By Enraizada.16/01/2021

por Dario Pérez Vidal

Los iberos y su definición

Se conoce como íberos al conjunto de pueblos  de organización y características heterogéneas que habitaron la Península Ibérica durante la conocida como Edad del Hierro. Dicho rasgo territorial produjo que los autores clásicos  trataran a todos estos pueblos bajo la denominación homónima de la geografía en la que éstos se encontraban. Estas sociedades, que florecieron desde el siglo VI hasta el II-I a.C., tuvieron su máxima expansión territorial entre la desembocadura del río Ródano y Cádiz (aproximadamente), abrazando así gran parte de la península y de la costa mediterránea occidental.

El concepto de Cultura Ibérica no es pues un patrón que se repite de manera uniforme en cada uno de los pueblos identificados como “íberos”, es más bien la suma de unas culturas individuales que a menudo presentaban rasgos similares, pero que se diferenciaban entre sí.

La Cultura Ibérica presenta como elementos distintivos (entre muchos otros) la cerámica hecha a torno muchas veces decorada, un incipiente proceso de urbanización de sus asentamientos y el uso del mineral de hierro para la confección de herramientas y armamento. También añadimos la escritura, la gradual evolución hacia un modelo semiurbano de sociedad jerarquizada y también algunos rasgos idiosincráticos plenamente mediterráneos como el culto a la Diosa madre.

Un punto común en su denominación, según los autores latinos, fue la lengua ibérica, una lengua que, al parecer, aglutinaba todos estos pueblos (aunque nos resulta un tanto presuntuoso admitir esta afirmación). La lengua de los íberos está documentada fundamentalmente en escritura sobre láminas de plomo, supuestamente documentos de transacciones comerciales, y también en cerámicas (Ver Figura 1).

Los textos en lengua ibérica se pueden leer con ciertas restricciones, pero en su mayor parte son aún al día de hoy incomprensibles, dado que la lengua ibérica es una lengua sin parientes. Una de las escasas excepciones inteligibles son los textos cortos que contienen solamente nombres de personas, dado que la antroponímia ibérica es uno de los aspectos mejor conocidos de la lengua ibérica, gracias a las inscripciones en los dorsos de las monedas bilingües (ibérico y latín). Vemos en todo ello que los autores romanos tomaron ciertas licencias en esta denominación, aunque fuera cierto que representaran pueblos que compartían una realidad cultural semejante.

Lámina de plomo escrita (Los Villares (Caudete de las Fuentes, Valencia), siglos III-II a.C.), créditos.

Fragmento de cerámica con inscripción ibérica (Tossal de Sant Miquel (Llíria, Valencia), siglos III-II a.C.), créditos.

Génesis de la Cultura Ibérica

La región ibérica presenta como hemos dicho varios sustratos culturales; el más ancestral apunta hacia la cultura cardial del primer Neolítico (entorno el 5.000 a.C.) de origen oriental; es durante la época calcolítica y el inicio de la Edad del Bronce (hacia el 2.000 a.C. aproximadamente), época marcada por la difusión de la cultura del vaso campaniforme, cuando encontraríamos el punto inicial desde donde se desarrollarán esta diversidad de grupos culturales regionales.

En cuanto al pueblo conocido por las fuentes como íbero, hay tres grandes corrientes teóricas que proponen su origen cultural: la que considera que es un producto de la influencia de los pueblos colonizadores sobre las poblaciones indígenas sin ningún episodio bélico o invasión; la que aparte de este impacto colonial, cree que este concepto es étnico y designa un determinado pueblo que nació en el sudeste de la península (la zona que coincide en la actualidad con las provincias de Alicante y Murcia) que posteriormente expandió sus estímulos culturales y, probablemente, también parte de su población hacia el norte; y finalmente la que propone una expansión de norte a sur siguiendo la fase de expansión de la Cultura de los Campos de Urnas

La Península Ibérica previa la llegada de los romanos, créditos.

Sabemos que el sudeste peninsular había estado en íntimo contacto en la Edad del Cobre (en torno al 3.000 a.C.) con la Cultura Almeriense que evolucionaría hacia los horizontes del Argar. También hasta esta zona (el área nuclear ibérica según muchos autores) se había extendido la Cultura Tartesia, originaria del sudoeste peninsular durante la primera mitad del primer milenio a.C.

El legado de aquella civilización se vio enriquecido con el contacto de los pueblos colonizadores y en esta zona del sudeste, así como a la zona de Jaén (donde la Cultura Ibérica, en el siglo VI y V a.C., lograría su máximo esplendor), surgiría la semilla que daría lugar a la civilización ibérica. Además, la espada típicamente ibérica, la falcata (Ver Figura 3), se encuentra básicamente en el sudeste hispánico y en las tumbas más ricas, denotando una ideología aristocrática y guerrera propicia al expansionismo territorial.

En etapas posteriores, supuestamente los jefes ibéricos se expandieron por la fachada mediterránea hasta llegar al sudeste de Francia, donde sometieron a los ligures hasta el río Hérault (Francia) y, más tarde, del Ródano. Es en el siglo II a.C. cuando se considera el establecimiento de los Pirineos como la frontera entre el mundo ibérico y el celta/gálico.

La influencia de los pueblos colonizadores: griegos, fenicios y cartagineses

Ya desde el 800 a.C. los fenicios (con la fundación de Gadir), y en una época posterior (siglo VI a. C.) los griegos, viajaban hacia el Occidente mediterráneo a fin de buscar metales y tierras para cultivar. Producto de los intercambios comerciales y culturales de los indígenas del sudoeste peninsular con los recién llegados, en esta zona floreció la civilización de Tartessos, rica en los recursos mineros (sobre todo estanníferos y argentíferos) que tanto interesaban a fenicios y griegos. Esta cultura estaba muy influenciada por las factorías fenicias de la costa andaluza, y es que en realidad esta cultura cananea durante el siglo VII a.C. tuvo una gran importancia en la conformación del sustrato sobre el cual actuaría posteriormente la Cultura Ibérica.

La expansión de los comerciantes fenicios se extendió también hacia el noroeste peninsular en esta época, concretamente a partir de la segunda mitad del siglo VII hasta el 570 a. C., en que su hegemonía sería sustituida por la de los griegos. Es también en el siglo VII a.C. cuando se fundó la colonia fenicia de Ebusus en la actual isla de Ibiza. Y ya antes de que se fundara la ciudad de Massalia (actual Marsella) en el sur de Francia, a principios del siglo VI a.C., los etruscos, un pueblo procedente de la Italia central, exportaron sus productos a las costas del Golfo del León.

Por otro lado, hacia el 600 a.C., aparecieron en el Golfo de Roses las ciudades griegas de Rhode (actual Roses) y, algo más tarde (hacia el 575 a.C. aproximadamente) Emporion (actual Ampurias), fundada por los massaliotas. Esta pequeña ciudad actuó como un puerto redistribuidor de productos manufacturados entre indígenas y comerciantes. Resumimos que, etruscos (en menor grado), fenicios, griegos, y posteriormente los cartagineses a partir del siglo IV a.C., contribuyeron con sus interacciones comerciales y culturales a la formación de aquello a lo que denominamos Cultura Ibérica.

Estructura y jerarquía social

En este panorama, potenciado por las influencias coloniales que actuaron desde la costa, las primitivas formaciones tribales heredadas de la Edad del Bronce empezaron a entrar en crisis a partir del momento en que la demanda exterior exigió la constitución de unas comunidades estructuradas, de forma que la producción y las redes de distribución estuvieran garantizadas por una autoridad central. Este hecho promovió consecuentemente la aparición de aristocracias y de una división del trabajo cada vez más acusada.

Figura 3.- Falcata ibèrica (La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia), siglo IV a.C.), créditos

 

Ciertos indicios abastecidos por las fuentes escritas relativos a las acciones dirigidas por los bárcidas durante la segunda mitad del siglo III en la Península Ibérica, señalan que después de la derrota sufrida en la primera contienda de Cartago contra Roma (Primera Guerra Púnica) como mínimo en los territorios meridionales ibéricos, se había desarrollado una transformación en la estructura del poder tendente a la aparición de monarquías a menudo hereditarias, fenómeno que al parecer también se dio entre los ilergetes de la Cataluña de Poniente.

Desde el punto de vista de la estratificación social, el estudio arqueológico de los hábitats ibéricos no muestra una diferenciación social demasiado acusada. Haciendo un ejercicio de juicio a partir de la amplitud y el confort de las viviendas, tampoco detectamos claramente unas áreas que privilegien las prácticas de unas actividades económicas o laborales concretas. A la hora de establecer diferencias sociales entre los miembros de una comunidad ibérica, quizás las necrópolis son los lugares donde éstas se pueden manifestar con más contundencia, pero esto, que por ejemplo en Andalucía o en el País Valenciano (caso de la capital Edeta) es factible, en el caso catalán no lo es tanto, debido a que el número de necrópolis descubiertas en su ámbito territorial hasta ahora es muy migrado.