Los virólogos llevan años jugando con fuego al investigar la «ganancia de función» en su intento de conseguir que algunos patógenos puedan infectar a los humanos con mayor facilidad. Se trata de prácticas que plantean importantes riesgos de bioseguridad y de ahí que en octubre de 2014 se impusiera en Estados Unidos una moratoria para ello que, sin embargo, Donald Trump levantó en diciembre de 2017. Lo insólito es que según recientes denuncias durante ese periodo -entre 2014 y 2016- el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas que dirige Anthony Fauci continuó financiando esa investigación en el famoso laboratorio avanzado de Wuhan desde donde se dice que habría escapado el SARS-CoV-2 y para ocultarlo lo hizo a través de la organización no gubernamental EcoHealth Alliance. Es más, en la investigación sobre nuevos virus también está implicado Google y eso explica que desde hace meses censure todo lo que se publica sobre la posibilidad de que el presunto coronavirus se escapara del Laboratorio Nacional de Bioseguridad del Instituto de Virología de Wuhan. 

¿Sabía que desde hace al menos dos décadas hay científicos trabajando con virus, bacterias y hongos -además de con toxinas- para hacerlos mucho más patógenos y puedan convertirse en armas de guerra biológica? Pues es así y se basa en la denominada «ganancia de función» (GOF por sus siglas en inglés de «gain of function»). Obviamente la excusa es que se investigan de forma preventiva para buscar métodos que permitan contrarrestarlos en caso de que otro país los tenga y decida usarlos así como para tener un medio de defensa en caso de que su superior patogenicidad se debiera a causas naturales. Vamos, para fabricar antídotos, fármacos e incluso vacunas si aparecieran.

La ganancia de función busca básicamente potenciar las consecuencias nocivas de agentes biológicos (virus, bacterias y hongos) y toxinas, evitar que el sistema inmune pueda defenderse, aumentar su estabilidad, transmisibilidad y capacidad de diseminación, crear quimeras, recuperar

patógenos extintos, alterar el tipo de hospedadores y conseguir que en lugar de afectar a un animal afecten a otros.

¿Es el caso del SARS-CoV-2? Hay quienes -como el Premio Nobel Luc Montagnier– así lo creen pero no está demostrado como no lo está siquiera su existencia. Francis Boyle, profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Illinois (EEUU), autor del libro Biowarfare and Terrorism y promotor de la Ley Antiterrorista de Armas Biológicas de 1989 en Estados Unidos hizo en 2015 unas declaraciones a Scoop independent news explicando que en un año normal -puso como ejemplo 2006- los Institutos Nacionales de Salud reciben 120 millones de dólares para combatir la gripe a la que se achaca la muerte de unos 36.000 estadounidenses al año. Pues bien, el Congreso concedió a esos institutos ¡1.760 millones para biodefensa! tras el envío de cartas con ántrax que en 2001 provocó en Nueva York, Boca Ratón y Washington la muerte de solo 5 personas. Es decir, dotaron a los institutos con 15 veces más dinero, algo que según Boyle demuestra que no fue una medida para proteger la salud pública, sino para desarrollar aún más la industria de guerra biológica.

El 7 de enero de 2012 The New York Times publicó un editorial titulado Un día del juicio final generado en laboratorio en el que podía leerse: «Científicos financiados por los Institutos Nacionales de Salud han creado un virus que podría matar a decenas o a cientos de millones de personas si se escapase de su confinamiento o fuera robado por terroristas». Y añadía: «Defendemos casi siempre la investigación científica sin restricciones y la publicación abierta de sus resultados, pero en este caso la investigación nunca debió haberse permitido porque el daño potencial es catastrófico y los beneficios potenciales de estudiar el virus son solo especulativos«.

El diario neoyorquino se refería al trabajo de Ron Fouchier investigador del Centro Médico Erasmus que tomó un virus de la gripe aviar que no podía contagiar por vía aérea e infectando con él a varios hurones logró una mutación del virus transmisible por aire. Se publicó en junio de 2012 con el título Airborne transmission of influenza A/H5N1 virus among ferrets (Transmisión aérea del virus de la influenza A/H5N1 entre hurones) y en él se dice: «El virus A/H5N1 de la influenza aviar altamente patógeno puede causar morbilidad y mortalidad en humanos pero hasta ahora no había adquirido la capacidad de poder transmitirse por aerosoles o gotitas respiratorias (transmisión aérea) entre humanos por lo que para abordar la preocupación de que el virus pudiera adquirir esa capacidad de forma natural modificamos genéticamente el virus A/H5N1 mediante mutagénesis y posterior transmisión en serie a través de distintos hurones. El virus A/H5N1 genéticamente modificado mutó en su paso por los hurones y al final se volvió transmisible por el aire”. Según se explica utilizaron hurones porque son los animales que más se parecen a los humanos en su respuesta a la influenza y lo que se hizo no es propiamente bioingeniería pero sí podría considerarse un trabajo de ganancia de función. En suma, el virus mutado creado por Fouchier puede al transmitirse por vía aérea y ser causa de una gran mortandad.

Ese mismo año -2012- se publicó en Nature una investigación similar realizada por Yoshihiro Kawaoka en la Universidad de Wisconsin (EEUU) titulada Experimental adaptation of an influenza H5 HA confers respiratory droplet transmission to a reassortant H5 HA/H1N1 virus in ferrets (La adaptación experimental de un virus H5 HA de la influenza permite su transmisión por gotitas respiratorias al mutar en hurones y convertirse en un virus H5 HA/H1N1). Según explican es un virus recombinante que contiene cuatro mutaciones y siete segmentos genéticos de un virus H1N1que se replica eficientemente en hurones causando lesiones pulmonares y pérdida de peso pero no es tan patógeno como para provocar la muerte.

Dos años después -en 2014- Kawaoka publicó en Cell Host Microbe el trabajo Circulating avian influenza viruses closely related tothe 1918 virus have pandemic potential (Los virus de la influenza aviar en circulación están estrechamente relacionados con el virus de 1918 y tienen potencial pandémico). En él se dio a conocer un nuevo virus obtenido a partir del de la influenza aviar mediante tecnología recombinante y con mayor capacidad patógena a través de gotitas no solo en hurones sino en ratones. La justificación fue de nuevo que alguna vez podía surgir de forma natural y había que estar prevenidos.

Pues bien, uno de los principales defensores de la investigación sobre la ganancia de función fue -y sigue siendo- Anthony Fauci, asesor de la Casa Blanca con Donald Trump y ahora con Joe Biden y director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID), quien de hecho ya la defendió el 26 de abril de 2012 ante el Comité de Seguridad Nacional y Asuntos Gubernamentales del Senado de Estados Unidos bajo la presidencia de Barack Obama. Su táctica fue sencilla: azuzar primero el fantasma del miedo. «La propia naturaleza es el bioterrorista más peligroso -diría-. Hoy mismo el H5N1 y otros virus de la influenza están mutando y cambiando naturalmente con el potencial de una pandemia catastrófica. No es un peligro teórico, es un peligro real». Y los senadores aceptaron el «argumento».

SE IMPONE LA RAZÓN

Aquel sinsentido fue inmediatamente puesto en entredicho por numerosos científicos y algunos se unieron en el denominado Grupo de Trabajo de Cambridge -en breve serían más de 300- pidiendo ese mismo año que se pusiera fin de inmediato a las investigaciones sobre la ganancia de función. Y su argumento fue que su peligrosidad no se justificaba recordando que ya había habido escapes con virus mutados de la viruela, el ántrax y la gripe aviar en algunos de los principales laboratorios de Estados Unidos.

«Una infección accidental con cualquier patógeno es preocupante -manifestaban- pero los riesgos imprevistos con patógenos de nueva creación potencialmente pandémicos generan nuevas y graves preocupaciones. La creación en laboratorio de cepas nuevas altamente transmisibles de virus peligrosos, especialmente el de la influenza, plantea riesgos sustancialmente mayores. Una infección accidental en un entorno así podría desencadenar brotes que serían difíciles o imposibles de controlar. Históricamente las nuevas cepas de influenza, una vez se transmiten entre la población humana, infectan a una cuarta parte o más de la población mundial en dos años«. Los firmantes exigían pues que se estableciera una moratoria para ese tipo de investigaciones. «En cualquier experimento los beneficios netos esperados deben superar los riesgos y los que implican la creación de posibles patógenos pandémicos deben reducirse hasta que se haga una evaluación cuantitativa, objetiva y creíble de los riesgos, los beneficios potenciales y las posibilidades de mitigar riesgos así como hacer una comparación con enfoques experimentales más seguros«.

Obviamente no fueron los únicos en manifestar su oposición. El profesor de Epidemiología de la Universidad de Harvard Marc Lipsitch y la profesora de la Universidad de Yale Alison P. Galvani publicaron por su parte en junio de 2014 un artículo titulado The case against ‘gain-of-functiorí experiments: A reply to Fouchier & Kawaoka (Contra los experimentos de ‘ganancia de función’: respuesta a Fouchier & Kawaoka). Y en él se dice que los experimentos para crear patógenos nuevos muy virulentos y transmisibles para los que no existe inmunidad no son éticos porque su liberación accidental o deliberada podría costar millones de vidas recordando además que «la probabilidad de ese riesgo se multiplica a medida que aumenta el número de laboratorios que realizan tales investigaciones en todo el mundo». Según alegarían tales experimentos violan además el Código de Núremberg que explícita los principios que deben regir en la experimentación con humanos.

Cabe añadir que Lipsitch pronosticó a comienzos de este año que hasta el 70% de la población mundial podría llegar a contagiarse con el SARS-CoV-2, que no podría ser contenido en al menos dos años y que lo que está sucediendo demuestra lo que ya advirtió sobre los experimentos de ganancia de función: «Nos han proporcionado algunos conocimientos científicos modestos pero no han hecho casi nada para mejorar nuestra preparación para las pandemias mientras se corría el riesgo de crear una pandemia accidental».

Aquellas advertencias fueron inicialmente escuchadas y el 17 de octubre de 2014 el Gobierno estadounidense suspendió temporalmente las investigaciones de ese tipo pero apenas tres años después los Institutos Nacionales de Salud revirtieron la prohibición gobernando Donald Trump. La única condición fue que los proyectos se comprometan a producir soluciones prácticas, que los beneficios superen claramente los riesgos, que los investigadores demuestren que lo que pretenden no se puede obtener utilizando otros métodos más seguros y los aspirantes a ser financiados demostrar que sus investigadores e instalaciones «tienen la capacidad para hacer el trabajo de forma segura así como para responder rápidamente si hay accidentes, fallas de protocolo o violaciones de seguridad»

Es decir, compromisos de buena voluntad en muchos casos difícilmente constatables por lo que las autorizaciones y financiaciones son en buena medida subjetivas y tomadas sin la suficiente transparencia. De hecho, dependen de quién las concede y hay que recordar que Anthony Fauci es uno de ellos y que cuando se decretó la moratoria sobre ellas se llevaron a hacer en el laboratorio chino de Wuhan usando a EcoHealth Alliance, la ONG de Peter Daszak.

La prueba de que la moratoria no impidió la investigación en ganancia de función lo demuestra el trabajo realizado conjuntamente por científicos estadounidenses de la Universidad de Carolina del Norte, la Universidad de Harvard y el Instituto de Virología de Wuhan que se publicó en 2015 en Nature Medicine con el título A SARS-Hke duster of circulating bat coronaviruses shows potential for human emergence (Un grupo de coronavirus de murciélago similar al SARS muestra potencial para provocar una emergencia en humanos). Y es que uno de los dos principales investigadores

-junto a Ralph Baric– fue la investigadora del Laboratorio Nacional de Bioseguridad del Instituto de Virología de Wuhan Shi Zhengli que es conocida precisamente como «la mujer murciélago» por haber identificado en esos animales decenas de virus similares al SARS.

El experimento consistió en crear un virus quimérico insertando en el SARS-CoV un gen que expresa la proteína pico S o espiga del virus SHC014-CoV obtenido en una cueva de murciélagos. El nuevo virus se adaptó para infectar ratones y los experimentos in vivo demostraron que se replicaba rápidamente -sobre todo en sus pulmones- provocando una importante patogénesis. Según el trabajo eso indicaba que podría replicarse de forma aún más virulenta en las células pulmonares humanas.

Su publicación llevó a que Science Daily diera así la noticia: «El nuevo virus similar al SARS puede pasar directamente de los murciélagos a los humanos y no hay tratamiento disponible«. Y en él Baric diría: «Este virus es altamente patógeno y ni los tratamientos desarrollados contra el virus original del SARS en 2002 ni los medicamentos utilizados para combatir el ébola logran neutralizarlo o controlarlo»

Lo inaudito es que la propia publicación científica reconoce que esa investigación fue financiada con fondos procedentes de las partidas U19AI109761 y U19AI107810, subvenciones federales otorgadas por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas que dirige Anthony Fauci. Los fondos fueron destinados a Ralph Baric y a EcoHealth AHiance. La publicación no aclara qué cantidad en concreto de los 41,7 millones de dólares que suman ambas partidas fueron a manos de los investigadores pero es una prueba evidente de que al menos parte de esos fondos fue destinada a las investigaciones sobre ganancia de función -¡en plena moratoria estadounidense!- con el objetivo de determinar cómo los coronavirus de murciélago pueden volverse más patógenos para los humanos. La publicación reconocía también que se utilizaron fondos destinados a la investigación de Zheng Li en el proyecto USAID-EPT-PREDICT de EcoHealth Alliance iniciado en 2009 para mejorar la detección y descubrimiento de virus zoonóticos con potencial pandémico.

FONDOS MILITARES Y TECNOLÓGICOS

En el centro de la investigación de ganancia de función aparece siempre EcoHealth Alliance. Ya en septiembre de 2020 Alexis Baden-Mayer, director de Organic Consumera Association (una organización para defender la salud de los consumidores estadounidenses), publicó en su web un artículo titulado Muéstrame el dinero en el que alertaba de ello: «Daszak obtiene grandes cantidades de dinero a través de EcoHealth Alliance para la ‘investigación’ de virus peligrosos». Peter Daszak trabaja con decenas de laboratorios de alta contención de todo el mundo que recolectan patógenos y utilizan la ingeniería genética y la biología sintética para hacerlos más infecciosos, contagiosos, letales o resistentes a los medicamentos; entre ellos laboratorios controlados por el Departamento de Defensa estadounidense en países de la antigua Unión Soviética, Oriente Medio, el sudeste asiático y África. Pues bien, en 2020, tras el inicio de la pandemia, la subvención a cinco años por valor de 3,7 millones de dólares otorgada por los Institutos Nacionales de la Salud a EcoHealth Alliance se suspendió cuando la Administración Trump se enteró de que usaba el dinero para hacer investigaciones en el Instituto de Virología de

Wuhan sobre la ganancia de función en los coronavirus de murciélagos. A finales de agosto la decisión de los Institutos Nacionales de Salud -en los que el peso de Fauci es considerable- se revirtió y además la cantidad aumentó hasta los 7,5 millones de dólares.

¿Por qué? Según Baden-Mayer porque dos de los mayores financiadores de EcoHealth AHiance son ¡el Pentágono y el Departamento de Estado! Según las bases de datos del gobierno estadounidense el Pentágono entregó a EcoHealth AHiance entre 2013 y 2020 cerca de 39 millones de dólares, la mayoría de ellos –34,6 millones– desde la Agencia de Reducción de Amenazas de Defensa (DTRA), rama del Departamento de Defensa con la tarea de «contrarrestar y disuadir las armas de destrucción en masa y las redes de amenazas improvisadas» En cuanto al Departamento de Estado ha dado 64,7 millones de dólares. Es decir, entre ambos más de 103 millones para investigar nuevos patógenos. Y además recibe fondos del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos que ha aportado 74.487 dólares.

Por lo que se refiere a Peter Daszak, autor e impulsor de la carta publicada el 7 de marzo de 2020 en The Lancet respaldando la tesis del origen natural del virus -titulada Declaración en apoyo de los científicos, profesionales de la salud pública y profesionales médicos de China que luchan contra el Covid-19– se vio obligado un año después -en junio pasado- a publicar una adenda reconociendo los conflictos de interés que había ocultado. Y dice así: «El trabajo de EcoHealth Alliance en China fue financiado previamente por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH) y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID)». Y añade: «Este trabajo incluye la identificación de secuencias virales en muestras de murciélagos y ha dado como resultado el aislamiento de tres coronavirus relacionados con el SARS de murciélagos que ahora se utilizan como reactivos para probar terapias y vacunas. También incluye la producción de un pequeño número de coronavirus de murciélagos recombinantes para analizar la entrada de células y otras características de los coronavirus de murciélagos para los que solo se dispone de secuencias genéticas” (se sobreentiende que en células humanas).

Y si sorprendente resulta saber todo esto ¡qué decir de lo revelado por Natalie Winters en un artículo publicado en National Pulse! Porque resulta que según afirma ¡Google también ha financiado los experimentos víricos de EcoHealth AHiance durante años! «Los lazos financieros descubiertos entre EcoHealth AHiance y Google -dice- explican la censura que las grandes tecnológicas hacen desde hace varios meses a las historias y personas que apoyan la teoría del escape del virus de la Covid-19 desde un laboratorio«.

Winters no relaciona directamente a Google con el Instituto de Virología de Wuhan, pero recuerda que su rama «filantrópica» –Google.org– financia estudios realizados por investigadores de EcoHealth AHiance -incluido Peter Daszak- desde al menos 2010. De hecho se reconoce en los trabajos, algunos de los cuales citan expresamente tanto a Daszak como a su vicepresidente Jonathan Epstein. Entre ellos un estudio publicado en 2010 sobre flavivirus de murciélagos, otro en 2014 sobre el derrame de henipavirus- un tercero en 2015 centrado en el herpes (en el que se reconoce haber recibido fondos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional de Amenazas Pandémicas Emergentes) y otro en 2018 significativamente titulado Serologic and Behavioral Risk Survey of Workers with Wildlife Contact in China (Encuesta sobre riesgo serológico y comportamiento de trabajadores en contacto con la vida silvestre en China). Y hay más: Google.org financia desde 2008 la iniciativa Predict and Prevent que busca patógenos nuevos en animales y humanos para «responder a los brotes antes de que se conviertan en crisis globales«.

El panorama lo completa otro hecho: Google también forma parte a través de la Fundación de la Familia Schmidt creada en 2006 por Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google y Alphabet Inc.- del Grupo de Planificación de la Comisión C0VID que «investiga» los orígenes de la pandemia con apoyo de la Fundación Bill y Melinda Gates y la Fundación Rockefeller.

Sin comentarios.

EL PELIGRO CONTINUA

Conviene recordar, por otra parte, que el 25 de febrero de 2019 -meses antes de que se conocieran los primeros casos de Covid- Lynn Klotz -del Centro para el Control de Armas y la No Proliferación– escribió en el Boletín de Científicos Atómicos un artículo titulado El error humano en laboratorios de alta biocontención, probable amenaza pandémica. Y en él se afirma que el escape de peligrosos patógenos ocurre con frecuencia en los laboratorios de Bioseguridad Nivel 3 (BSL3) y Nivel 4 (BSL4) de los que no suele informarse a la sociedad a pesar de que pueden provocar un desastre si fuera pandémicos. Y no por cuestiones técnicas: «La principal causa de exposición potencial de los trabajadores de laboratorio a patógenos es el error humano”. Una fuente oficial la cifra en el 67% y otra en el 79,3% produciéndose sobre todo en laboratorios BSL3. De ahí que diga que tan alto porcentaje de error humano «pone en duda las afirmaciones de que el diseño de vanguardia de los laboratorios BSL3, BSL3+ (BSL3 aumentado) y BSL4 evitará la liberación de patógenos peligrosos». En cuanto a los BSL2 asevera que «tienen un riesgo mucho mayor de infección» y resulta que la propia Shi Zhengli ha reconocido que buena parte de sus trabajos de secuenciación de coronavirus los realizó en laboratorios de tan escasa seguridad.

Lamentable.

A día de hoy existen -según un informe del King’s College de Londres publicado en mayo de este año- 59 laboratorios BSL4 planificados, en construcción u operativos, 42 de ellos en la última década. Sus instalaciones están en 23 países, 25 de ellos en Europa y la mayor parte del resto en Estados Unidos y Rusia. En cuanto a Asia hay 13 laboratorios ubicados en China, India, Japón, República de Corea, Arabia Saudita, Singapur y Taiwán. Finalmente hay 3 en África -en Costa de Marfil, Gabón y Sudáfrica- y 4 en Australia. El 60% se trata de instituciones administradas por los gobiernos y entre sus funciones están la de «comprender las propiedades de los patógenos y el desarrollo de nuevas y mejoradas vacunas, terapias y diagnósticos«. Y si ello es de por sí grave lo inaudito es que según el informe del King’s College de Londres solo la cuarta parte obtiene buenos resultados en bioseguridad pero ninguno ha firmado el nuevo estándar internacional de gestión de riesgo biológico. Según el Indice de Seguridad Sanitaria Mundial desarrollado por la Iniciativa de Amenaza Nuclear (NTI) solo 6 países con BSL4 tienen altos niveles de bioseguridad, 11 niveles medios y 5 bajos.

Para echarse a temblar.

Francisco Sanmartín

https://www.dsalud.com/reportaje/los-virologos-llevan-decadas-modificando-patogenos-para-hacerlos-mas-peligrosos-en-los-humanos/

Fuente; Revista Discovery Salud. Número 251 – Septiembre 2021

9/06/2022