19 enero 2023
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En el mundo hay autorizados seis antioxidantes de origen sintético presentes en muchos alimentos de consumo habitual a pesar de ser disruptores endocrinos, provocar alteraciones digestivas, dañar los riñones, alterar el metabolismo hepático, incrementar los niveles de colesterol en sangre y poder causar asma, reacciones alérgicas, insomnio e hiperactividad. Es más, según estudios con animales pueden provocar cáncer. ¿Cómo es posible pues, que las agencias reguladoras internacionales permitan su utilización y no se informe de sus potenciales efectos adversos a la población?
La industria alimentaria utiliza antioxidantes en los alimentos para prevenir o retrasar la oxidación -por la luz y el oxígeno- de sus vitaminas liposolubles (A, D, E y K) y de las grasas vegetales y animales. Su función es pues, conseguir que duren más sin oxidarse y evitar el enranciamiento y la pérdida de sabor, color y textura. Y como actúan contra los radicales libres hacen de conservantes permitiendo prolongar la vida útil de los alimentos y retrasar su fecha de caducidad, algo que facilita su venta en lugares lejanos al de elaboración o envasado.
Oficialmente las funciones de los aditivos alimentarios, en general, son conseguir una mayor seguridad al consumir alimentos aumentando su estabilidad y manteniendo el valor nutritivo lo que ayuda en la fabricación, transformación, preparación, transporte y almacenamiento. Y para ello se utilizan sustancias con propiedades antioxidantes y conservantes además de acidulantes, aromatizantes, colorantes, espesantes, saborizantes, edulcorantes y emulsionantes. Obviamente su uso requiere autorización, los aprobados aparecen en el llamado Codex Alimentarius y se valoran a instancias del Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios (JECFA). En el viejo continente su regulación depende del Comité Científico de la Unión Europea sobre Alimentación –más conocido como Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA)-y en Estados Unidos de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés). Cabe añadir que los aditivos alimentarios autorizados tienen funciones variadas y se unen a otras técnicas de conservación de los alimentos como el frío, el calor, la deshidratación, el ahumado, la salazón, la fermentación controlada, la liofilización, la preservación por gas, el envasado al vacío o la radiación ionizante.
De todo ello hemos hablado ya ampliamente, pero ahora hemos decidido incidir en el grupo de los antioxidantes porque la gran mayoría de la sociedad piensa al leer las etiquetas que éstos son naturales e inocuos cuando los hay también sintéticos y peligrosos. Los antioxidantes pertenecen al grupo de aditivos cuya nomenclatura oficial de identificación empieza por la letra E seguida de tres números, el primero de los cuales se refiere a la categoría del aditivo (en el caso de los antioxidantes es el 3), el segundo a la familia o grupo químico al que pertenece y el tercero a la sustancia. Hablamos de principios activos que se suponen inocuos -que no hacen daño- o, al menos, «poco dañinos a las dosis autorizadas»; una falacia en realidad porque no existe ninguna dosis segura para un tóxico y porque ésta se calcula sin tener en cuenta que al aprobarse va a estar luego presente en muchos alimentos y no en uno solo por lo que es imposible para el consumidor saber qué cantidad ingiere realmente a diario. Se supone que eso lo tienen en cuenta las agencias reguladoras, pero la verdad es que la presión de la industria química sobre ellas y las autoridades es de tal calibre que hoy puede afirmarse sin dudar que sus decisiones no son de fiar en absoluto.
Evidentemente, en el ámbito de los antioxidantes eso solo causa preocupación cuando hablamos de los no naturales, de los sintéticos, pero no de los naturales. Y de ellos vamos a hablar someramente porque existen hoy suficientes trabajos de investigación que demuestran su toxicidad.
Agregaremos que los aditivos antioxidantes de origen natural más utilizados son los que actúan como receptores de oxígeno -el Ácido Ascórbico (E300) -junto con sus ascorbatos (E302 y E303)- y el Ácido Eritórbico (E315)-, como quelantes -el Ácido Tartárico (E334)- y como antioxidantes eventuales (se consideran así los aminoácidos, la vitamina A y los extractos vegetales de especias).
Los antioxidantes sintéticos, en cambio, actúan rompiendo la reacción en cadena de la oxidación donando hidrógeno y a ese grupo pertenecen fenoles como el Galato de Propileno (E310), el Galato de Octilo (E311), el Galato de Dodecilo (E312), la Terbutilhidroquinona (E319), el Butilhidroxianisol o BHA (E320) y el Butilhidroxitoluol o BHT (E321). Todos ellos tienen un alto nivel de toxicidad. En cuanto a cómo se obtienen, en qué alimentos están presentes y cuáles son sus efectos adversos veámoslo brevemente.
Los tres primeros citados –E310, E311 y E312– se denominan genéricamente galatos. El primero, el E310, se consigue por condensación de Propanol y Ácido Gálico, el E311 por condensación de Octanol y Ácido Gálico y el E312 por condensación de Dodecanol y Ácido Gálico. Su principal problema es identificarlos porque en las etiquetas pueden aparecer con otros nombres: Propil Galato, Gelato de Propilo, Propyl Gallate, PG, Octil Galato, Gelato de Octilo, Octyl Gallate, OG, Dodecil Galato, Lauril Galato, Gelato de Dodecilo, Galato de Laurilo, Dodecyl Gallate, Lauryl Gallate, DG y LG.
La industria alimentaria los utiliza fundamentalmente para evitar el enranciamiento de los aceites vegetales (afortunadamente el aceite de oliva no los necesita y no los lleva), las grasas animales, la leche en polvo, el puré de patata en copos, los cereales para el desayuno, la bollería industrial, las sopas en polvo, los chicles, las gominolas y las pastillas multivitamínicas. Como los galatos son sensibles al calor se añaden igualmente a muchos alimentos una vez horneados o fritos y se usan asimismo para crear aromas artificiales.
Por lo que se refiere a su toxicidad sepan que puede causar problemas digestivos, intoxicación hepática, daños en el riñón, asma, urticaria, reacciones alérgicas -sobre todo en personas intolerantes al ácido salicílico-, hiperactividad, linfornas, alteraciones en la hemoglobina, disminución de glóbulos rojos y alteraciones en el bazo. ¡Y aun así solo se desaconseja su consumo en niños y mujeres embarazadas!
En cuanto a los otros tres -el E319, el E320 y el E321– son los antioxidantes sintéticos más comunes en la alimentación humana -a pesar de sus efectos nocivos-, se obtienen a partir de un derivado de la industria petrolera y puede aparecer igualmente con otros nombres: Butilhidroquinona, BHQ, Hidroquinona Terciaria, THBQ, Hidroxianisol, Butil Anisol y Butilfenol.
Como se trata de sustancias que toleran muy bien el calor la industria alimentaria los utiliza para evitar la oxidación de las grasas en productos horneados, fritos o que tengan que ser sometidos luego a un calor muy intenso. De ahí su presencia en frituras, grasas animales, bebidas lácteas, mezclas para pasteles, salsas, mayonesas, patatas fritas, panadería, galletas, cereales para el desayuno, mantecados, polvorones, roscos, pipas, frutos secos, gominolas, chicles y pastillas multivitamíninicas. Y su consumo tampoco está recomendado para niños y mujeres embarazadas.
Se trata de tres antioxidantes sintéticos autorizados a pesar de estar constatado que se acumulan en la grasa corporal y pueden provocar igualmente graves efectos adversos: aumento del colesterol sanguíneo, problemas en el metabolismo del hígado, asma, urticaria, alergias e hiperactividad. Estudios realizados con animales de laboratorio constataron que también pueden dañar el hígado y los pulmones, afectar a la coagulación sanguínea y la reproducción e, incluso, desarrollar tumores. Es pues inaudito que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) los autorice alegando que los resultados en animales no son relevantes aun reconociendo que algunos no son demasiado tranquilizadores; de hecho, admiten que el E320 puede producir proliferación celular y aberraciones cromosómicas.
Es más, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) ha clasificado el E320 como «posible carcinógeno». Y la Autoridad Nacional de Seguridad Alimentaria Francesa ya admitió en 2021 que existían datos sólidos -tras análisis in vivo e in vitro- que sugieren que esos tres antioxidantes sintéticos actúan como «disruptores endocrinos» Por su parte, investigadores de la Universidad de Michigan (EEUU) los estudiaron durante varios años y constataron que pueden ser causa de alergias alimentarias. Hay igualmente trabajos que indican que el E320 daña el hígado -al menos así ocurrió en el caso de los monos participantes-, disfunciones en la reproducción, alergias, eczemas y dermatitis. El E320 reduce además la absorción de vitamina K lo que podría originar problemas de coagulación sanguínea.
En cuanto al E321 varios estudios en ratas indican que se comporta como un agente desacoplante y, por tanto, inhibe la síntesis de ATP en las mitocondrias (fosforilación oxidativa) sin detener la cadena respiratoria. Por otra parte, parece provocar hipertrofia de tiroides -así sucedió en roedores-, algo que podría deberse a su similitud con la tiroxina, principal hormona tiroidea.
Cabe agregar que la combinación E320 y E321 produjo tumores en el hígado y el estómago de algunos animales.
En suma, ¿hay o no razones suficientes para pedir la prohibición inmediata de los aditivos antioxidantes sintéticos mencionados? Porque las personas los están ingiriendo a diario en alimentos de consumo habitual. En Japón, de hecho, ya están prohibidos. ¿A qué esperan pues las autoridades europeas?
Patricia L. Quiroga
10/04/2024