Río Bogotá: un guerrero ancestral que espera su renacer

Por Jhon Barros

En el Día Mundial de los Ríos, SemanaSostenible lo invita a un recorrido por el alma de la sabana, como lo llamaban los muiscas. Aunque sus 380 kilómetros reciben las descargas de 12 millones de personas que habitan en los 47 municipios de su cuenca, este río es pura resiliencia.

2020/03/22

Tan solo 10 kilómetros del río Bogotá, después de su nacimiento en páramo de Guacheneque, tienen aguas cristalinas. Foto: Jhon Barros.

El páramo de Guacheneque, un extenso colchón repleto de frailejones ubicado en el municipio de Villapinzón, es el encargado de darle las primeras gotas de vida al río Bogotá, un cuerpo de agua que en la zona es llamado Funza, palabra muisca que significa varón poderoso o gran señor.

Nace envuelto en un silencio perpetuo a los 3.440 metros sobre el nivel del mar. Fluye tímido y cauteloso bajo la vegetación nativa, hasta que se empoza en una laguna donde los muiscas realizaban ofrendas y cultos sagrados al agua como símbolo de agradecimiento y adoración.

El agua es tan cristalina que es posible observar sin esfuerzo las piedras cubiertas por musgos y algas de colores verdes y amarillos en el fondo. La laguna de Guacheneque parece tener voz propia. Ayudada por los fuertes vientos, envía mensajes a sus visitantes que advierten una prohibición para ingresar en su cuerpo helado.

En la laguna de Guacheneque, ubicada en Villapinzón, nace el río Bogotá, llamado por los campesinos de la zona como Funza. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Los habitantes más antiguos de las veredas de Villapinzón aseguran que el nacimiento del río Bogotá está hechizado. Cuenta la leyenda que en la época muisca, cuando llamaban al cuerpo de agua como en alma de la sabana, la laguna era más extensa, profunda y bravía, y que estaba envuelta en un hechizo.

Aquellos que se atrevieran a rondar por sus bosques, merodear por sus aguas o robar sus tesoros, Guacheneque los asustaba con fuertes rugidos, para luego perseguirlos hasta comérselos vivos”, cuenta Vidal González, un hombre cercano a los 70 años que lleva más de dos décadas como único guardabosque del páramo.

Vidal González es el ángel guardián del nacimiento del río Bogotá y del páramo de Guacheneque. Foto: Javier Tobar.

Hace más de 100 años, cuenta Vidal, los campesinos de la zona, asustados por los bramidos de la laguna y al no poder sacar el oro de su profundidad o cazar sus animales, tomaron medidas drásticas y llamaron al cura del pueblo para que rompiera el maleficio.

El religioso les dijo que bañaran sus orillas con sal virgen del municipio de Nemocón. El cuerpo de agua disminuyó su tamaño y se fraccionó en dos lagunas: Guacheneque y el mapa, esta última con la forma del croquis de Colombia. Sin embargo, su bravura despierta en ciertas épocas del año, entre abril y mayo, cuando alguien viene a visitarla con la intención de atacarla. En horas de la noche es posible escuchar sus gemidos”, dice Vidal, el ángel guardián de las 8.900 hectáreas del páramo.

El nacimiento del río Bogotá está gobernado por especies de flora de páramo como el quiche. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Once kilómetros puros

Luego de conformar las lagunas de Guacheneque y el Mapa, el Bogotá o Funza toma forma de río. Con un cauce que no supera los 10 metros de ancho, coge camino entre la densa vegetación nativa del bosque hasta llegar a una cascada de 17 metros nombrada por los antepasados como la Nutria.

El Funza reposa en una pequeña laguna de cuatro metros de hondo llena de rocas amarillas y naranjas. Antes era posible ver nutrias en la zona, quienes cazaban animales como el pez capitán, especie insignia del río que hoy ya no se ve”, recuerda Vidal, padre de 10 hijos y abuelo de 10 nietos.

Aunque sus aguas siguen siendo cristalinas, al guardabosque de Guacheneque le preocupa la pérdida de tamaño del río en los 11 kilómetros de recorrido por la zona rural de Villapinzón. “Cuando era niño, la gente solo se bañaba en sus aguas sin causarle ningún tipo de impacto. Era bastante caudaloso, por lo cual contaba con especies como la trucha y el pez capitán en sus aguas y era visitado por armadillos, ñeques, conejos, tigrillos, zorros, tinajos y venados. Hoy ya es muy raro verlos”.

Para Vidal, la razón de la pérdida de tamaño del río es el aumento de la población en las 17 veredas rurales del pueblo. “Antes nadie vivía cerca a sus orillas. Pero desde la década de los 70, la gente empezó a asentarse en la ronda y construyeron acueductos veredales. Esto causó la pérdida del caudal y el río empezó a recibir los venenos de la agricultura y la ganadería. Sin embargo, podemos decir que los 11 kilómetros de la zona aún lucen limpios”.

En el pasado, las aguas del río Bogotá eran visitadas por nutrias, truchas y peces capitán. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Curtiembres, primer golpe

La pureza del río Bogotá termina cuando ingresa al casco urbano de Villapinzón y Chocontá. Allí lo esperan más de 100 establecimientos que curten pieles para la elaboración de bolsos, cinturones, chaquetas y zapatos, práctica que llegó a la zona en la época de la Conquista.

Los químicos utilizados por las curtiembres y las aguas residuales municipales, le dan la primera estocada al río Bogotá. Esos vertimientos causan que el nivel de contaminación pase de tipo 1 (mínimo) a 3 (regular), objetivos de calidad del agua de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca que va hasta 8.

Así luce el río Bogotá después de recibir los vertimientos de las curtiembres de Villapinzón y Chocontá. Foto: Jhon Barros.

En ese tramo aparecen las espumas, las basuras y los malos olores. Para mitigar el impacto, la CAR ha logrado que 22 curtidores de ambos municipios construyeran Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) para cumplir con los parámetros ambientales, un pequeño respiro que aún no es suficiente.

La principal falencia es la falta de una PTAR en Villapinzón, un proyecto que lleva engavetado varios años. Sin embargo, según la CAR, el municipio hace parte de los 20 proyectos de diseño o ampliación de plantas de tratamiento, cofinanciados por las entidades municipales y empresas de aseo y acueducto, que hoy marchan.

Al abandonar Chocontá y Villapinzón, el río Bogotá zigzaguea por los otros 18 municipios de la cuenca alta, 170 kilómetros en donde es víctima de los vertimientos y el cambio de uso del suelo. En el Puente de la Virgen en Cota, cuando culmina su primer tramo, su nivel de contaminación es de tipo 4 (regular).

Las curtiembres dan el primer golpe certero al río Bogotá. Foto: Nicolás Acevedo Ortíz.

Los cultivos agrícolas de la sabana de Bogotá, zona que cuenta con los suelos más fértiles en el país, merman a paso galopante debido a la ganadería. Según el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), la cuenca del río Bogotá no tiene ni una sola hectárea apta para el pisoteo constante del ganado, pero casi 200.000 hectáreas ya son destinadas para la actividad pecuaria.

Los suelos son de vocación agrícola. Con el ganado, sufren de compactación y erosión, procesos que tardan cientos de años en recuperarse. Guasca, Chocontá y Suesca son los municipios con mayor presencia ganadera”, dijo la entidad.

La urbanización, derivada por el crecimiento de Bogotá, también está sepultando a los suelos agrícolas. “Los terrenos productivos son destinados a urbanizaciones e industria. Dos casos emblemáticos son Chía y Mosquera: el primero para construir condominios y el segundo para industrializar. La sabana se está quedando sin terrenos para cultivar”, anotó el IGAC.

La ganadería no debería estar presente en ninguna hectárea de la cuenca del río Bogotá. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Las actividades agrícolas, pecuarias e industriales en toda la cuenca del río, que abarca 589.143 hectáreas de 47 municipios y donde habitan más de 12 millones de personas, aporta cerca del 32 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) nacional.

Bogotá y Soacha, estocada fatal

En la cuenca media, un trayecto de 90 kilómetros por terrenos de los municipios de Funza, Mosquera, Soacha, Sibaté y Granada y la capital del país, el río Bogotá entra en estado de coma.

Fucha, Tunjuelo y Salitre, los tres ríos urbanos de Bogotá, le dan una estocada fatal al alma de la sabana. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.

Las más de 9 millones de personas que habitan en la zona le aportan cerca de 690 toneladas diarias de carga contaminante, entre residuos sólidos, arenas, grasas y vertimientos. Cada segundo recibe más de 20.000 litros por segundo de aguas residuales por parte de los tres ríos urbanos de Bogotá.