Nicolás Olea: “Nos están envenenando con impunidad”

Un equipo de investigadores españoles encabezado por la doctora Montserrat González Estecha desarrolló en el Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Clínico de Madrid un trabajo titulado Mercurio en el atún enlatado en España. ¿Es el atún claro realmente claro?-el trabajo se publicó en 2013- según el cual no es conveniente dar atún en conserva a los niños y adolescentes. ¿No es un delito ocultar este dato a los consumidores?

-No sé si es un delito, pero desde luego una gran irresponsabilidad en un país como el nuestro en que el bocadillito de atún es un recurso alimenticio común para los niños; pero así son las cosas… Como el resto de estudios sobre tóxicos medioambientales, simplemente no ha transcendido a pesar de que está publicado en una revista internacional como Food and Nutrition Sciences y a disposición de cualquier persona. En ese trabajo se invita de hecho a las autoridades a ejercer un control estricto porque los niveles de mercurio detectados en todos los tipos de pescado grande enlatados con el nombre de «atún» son muy altos y su ingesta implica un aporte de mercurio que supera el máximo recomendable; sobre todo en los casos de niños, adolescentes y mujeres embarazadas. Con un consejo: ¡cambien el atún por caballa; es más sano!

Dicen ustedes que hasta el cartón de la pizza puede ser motivo de toxicidad…

-Cierto. En 2007 detectamos actividad hormonal estrogénica en el extracto de papel reciclado utilizado como cartón en las pizzas que puede contaminar el alimento. Y es que al entrar una pizza muy caliente en contacto con el cartón las sustancias químicas presentes en éste pueden pasar al alimento. El problema no es pues cuánta grasa de la pizza pasa a la caja sino cuántos de los componentes de la caja -mezcla a la que propusimos denominar «pasta química apta para la impresión gráfica»- es capaz de absorber la pizza. De hecho nos preguntamos qué informes técnicos garantizan la seguridad biológica de los papeles y cartones reciclados que se utilizan en alimentación y, en caso de existir, dónde se han publicado. Téngase en cuenta que para reciclar se utiliza generalmente papel de impresión con poco color que contiene la celulosa original más las tintas utilizadas en la impresión, normalmente compuestos plásticos, resinas que se polimerizan con el calor; por eso cuando se saca la hoja antes de tiempo la tinta se va. Es decir, se están cogiendo hojas impresas que se machacan y trituran para volver a hacer con ellas pasta y con ésta elaborar de nuevo papel y cartón. Solo que en esa pasta química hay de todo porque se han roto los polímeros y las sustancias quedan libres para pasar a los alimentos.

TAMBIÉN ESTÁ DEMOSTRADO OUE EL AGUA MINERAL EMBOTELLADA EN PLÁSTICO ES PELIGROSA; EN LA REVISTA LO DENUNCIAMOS HACE MÁS DE CINCO AÑOS EN UN ARTÍCULO OUE CON EL TÍTULO EL ENORME PELIGRO DE ALGUNOS ENVASES DE PLÁSTICO PUBLICAMOS EN EL N° 112. USTEDES TAMBIÉN HAN CONSTATADO ESE PELIGRO, ¿VERDAD?

-Sí; la investigación verá pronto la luz. Su consumo afecta claramente nuestra actividad hormonal, tanto estrogénica como antiandrogénica. Y de hecho en Alemania ya se desaconseja su consumo. Si tú tienes una mezcla de compuestos químicos con potente actividad estrogénica y antiandrogénica, probablemente es por su contenido en ftalatos.

¿Cuál ha sido el alcance de su estudio?

-Hemos analizado 29 botellas que se comercializan en toda España; veintiséis de plástico y tres de cristal. Y el 100% presentan componentes hormonales; no puedo decir cuáles porque se midió la actividad biológica resultante y no los compuestos químicos. Luego conviene que reconsideremos si el agua mineral es realmente una alternativa válida al agua del grifo.

Pero si el problema también está en las de cristal, ¿cuál es la causa de esa actividad hormonal?

-El problema puede estar en la propia agua del manantial, en el proceso de embotellamiento, en la composición del envase… Hay que investigarlo.

OTROS CONTAMINANTES

Permítanos entender las razones de algunas recomendaciones menos conocidas. ¿Por qué no se debe reutilizar una botella de plástico? Por ejemplo llenarla otra vez de agua y meterla en la nevera…

-Eso lo explican hasta los propios fabricantes: porque cuánto más vieja es una botella más sustancias químicas traspasan al medio que contienen. Se trata de aditivos que lleva el plástico para mejorar sus cualidades -flexibilidad, resistencia a la luz, color, etc…- y que por no estar estructuralmente unidos al polímero mayoritario del que está hecha la botella pueden liberarse en el agua más fácilmente. Por tanto las botellas de plástico son de usar y tirar.

Sin embargo se dice que hay quienes utilizan plástico reciclado para hacer fibra con el que fabricar material textil. ¿Es así?

-Sí. Me lo confirmaron personalmente los propios fabricantes de politereftalato de etileno (PET) usado habitualmente para fabricar envases de bebidas y productos domésticos. Un tercio de lo que se recicla se envía a Oriente, allí se transforma y vuelve a Europa en forma de hilo de poliéster para hacer ropa. Aunque lo más grave es que los fabricantes de esa fibra procedente de PET añaden todo tipo de aditivos para obtener las cualidades textiles que van a precisar: bromados como retardadores de la llama para que no ardan con el fuego, perfluorados, alquifenoles, colorantes, antiarrugas, antideformantes y otros que hacen que no se necesite plancha, que los tejidos mejoren su impermeabilidad o que los colores sean resistentes, entre otras cualidades atractivas; componentes añadidos a la fibra que el fabricante del tejido ya no tiene que añadir y que con el tiempo se desprenden sobre nuestra piel.

¿Y hay información sobre cuáles son los que se utilizan?

-No, porque en los textiles solo se declara la composición porcentual de sus componentes: por ejemplo 70% de lana, 20% de poliamida, 15% de poliéster… pero no se detallan los aditivos químicos que contiene. ¡Y sin embargo en los tejidos se están utilizando aditivos de todo tipo!

Quizás alguien piense que es un proceso seguro, que algún equipo de toxicólogos ha estudiado científicamente y luego decidido cuánto de cada sustancia puede acceder sin peligro a un organismo a través de la piel pero yo nunca he visto tales investigaciones. Por más que he buscado informes técnicos sobre ello nunca los he encontrado. Y si la sociedad los ha pagado ¡tienen que estar en algún sitio! Sin embargo yo me enteré de que se añadían aditivos a los textiles porque las webs de los fabricantes de las materias primas, de las sustancias químicas, ¡explican quiénes son sus clientes! Hay más información en la web de quienes fabrican y venden bisfenol A sobre quién y dónde se utiliza que en la información que facilitan los fabricantes textiles.

Usted denuncia que los ftalatos están también presentes en buena parte del material médico que se utiliza en clínicas y hospitales…

-Sí. Y no solo las bolsas de plástico; buena parte del material médico se trata con ablandadores para que sea flexible; en especial las sondas y todo lo que está en contacto con los vasos sanguíneos. Y luego está el policarbonato presente en el material rígido. Hay ya un estudio en Madrid sobre la presencia de bisfenol A en las máquinas de diálisis en el que además se propone una alternativa eficaz y segura, pero a los fabricantes no les interesa. Así que pudiendo evitarse se siguen usando esas máquinas contaminantes. Y lo mismo pasa con las incubadoras de las unidades neonatales de cuidados intensivos.

Tenemos entendido que los productos que provocan más problemas de salud son los cosméticos. ¿Es así?

-Sí. La contaminación procedente de los cosméticos es de las más graves porque es casi farmacológica; se produce a nivel dérmico y es muy repetitiva y constante. Que los compuestos químicos de los cosméticos se absorben por el organismo está científicamente demostrado; hay estudios muy buenos al respecto. En uno de ellos se preguntó a 400 jóvenes yuppies de Boston qué productos de higiene corporal habían utilizado por la mañana -desodorante, champú, gel o dentífrico- y después les tomaron unas muestras de orina en el almuerzo. Las buenas noticias del estudio fueron que todo lo que habían utilizado estaba en sus orinas a las doce de la mañana, las malas que el organismo lo había absorbido todo. Así lo dice el trabajo. Y es que, ¿qué piensa la gente? ¿Que la axila o la piel son de plástico? ¿Que uno puede aplicarse productos externos y éstos no penetren? Quizás lo que se absorba un día no importe pero un producto que se utiliza todos los días acaba comportándose como si se ingiriera una dosis farmacológica continuada del mismo. Así que los cosméticos están introduciendo sus componentes químicos tóxicos diariamente en quienes los utilizan y pocos parecen darse cuenta del peligro de hacer eso.

Quizás bastara leer los componentes del producto en las etiquetas para evitar los que lleven alguno potencialmente peligroso…

-Mire, una buena colonia -por poner un ejemplo- puede tener más de 45 componentes y hoy hay tener la agudeza visual de un niño de 13 años para conseguir leer la etiqueta. Además, hay que saber química analítica avanzada para saber si alguno es un filtro ultravioleta, un conservante, un detergente, un colorante… Y finalmente uno se encuentra con «el gran secreto». Bajo la palabra parfum o scent, que se presenta como un componente más, se encuentran una serie de compuestos no declarados que supuestamente dan al producto la originalidad de la marca. Y uno se pregunta: ¿y hay hecho algún estudio toxicológico sobre el impacto de cada principio activo así como del conjunto? ¿Y de sus metabolitos? Porque lo que nosotros medimos en orina no son los compuestos originales sino sus metabolitos, es decir, los compuestos de degradación de nuestro organismo. En suma, ¿alguien conoce el posible impacto negativo para la salud de los cosméticos? ¿Alguien ha estudiado de forma rigurosa cómo se comportan? En absoluto. Sin embargo la gente los compra porque supone que no hay peligro en ellos ya que las autoridades tienen la obligación de velar para que así sea. Y por desgracia está equivocada.

El conocido catedrático de Neurobiología de la Universidad de Amsterdam (Holanda) Dick Swaab sostiene que los disruptores endocrinos afectan en el útero las células cerebrales de los fetos en desarrollo pudiendo hasta condicionar su orientación sexual. ¿Cuándo empezaron a conocerse los efectos en las hormonas de algunos productos?

-Hace años se comprobó que algunos productos químicos ambientales alteraban de forma clara las hormonas; principalmente, los estrógenos, las hormonas de las hembras. Primero en animales libres y después en animales de experimentación. La primera en denunciar el problema fue Rachel Carson en su libro Primavera silenciosa aparecido en 1962 quien mostró cómo animales como el águila calva, el allígator de Florida o el oso del polo norte presentaban problemas de reproducción y comportamiento, pérdida de capacidad de apareamiento y emparejamiento macho-macho, todos ellos relacionados con el papel que las hormonas sexuales femeninas tienen sobre las características que distinguen al macho y la hembra. Numerosos estudios posteriores confirmarían que ese tipo de compuestos químicos trastornan el desarrollo sexual y la reproducción; no sólo en numerosas poblaciones animales sino también en los seres humanos. Desde entonces hemos visto evidencias ambientales en todo el mundo. Primero apareció lo que se denomina intersex -variación de características sexuales que no permiten que un individuo se identifique claramente como macho o hembra- en los peces de los ríos canadienses que vivían en el entorno de fábricas de papel. Y después apareció el mismo fenómeno en los peces de río ingleses y españoles. Fundamentalmente problemas de comportamiento y feminización o desmasculinización del macho; hablamos de dos fenómenos distintos, uno ligado a los estrógenos y otro a la posición antiandrogénica. Hasta que aparece el problema en los humanos. Solo que como enseguida se relacionó con el cáncer de mama y otros tumores lo demás quedó opacado.

Más tarde se comprobaría que los disruptores endocrinos afectan a la función reproductora y empezamos a acumular estudios de calidad seminal, de pérdida de fertilidad de la especie, de afectación del macho… Y después aparecieron los efectos sobre la tiroides, el crecimiento y el desarrollo cerebral. Con lo que su incidencia sobre el comportamiento sexual perdió importancia para muchos. Pero entonces aparecieron los ftalatos, empezamos a encontrarlos en la orina y se hicieron los primeros estudios por Shanna Swan -primero en San Francisco y después en Nueva York- para saber cómo afectan a los fetos durante la gestación y en sus comportamientos posteriores ya en la escuela. Y resulta que empiezan a verse en los machos cambios en los rasgos de agresividad y comportamientos habitualmente relacionados con el sexo masculino. En cambio nadie ha querido dar el paso de relacionar estos químicos con los cambios de comportamiento en los adultos. Claro que si por asociar exposiciones químicas al cáncer nos han llovido palos por todas partes, imagínese si se nos ocurre asociar comportamientos del adulto a la exposición química. Así que de momento nos seguimos agarrando a diagnósticos anatomopatológicos hechos por especialistas que firman diagnósticos de cáncer o bajos conteos espermáticos; es decir, preferimos apostar por resultados certificados. Pero las observaciones están ahí…

LA CARGA DE LA PRUEBA

Pero, ¿por qué tienen que ser ustedes, los investigadores independientes, los que aporten pruebas de la peligrosidad de los productos químicos comercializados por la industria y no ésta la que demuestre antes de hacerlo su inocuidad?

-Porque la industria impuso sus intereses entre los legisladores. De ahí que hoy nos gastamos el dinero de los contribuyentes en hacer el trabajo que la industria debió haber hecho antes. Es patético que en 2014 haya aún por ejemplo que gastar dinero en demostrar la asociación entre el DDT y el cáncer de mama. Quien puso el DDT en el mercado en los años 40 tenía que haber demostrado antes su inocuidad. Y el que puso bisfenol A en los biberones debió haberse asegurado de que nunca iba ningún padre a arrepentirse de haber dado de comer a su hijo en ellos. La carga de la prueba debería recaer sobre quien propone una acción, no sobre quien la sufre, pero desgraciadamente en el mundo de las sustancias químicas no es así. Mire, nos estamos envenenando ante la pasividad de nuestros gobernantes. Apenas se aplican restricciones y cuando se hacen llegan tarde, mal o nunca.

¿Le caben aún dudas de que los políticos protegen ante todo a la industria y no a los ciudadanos?

-Lo evidente es que las normas sobre este asunto no son nacionales, las dicta una estructura supranacional en Bruselas que depende de la Comisión Europea. Es allí donde se toman las decisiones y es difícil intervenir en esos foros, o presentar en ellos una opinión científica consensuada. Los investigadores tenemos la impresión de que las ONGs presentes en esos foros tienen una opinión consensuada corporativista al igual que la industria, pero los científicos invitados a ellos somos auténticos francotiradores que lo que hacemos es expresar dudas que carecen de la fuerza de los lobbys que acuden profesionalmente preparados para defender sus posiciones. Es una lucha desigual.

Una última pregunta: ¿hay esperanza? ¿Es usted optimista a pesar de todo?

-Prefiero ser realista; y afortunadamente veo que cada vez nos prestan más atención médicos jóvenes que son quienes pueden condicionar el futuro. En cuanto se les dan argumentos empiezan a dudar de lo que les han enseñado y a preguntarse una y otra vez qué está realmente ocurriendo. Estoy persuadido de que poco a poco irán incorporando en sus esquemas mentales y profesionales la influencia que los tóxicos medioambientales tienen en múltiples enfermedades.

Antonio F. Muro

Fuente; Revista Discovery Salud. Número 172-Junio 2014

12/05/2024