Más de la mitad de la basura electrónica española acaba en África

Martes 07 de mayo de 2024

                                                        Foto: Wikimedia Commons

Miramos una media de seis horas el día las pantallas de nuestros smartphones. Trabajamos casi ocho horas frente a la pantalla de un ordenador, ya sea portátil o sobremesa. Y las tabletas están cada día más integradas en los centros educativos desde temprana edad y en múltiples tareas laborales. El consumo de artilugios electrónicos sigue aumentando, y de manera directamente proporcional lo hacen también los residuos electrónicos, creciendo a un ritmo más rápido de lo que podemos reciclarlos.

Lo confirma el último reporte de la Organización de las Naciones Unidas que en su última edición apunta que, al año, el mundo genera 62.000 millones de residuos electrónicos, y que tres cuartas partes de estos desaparecen en vertederos de África. Europa es el continente que más desechos electrónicos genera por año. En cuanto a España, el estudio dice que supera la media del resto de países de la UE, y que cada español produce un promedio de 19,6 kg de residuos al año, situándose sólo por detrás de Alemania, Francia e Italia.

De toda la basura que generamos en España, se procesan 395.200 toneladas por año, es decir, un 42% de los desechos totales. Pero el informe también subraya que «a muchas toneladas se les pierde la pista», y añade: «En 2022, del total de residuos electrónicos generados, desapareció el 57,7%. Traducido a peso estaríamos hablando de cerca de 540 millones de kilos».

Una parte importante de los desechos electrónicos ni siquiera llega a las empresas de reciclaje. Lo apunta Carlos Arribas, de Ecologistas en Acción, quien recuerda que «los puntos limpios tienen altas tasas de robo, porque los materiales que hay en ellos tienen componentes de valor». Solo en los puntos limpios de Andalucía cada semana se producen tres robos de media, tal y como publica Recilec, planta autorizada de tratamiento de residuos de RAEE, y el 70% de los residuos procedentes de los puntos limpios que llegan hasta Aznalcóllar (Sevilla) lo hacen canibalizados, es decir, sin metales; sustraídos para venderlos a las chatarrerías. «Por eso una parte de la basura electrónica que generamos y desechamos no llega a los puntos finales y, por lo tanto, la cadena de reciclaje no se cierra», concluye Carlos Arribas.

Otra parte se queda almacenada en los hogares, y también en las empresas. «Aunque no existen datos oficiales en cuanto a la cantidad exacta que supone esta basura, la estimación ronda una cifra alta. «¿Quién no tiene un teléfono o un cargador obsoleto todavía en casa?», se pregunta Carlos Arribas. En cajas, estantes y cajones yacen almacenados teléfonos, impresoras, escáneres, u ordenadores, entre otros cachivaches, que han quedado en desuso y que no se llevan a los puntos de reciclaje «porque ahí interviene la voluntad de cada ciudadano», apunta Arribas, y matiza «por eso es tan difícil de cuantificar la cantidad de basura electrónica que puede haber» almacenada y olvidada con el paso del tiempo y el efecto de la obsolescencia.

El tercer caso es el más sangrante. Una importante parte de los deshechos que España no consigue reciclar, «van a parar, casi con seguridad, al vertedero de Ghana», denuncia Carlos Arribas. Este punto de desecho tiene varios kilómetros de extensión, lo atraviesa un río y le da nombre el lugar en el que se ubica, Agbogbloshie, un barrio de la ciudad Acra. Hace casi tres años que esa fosa de desechos electrónicos, en la que miles de personas trabajan sin condiciones de salubridad, protección ni derechos (mujeres, ancianos y niños, además de hombres) fue desalojada por las autoridades del país. No ha sido el único intento. Pero la medida no fue disuasoria porque a día da hoy se siguen vertiendo residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) a nivel mundial, y trabajando con un «tratamiento incorrecto de los residuos», insiste Ecologistas en Acción.

Se está «monitorizando la importación de estos desechos electrónicos a África, pero es difícil de controlar». Durban (Sudáfrica), Bizerta (Túnez), y Lagos (Nigeria) han sido identificados también como «importantes puertos de entrada». Así lo publica la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) y el Instituto de las Naciones Unidas para Formación Profesional e Investigaciones (Unitar) en el último Barómetro de basura electrónica que ha visto la luz.

Aunque su uso es ilegal, numerosos países de Europa, entre ellos España y también Norteamérica emplean el cementerio tecnológico de Ghana y los anteriormente citados, todos ubicados en África. El «descontrol» en el acceso de contenedores es «enorme», declara Carlos Arribas. Aunque las exportaciones a aquel país son ilegales, la basura se cuela en Ghana en un entorno con «escaso» control, dentro de contenedores cerrados, y en un ambiente de vigilancia y revisiones de mercancía por parte de la Guardia Civil, que se hace «por encima, a pocas unidades y de manera muy aleatoria», añade Arribas, «no ha lugar a más», sentencia.

En los teléfonos, tabletas, ordenadores y demás dispositivos que empleamos a diario, se encuentran materiales peligrosos como los siguientes metales pesados: mercurio, plomo, cadmio, cromo, arsénico o antimonio. Como ejemplo de su nocividad, una batería de níquel-cadmio de telefonía móvil puede contaminar 50.000 litros de agua, y un televisor, hasta 80.000 litros. Más conocidas son las relaciones de afección que guardan el cromo con los huesos y los riñones, el mercurio con los daños cerebrales y el sistema nervioso, o el plomo como potenciador indiscutible del deterioro intelectual en los seres humanos.

España cuenta a día de hoy con varias plantas de reciclaje destinadas al tratamiento de residuos electrónicos, pero «claramente no son suficientes», denuncia Carlos Arribas. Además, y aunque desde Ecologistas en Acción reconocen que se ponen en marcha campañas de concienciación ciudadana sobre la necesidad de ser responsables con el reciclado de elementos electrónicos, «es complicado medir la influencia real de estas campañas en la sociedad», reconoce Arribas, y duda sobre el verdadero alcance de las mismas: «Es limitado», apostilla.

No obstante, se proponen nuevas ideas para incentivar y fomentar el hábito de reciclar entre los compradores. Una medida de la que habla Arribas, y que ha sido secundada por otros expertos en comercio, es la puesta en marcha de un «sistema de retorno mediante valorización» como el que ya funciona en envases o algunas tarjetas como las de transporte. El objetivo sería «dar al usuario la oportunidad de recuperar el depósito que se abonó cuando compró el aparato una vez que decide deshacerse de él, incentivando su reciclado», concluye.

 

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22/07/2024