17 mayo 2023
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La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha terminado reconociendo que ingerir alimentos que hayan estado en contacto con bisfenol A puede dañar gravemente la salud tras negarlo durante décadas haciendo caso omiso de los numerosos trabajos independientes de investigación que así lo advertían. Finalmente ha asumido lo que muchos científicos denunciaron: que perjudica el desarrollo, afecta negativamente al metabolismo, altera el sistema inmune y daña el sistema reproductivo. Es más, hay estudios que lo relacionan con varios «tipos” de cáncer y disfunciones de los sistemas nervioso, cardiovascular y renal. Su actuación durante tanto tiempo ha sido pues vergonzosa y resulta lamentable ver cómo en lugar de reconocerlo abierta y públicamente presentan ahora la verdad que ocultaron como una simple «corrección» de su anterior «opinión científica”… como si así lo fuera reducir su «recomendación» de no exceder la ingesta diaria desde 4 microgramos diarios (4.000 nanogramos) por kilo de peso corporal a solo 0,2 nanogramos por kilo cuando se trata de una cantidad ¡20.000 VECES MENOR! ¡Y aún hay quien da crédito a las recomendaciones de la EFSA! Realmente indignante.
El bisfenol A (abreviadamente BPA) es el nombre común del 2,2-bis(4-hidroxifenil) propano, molécula orgánica que sintetizó por primera vez el químico ruso Aleksandr Pavlovich Dianin en 1891 tras combinar dos moléculas de fenol con una de acetona en presencia de ácido clorhídrico
descubriéndose pronto que se comportaba como un xenoestrógeno prototípico como el 170- estradiol. Eso haría que en la década de 1930 quisiera comercializarse como estrógeno sintético pero se descartó al descubrirse un estrógeno aún más potente, el dietilestilbestrol, que entre 1940 y 1971 se administraría a muchas embarazadas diciéndolas que eso evitaría nacimientos prematuros y abortos espontáneos y, lo que de verdad sucedió, es que muchas de las niñas cuyas madres fueron tratadas con él sufrieron luego cánceres de vagina y cuello uterino.
Entre 1940 y 1950 el bisfenol A se comenzó a utilizar como monómero en la fabricación de policarbonatos, resinas epoxi, materiales poliméricos y algún tipo de papel térmico. Los policarbonatos se utilizan para fabricar recipientes para alimentos y bebidas (vasos, platos, tazas, etc.), utensilios de cocina, biberones infantiles, depósitos para dispensadores de agua y, más adelante, envases para hornos microondas. Las resinas epoxi se usan además desde hace décadas para recubrir el interior de latas y envases de alimentos y bebidas así como los grandes tanques de almacenamiento de agua potable. Los materiales poliméricos sirven igualmente para elaborar materiales plásticos como el polietileno, el caucho o el nylon que, entre otras cosas, se usan para confeccionar ropa, envases de productos de limpieza, suelas de calzado y otros. En cuanto al papel térmico se utiliza en la impresión de tiques de compra, recibos de cajeros automáticos, etiquetas de prendas de ropa. El bisfenol A también está presente en dispositivos médicos, juguetes, pinturas a base de resina, revestimientos de superficies, CDs, DVDs, tintas de impresión, piezas y equipamiento de coches, piezas de electrodomésticos y retardantes de llama, entre otras muchas cosas.
En suma, hoy estamos en contacto permanente con bisfenol A, sustancia química tóxica que puede llegar a nosotros…
…por vía oral al consumir bebidas envasadas en plástico y alimentos enlatados y en conserva así como comida preparada y precocinada aunque también se ha encontrado en carnes y pescados no envasados que probablemente ingirieron plásticos accidentalmente. También está presente en algunos materiales utilizados en Odontología por lo que puede pasar a nuestro interior a través de la saliva.
…por vía respiratoria al inhalarlo en lugares de alta actividad industrial.
…por vía cutánea al estar presente en cosméticos, juguetes y papel térmico.
…por contacto con dispositivos sanitarios como tubos, catéteres, hemodializadores, incubadoras, jeringas, oxigenadores… Está constatado que puede llegar a los fluidos corporales por vía enteral (tubo digestivo), parenteral (forma intravenosa) y transcutánea (piel).
Una vez en nuestro interior el bisfenol A es metabolizado por el hígado dando eso lugar a ácidos glucurónidos y sulfates que filtran los riñones a fin de excretarlos por la orina; el problema es que parte puede permanecer en el organismo, llegar a todos nuestros fluidos (plasma sanguíneo, líquido folicular, calostro, leche materna, semen y orina) y desde ellos pasar a distintos tejidos y órganos dañándolos.
Lo lamentable es que el hecho de que el bisfenol A podía ser perjudicial se supo desde que se descubrió dado su poder estrogénico y, por tanto, que podía ser un disruptor endocrino. Posteriormente muchos investigadores independientes y sin conflictos de interés demostrarían que está claramente relacionado con la aparición de obesidad, síndrome metabólico, diabetes, disfunciones reproductivas y de los sistemas nervioso, cardiovascular y renal, trastornos tiroideos y cánceres de hígado, próstata, pecho, ovarios, útero, testículos y colon. ¿Y qué hicieron entonces las instituciones nacionales e internacionales encargadas de velar por la salud de los ciudadanos? ¿Prohibirlo? Pues no: alegar que «no estaba claro» que fuera la causa de todos esos problemas. Solo han «reaccionado» -es un decir- cuando expertos de prestigio y algunos medios de comunicación minoritarios -entre ellos el nuestro- concienciaron a la sociedad de la verdad y se generaron cada vez más debates sociales y científicos. Uno de ellos el acaecido en 1999 cuando se verificó que el bisfenol A de los biberones pasa a la leche poniendo en riesgo la salud de los bebés. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) estadounidense siguió sin embargo negando las evidencias y hubo que esperar hasta 2009 para que aceptara reevaluar su seguridad al exigírselo así una comisión del Congreso. El resultado, como era de esperar, fue que en 2012 se prohibió en ese país el uso de bisfenol A en biberones y vasos infantiles. Evidentemente, a ninguno de los sinvergüenzas que lo consintieron durante décadas se les pidieron responsabilidades.
En la Unión Europa se prohibiría igualmente en biberones por medio de la Directiva 2011/8/UE de la Comisión de 28 de enero de 2011 aunque alegándose que «el lactante es capaz de eliminar el BPA» y que se hacía a pesar de que a su juicio «aún no se ha demostrado completamente» que produzca daños. «Conviene reducir su exposición al BPA tanto como sea razonablemente posible -dirían a pesar de todo- hasta que se disponga de más datos científicos para aclarar la relevancia toxicológica de algunos efectos observados del BPA, en particular en lo que respecta a los cambios bioquímicos en el cerebro, los efectos inmunomoduladores y la mayor susceptibilidad a los tumores de mama«. Es obvio que estaban simplemente justificando su irracional permisividad.
Apenas siete años después la Unión Europea prohibiría ya su uso en «barnices o revestimientos aplicados a materiales y objetos destinados específicamente a entrar en contacto con preparados para lactantes, preparados de continuación, alimentos elaborados a base de cereales, alimentos para bebés, alimentos para fines médicos especiales desarrollados para satisfacer los requisitos nutricionales de los lactantes y los niños pequeños o bebidas a base de leche y productos similares destinados específicamente a niños pequeños«. Lo antedicho aparece en el artículo 2 del Reglamento (UE) 2018/213 de la Comisión del 12 de febrero de 2018 sobre el uso de bisfenol A en barnices y revestimientos destinados a entrar en contacto con alimentos por el que se modifica el Reglamento (UE) n.° 10/2011 en lo que respecta al uso de dicha sustancia en materiales plásticos en contacto con alimentos.
Sin comentarios. Ningún responsable europeo ha sido juzgado tampoco por su toma de decisiones.
LA EFSA RECONOCE SU «EQUIVOCACIÓN»
En suma, ha habido que esperar hasta el pasado mes de abril de 2023 para que la EFSA -agencia de la Unión Europea creada en 2002 para «ofrecer asesoramiento científico independiente sobre los riesgos relacionados con los alimentos y sobre los riesgos alimentarios existentes y emergentes«- publicara en su diario el informe Reevaluación de los riesgos para la salud pública relacionados con la presencia de bisfenol A (BPA) en los alimentos en el que afirma que, tras haber revisado 800 estudios realizados entre el 1 de enero de 2013 y el 21 de julio de 2021, la conclusión es que «la exposición alimentaria al bisfenol A (BPA) constituye un problema de salud para los consumidores de todos los grupos de edad«. Un análisis que la EFSA había rechazado hacer por considerar que el bisfenol A no suponía riesgo alguno para la salud de los consumidores de cualquier edad. Y es esta «reevaluación» la que ha llevado a la EFSA a reconocer que la ingesta diaria tolerable debe establecerse ahora en 0,2 nanogramos por kilo de peso y no en 2.000.
Una cantidad ¡20.000 veces menor! La pregunta es obvia: ¿ha dimitido alguno de los miembros de la Comisión Técnica de Materiales en Contacto con Alimentos, Enzimas y Auxiliares Tecnológicos (CEP) de la EFSA? Y la respuesta es igual de obvia: ni han dimitido ni se les ha cesado.
El doctor Claude Lambré, presidente de la misma, reconoce hoy que «en los estudios se ha observado un incremento porcentual de glóbulos blancos T helper (estimulan las células T citotóxicas, los macrófagos y las células β del sistema inmune) en el bazo. Y como desempeñan un papel esencial en nuestros mecanismos inmunitarios celulares su incremento podría causar inflamación pulmonar alérgica y trastornos autoinmunes» Reconoció que daña el metabolismo, el desarrollo del cuerpo y los sistemas reproductivo y neurológico. No comentó sin embargo nada de la «opinión científica» que la EFSA dio sobre el bisfenol A en 2015 según la cual no representaba riesgo alguno para la salud de los consumidores al nivel de exposición establecido de 4 microgramos (4.000 nanogramos) al día por kilo de peso. Entonces se dijo que hacía falta una dosis 100 veces superior (40.000 nanogramos) para que pudiera causar problemas en riñones e hígado y que apenas había indicios de efectos negativos sobre el sistema inmune o que pudiese producir inflamación pulmonar alérgica u otros efectos metabólicos… ¡y hoy se reconoce que el límite debe ser de 0,2 nanogramos por kilo de peso! Esperpéntico.
Hoy sabemos la verdad porque un año después -en 2016- la Comisión Europea instó a la EFSA a que evaluara de nuevo al difundirse los resultados de los estudios realizados por el Programa Nacional de Toxicología y la FDA estadounidenses. Según estos, el bisfenol A, entre otras cosas, actúa como antagonista de los receptores androgénicos y reduce la síntesis de esteroides a nivel molecular. Además, en 2014 la conocida organización de comunicación científica suiza Food Packaging Forum aseguró que «se habían detectado sus efectos nocivos en los tejidos adiposo, reproductor y mamario, en el sistema inmune y nervioso, en el hígado, en el páncreas y en la hipófisis (…) Produce cambios en la fisiología y estructura cerebral, en el comportamiento, en las disfunciones sexuales y, al comienzo de la pubertad de las mujeres, en las glándulas mamarias, en el útero y la vagina, en los ovocitos ováricos y en la fertilidad femenina (…) Los estudios realizados en las dos últimas décadas han puesto de manifiesto que produce carcinogénesis, alteraciones en la reproducción masculina y adipogénesis (…) Los estudios epidemiológicos han asociado además, la exposición al bisfenol A con la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, la alteración de las enzimas hepáticas, la disminución de la calidad del semen, daños en el ADN espermático, alteraciones en la función tiroidea, el síndrome metabólico, la obesidad, la hipertensión, la enfermedad arterial periférica y la estenosis coronaria”.
EL BISFENOL A, POTENTE DISRUPTOR ENDOCRINO
Hoy nadie lo discute ya: el bisfenol A es un potente disruptor endocrino. Puede alterar el sistema endocrino que compone el conjunto de tejidos y glándulas encargadas de segregar las hormonas (adrenalina, noradrenalina, insulina, glucagón, melatonina, estrógenos, progesterona, testosterona…) que constituyen la red de intercomunicación celular que controla las funciones químicas celulares, regula el transporte de sustancias a través de las membranas y, sobre todo, logra la homeostasis o equilibrio del organismo.
Un ejemplo: se sabe que el bisfenol A altera el páncreas e induce resistencia a la insulina. Lo evidenció un estudio realizado en 2006 en la Universidad Miguel Hernández de Elche (España) coordinado por el bioingeniero Ángel Nadal que se publicó en Environmental Health Perspectives con el título El efecto estrogénico del bisfenol A interrumpe la función de las células (β pancreáticas in vivo e induce resistencia a la insulina. En él se afirma que «el contaminante ambiental generalizado bisfenol-A (BPA) imita los efectos del 17β-estradiol (E 2) in vivo sobre la homeostasis de la glucosa en sangre a través de vías genómicas y no genómicas (…) Revela el vínculo entre los estrógenos ambientales y la resistencia a la insulina. Por lo tanto, los niveles anormales de estrógenos endógenos o la exposición a estrógenos ambientales aumentan el riesgo de desarrollar diabetes mellitus tipo 2, hipertensión y dislipidemia«.
Cuatro años después -en 2010- el profesor Ángel Nadal y su equipo publicaron en International Journal of Andrology otro estudio titulado El Bisfenol A altera el páncreas endocrino y la homeostasis de la glucosa en sangre en el que constataron que el bisfenol A “altera la función pancreática e induce resistencia a la insulina lo que aumenta el riesgo de padecer diabetes tipo //; es decir, la sobrevenida, no la de nacimiento.