Antonio Brú: “Hemos demostrado que el cáncer se puede superar potenciando el sistema inmune”

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La curación de un hepatocarcinoma terminal inyectando simplemente G-CSF (factores de crecimiento de colonias de granulocitos) ha situado a Antonio Brú -profesor de Matemáticas en la Universidad Complutense y físico de carrera- en medio de un torbellino de esperanzas y envidias que ha sacudido a la sociedad española. Su revolucionaria teoría sobre el crecimiento tumoral y los mecanismos para su detención cuenta ya en su haber con dos curaciones extraordinarias. Desde que ello se hizo público los pacientes reclaman poder acceder al tratamiento, pero Brú debe respetar los pasos científicos protocolarios. En todo caso, afirma que en poco tiempo podrían estar hechos los ensayos necesarios para confirmar definitivamente la validez de su terapia. Mientras, la Administración reacciona con cautela y los representantes de la Oncología oficial se limitan a descalificar al investigador sin esgrimir argumentos científicos contra su trabajo.

En enero de este año a Antonio Brú se le acabó la beca post-doctoral que tenía en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y tuvo que abandonar la institución. De nada le sirvió que durante ese tiempo desarrollara en su tiempo libre una nueva y revolucionaria teoría sobre el crecimiento tumoral y que su trabajo mereciera crédito en publicaciones científicas internacionales como Physical Review.. Así que Brú se trasladó a la Universidad Complutense de Madrid donde encontró el respeto y el reconocimiento profesional que su trabajo merece y que algunos han intentado negarle de nuevo… nada más conocer el resultado clínico de su teoría. Porque Brú y su equipo decidieron seguir adelante y demostrar clínicamente que sabían cómo detener el crecimiento tumoral. Y así, con los necesarios permisos de la Agencia Española del Medicamento, comenzaron a tratar a una mujer con ¡un melanoma en fase IV! y a un varón con ¡hepatocarcinoma terminal! ¿El resultado? Absolutamente inesperado para cualquier oncólogo: el cáncer parece haber desaparecido en ambos casos.

El caso del hepatocarcinoma ha sido ya publicado -el pasado 30 de mayo- en el Journal of Clínical Research. Se trata de un varón de 56 años, profesor de instituto, con un cáncer de hígado (hepatocarcinoma celular) que fue ingresado en febrero del 2004. El paciente pertenecía al 70% «no tratable» ya que su tumor tenía más de seis centímetros de diámetro (9,5 centímetros exactamente) y estaba asociado a una trombosis de la vena porta. Y para complicar más el panorama padecía cirrosis. Pues bien, fue sometido a un tratamiento con G-CSF (factor de crecimiento de colonias de granulocitos) durante ocho semanas que fue muy bien tolerado por el paciente. Y la alfa feto- proteína (AFP) -marcador asociado al cáncer de hígado- se redujo de 453 a 4,7 nanogramos por mililitro de sangre. El examen por resonancia magnética mostró después que la masa tumoral se había reducido. En septiembre el enfermo recibiría un segundo ciclo de tratamiento para mayor seguridad, dada su gran evolución, pero ya no se observó diferencia. El pasado mes de enero seguía mostrando signos de cirrosis pero los análisis citológicos no detectaron ya la presencia células cancerosas malignas. De hecho, su estado de salud mejoró hasta el punto de que volvió a su puesto de trabajo en el instituto. «El hepatocarcinoma puede haberse curado«, escribieron los investigadores con la prudencia que es debida.

Bueno, pues la publicación de su trabajo, en lugar de recibir los elogios esperados, le ha situado en el centro de un auténtico huracán. Para empezar, tanto él como los miembros de su equipo –Sonia Albertos, del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Clínico San Carlos, Femando García-Hoz, del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Ramón y Cajal e Isabel Brú, del Centro de Salud La Estación de Talavera de la Reina– se han visto desbordados por la avalancha de peticiones de tratamiento para enfermos de cáncer, muchos de ellos en situación desesperada. Sin embargo, a pesar de la firme convicción tanto de Brú como de su equipo en la eficacia del tratamiento, han tenido que recordar a esos enfermos que si bien se trata de un paso esperanzador hay que proseguir con el proceso de comprobación y éste durará algún tiempo por lo que hasta que no esté completado la terapia no podrá ponerse al alcance de los enfermos.

La Administración y la Agencia Española del Medicamento han mantenido la natural cautela en estos casos. No puede decirse lo mismo, sin embargo, de algunos representantes de los oncólogos cuyas declaraciones se asemejan más a una pataleta que a una reacción mesurada. Empeñados en descalificar tanto la investigación como a su autor han recurrido al juego fácil e indigno de levantar sospechas sobre su capacidad intelectual para abordar el cáncer, a poner en tela de juicio que contara con los permisos correspondientes para llevarla a cabo, a desmerecer el prestigio de la revista donde el trabajo ha sido publicado y, en el colmo de la sinrazón, a poner en tela de juicio el diagnóstico del caso publicado sin darse cuenta de que con ese mismo argumento podría acabarse con toda la estadística oficial de casos oficialmente curados.

El presidente de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), Antonio Antón, tratando de restar importancia a la curación, habló de «caso anecdótico» -como siempre hace cuando un paciente se cura con tratamientos no oficiales- añadiendo en un claro intento de restarle importancia: «Debemos velar por un seguimiento estricto de los tratamientos para que no se engañe al público«. Sólo que si realizar un seguimiento estricto de los tratamientos hubiera sido el objetivo principal de nuestros oncólogos hace tiempo que les habríamos visto denunciar la realidad del cáncer, un negocio multimillonario que sólo sirve para enriquecer a las farmacéuticas mientras continúa creciendo año tras año el número de muertes por esa causa.

Lo curioso es que en este caso difícilmente puede entenderse una reacción tan airada y que se haya llegado a hablar de «engaño» Porque Brú y su equipo están siguiendo escrupulosamente todos los pasos que los propios oncólogos exigen para validar un trabajo y no han hecho una sola afirmación que no hayan probado. Con lo que, lejos de tranquilizar a los enfermos de cáncer, tan desmedidas reacciones lo que ha hecho es desconcertarles y preocuparles porque no acaban de entender un ataque semejante a quienes sólo tratan de poner a disposición de la comunidad científica una teoría y un posible tratamiento a testar.

Claro que quizás esa reacción tan virulenta la ha provocado el hecho de que la confirmación de la teoría de Brú y su correspondiente aplicación terapéutica significaría el triunfo de quienes llevan décadas sosteniendo que la respuesta al cáncer está en fortalecer el sistema inmune y no en deprimir el organismo con tratamientos tan agresivos como los hoy utilizados

UN APOYO INESPERADO

Como nuestros lectores recordarán Antonio Brú habló extensamente de su descubrimiento con nosotros (lea el lector en nuestra web www.dsalud.comla entrevista que le hicimos en verano del pasado año y que apareció en el n° 65). De ahí que, ante la repercusión de las curaciones logradas, entendiéramos que era el momento de volver a charlar con él. Y debemos decir que le vimos algo desconcertado. Porque si bien Brú comprende la reacción de los enfermos y sus familiares no entiende en cambio el comportamiento de personas que justifican su beligerancia «en defensa de la Ciencia» cuando sus actitudes, sin embargo, lo que demuestran es un comportamiento impropio de un científico.

-Me gustaría empezar diciendo que yo no he dicho que curemos el cáncer -nos diría nada más empezar esta charla- sino que hemos obtenido un resultado muy importante, avalado por una teoría que creemos haber demostrado.

Antonio Brú nos recibiría en su pequeño despacho de la Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense de Madrid, lugar visitado en los últimos días por cientos de personas que tratan de ser incluidos -o incluir a sus familiares- en los próximos ensayos. La verdad es que le encontramos con un aspecto bastante más desmejorado que la última vez que dialogamos con él. Entre satisfecho y preocupado, su primer mensaje es tratar de hacer entender a quienes buscan «ya» una solución a su enfermedad que sólo está al inicio del camino.

-Nuestro objetivo principal ahora mismo es explicar a las miles de personas que se han dirigido a nosotros -o puedan hacerlo en el futuro- que lo conseguido y publicado es sólo un paso, importante a nuestro juicio, eso sí, para entender lo que es el crecimiento tumoral y cómo el organismo lucha contra él. Que hemos abierto una nueva vía terapéutica pero que necesita ser validada con muchos más casos. Y, sobre todo, que no podemos tratar a la gente con ella hoy porque no es legal. Hay que seguir unos procedimientos perfectamente establecidos y los vamos a iniciar próximamente pero, de verdad, en este momento no podemos ofrecer tratamiento a los enfermos. Les entiendo desde el punto de vista humano pero no podemos hacer otra cosa que avanzar y reducir al máximo los plazos a fin de que la investigación clínica se complete cuanto antes… pero sin saltarnos ni un solo paso del protocolo exigido.

Cuando hace un año anunció que la estrategia para vencer al cáncer pasaba por fortalecer el sistema inmune mucha gente pensó que no podía ser tan simple. Sin embargo, el tiempo parece que va a darle la razón.

-Sí, porque creo que hemos demostrado que el cáncer se puede superar potenciando el sistema inmune, ahora tenemos que ratificarlo estadísticamente

Parece además, estar convencido de que el proceso es ya imparable. ¿Quizás porque ya no lucha en solitario y cuenta con el respaldo de una institución de prestigio como la Universidad Complutense de Madrid?

-Estoy muy orgulloso de que la Universidad Complutense haya apoyado este trabajo, esta línea terapéutica y además, apueste por ella. A todos los niveles, desde el más alto al más bajo, ha cerrado filas en torno nuestro, lo que agradezco profundamente porque creo que va a posibilitarnos seguir adelante con la investigación que, se lo digo sinceramente, se merece al menos por parte de los escépticos, desde hace mucho tiempo, el derecho a la duda. Y que ahora, tras los resultados obtenidos en pacientes terminales, merece aún algo más que eso. Sí, el apoyo de la Complutense es firme y definitivo. En los últimos días hemos mantenido diversas reuniones para ver cómo estructurar las siguientes etapas de la manera más eficaz y rápida. Realmente se está trabajando todo lo rápido que se puede porque normalmente estas cosas suelen ir mucho más despacio.

Pero si usted ha utilizado fármacos ya existentes en el mercado que han pasado los estudios pertinentes y están aprobados precisamente como reforzadores del sistema inmune, ¿no habría posibilidad de atender al menos a otros enfermos terminales de cáncer alegando el ‘uso compasivo» previsto por la ley?

-Lo que hasta hoy se sabe de esos fármacos es que, en condiciones determinadas y bajo un protocolo concreto, funcionan muy bien y restablecen rápidamente los niveles del sistema inmune cuando existe neutropenia a consecuencia de la aplicación de quimioterapia. Pero estamos hablando de utilizarlos en dosis muy diferentes. Y si bien es verdad que nosotros no hemos constatado que haya efectos secundarios eso debe establecerse oficialmente siguiendo los protocolos establecidos. Aunque nuestra impresión inicial sea que usarlos a dosis mucho mayores de las habitualmente indicadas potencia el sistema inmune de tal forma que puede acabar con los tumores sin efectos negativos apreciables. Lo que no obsta para que actuemos con cuidado y se compruebe. Además, tenemos que ver si es igual de eficaz en otros tipos de cáncer. Porque yo estoy convencido de que va a ser así, pero es necesario seguir el método científico. Luego, una vez demostrado que el tratamiento funciona, habrá que ampliar el número de casos. Afortunadamente todo ello se puede hacer en unos pocos meses. Entiendo que a la gente que vive en una situación desesperada ese tiempo se le antoje muy largo, pero para la sociedad, teniendo en cuenta que se trata de abrir una nueva etapa, esos meses que vamos a invertir en probar y demostrar si funciona en todos los casos y sin efectos secundarios constituye un paso imprescindible.

Bueno, a nuestro juicio eso no impide que cualquier médico pueda dirigirse al Ministerio de Sanidad y solicitar su uso para un enfermo desahuciado o terminal. Y esperamos que suceda. Supongamos ahora que mañana le llaman desde el Ministerio y le dicen que están dispuestos a poner a su disposición los departamentos de Oncología de ocho o diez hospitales públicos para realizar ensayos multicéntricos. ¿Qué supondría eso para la investigación?

-Hombre, me encantaría porque podríamos poner todo en marcha en muy pocos días. A fin de cuentas como uno de los puntos más importantes de nuestra teoría es que es válida para todo tipo de tumores sólidos cuántos más ensayos haya más tipos concretos de cánceres asociados a tumores sólidos podríamos tratar y el estudio sería más amplio y fidedigno. Y, por supuesto, iríamos mucho más rápido. El único tipo de tumor sólido que aún estamos investigando un poco más es el de cerebro, pero en el resto de tumores sólidos podrían empezar ya a plantearse ensayos. Y cuántos más, mejor.

Suponemos que le habrán dolido algunos de los comentarios vertidos estos días. Que después de doce años de investigación y tanto dinero puesto de su propio bolsillo para llegar hasta aquí y haya individuos que se permitan desde sus despachos afirmar que la suya no es una investigación «seria»…

-Ni caso. La comunidad científica es una parte de la sociedad y, por tanto, reproduce sus mismas virtudes y defectos. Por eso encontramos sectores más conservadores y sectores más progresistas. Y se constata que en ella también hay celos y envidias. Al igual que en la sociedad, dentro de la comunidad científica uno sabe que cuando hace un movimiento habrá sectores que reaccionarán en contra. En todo caso, la reacción en mi caso no ha sido general, se ha limitado a un grupito de personas. Y además sus «críticas» no han sido tan importantes…

Bueno, repasemos algunas de esas críticas. El doctor Eduardo Díaz Rubio, jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, expresó en el diario »El Mundo” la escasa credibilidad del caso que ustedes han presentado, llegando a plantear según el diario que habría que hacer una auditoría «para ver si realmente se trataba de un cáncer”. Quizás las de este tipo sean las críticas peor intencionadas que se le han hecho: insinuar que podía tratarse de un caso mal diagnosticado.

-Evidentemente se trata de una opinión no meditada, no razonada y sin base alguna. Tanto en los hospitales públicos como en los privados un tumor es diagnosticado por el servicio de Anatomía Patológica, por el servicio de Radiodiagnóstico y contando con el criterio de los médicos. Así que cuando alguien dice que se puede tratar de un caso mal diagnosticado lo que en realidad está haciendo es poner en duda los informes de todos esos servicios, está poniendo en duda el criterio de los especialistas e, incluso, está poniendo en duda a la propia Agencia Española del Medicamento a la que considera capaz de dar luz verde a un informe falso. Creo que ese argumento, obvio resultado del calentón de una persona en un momento determinado, no se sostiene.

Sobre todo teniendo en cuenta que ese mismo “argumento» podría ser aplicado como vara de medir a las «curaciones de cinco años» obtenidas por la Oncología oficial… En fin, otro «argumento» con el que han pretendido desmerecer su investigación tiene que ver con la «categoría» de la revista en la que publicó su trabajo, que ha sido menospreciada. El doctor Joaquín Arribas, jefe de Investigación Oncológica del Instituto de Investigación Vall d’Hebron de Barcelona, afirmó (también en el diario «El Mundo«, conocido defensor de los tratamientos convencionales): «Estoy muy acostumbrado a revisar artículos para revistas de calidad y en mi opinión ése no habría pasado los filtros necesarios para publicarse en alguna de relevancia«.

-Debo decir que, en mi campo, soy revisor de revistas científicas de tan alto prestigio como cualquiera para las que trabaje quien ha afirmado eso. Y sé por tanto el rigor que se precisa para que una investigación sea publicada. Es obvio que con la alusión a la calidad de la revista se pretende simplemente desviar la atención sobre el continente y no tener así que centrarse en el contenido. Me hubiera gustado que ese señor hubiera explicado las razones por las que no lo hubiera dejado pasar y así hubiéramos oído una «crítica científica». Es llamativo, en cualquier caso, que en vez de centrarse en rebatir la cuestión científica nuestros detractores se dediquen a dudar de la honestidad de todo el mundo involucrado en el asunto y de la eficacia de los servicios de los hospitales que intervinieron en el diagnóstico del paciente.