De basura a dinero: cómo sacarle provecho a un vertedero
Ruanda es pionero mundial en la protección del medio ambiente. Una visita al enorme basurero urbano de Nduba prueba cómo el plástico es reciclado y acaba reconvertido hasta en muebles de jardín
Botellas de plástico recogidas en la principal zona de vertido de Nduba, en Kigali.
Kigali – 04 mayo 2019
Manirakiza Emmanuel cambia a primera mientras conduce un camión de basura pendiente arriba por un tramo de terreno empinado y serpenteante. El asfalto se va estrechando hasta convertirse en una pista de tierra llena de baches, mientras la vegetación circundante deja paso a largas acumulaciones de desechos en descomposición. Es el apocalíptico final de un viaje que ha llevado al conductor desde la pintoresca serenidad del acaudalado barrio de Kimihurura, en Kigali, a través de la ondulante belleza del sector norte de la ciudad hasta el enorme basurero urbano de Nduba.
Kigali, capital de Ruanda, es una ciudad sorprendentemente limpia. El país ha sido pionero en la protección del medio ambiente desde que en 2008 estableció la prohibición total de las bolsas de plástico. Esta medida, unida a la introducción de prácticas como la Umuganda —una convocatoria mensual en la que se invita a la ciudadanía a dedicar unas tres horas de trabajo físico a limpiar sus comunidades locales—, se suelen citar como las causas del impoluto aspecto de la urbe. Sin embargo, su limpieza también da testimonio del compromiso y la eficiencia de las empresas de recogida de basuras.
Agruni LTD, la compañía para la que trabaja Emmanuel, es la responsable de la recogida de la basura doméstica de 13 de los 35 sectores de Kigali. El Gobierno asigna contratos por sector, tras los cuales corresponde a los representantes de la empresa negociar acuerdos con cada unidad doméstica. La escala de precios varía en función de los ingresos familiares, y va desde los 1.000 hasta los 5.000 francos ruandeses mensuales (entre uno y cinco euros).
La eficacia con la que el camión recorre su sector es asombrosa. Una cuadrilla de ocho trabajadores, cada uno de ellos con un cometido diferente, flanquea el vehículo mientras este circula a velocidad constante por las inmaculadas calles. Cuando el camión hace una parada, la actividad se dispara. Algunos basureros se apresuran a cargar sobre sus hombros las bolsas de desperdicios depositadas sobre el césped podado con primor, otros cobran y extienden recibos, y se barre hasta el último resto que haya quedado tirado. Con el camión lleno, el conductor pone rumbo al norte de Kigali en dirección al distrito de Gasabo y el vertedero.
Ruanda, un país de 12 millones de habitantes, se divide en cinco provincias: el sur, el norte, el oeste, el este y Kigali. Es uno de los más densamente poblados del mundo y, según el último censo, de 2012, ha experimentado una importante urbanización en la última década, lo que ha puesto a prueba los centros urbanos, en particular la capital.
El crecimiento de la población urbana ha ido en paralelo con el aumento de los residuos urbanos, incrementando la presión sobre el único vertedero de Kigali. Richard Usengimana, gerente de Agruni Company LTD, explica: “Nduba es el [vertedero] más grande de Ruanda; en los demás distritos, hay otros más pequeños”. El problema es que el mayor vertedero del país está operando casi su capacidad límite.
Las caóticas escenas que tienen lugar en Nduba mientras cientos de trabajadores rastrean las montañas de basura intentado poner orden en la confusión acaban de golpe con la perfecta eficacia de la recogida. En un principio, el basurero tenía que ser una solución transitoria para el depósito de residuos de la capital después de que, en 2011, el Gobierno decidiese que el anterior vertedero de Nyanza no cumplía los requisitos sanitarios. Sin embargo, han pasado ocho años sin atisbo de un nuevo espacio para los deshechos, y ahora Nduba padece muchos de los problemas ambientales y de salud pública que fueron la ruina de su predecesor.
Diogene Mitali, director gerente de Agruni LTD, está sentado en su despacho tan impecablemente vestido como siempre. Sin dejarse perturbar por el vocerío que sube desde el abarrotado mercado de Nyabugogo, el ejecutivo rezuma calma mientras recibe un flujo continuo de llamadas telefónicas. Hace pocos años que la empresa se dio cuenta de que la separación selectiva de residuos era el principal problema de Nduba, donde los desechos biodegradables se mezclaban con los demás. Después de ver cómo los expertos extranjeros llegaban y se iban sin que las cosas cambiasen mucho, la dirección de Agruni decidió tomar las riendas del asunto. «Pensamos que, como ruandeses, teníamos que encontrar una solución al problema», explica Mitali. Decidieron que el primer paso era poner a sus propios trabajadores a separar manualmente el plástico y depositarlo en una zona privada alquilada en el vertedero de Nduba.
Para ahorrar espacio empezaron a comprimir y clasificar los plásticos en el mismo basurero. Cuando se corrió la voz, se hizo evidente que había una demanda real de plástico seleccionado, y poco después empezaron a venderlo a empresas que lo volvían a procesar y comercializar. Agruni LTD acababa de descubrir la manera de liberar espacio y mejorar las condiciones en Nduba, un vertedero que se calcula que recibe 300 millones de toneladas de basura diarios, utilizando un método rentable.
Gad Samuel Habarurema trabaja para Jardin Meuble, una empresa ruandesa que actualmente utiliza plásticos de Agruni para fabricar tuberías y mobiliario de jardín. Sentado en una de sus sillas junto a la entrada principal de la tienda, mira en dirección al Wakanda Villa Bar, situado al otro lado de una ajetreada calle y detrás del cual se encuentra el aeropuerto internacional de Kigali. Como comerciante que es, valora la posibilidad de vender plástico a precios asequibles, ya que puede reportar ventajas añadidas a los clientes. «Ahora nuestros productos pueden tener garantía de por vida. Si una mesa se estropea, basta con que nos la traigan y la sustituimos por otra».
A Jardin Meuble le van bien los negocios desde que empezó a utilizar plástico reciclado, y actualmente vende unas 300 sillas al día. El producto del dinero ahorrado en el proceso han sido unos muebles más asequibles. Las sillas más pequeñas cuestan 4.500 francos ruandeses (unos 4,60 euros). Sus principales clientes son las iglesias y los bares, pero últimamente ha empezado a vender a empresas de la vecina República Democrática del Congo.
Además, ahora compra plástico a la comunidad local, a la que ofrece 250 francos ruandeses (alrededor de 0,25 euros) por kilo. Según Gad Samuel Habarurema, el reciclaje de plástico comunitario en Ruanda ha llamado la atención del sector público. «El Gobierno está intentando colaborar con empresas como la nuestra para aprender y crear foros».
Agruni LTD también ha advertido el interés creciente del proceso de transformación de basura en energía en el que interviene la incineración de residuos, y en la actualidad lo aprovecha en forma de vapor que, a su vez, alimenta una turbina que genera electricidad. El proceso tiene además la ventaja adicional de liberar el tan necesario espacio en el vertedero de Nduba. Actualmente la compañía está en conversaciones con las empresas cafeteras y las destilerías del país.
Diogene Mitali reconoce que todavía queda un largo camino por recorrer. Agruni LTD proyecta comprar a Bélgica maquinaria que le ayudará a incrementar su actividad empresarial, si bien hasta entonces «no nos queda más remedio que separar la basura a mano», concluye.
https://elpais.com/elpais/2019/04/03/planeta_futuro/1554299286_099726.html#?rel=mas
1/04/2023