Natalio Cosoy (@nataliocosoy)
BBC Mundo, Bogotá
26 octubre 2016
Pie de foto, NATALIO COSOY/ BBC MUNDO
En general hay policía desde el inicio hasta el final del recorrido.
¡Cómo me sorprendió cuando me lo advirtieron! «A los cerros sólo se puede subir por ciertos caminos, en cierto horario, cuando está la policía», me dijo más de una persona en Bogotá. Me pareció increíble.
Tener esa belleza natural, unas 13.000 hectáreas de reserva forestal, al alcance de la mano y no poder disfrutarla cuando y como uno quiere.
Pero así es.
Por ejemplo, la caminata más popular a los Cerros Orientales (sin contar la que sube al santuario de Monserrate, que es algo totalmente distinto), que sigue vagamente el reptar de la Quebrada (arroyo) de la Vieja, tiene en su entrada una reja y un portón, como si fuera propiedad privada –en parte lo es: discurre por tierras que pertenecen a la empresa que provee el agua a Bogotá, pero esa es otra historia.
Si uno llega allí poco antes de las 10 de la mañana los policías que están en la puerta no lo dejan entrar. Si llega más tarde, está cerrada.
Pero para muchos bogotanos es como si no existieran.
«Si uno mira el mapa de Bogotá incluye los Cerros Orientales –pero están en el mapa, no en el imaginario de las personas«, me dice Andrés Plazas, quien encabeza Amigos de la Montaña, un grupo de gente que disfruta y promueve el uso responsable de los cerros.
Eugenia Rodriguez Peria. Pie de foto, Andrés Plazas sube a los Cerros Orientales desde 1999.
Recuerda la historia de un tío suyo, un hombre de muy buen pasar económico, que vivía en un penthouse en un edificio de nombre Torres del Castillo. El apartamento miraba mayormente hacia la ciudad, una vista espléndida del tejido urbano. La ventana de su habitación daba a los cerros. Así que el hombre la tenía siempre cubierta con una cortina. Para él no había nada que ver.
NATALIO COSOY/ BBC MUNDO. Pie de foto, En general Bogotá le ha dado la espalda a los Cerros Orientales.
Para la mayoría de los bogotanos esos cerros magníficos, que se elevan hasta 700 metros por encima de los 2.600 de la ciudad, son un lugar desconocido: ese bosque encantado al que no se puede ir porque está plagado de misteriosos peligros.
O no tan misteriosos. El peligro es el crimen.
Marginación
¿Qué pasa?
La respuesta es sociológica y, como casi todo en Colombia, la guerra interna de más de medio siglo tiene mucho que ver. «El conflicto armado ha generado una migración muy grande hacia Bogotá», me explica Andrés Plazas.
«La gente que llega desplazada no tiene donde hacer su casa. Solamente hay dos zonas donde puede intentar medio vivir en cambuches (estructuras muy precarias) que luego se convierten en viviendas formales: la periferia de Bogotá (zonas inundables) o los Cerros Orientales».
NATALIO COSOY/ BBC MUNDO. Pie de foto, El camino más visitado -sin contar el del Santuario de Monserrate- de los cerros es el de la Quebrada de la Vieja.
Son lugares donde se generan situaciones difíciles de vida, de marginación. No es raro que en ese contexto algunos muchachos se vuelquen a actividades como el hurto.
Sensación de vulnerabilidad
Andrés Plazas conoce historias de gente que ha sido víctima de este delito en los cerros. Aunque aclara: «Sí atracan, pero muchísimo menos de lo que dice el imaginario».
A él nunca le han robado en los cerros y sube desde 1999. «Me atracaron en la ciudad, me hicieron paseo millonario (lo obligaron a sacar plata de varios cajeros automáticos) hace como unos seis años». Fue en una zona estrato 6, donde vive la gente de más altos ingresos.
Pero la sensación de vulnerabilidad que da el creer posible encontrarse solo con un atracador en el medio de un sendero a al menos 20 minutos de la ciudad, sin poder correr para ninguna parte, tiene que ser mayor.
«Si estamos promoviendo que la gente haga más deporte hay que ayudar a que haya más seguridad», me dijo Daniel Mejía, secretario de seguridad de Bogotá respecto a la insistencia de la gestión en la promoción de la actividad física. O al menos tienen que lograr que la sensación de seguridad supere a la de vulnerabilidad.
Más policía
La división encargada de proteger a quienes visitan los cerros es la de carabineros (policía rural), aunque también participan efectivos de otras áreas, como policía de turismo.
Desde hace un año y medio, me dice el teniente Andrés Junco, subcomandante carabineros de Bogotá, se ha expandido la cobertura de la policía en la montaña.
EUGENIA RODRIGUEZ PERIA. Pie de foto, Más de 3.000 personas pueden subir la Quebrada de La Vieja entre sábado y domingo.
Antes había sólo seis policías recorriendo todos los cerros. Ahora en la semana hay unos 36 policías protegiendo dos rutas y los fines de semana hay casi 70 en cuatro caminos de los cerros.
A la hermosa Quebrada de La Vieja pueden subir más de 3.000 personas entre sábado y domingo. Curiosamente, debe ser el lugar donde más extranjeros juntos puede uno encontrarse en Bogotá.
Hay un problema en la inconsistencia del servicio (a veces no se ven policías en ciertas rutas o se van antes de tiempo) y falta de conocimiento que algunos de los policías tienen acerca de la tarea que deben realizar; muchas veces no cuentan con el equipo necesario para estar en la montaña (como chubasqueros para la lluvia).
«Me fascina»
No es el caso del patrullero Jeison Flores, de la policía de turismo: «A mí sí me fascina, me encanta ese trabajo allá, porque son sitios muy extraños en la ciudad de Bogotá, una ciudad rodeada por cemento en muchas partes y porque hay mucha gente que los desconoce».
A él le gusta mostrar esos lugares. Por ejemplo las hermosas cascadas de la Quebrada de las Delicias, que muy poca gente en Bogotá conoce.
EUGENIA RODRIGUEZ PERIA. Pie de foto, La vegetación y las caídas de agua hacen particularmente atractiva la caminata en la Quebrada de las Delicias. También es una de las que puede tener más riesgos de seguridad.
Pero esa es justamente una de las caminatas más problemáticas: a sus pies hay un barrio popular, Bosque Calderón, donde se mueve una pandilla de unos 11 hombres, que a veces roba a quienes suben, especialmente si se desvían de las zonas donde hay policía.
Sin embargo, me dice Andrés Plazas, las cosas están empezando a transformarse: «Ya casi todos esos muchachos tienen familia y quieren cambiar».
Danilo
Me cuenta de uno ellos. Se llama Danilo Ochoa y tiene 34 años.
Lo visitamos juntos un sábado, aprovechando para conocer las cascadas de Las Delicias.
«Le hacemos honor al apellido», dice al contarme que los Ochoa son ocho hermanos.
EUGENIA RODRIGUEZ PERIA. Pie de foto, Danilo Ochoa, habitante de los cerros, tuvo un pasado en la delincuencia. Ahora quiere integrar a los caminantes con el barrio en el que vive.
Lleva más de diez años trabajando en el uso del arte como herramienta para ofrecerles alternativas a jóvenes que vienen de pandillas.
Es una experiencia que conoce de cerca. «Muchos de mis amigos ya están muertos», me dice. Muchos están en la cárcel, agrega, pagando otros muertos.
Él mismo estuvo preso unos meses, cuando tenía 21 años. Fue por un hurto. Lo llama «mi última embarrada».
Ahora sigue su trabajo con el arte y los jóvenes. Y convenció a su mamá de que le prestara un espacio en el frente de su casa en Bosque Calderón, que queda justo de paso hacia las cascadas.
«Es una escuela, ambiental, territorial, con el pretexto del arte», dice. Exhiben las obras de quienes participan de los talleres y venden un desayuno de aguapanela caliente (una especie de té hecho de azúcar de caña sin refinar) y crepes con queso.
Comunidad
Todos reconocen que sería ideal que no hiciera falta la presencia policial en los cerros, hasta el propio patrullero Flores: «Uno debería caminar por ellos como camina en la ciudad».
Pero también admite, como la alcaldía y como Plazas, que es un paso necesario.
NATALIO COSOY/ BBC MUNDO. Pasada cierta altura, en torno a los 3.000 metros sobre el nivel del mar, se llega a zonas de páramo, con su peculiar vegetación. Este paisaje está a una hora de caminata, más o menos, desde las calles de Bogotá, camino a una zona llamada Las Mollas.
«Hay que darlo para que la gente pueda subir y dar confianza», me explica Plazas.
Él cree que la clave es que se desarrolle un ambiente de comunidad y apropiación del territorio, que se conviertan esas hectáreas de piedra y bosque en un espacio compartido entre los caminantes y los vecinos que viven en los cerros.
No sólo los convertiría en un lugar más seguro, cree, sino que contribuiría a integrar una sociedad acostumbrada a la fragmentación entre estratos.
Alguien como su tío, tal vez, no sólo no cerraría las cortinas a la vista de las montañas, sino que hasta las visitaría a diario. Y podría tomarse una aguapanela caliente en la galería de arte de Danilo, al regresar de las cascadas.
NATALIO COSOY/ BBC MUNDO. Pie de foto, Los cerros ofrecen una vista privilegiada de la capital colombiana.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-37771246
30/06/2021