Como en Bucha: la irracional matanza de españoles en Manila durante la huida japonesa en la II GM

La masacre perpetrada por las tropas de Rusia en esta localidad cercana a Kiev, donde han aparecido cientos de cadáveres maniatados y con un disparo en la cabeza, recuerdan al genocidio provocado por Japón cuando abandonaba la capital filipina en 1945

Víctimas de la masacre de Manila en 1945, sobre una imagen de Bucha, en abril de 2022 ABC / EP | Vídeo: Atlas

Israel Viana

06/04/2022

Las escenas de terror vividas por los ucranianos durante la retirada de las tropas rusas de Bucha recuerdan a las sufridas por los españoles y filipinos, al final de la Segunda Guerra Mundial, durante la huida de los japoneses de Manila. La primera se produjo hace una semana y la segunda, en febrero de 1945, pero ambas han sido calificadas de «genocidio» , pues se trata de masacres innecesarias contra la población civil cuando el territorio ya estaba perdido, buscando solo causar el mayor daño posible y acabar con la vida de civiles inocentes.

Desde que se produjo la liberación de esta pequeña localidad a 55 kilómetros de Kiev, el 31 de marzo, los servicios de rescate ucranianos no han parado de retirar cadáveres de las calles. La fiscal general de Ucrania, Irina Venediktova , ha contabilizado 410, la mayoría de los cuales presentaba un disparo en la parte posterior de la cabeza . Este dato ha provocado que se ponga en marcha una investigación impulsada por Estados Unidos, la UE y la ONU, mientras que la organización de derechos humanos Human Rights Watch (HRW) denunciaba «ejecuciones sumarias» por parte de Rusia que podrían constituir crímenes de guerra.

¿Por qué asesinar a población inocente si jamás ha empuñado un arma y el Ejército se está retirando de un territorio que no ha conseguido conquistar en el campo de batalla? La respuesta a esta pregunta es difícil de entender para el común de los normales, pero tanto Japón en 1945 como Rusia ahora no han dudado en perpetrar esta atrocidad a pesar de las denuncias de la comunidad internacional.

Una de las «ejecuciones sumarias» denunciadas por HRW se produjo el 4 de marzo. Según una mujer entrevistada por esta organización, las tropas de Putin juntaron a los vecinos en la plaza principal de Bucha e inspeccionaron sus documentos de identidad y teléfonos móviles, además de preguntarles quiénes pertenecían a las fuerzas de defensa territorial. Más tarde cogieron a cinco hombres y les ordenaron arrodillarse en el suelo. «A uno de ellos le dispararon en la cabeza», declaró una vecina. A continuación, un comandante ruso comentó al resto de vecinos: «Estamos aquí para limpiaros de esta escoria».

«Soy civil»

Otra escena parecida, entre las muchas que han aparecido en los medios de comunicación estos días, la ha recogido el enviado especial de ABC, Mikel Ayestarán , en este municipio. El protagonista es Oleg, un cocinero de 33 años, casado y padre de una niña, que vivía encerrado en el sótano de su casa desde la llegada de los rusos a Bucha. El 19 de marzo salió a por leña y nunca regresó. Yaroslav, uno de sus vecinos, contaba así lo ocurrido: «Los rusos le dieron el alto. Oleg respondió al grito de ‘soy civil, soy civil’, pero no le hicieron caso y escuchamos cinco disparos. Su cadáver apareció maniatado con el estómago reventado a balazos ».

Los hermanos Lizarraga, Víctor y Miguel Ángel, supervivientes de la matanza de españoles en 1945 en Manila ABC

Algunos de los supervivientes españoles que sobrevivieron a la masacre de los japoneses en Manila , y que ABC entrevistó hace dos años, deben estar recordando estos días la crueldad gratuita de la que también ellos fueron víctimas en 1945 y que les dejó marcados para el resto de sus vidas. Por ejemplo, Víctor Martínez, que a sus 87 años recordaba perfectamente a los soldados japoneses empujando los carros con sus propias manos mientras huían de Manila. Tenía 12 años y había llegado a Filipinas con 6, junto a su familia, para atender las empresas del abuelo. Al comenzar la masacre vio morir a su prima, que se resistió a ser violada por los japoneses y fue apuñalada. También a su tío, que fue abatido de un disparo cuando se trasladaba a un refugio. Otra prima suya perdió una pierna. Al marido de esta, le lanzaron una granada al esconderse en la bañera de una casa y la explosión le arrancó medio pie.

Contaba Álvaro del Castaño a este diario que, durante décadas, le preguntó a su padre por experiencias parecidas en la capital de Filipinas durante este último tramo de la Segunda Guerra Mundial: «Siempre contestaba de una forma extraña, pero jamás dio un detalle malo, a pesar de que yo siempre había escuchado en casa una especie de runrún de que algo dramático había pasado. Y cuando insistíamos, se cabreaba».

Informe de la matanza

Su padre era José del Castaño Layrana , que llegó a Manila cuando acabó la Guerra Civil, con 12 años, acompañando a su abuelo, José del Castaño Cardona , cónsul general de Filipinas nombrado por Ramón Serrano Suñer, ministro de Exteriores de Franco. Hacía cuarenta años que el archipiélago había dejado de ser colonia española, pero España mantenía un indudable liderazgo cultural, religioso y social en el entonces protectorado norteamericano. La invasión de Japón se produjo medio año después y mantuvo su dominio hasta que comenzó la reconquista americana el 3 de marzo de 1945. En la huida fue cuando se desató el infierno para los españoles y los filipinos.

Castaño recordaba que, poco antes de morir, su padre le llamó y le dijo: «Quiero que tengas esto». Era un documento antiguo titulado: ‘ Informe sobre la matanza llevada a cabo por los soldados japoneses y la destrucción del Consulado de España ’. Eran un total de 16 páginas redactadas por el cónsul con todo tipo de detalles sobre el asesinato a sangre fría de setenta personas en su delegación, una pequeña porción de los 100.000 muertos que los nipones provocaron mientras salían de la ciudad.

El informe, que se centraba en la colonia española y sus trescientas víctimas, describía escenas que nos resultan familiares hoy por las noticias que nos llegan de Bucha. Este aseguraba que la mayoría de los españoles permaneció en sus domicilios, tal y como hizo Oleg, su familia y la práctica totalidad de sus vecinos. Unos y otros pensaron que así estarían a salvo, pero tanto los españoles como los ucranianos se equivocaron. El actual negociador del Gobierno de Ucrania, Mijail Polodiak , describió así lo ocurrido esta semana: «Los cuerpos de personas con las manos atadas, asesinadas a tiros por soldados rusos, yacían en las calles. Estas personas no estaban en el Ejército. No tenían armas. No representaban ninguna amenaza».

Cadáveres apilados

Los servicios de rescate ucranianos, además, han retirado muchos cadáveres de los bajos de los edificios y de las casas. El presidente Volodímir Zelenski lo ha calificado de «genocidio» en una entrevista para la CBS, en la que denunció: «Es la eliminación de una nación entera y su pueblo. Tenemos más de cien nacionalidades. Esto va de la destrucción y exterminación de todas ellas».

Vecina de Bucha, tras la masacre de los rusos EP

La batalla de Manila, por su parte, duró un mes, del 3 de febrero al 3 de marzo de 1945. El cónsul y su hijo, que tenía entonces 17 años, fueron testigos de la crueldad gratuita de los japoneses cuando pudieron visitar el Colegio de la Concordia, el mismo en el que se encontraba su mujer y su hija con 800 refugiados españoles más. Pero, sobre todo, al regresar al consulado. Así lo describía el informe: «Entramos al jardín y vimos seis o siete cadáveres apilados. Un poco más allá, cerca del comedor, nos encontramos con otros ocho cuerpos más carbonizados que todavía conservaban su forma […]. Genaro Albadalejo, español, con graves heridas de arma blanca, contó que los japoneses entraron y asesinaron a cuantos allí había refugiados […]. Entonces reuní a varios voluntarios españoles y fuimos a la calle Colorado a enterrar los cuerpos».

Álvaro del Castaño, que de aquellos relatos publicó en 2019 ‘Muerte en Manila’ (La Esfera de los Libros), fue consciente del «trauma psicológico brutal» que sufría su padre siete décadas después. Tuvo que contratar a una periodista para que le fuera más fácil hablar de lo sucedido. «Curiosamente, lo contó todo de manera bastante neutra, supongo que para protegerse. Mi padre era una persona alegre, pero había establecido un muro para poder vivir sin enfrentarse a los muertos del pasado, ya que su primera novia y sus amigos fueron asesinados a bayonetazos por los japoneses. Uno de ellos, de hecho, murió desangrado delante de él, tras llegar herido al Colegio de la Concordia con los brazos colgando por los ligamentos», explicaba a ABC.

«Un montaje»

Las fuerzas aliadas acabaron con los últimos grupos de resistencia japonesa después de que estos hubieran perpetrado el innecesario genocidio. «Mucha gente se refugió en el Club Alemán, pero los japoneses buscaban las mayores concentraciones de gente a la que poder matar, sin importar su raza o afiliación política. Aquella fue la mayor masacre: de 800 personas, solo sobrevivieron cinco», subrayaba también a este periódico Florentino Rodao , profesor de la Universidad Complutense de Madrid experto en Japón.

En aquel momento, el general Yamashita, al que se culpabilizaba de todo, juró que él no había ordenado la masacre. Aun así, fue condenado a muerte en un juicio sumarísimo y ahorcado. Hoy, el presidente ruso asegura que todo es «un montaje mediático de las autoridades de Kiev». Según el embajador del Kremlin ante la ONU, Vasili Nebenzia, sus tropas ya habían abandonado Bucha el 30 de marzo sin dejar un solo cadáver en las calles, pero ‘The New York Times’ difundió este martes unas imágenes de satélite en las que se apreciaban al menos catorce cuerpos. La posición de estos, además, coincidía con las imágenes tomadas el sábado por los fotoperiodistas, lo que rebatía dicha hipótesis.

 

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17/03/2024