre despreció la idea de igualdad” entre hombres y mujeres.
Miembros de la Sección Femenina celebran el primer Aniversario de la Unificación en el ‘Campo de la Victoria’ de Zaragoza. Abril de 1938. Biblioteca Nacional de España
Este deber ser se tradujo, según ha analizado Begoña Barrera, en una “tutela emocional” que alcanzó a las españolas de forma masiva y que propició un “constreñimiento” y un “cercenamiento” de sus posibilidades de “construir su identidad” más allá de las pautas marcadas. “Se asignaban ciertas características a la esencia femenina como si fueran consustanciales. Hablaban del silencio y del recato gestual y su naturaleza abnegada y sacrificada”, explica la experta, que en La Sección Femenina. Historia de una tutela emocional (Alianza), ha identificado varias emociones consideradas “pecados” en los que no podían caer niñas y mujeres, entre ellos la desobediencia, el miedo o el orgullo.
Por eso, para Barrera, no es tan importante que la Sección Femenina defendiera la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado o a la formación universitaria, que en sus revistas reflejara perfiles profesionales –siempre, eso sí, “compatibles” con el hogar– o alabara el potencial femenino. “La clave no era la tarea que desempeñasen unas u otras, sino la actitud con la que lo hacían, y eso es lo que controlaban las falangistas”. Para otras corrientes historiográficas, sin embargo, solo el hecho de que en sus publicaciones dieran cobijo a modelos de mujeres trabajadoras es ya un “intento de ensanchar” el “mundo pequeño” que el franquismo había dispuesto para ellas frente al “mundo grande” de los hombres, en palabras de Carme Molinero.
Pese a las diferencias, todas las voces coinciden en resaltar la complejidad de una organización de influencia casi incalculable en varias generaciones de mujeres y ante la que, medio siglo después de su disolución, siguen abriéndose interrogantes. “Hasta ahora lo que ha demostrado la investigación es que no era tan monolítica y dogmática como se ha dado a entender”, concluye Rodríguez.
11/07/2025