Un costeño que trabaja por salvar los humedales del río Bogotá
Por Jhon Barros
Los árboles de El Copey en Cesar le mostraron que su misión en la vida sería ayudar a la naturaleza. Darwin Ortega lleva 17 años liderando procesos de restauración comunitaria en humedales como Córdoba y Arrieros, hoy repletos de vida.
2020/05/31
Es sus 34 años de vida, Darwin Ortega ya logra demostrar que es posible restaurar los humedales de la sabana de Bogotá.
En una casa caribeña incrustada en la falda de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde el silencio escaseaba por los vallenatos de los juglares que emanaban con fuerza de las radiolas y las habladurías mañaneras de las vecinas costeñas, empezó su romance con la naturaleza.
Darwin Ortega tenía apenas cinco años y vivía en el municipio de El Copey, a tres horas de Valledupar en el departamento del Cesar. Su mamá, María Helena Chamorro, le encomendó una misión atípica para un niño juguetón: cuidar con lujo de detalles el jardín que había construido con mucho esfuerzo en el patio, un lugar pintado de verde por un centenar de plantas medicinales y árboles nativos.
“Mi mamá siempre ha sido amante de la naturaleza. Es una gran conocedora de los poderes de las plantas, sabe cuáles sirven para curar enfermedades o para preparar los suculentos platos del Caribe. Yo heredé ese mismo vínculo con los recursos naturales, por lo cual decidió que yo sería el indicado para cuidar su jardín aplicándole al suelo abono como estiércol de vaca”, recuerda Darwin.
Los bosques secos del Cesar fueron el primer amor de Darwin Ortega. Sus mejores amigos eran los árboles. Foto: Jhon Barros.
En ese terruño repleto de plantas, Darwin conoció a su primer amigo: un árbol de mango con más de 10 metros de altura al que llamó Tommy. Todas las mañanas, antes de partir al colegio María Montesori, el pequeño niño costeño le contaba al frondoso árbol con frutos amarillos lo que había soñado. En las tardes, cuando regresaba a la casa, se sentaba en el patio para hacer las tareas en compañía de su confidente arbóreo.
“No me podía concentrar en un pupitre o en el comedor de la casa. Por eso siempre buscaba espacios repletos de biodiversidad para hacer mis tareas, ya fuera en el patio de mi mamá o en sitios como una laguna a 500 metros de la casa. Me enamoré a primera vista de ese cuerpo de agua, en especial durante la época de lluvias, cuando se desbordaba y quedaba lleno de animales como peces, babillas de caracoles y aves”.
En la adolescencia, Darwin no perdió esa imaginación infantil que le permitía hablar con los árboles y el agua. En sus charlas solitarias, estos ecosistemas le mostraron su misión: ayudar a la naturaleza, encargo que decidió cumplir al pie de la letra. En 2003, cuando tenía 16 años, la vida de dio un vuelco radical: tuvo que abandonar El Copey para radicarse del todo con su familia en las frías tierras bogotanas.
Los humedales y los bosques son la gran pasión de Darwin Ortega. Foto: archivo personal.
“En esos años, El Copey y varios municipios del Caribe estaban azotados por una ola de violencia. Vivíamos con la zozobra y el miedo de que algo nos pudiera pasar, por lo cual mis padres decidieron abandonar su hermoso jardín y buscar un mejor futuro en la capital del país. Al principio me dio muy duro, porque mi enamoramiento estaba en la región Caribe”.
El amor por los humedales
El barrio Aures, ubicado en la localidad de Suba, acogió a la familia Ortega. El nuevo nido familiar ya no contaba con un amplio jardín repleto de naturaleza, por lo cual Darwin se sentía incompleto. El desplazamiento forzoso de El Copey le estremeció el alma y el corazón, un desasosiego que lo llevó a buscar espacios naturales parecidos a los que había cuidado de niño.
“Sin la naturaleza yo me siento perdido. Necesitaba mucho verde y agua para sentirme vivo y empecé a explorar la zona, buscando grandes reservorios como humedales. Me topé con Córdoba, Juan Amarillo y La Conejera, lugares que contaban con procesos ciudadanos enmarcados en la educación ambiental para la conservación, como una mesa local dedicada a cuidar estos ecosistemas pero con el apoyo de la comunidad”.
Darwin fue parte de la recuperación del humedal de Córdoba en Bogotá, hoy uno de los más conservados. Foto: Darwin Ortega.
Darwin empezó a repetir los pasos que había dado en El Copey. En las mañanas iba a estudiar al colegio y en las tardes acudía a alguno de estos humedales para hacer sus deberes y recargar su alma. Sin embargo, uno lo enamoró perdidamente: Córdoba, cuerpo de agua de 40,5 hectáreas que en la época prehispánica fue llamado por los muiscas como Itzatá, por ser un dominio sagrado de Itza, la princesa del agua.
“Desde que lo conocí, Córdoba me acogió con fuerza. Los árboles del sector empezaron a hablarme, como lo hacía Tommy en el Caribe. Decidí participar en los diferentes procesos comunitarios que buscaban recuperar al humedal, iniciando con charlas y recorridos a niños de colegio del Distrito, enseñándoles sobre la importancia de cuidar estos ecosistemas de la cuenca media del río Bogotá”.
Al terminar el colegio, Darwin se matriculó en la Universidad Distrital para estudiar una carrera técnica en saneamiento ambiental, que le permitió mezclar la ciencia con la participación ciudadana, es decir cómo las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza podrían mitigar los impactos. Sin embargo, siguió cultivando su trabajo comunitario en el humedal Córdoba durante sus ratos libres.
El primer trabajo de Darwin fue como intérprete ambiental del humedal Córdoba. Foto: archivo personal.
En 2008, el Distrito dio inicio al manejo administrativo del humedal, y como Darwin contaba con la experiencia ambiental y comunitaria, le ofrecieron ser parte de un equipo de profesionales de un convenio firmado entre el Acueducto de Bogotá y la empresa privada Sistemas de Manejo Ambiental.
“Este fue mi primer trabajo formal, donde me pagaban mensualmente por un trabajo que me encanta hacer, dinero que me permitió seguir estudiando en la universidad. Fui contratado como intérprete ambiental del humedal Córdoba, un cargo que tenía como función promover la participación comunitaria en torno a las acciones de conservación”.
¡A salvar Córdoba!
En 1950, Bogotá contaba con más de 50.000 hectáreas ocupadas por humedales y lagos, unas esponjas de biodiversidad que, con el aumento de la construcción de zonas residenciales, industriales y grandes avenidas, quedaron reducidas a su máxima expresión: 726,6 hectáreas. Es decir que la mole de cemento acabó con 98 por ciento de estos ecosistemas.
El humedal Córdoba no fue la excepción. Avenidas como la Boyacá y Suba y la calle 127 lo fragmentaron en tres sectores, los cuales fueron durante décadas focos de disposición de escombros y basuras afectados por vertimientos residuales e industriales.
Esta es la nueva cara de Córdoba. Antes, el sitio era gobernado por las basuras y escombros. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
La agonía de este ecosistema de la localidad de Suba llevó a la comunidad del sector a tomar medidas drásticas. En 1998, varios ciudadanos del barrio Niza instauraron una acción popular contra el Distrito para salvar al humedal, pero con la participación activa de la población.
Esta medida arrojó un acta de concertación entre ambas partes, que incluyó cuáles serían los proyectos prioritarios para desarrollar al interior del humedal, como el manejo a nivel administrativo del ecosistema por parte del Distrito, que se concretó en 2008, cuando Darwin hacía parte de los procesos de educación ambiental en la zona.
“Córdoba fue el primer humedal, de los 15 actualmente declarados en la capital, con una administración. Pero en esa época estaba bastante afectado por el ser humano debido a la falta de cerramiento, lo que propiciaba la llegada diaria de una cantidad desmedida de zorras que descargaban escombros y basuras. Parecía más un potrero, en especial los sectores uno y dos, lugares con alta presencia de habitantes de la calle e inseguridad”.
Darwin lleva la naturaleza en sus venas. Cuando no está en sitios abiertos y repletos de natualeza, se siente incompleto. Foto: archivo personal.
Al comienzo, la comunidad cuestionaba todas las medidas propuestas por las entidades del Distrito. Darwin, en su rol de intérprete ambiental, empezó a servir como puente entre ambos bandos, un trabajo que logró fortalecer los lazos y propiciar una mejor sinergia. “Comprendimos que la comunidad debía ser la encargada de establecer la ruta para el manejo del humedal, porque es la gente la que mejor conoce el ecosistema, mientras que la mayoría de funcionarios son de paso”.
El trabajo comunitario en Córdoba fue el principal protagonista de su renacer. Foto: archivo personal.