Glen Spielmans, investigador del departamento de Psicología de la Universidad Estatal Metropolitana de Minnesota (EEUU), acaba de publicar en Bioethical Inquiry un trabajo basado en documentos internos de la industria farmacéutica que revelan cómo ésta suprime de manera habitual los datos negativos de los ensayos que realiza y que hay «trabajos» que se hacen al dictado y después firman -cobrando obviamente por sus servicios- personajes de prestigio médico o investigador. Son hoy las herramientas básicas para convertir medicamentos ineficaces y/o peligrosos en supervenías. «La medicina basada en la evidencia es un noble ideal –afirma Spielmans- pero la realidad es que en la actualidad se basa en el marketing«.

Investigador norteamericano independiente Glen Spielmans ha dedicado en los últimos años mucho tiempo a estudiar las enormes contradicciones existentes entre lo que las empresas farmacéuticas afirman sobre sus medicamentos y la realidad ¡de sus propios datos! De los publicados… y de aquellos que nunca llegan a conocimiento de los médicos. Como psicoterapeuta sus investigaciones se centraron sobre todo en los fármacos psiquiátricos pero hoy está convencido de que sus conclusiones son extrapolables a toda la industria en general.

Es más, su descubrimiento de las prácticas oscurantistas de los laboratorios le llevó a denunciar en 2008 en el Journal of Nervous and Mental Disease que la industria hace en los anuncios de los medicamentos psiquiátricos publicados en las revistas médicas afirmaciones que en realidad no se fundamentan en las propias fuentes citadas. En su estudio -The Accuracy of Psychiatric Medication Advertisements in Medical Journals- Spielmans examinó la exactitud de 69 anuncios aparecidos en revistas médicas sobre fármacos psiquiátricos revisando las fuentes que se citaban en ellos y sólo en el 53,2% de las ocasiones las afirmaciones sobre su presunta eficacia tenía algún respaldo. Explicando luego que los intentos de obtener los datos en bruto de las compañías muy rara vez tenían éxito. Lo que obviamente le llevó a seguir profundizando en el asunto.

Sabría así que los médicos y pacientes no sólo se enfrentan a una publicidad más o menos engañosa, sino a prácticas mucho más graves. Porque según Spielmans, de los documentos internos que las empresas farmacéuticas se han visto obligadas a hacer públicos ante los tribunales como respuesta a demandas individuales o a acciones masivas, se desprende que estamos cambiando la Medicina basada en la evidencia por una Medicina basada en el marketing. Lo ha reflejado en su trabajo From Evidence-based Medicine to Marketing-based Medicine: Evidence from Internal Industry Documents publicado recientemente en la revista Bioethical Inquiry. Y aunque su investigación está centrada en los fármacos relacionados con las patologías psiquiátricas no duda en afirmar que lo que está ocurriendo es ya un mal generalizado. «Aunque los documentos examinados en este trabajo -afirma- se refieran a especialidades relativas a la salud mental la manipulación de los datos de los ensayos no se limita a este campo como lo demuestran casos que implican a medicamentos para la osteoporosis (Washburn 2005) o antiinflamatorios no esteroideos (Ross et a!. 2008, Smith 2006)». En suma, el negocio es el negocio y la industria farmacéutica no está dispuesta a que un mal dato le estropee una buena venta.

Claro que no es el primero en denunciar la peligrosa pendiente por la que nos deslizamos. Richard Norton, editor de The Lancet, ya afirmó en marzo de 2004 con contundencia: «Las revistas han servido para el blanqueo de información de la industria farmacéutica». Ese mismo año Marcia Angell, ex editora de la revista New England Journal of Medicine, criticaría duramente a la industria por «haberse convertido principalmente en una máquina de marketing». Por su parte, Richard Smith-ex Editor-Jefe del British Medical Journal, afirmaría en un artículo publicado en el 2005 bajo el título Medical journals are an extensión of the marketing arm of pharmaceutical companies lo siguiente: «Debo confesar que a mí me tomó casi un cuarto de siglo como director del British Medical Journal darme cuenta de lo que estaba pasando. Los directores trabajan considerando los estudios que se les envían y piden a los autores que les envíen cualquier otro estudio relacionado pero no tienen ningún mecanismo para saber qué otros estudios inéditos existen«.

En suma, Spielmans no ha sido el primero en denunciar la deriva a la que las grandes multinacionales farmacéuticas parecen estar arrastrando con sus prácticas a todos aquellos involucrados de forma directa o indirecta en el mundo de la salud -médicos, investigadores, pacientes, enfermeros, etc.- pero desde luego su investigación sí es de las más concluyentes. De ahí que llegue a afirmar: «Uno podría sostener que en lugar de en una medicina basada en la evidencia hoy estamos en realidad basándonos en una medicina basada en el marketing en la que la ciencia ha sido en gran parte sacrificada en nombre del incremento de las ganancias de las empresas farmacéuticas”.

En pocas palabras, para Spielmans hay motivos suficientes para cuestionarse no sólo las afirmaciones propagandísticas que las multinacionales realizan sobre sus fármacos sino si éstos son simplemente fiables.

¿EVIDENCIAS O MARKETING?

Pero dejemos por un momento al margen la cuestión de si realmente los fármacos sirven para curar o se trata simplemente de recursos sintomáticos destinados a apagar un fuego mientras encienden otro. Porque la preocupante y penosa realidad es que la gran mayoría de los ciudadanos los consumen y los pacientes acuden a los médicos confiando en que los fármacos que les recetan son eficaces para la patología que padecen, que les van a hacer más bien que mal. Obviamente el médico, en el mejor de los casos, confía para ello en la información que recibe del visitador o de la publicación científica que informa sobre los datos obtenidos en los ensayos realizados con el producto -el patrón oro de la investigación son los ensayos al azar controlados y con placebo-. Y las revistas «científicas», también en el más honesto de los casos, publican lo que las empresas les pasan después de someter los trabajos a la denominada revisión entre iguales o peer review, presunto filtro que ya se ha demostrado más que permeable en reiteradas ocasiones. En suma, al final todo el edificio sanitario se basa en los datos obtenidos por la industria farmacéutica. En su fiabilidad y transparencia. Y es evidente que si esos datos se manipulan por cuestiones de marketing es imposible que el edificio se sostenga.

En el artículo antes citado Richard Smith ya señalaba algunas de las sofisticadas maneras en que los datos de los fármacos pueden ser manipulados. Por ejemplo…

…enfrentando en un ensayo el medicamento a probar con otro claramente inferior.

…probando un medicamento frente a otros pero dando de éstos dosis más bajas y por tanto ineficaces.

…comparar los efectos secundarios de un medicamento con otros pero asegurándose de que las dosis de éstos sean demasiado elevadas para que el nuevo parezca menos tóxico.

…proponerse múltiples objetivos y luego publicar sólo lo que resulta favorable.

…hacer ensayos multicéntricos -es decir, en distintos centros- y anunciarlo así pero seleccionar para su publicación sólo los más favorables.

…realizar análisis de subgrupos y seleccionar para publicar los que son favorables.

…presentar los resultados de forma que parezcan más impresionantes; por ejemplo, planteando cosas en términos relativos en lugar de absolutos.

En suma, la industria farmacéutica ha procurado jugar con los dados cargados para asegurarse de ganar siempre. Con lo que no contaban es con la denuncia de Spielmans tras examinar éste los documentos internos a los que tuvo acceso ya que los tribunales han obligado a algunos laboratorios a hacer públicos muchos documentos que empiezan a arrojar luz sobre su oscurantista trabajo. Lo cual ha permitido conocer muchas otras formas de manipulación.” Los documentos internos de la industria– afirma Spielmans en su Conclusiónpermiten asomarse al tenebroso mundo de la medicina basada en la evidencia en el que los datos están al servicio de la comercialización y aquéllos que resultan incómodos son a menudo reelaborados como positivos o enterrados por completo. Si se trataran de cumplir las dignas ambiciones de la medicina basada en la evidencia habría fácil acceso a todos los datos recogidos en los ensayos clínicos, los artículos de las revistas presentarían con precisión los datos y se daría a conocer quiénes han contribuido o participado en los estudios explicando sus papeles en la investigación. Y las campañas de marketing darían sólo información exacta. Sin embargo en el mundo actual de la medicina basada en la evidencia los artículos de las revistas son una sobrerrepresentación positiva de seguridad y eficacia, están a menudo preparados por ‘vendedores’ de fármacos (cuya influencia se oculta bajo nombres de prestigio), los esfuerzos de comercialización incluyen información engañosa sobre eficacia, están a menudo preparados por vendedores’ de fármacos (cuya influencia se oculta bajo nombres de prestigio), los esfuerzos de comercialización incluyen información engañosa sobre enfermedades y tratamientos, y los médicos se dividen por segmentos de mercado con el fin de persuadirlos mejor con diferentes estrategias comerciales. Hasta que se resuelvan estas cuestiones, muy en particular las relativas al acceso generalizado a los datos exactos, cualquier entusiasmo por la llamada medicina basada en la evidencia debe verse con escepticismo«.

SUPRIMIR Y RETOCAR LOS DATOS NEGATIVOS

«Es bien conocido -escribe Spielmans- que los estudios financiados por un fabricante de medicamentos tienen muchas más probabilidades de producir resultados positivos que los estudios del mismo fármaco llevados a cabo por investigadores no vinculados al patrocinador (Lexchin y otros. 2003). Una de las razones principales para este hallazgo es que los fabricantes de medicamentos no están obligados a publicar los resultados negativos. Y obviamente si el objetivo principal de las empresas farmacéuticas que cotizan en bolsa es maximizar el retorno de beneficios a los accionistas no tiene ningún sentido publicar los resultados que pongan al medicamento bajo una luz negativa«.

Spielmans pone como ejemplo lo ocurrido con la quetiapina, antipsicótico atípico «de segunda generación» comercializado como Seroquel por AstraZeneca. En el 2000 los datos presentados por el laboratorio en la convención anual de la American Psychiatric Association mostraban que poseía un «efecto ventajoso estadísticamente significativo» sobre el haloperidol-un fármaco más «antiguo»- en la inducción de respuesta al tratamiento entre los pacientes con esquizofrenia. Los datos se basaban presuntamente en un metaanálisis de cuatro estudios que comparaban la quetiapina y el haloperidol. Sin embargo, los documentos publicados por la empresa durante los litigios posteriores basaban presuntamente en un metaanálisis de cuatro estudios que comparaban la quetiapina y el haloperidol. Sin embargo los documentos publicados por la empresa durante los litigios posteriores indican una realidad muy diferente: la empresa sabía meses antes de la presentación -como demostró un documento interno- que la quetiapina era menos eficaz. En un e-mail interno hecho público durante el proceso legal un gerente de publicaciones de AstraZeneca decía: «Los datos no lucen bien. De hecho no sé cómo podemos hacer un artículo con ellos«. Según recoge Spielmans en su trabajo AstraZeneca encargó entonces un ensayo comparativo que bautizó como Estudio 15 y según sus resultados un año después los pacientes que habían recibido haloperidol presentaban mejores datos -en términos de respuesta a los síntomas- y el número de recaídas psicóticasera significativamente menor que entre quienes habían tomado quetiapina. Bueno, pues los resultados, claramente negativos, no se publicarían.

De hecho publicar básicamente lo que beneficia es una de las bases del negocio farmacéutico. El investigador Erick Turner, por ejemplo, dirigió un equipo que comparó los ensayos publicados de los antidepresivos en comparación con aquellos no publicados en poder de la FDA. El estudio se realizó sobre 12 agentes antidepresivos con la participación de 12.564 pacientes y dio lugar al artículo Selective Publication of Antidepressant Triáls and Its Influence on Apparent Efficacy. Pues bien, la literatura publicada arrojaba unos resultados realmente positivos: ¡el 94% de los ensayos mostraban resultados favorables a los productos! La realidad, sin embargo, según los documentos que estaban en poder de la FDA, era que sólo el 51% eran positivos. «Hemos encontrado un sesgo hacia la publicación de resultados positivos -diría comedidamente Turner en su Conclusión-. No sólo los resultados positivos tuvieron más probabilidad de ser publicados sino que los estudios que no eran positivos fueron a menudo, a nuestro juicio, publicados de manera que transmitieran un resultado positivo”.

sólo los resultados positivos tuvieron más probabilidad de ser publicados sino que los estudios que no eran positivos fueron a menudo,a nuestro juicio,publicados de manera que transmitieran un resultado positivo».

Spilemans cita también en su artículo el ejemplo del denominado Estudio 329 en el que se estudiaron los efectos de la paroxetina, -un antidepresivo inhibidor de la recaptación de serotonina fabricado por Smith Kline Beecham (SKB) antes de ser GlaxoSmithKIine (GSK)- bajo la marca Paxil. El Estudio 529 publicado en el 2001 reflejaba en su abstract (síntesis del estudio) un mensaje claro: «La paroxetina es generalmente bien tolerada y efectiva para la depresión mayor en los niños». La realidad, como se descubriría posteriormente en los litigios, es que los datos del ensayo indicaban que el fármaco ni era eficaz ni seguro. «En la versión publicada del estudio -señala Spielmans- cuatro de los ocho parámetros estudiados fueron reportados como positivos y no cero de ocho«. Los datos señalaban para 6 de los 93 participantes en el grupo de la paroxetina, comparados con 1 de los 87 participantes del grupo placebo, «labilidad emocional»,1 término utilizado para describir ideaciones y manifestaciones suicidas. Un informe interno de la compañía sobre los efectos secundarios reflejaba que eran en realidad 8 los participantes que habían experimentado manifestaciones suicidas o autolesiones deliberadas y en 7 casos se había manifestado hostilidad… en comparación con ningún caso en el grupo placebo. Sin embargo en la versión publicada del estudio se afirmaba que sólo se había relacionado con la paroxetina ¡un caso de dolor de cabeza!