Las partículas que expulsan al aire los tubos de escape y otras fuentes contaminantes se vinculan ahora con el alzhéimer. Estudios recientes demuestran que pueden llegar hasta el cerebro desde la nariz y los pulmones.

Julio 2020

    Ellen Ruppel Shell

GALEN DARA

Mi primer día en Ciudad de México no fue fácil. La nube de contaminación era tan densa que subí jadeando las escaleras hasta la habitación del hotel. Me había preparado para la jaqueca provocada por la altitud y la baja densidad del aire, pero no para el escozor en los ojos y el ardor en el pecho por la contaminación atmosférica.

Declarada por la ONU como la metrópolis más contaminada del mundo en 1992, las autoridades de la capital mexicana han trabajado con ahínco para no lucir ese dudoso título. Lo han logrado en parte: la ciudad se enorgullece con razón de sus kilómetros de carriles para bicicletas y sus parques frondosos. Pero basta con alzar la vista hacia el horizonte enturbiado para comprobar que el esfuerzo no ha bastado. La mayoría de los días, la conurbación presenta niveles de partículas de hollín en suspensión que rebasan ampliamente las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, además de niveles elevados de otros contaminantes. Congestionada por más de 9,6 millones de vehículos y unas 50.000 chimeneas, Ciudad de México bulle inmersa en un caldo tóxico que corroe el corazón y los pulmones. Muchos científicos coinciden ahora en que esa contaminación daña también el cerebro.

En un estudio llevado a cabo en 2018 se descubrieron las lesiones distintivas de la enfermedad de Alzheimer en el cerebro de habitantes de Ciudad de México en su tercer y cuarto decenio de vida —décadas antes de lo que suelen detectarse los signos de este mal—, que se atribuyeron al aire contaminado. Los autores del estudio, investigadores adscritos a instituciones de México y EE.UU., también han observado esa precoz aparición de daños en lactantes y niños pequeños. Y la capital mexicana no es la única urbe donde el aire malsano ha sido vinculado con el alzhéimer. Hace pocos años, un equipo de Harvard difundió los datos de un gran estudio con 10 millones de beneficiarios de Medicare mayores de 65 años y naturales de 50 ciudades del nordeste de EE.UU. Los investigadores señalaron una estrecha correlación entre la exposición a ciertos contaminantes del aire y varios trastornos neurodegenerativos, entre ellos el alzhéimer.

Otros estudios de Inglaterra, Taiwán y Suecia, además de otros países, han arrojado conclusiones similares. «La contaminación atmosférica se está erigiendo en uno de los campos de investigación más candentes en el alzhéimer», asegura George Perry, neurobiólogo en la Universidad de Texas en San Antonio y director del Journal of Alzheimer’s Disease. En un campo que desde hace décadas se ha centrado en la herencia y la acumulación de la proteína amiloide beta como causas de la enfermedad, afirma Perry, numerosos expertos coinciden ahora en que la contaminación atmosférica desempeña un papel importante. Esta aseveración es secundada por Masashi Kitazawa, toxicólogo en la Universidad de California en Irvine, experto en toxinas ambientales. «La genética tiene un peso enorme en la investigación de la enfermedad, por lo que durante años casi nadie se ha dignado a mirar más allá de los genes. Pero en los últimos tres o cuatro años, el número de artículos que vinculan la contaminación y el deterioro cognitivo se ha disparado.» En la forma más habitual del alzhéimer, la de aparición tardía, se calcula ahora que entre el 40 y el 65 por ciento del riesgo radica en factores ambientales, como los hábitos personales y la exposición a un ambiente nocivo. El aire contaminado es uno de los factores principales.

Los contaminantes más preocupantes son las gotículas llenas de toxinas o las partículas sólidas suspendidas en el aire con un diámetro de una trigésima parte del de un cabello humano. Denominadas materia particulada fina (abreviada como PM2,5, porque el diámetro de las partículas es inferior a 2,5 micrómetros), se generan por la combustión del petróleo y del gas en coches, camiones y centrales eléctricas, así como por la quema de carbón o madera. Al ser inhaladas, penetran profundamente en los pulmones y se abren paso hasta el torrente sanguíneo. Se ha demostrado que, cuando las PM2,5 penetran en el cuerpo de esa forma, causan estragos en el aparato respiratorio y circulatorio que al final provocan cáncer, ataques cardíacos, ictus y muertes prematuras.

La influencia de la polución en la demencia | Investigación y Ciencia | Investigación y Ciencia (investigacionyciencia.es)

22/12/2020