Esclavismo, explotación infantil, contaminación y deforestación es el precio que pagan los países pobres para que los ricos puedan luchar contra el cambio climático.

Un niño rompe rocas extraídas de una minería de cobalto en una mina de cobre y un pozo de cobalto en Lubumbashi (República Democrática del Congo) el 23 de mayo de 2016. Junior Kannah / AFP.

24/06/2023

Laura G. De Rivera@LauraGDeRivera

Las 1.200 millones de personas más pobres del planeta consumen solo el 1% de los recursos, mientras que las 1.000 personas más ricas copan el 72%, según un informe de European Environmental Bureau (EEB). Dentro de estos recursos entran, cada vez más, todos esos metales indispensables en la transición verde y digital –de los países desarrollados–.

Los coches eléctricos, las instalaciones de energía solar y eólica, los satélites que monitorizan el cambio climático y todos nuestros dispositivos móviles están fabricados con litio, cobalto, cobre y metales de tierras raras.

La demanda de estos minerales crece muy deprisa, con previsiones de que en Europa aumente un 63% por habitante para 2060. Dentro de un par de décadas, consumiremos un 70% más de cobalto, un 40% más de metales de tierras raras y un 90% más de litio, según un informe de la Agencia Internacional de la Energía.

¿Pero de dónde están saliendo todos esos metales sin los que no sería posible la tecnología de la transición energética? El esclavismo y el trabajo forzado infantil están detrás de las mayores explotaciones mundiales de cobalto, un mineral que usamos para aumentar el rendimiento y la autonomía de las baterías de litio.

República Democrática del Congo tiene más de un 65% de las reservas globales de este material, que es tóxico al contacto y por inhalación. Para extraerlo, más de 40.000 menores (a partir de cuatro años) trabajan en las minas sin medidas de seguridad y con sus manos desnudas, bajo la atenta vigilancia de los rifles de los guardas, según un estudio de Unicef.

Muchos de ellos han sido raptados de sus hogares por grupos de asesinos armados. Muchos han visto cómo sus padres han sido asesinados y sus hermanas violadas en el proceso.

Los que han visto a estos niños, que escapan a las grandes ciudades para evitar ser capturados por las guerrillas y esclavizados en las minas, los llaman «niños cadáveres«, porque su aspecto es el de «muertos vivientes», como denuncia Human Rights Watch.

Baterías manchadas de sangre

Ese cobalto sacado de forma artesanal, un tercio del total, es luego vendido a las grandes explotaciones mineras y fábricas –las cuatro mayores que hay en el Congo son chinas, la quinta, suiza–.

Aquí, las procesadoras lo mezclan con el extraído de forma industrial y lo refinan todo junto para suministrarlo a los fabricantes de baterías y, de ahí, a fabricantes de ordenadores, coches…

General Motors, Renault-Nissan, Tesla, BMW, Fiat-Chrysler, Daimer, Volkswagen y la china BYD son algunos de los compradores de materiales provenientes de estas minas, tal y como descubrió en 2017 un informe de Amnistía Internacional en colaboración con la ONG congoleña Afriwatch.

«El cobalto limpio no existe«, denuncia Siddharth Kara, investigador en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard y en la Universidad de Nottingham, en su libro Red Cobalt (Saint Martin’s Press. Nueva York, 2023).

Los hallazgos de campo de este experto en tráfico de personas y explotación infantil han servido para fundamentar la demanda que un despacho de abogados de Washington ha presentado contra Apple, Google, Dell y Microsoft en representación de 14 familias congoleñas cuyos hijos murieron aplastados por derrumbamientos en las minas.

Por el momento, el caso se encuentra en estado de apelación, a la espera de una nueva sentencia. Las compañías imputadas negaron toda responsabilidad y rechazaron pagar la indemnización que la demanda pedía para las familias.

Impacto en los ecosistemas

La explotación humana en los lugares más vulnerables del planeta es una parte del problema. En la otra cara están los estragos medioambientales causados con la extracción de estos metales.

Como recalca el informe Green mining is a myth, realizado por el European Environmental Bureau, «la minería es la industria que más residuos contaminantes produce en todo el mundo».

Ocurre en República Democrática del Congo, donde las minas a cielo abierto de cobalto, cobre y coltán llevan dos décadas talando sus bosques y ganándole terreno a los parques nacionales, que, en la misma región, son el último refugio de elefantes y rinocerontes.

Ocurre con las explotaciones de litio en los salares altoandinos de Chile, Bolivia y Argentina. Pasa con las minas de tierras raras –terbio y disprosio, sobre todo– en China, que producen grandes cantidades de ácidos y residuos radiactivos. Y en la antaño idílica isla de Bangka, en Indonesia, donde la extracción desmedida de estaño del lecho marino ha acabado con su arrecife de coral.

«La Unión Europea sigue extrayendo recursos y explotando mano de obra de países más pobres hoy, igual que ha hecho durante décadas, más allá de los límites de la sostenibilidad», denuncia el citado informe de EEB.

En la misma línea, advierte de que «las medidas medioambientales contempladas en el Pacto Verde europeo conducirán a un aumento continuo en la demanda de materiales, con cada vez más proyectos de minería en todo el mundo, causantes de efectos desastrosos para la naturaleza y las personas».

Activistas asesinados

Por si no fuera suficiente su impacto en los países más ricos en metales pero más vulnerables socioeconómicamente, la minería tampoco tiene piedad con los que se oponen a ella o piden una mayor protección para los trabajadores.

De los 212 activistas medioambientales que fueron asesinados en todo el mundo en 2019, 50 de ellos –un cuarto del total– luchaban por detener proyectos de minería de litio, cobalto, manganeso, platino, aluminio, cobre o metales de tierras raras, de acuerdo con el Atlas de Justicia Medioambiental.

 

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24/06/2023