La especie, a punto de salir del peligro de extinción en España, comienza a cruzar el Estrecho y tropieza con una peligrosa red eléctrica convertida en una «trampa mortal»
Manuel Ansede
25 dic. 2015
Águila imperial ibérica electrocutada en la región de Guelmim (Marruecos). Ali Irizi
El 22 de octubre, el ecologista Alí Irizi se encontró con un panorama dantesco en un monte pelado de la región marroquí de Guelmim. El cadáver electrocutado de un águila imperial ibérica se encontraba descoyuntado en lo alto de un poste eléctrico. A sus pies, otros dos ejemplares de la especie, en peligro de extinción en España y extinguida en Marruecos antes de 1950, yacían muertos, en diferente estado de descomposición. Y, en el mismo tendido eléctrico, a pocos metros, otras dos águilas, una real y otra perdicera, también aparecían churruscadas por el suelo. “Fue terrible, parecía una masacre”, recuerda Irizi, voluntario de la organización conservacionista GREPOM/Birdlife.
La presencia de águilas imperiales ibéricas en Marruecos, aunque sea muertas, es una buena noticia. La especie, surgida hace un millón de años, estuvo a punto de desaparecer de la faz de la Tierra en la década de 1980, cuando solo quedaban 103 parejas en el mundo, todas ellas en España. Los tendidos eléctricos colocados sin ninguna preocupación medioambiental eran culpables del 80% de las muertes de las águilas durante su primer año de vida. Ahora, la situación ha cambiado. La especie ha reconquistado Portugal después de 30 años ausente y supera las 450 parejas en la península ibérica, según el Ministerio de Agricultura, gracias al aislamiento de postes eléctricos peligrosos, la persecución de los cebos envenenados y la mejora de su territorio.
“Incluyendo las parejas no reproductoras, la especie alcanza las 500 parejas, el umbral para salir de la categoría de en peligro”, explica Miguel Ferrer, investigador de la Estación Biológica de Doñana (CSIC) y pionero en la lucha contra la electrocución de las rapaces. Pero esa recuperación se enfrenta a una amenaza inesperada: la vetusta red eléctrica marroquí. “Marruecos está como estaba España en los ochenta”, lamenta Ferrer.
Tres cadáveres de águila imperial y uno de real hallados en un solo poste. Alí Irizi
“Las electrocuciones que hemos detectado en Guelmim son una mala noticia tanto para la conservación de la especie en España como para la posible recolonización de Marruecos por parte de la especie”, advierte Mohamed Amezian, ornitólogo de GREPOM/Birdlife. Este especialista marroquí es coautor de un artículo científico que explica la masacre de Guelmim y demanda medidas para eliminar estas “trampas mortales”. El trabajo también lo firma, entre otros, el biólogo José Rafael Garrido, coordinador regional de la Agencia de Medio Ambiente y Agua de Andalucía. Hay preocupación en las autoridades españolas: el programa de recuperación de la especie ha costado millones de euros desde los años ochenta.
El hallazgo de la escabechina de rapaces en Guelmim no es casual. La Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, junto al equipo de Miguel Ferrer en el CSIC, ha colocado este otoño por primera vez emisores GPS-GSM (que permiten conocer en todo momento su posición) a ejemplares de águila imperial ibérica reintroducidos en Cádiz, provincia de la que la especie desapareció hace 30 años. El programa, iniciado en 2002 y con un presupuesto de 100.000 euros al año, ha liberado en Cádiz 83 pollos rescatados en los reductos históricos de la especie en Doñana y Sierra Morena. Ferrer, coordinador científico, califica la operación de “éxito”, ya que cuatro parejas ya regentan territorios en la provincia, pese a la elevada mortalidad juvenil característica de la especie: de cada 100 jóvenes, solo 20 llegan a reproducirse.
Pero también algunos ejemplares escapan de Cádiz. Los emisores GPS-GSM muestran que, de los seis ejemplares marcados este año, cuatro cruzaron el Estrecho hacia Marruecos. Uno de ellos apareció electrocutado en Guelmim. Fue la Junta de Andalucía la que comunicó a la organización GREPOM/Birdlife que el movimiento de uno de los emisores GPS-GSM se había quedado congelado en el monte marroquí. Las otras dos águilas imperiales halladas achicharradas en el poste eléctrico no estaban marcadas.
Guelmim puede ser solo un punto negro más en una red eléctrica letal. “No hay datos. No sabíamos que existía este problema y ahora lo sabemos”, explica Mohamed Amezian. Su colega Alí Irizi regresó el 7 de noviembre al mismo tendido de Guelmim. Encontró cuatro águilas perdiceras electrocutadas a lo largo de cinco kilómetros, y fotografió otra águila imperial ibérica sobrevolando la zona. El 5 de diciembre, volvió y descubrió otros dos cadáveres de águilas perdiceras electrocutadas recientemente.
“Es bastante preocupante que hayan muerto electrocutados tantos ejemplares de los que cruzaron el Estrecho. Marruecos es un sumidero”, opina la bióloga Sara Cabezas, que coordina el programa Alzando el vuelo para la conservación del águila imperial ibérica en España con la organización SEO/Birdlife. Cabezas es escéptica con el programa de reintroducción de la especie en Cádiz, cuyo objetivo era conectar las poblaciones de Sierra Morena y Doñana para aumentar su viabilidad. “Inútil no está siendo, pero quizá habría que poner en la balanza el esfuerzo económico y los resultados, nada halagüeños”, sostiene.
Ferrer defiende su balance. “La mortalidad juvenil natural supera el 80% y en Cádiz hemos logrado reducirla al 70%. Y la nueva población funciona como un puente estratégico de conexión, como demuestran los emisores GPS-GSM. La población de Doñana ha pasado una época de declive y si no es por la de Cádiz se podría haber extinguido”, expone. Para el investigador del CSIC, las águilas gaditanas “son una magnífica oportunidad para recuperar la antigua distribución de la especie en el norte de Marruecos, si conseguimos convencer al Ministerio de Industria marroquí y a su Oficina Nacional de Electricidad de que colaboren”.
https://elpais.com/elpais/2015/12/23/ciencia/1450863894_236217.html
10/05/2024
1 Comment
Rubén Torres
7 meses ago¡Qué manera más tonta de derrochar millones de euros!
Con mucho menos capital se podrían fabricar voladeros para que críen al menos 500 parejas y en vez de ir liberándolas, usarlas para cetrería. Una vez entrenadas durante dos años es cuando se deberían liberar, no antes. De esa forma habría más garantías de supervivencia.